Relato anfibio de un día peronista


Versiones del 17

¿Qué pasó aquel miércoles de octubre? Hay tantas versiones como protagonistas, tantas historias como gente estuvo esa tarde en la Plaza de Mayo. El relato sobre lo sucedido aquel día continúa siendo un objeto de disputa en la Argentina. Tras una larga investigación, el antropólogo Alejandro Grimson escribió una crónica que pudo haberse publicado el 18 de octubre en la edición vespertina de un diario ni opositor ni oficialista.

Fotos: Archivo General de la Nación

Hay mil y una versiones sobre el 17 de octubre. ¿Eran cien mil personas o un millón? ¿Estaban “descamisados” o vestían sacos? ¿Fue espontáneo o manipulado? ¿Eran migrantes del noroeste, “cabecitas negras”, o había diferentes sectores de trabajadores? ¿Llegaron a las seis de la mañana a la Plaza o a las seis de la tarde? ¿Fue una huelga general de CGT? Estas y otras preguntas expresan hasta qué punto el relato sobre lo sucedido aquel día, en que los trabajadores ocuparon la ciudad de Buenos Aires, continúa siendo un objeto de disputa en la Argentina. Disputa muchas veces alocada y poco atenta a los hechos conocidos. Por eso mismo, hace un tiempo decidí leer todos los diarios de la época y todos los relatos que se escribieron y se contaron después, para poder formarme mi propia idea acerca de lo sucedido. Conocer para poder posicionarse. Hay decenas de discusiones sutiles que sólo daré a conocer en un futuro, en un texto bastante más extenso.

Para establecer qué sucedió aquel día hay dos grandes problemas. Durante los primeros gobiernos de Perón se construyó un relato mítico. Y setenta años después aún existen versiones antiperonistas que no entienden qué sucedió aquel día que cambió a la Argentina. Así como los medios de aquellos días consideraban normal la represión policial y solían protestar ante la “pasividad” policial (la ausencia de represión brutal), esas recriminaciones se siguen leyendo en la actualidad.

Pero hay algo más. Algo muy polémico, pero a mi juicio claramente demostrado por la mejor investigación académica. Desde aquel día hubo muchos antiperonistas que creyeron que Perón había organizado todo lo que sucedió el 17 de octubre de 1945. La investigación no sólo ha demostrado que eso no ha sido así. Ha mostrado que habría sido imposible por una sencilla razón. Si una de las consecuencias del 17 de octubre fue el cambio del panorama político y que se tornara factible la candidatura de Perón, la otra consecuencia fue que el lugar que ocuparon los trabajadores en el primer peronismo fue mucho mayor al que Perón mismo había imaginado originalmente. Son estos los dos elementos, y por supuesto otros que no consideramos en este breve texto, los que tienen que comprenderse para captar por qué ese día implicó un antes y un después para el país.

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Continuará habiendo investigaciones y debates sobre aquellas fechas y sobre los peronismos, en plural. Los buenos debates, como las buenas investigaciones, no desconocen lo evidente, no ignoran los avances de conocimiento, no aceptan reproducir la mitologización. Para poder asumir una posición es crucial saber qué ocurrió.

Con ese criterio, construí mi propia versión, que aquí adelanto brevemente como si hubiera sido una crónica periodística publicada en ediciones vespertinas del 18 de octubre de 1945. Cada una de mis afirmaciones está apoyada en fuentes y en varias fuentes coincidentes en la mayoría de los casos. Pero aguardaré que con todo derecho mis críticos cuestionen mis afirmaciones para ofrecer en detalle los fundamentos de los resultados de mi trabajo. Quise presentarlo aquí como un relato anfibio, incluso quizás entre dos épocas, 1945 y 2015.

Hay algo en común en muchas versiones del 17 de octubre. Los narradores creen saber la Verdad y piensan que, al revelarla, por fin este país será liberado de los fantasmas. Quizás la verdad sea que no hay vida ni país sin fantasmas. Así y todo, es diferente una sociedad que debate interpretaciones de hechos históricos de otra que llega al absurdo de debatir los hechos históricos mismos. Por eso, tratar de acordar qué sucedió y qué no, puede ayudarnos a mejorar nuestras propias controversias.

El 17 no fue un fenómeno de movilización nacional. Con epicentro en Buenos Aires, fue relevante en Rosario, La Plata (Berisso y Ensenada), Córdoba, Tucumán, así como otras provincias se sumaron con la huelga general del 18. Lo cierto es que por el peso industrial, demográfico y político, el hecho político central ocurrió en la ciudad de Buenos Aires y su periferia. Si bien la batalla decisiva se dio en la Capital Federal, no debería perderse de vista el vínculo entre algunos de sus protagonistas con la Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (FOTIA) o con el sindicalismo de San Juan o Rosario. Siempre es difícil y quizás caprichoso medir el peso de cada factor en cómo se desencadenó un proceso como el del 17 de octubre. Pero como aquí no puedo hacer realmente una narración nacional, que excedería a Buenos Aires, creo que es justo mencionar a modo de homenaje a los dirigentes sindicales de varias regiones del país que decidieron jugársela en aquellos días.

Alejandro Grimson, octubre de 2015

 

Esta crónica pretende narrar los eventos cruciales del 17 de octubre de 1945, como si hubiera sido publicada en un diario ni opositor ni oficialista el día 18 de octubre en la edición vespertina. Si bien el relato se basa en una amplia investigación, se narra como una noticia política.

Habló Perón ante multitudinaria movilización a Plaza de Mayo

A las 23 hs se dirigió a trabajadores que colmaban la Plaza. El país parado por huelga general de la CGT

Ayer por la tarde grandes cantidades de trabajadores colmaron la Plaza de Mayo y obtuvieron la liberación de Perón, que había estado detenido en la isla Martín García. Desde las primeras horas de la madrugada, sindicatos autónomos, delegados y activistas interrumpieron el trabajo de varias empresas del conurbano bonaerense. Una vez que su taller o fábrica detenía la producción se dirigían a la empresa vecina para obtener el mismo resultado. Apelaban en su discurso a la necesidad de una movilización popular para liberar al coronel Perón, incluso diciendo que podría ser ejecutado. Se afirma que cuando no tuvieron buena acogida no siempre guardaron los buenos modales. La CGT, en su reunión del 16 que culminó a la medianoche, declaró la huelga general para el día de hoy. Pero con anterioridad estos dirigentes obreros, agrupados en el “Comité Intersindical” ya habían tomado la decisión de que la huelga general y la movilización sería en el día de ayer. Esta desinteligencia, que algunos auguraban hiciera fracasar ambas jornadas, parece haber duplicado la contundencia y ha producido un cambio en el panorama político argentino.

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Cuando ayer a la mañana el comité intersindical comenzó a parar fábricas y a agrupar obreros, hacía ya dos días que habían comenzado las huelgas en Rosario, Tucumán y Berisso. De hecho, los de los frigoríficos y los del azúcar agrupados en la FOTIA parecen haberse insuflado ánimos mutuamente. La consigna era exigir la liberación de Perón y los de la provincia de Buenos Aires se decidieron a entrar a la Capital. Desde el sur, desde Avellaneda, Lanús, Berisso y Ensenada provenían las columnas más gruesas. Otras entraban desde el norte, por Vicente López y Villa Martelli. Otros trabajadores venían desde San Martín o desde el oeste por la Avenida Rivadavia.

Alrededor de las 9, eran varias decenas de miles los que iban a cruzar el Puente Pueyerredón, cuando el mismo fue levantado: los trabajadores permanecieron estupefactos. A la espera de los acontecimientos, se formó un piquete del escuadrón policial en el Puente Pueyrredón.

Durante la mañana hubo varias situaciones de represión policial. A las 7, en Brasil y Paseo Colón, la policía dispersó alrededor de mil personas que se dirigían hacia la Casa de Gobierno. A las 8 y 30, fue disuelta una manifestación en Independencia y Paseo Colón. A las 9 y 30, unas 10.000 personas reunidas frente al Puente Pueyrredón fueron dispersadas.

Los trabajadores que llegaban hasta el Riachuelo interpretaron que se trataba de una maniobra para impedirles cruzar y asumieron actitudes diferentes. Un grupo se desplazó para intentar pasar por el puente del ferrocarril. Otro grupo, más entusiasta, se lanzó directamente a las aguas y las atravesó a nado. La mayoría, sin embargo, esperó con expectativa. De hecho, una hora después los puentes habían vuelto a bajar y los manifestantes ingresaron a la Capital con sus cánticos por Perón y sus banderas argentinas.

Ante el lanzamiento de gases lacrimógenos, los manifestantes volvían a reorganizarse y avanzar. A las 9:45, la policía registró 5.000 manifestantes por la avenida Vieytes,. A las 10:15 una manifestación en Montes de Oca cubría diez cuadras. Media hora después, unas veinte mil personas avanzaban por Bernardo de Irigoyen hacia Avenida de Mayo. A las 12:10 una columna de diez cuadras avanzaba por Corrientes. Mientras, en Cangallo y Montevideo y en Callao y Córdoba se reorganizaban columnas con gente que ocupaba otras diez cuadras.

Los cartelones con el rostro de Perón y las banderas argentinas eran acompañadas por cánticos: “Yo te daré/ te daré patria hermosa/ te daré una cosa/ una cosa que empieza con p/ Perón”. Los gritos desencajados de esos cuerpos sudorosos perturbaban la vida de la urbe: “La patria sin Perón/ es un barco sin timón”.

Las columnas se encontraban en su avance con la Policía que intentaba disuadirlos para que no continuaran avanzando. Hubo conversaciones y situaciones de tensión. Todo esto demoraba el avance de las manifestaciones que tenían sus propios motivos para progresar con lentitud. A su paso, ya sea en Barracas, San Cristóbal o Chacarita trataban de convencer a otros talleres para que cerraran sus puertas y a los trabajadores para que se plegaran a la movilización.

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Los obreros de distintas zonas de La Plata o Avellaneda iban caminando, pero detenían todo tipo de transporte para hacerse llevar hasta la Capital. Aparentemente, sin cobrar boleto varios convoyes partieron desde La Plata a la Capital con centenares de obreros. Según otros, los trenes y vehículos eran escasos para la cantidad de gente que deseaba desplazarse a Buenos Aires. Varios ferrocarriles interrumpieron su funcionamiento, aunque no resulta claro en qué proporción por adhesión de trabajadores o por boicot de los manifestantes. La mayor parte de los comercios iba cerrando sus puertas a medida que la movilización avanzaba. 

Hacia el mediodía eran escasos los trabajadores que habían llegado hasta la Plaza de Mayo. A esas horas el Comité de Huelga de la CGT salía de dialogar con el general Ávalos, quien les pidió que levantaran la medida prevista par el día de hoy, lo que fue rechazado por los dirigentes sindicales. Por su parte, estos hicieron responsable al gobierno de cualquier situación de represión. El mismo Comité visitó luego al coronel Perón en el Hospital Militar.

Enterados los dirigentes de que Perón había sido trasladado al Hospital Militar varias columnas se dirigieron hacia allí, mientras otras permanecían a la expectativa de noticias. A las 14, varios miles de trabajadores se concentraban en la avenida Luis María Campos. Ante el temor de que los manifestantes avanzaran, se impartió la orden de que los soldados apostados dentro de la dependencia amenazaran con utilizar sus ametralladoras para contenerlos.

Durante todo el día las noticias se sucedieron de modo vertiginoso. Pocos sabían al comenzar el día 17 que habría una movilización, que Perón había sido trasladado al Hospital Militar, que la CGT declaraba huelga para el 18. De hecho, durante la mañana hubo trabajadores que se plegaron a las movilizaciones creyendo que Perón podía ser fusilado en Martín García. Una vez movilizados, sin embargo, no les alcanzaba ni con que estuviera en el Hospital Militar, ni que el general Avalos prometiera velar por su seguridad y, en realidad, no les alcanzaba nada salvo ver al propio coronel en persona.

Según altas fuentes militares, desde la mañana el avance de las columnas generó tensión en el gobierno. La represión puntual de la policía no era suficiente para detener el movimiento y hacia el mediodía se percibió una pasividad total de esa fuerza. Incluso se menciona que algunos suboficiales se habrían plegado a la movilización. En la mañana, el jefe del Regimiento 10 de Caballería telefoneó al ministro de Guerra, general Ávalos, solicitando permiso para reprimir. Por su parte, el ministro de Marina Vernengo Lima exhortaba a adoptar medidas de fuerza. Ávalos negó su consentimiento, en parte porque entendía que la situación no era peligrosa, pero también porque no deseaba que hubiese un derramamiento de sangre.

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A las 15.15 había una manifestación de siete cuadras en San Juan y La Rioja, a las 15.45 otra de unas nueve cuadras llegó al Congreso. Desde las 16 en adelante, en los balcones de la Casa Rosada, frente a los cuales crecía la cantidad de manifestantes, se sucedieron los hechos más disparatados. El general Ávalos, que continuaba con su obsesión de que no hubiera derramamiento de sangre, salió a los balcones para dirigirse a la población. Cuando quiso hacer uso de la palabra sufrió una rechifla que le impidió hablar. Con indignación, mandó a llamar al coronel Mercante, con el objetivo de que alguien que sería escuchado por ser la mano derecha del coronel Perón convocara a la desmovilización y pacificara los ánimos. Cuando Mercante salió al balcón, nadie sabe si por ingenuo o por inteligente comenzó diciendo: “El general Ávalos…”. Y fue interrumpido y rechiflado: tampoco pudo hablar.

En medio de tanta confusión, distintas figuras, entre las que se encontraba el director del diario La Época, Eduardo Colom, comenzaron a afirmar que a las 18:30 el coronel Perón hablaría en la Plaza de Mayo.

Mientras la noticia se propagaba por las radios, nuevos sectores se sumaban a la movilización. Quienes se encontraban en el Hospital Militar también comenzaron a dirigirse a la Casa Rosada, un trayecto de más de seis kilómetros. Cada vez se escuchaban con mayor estruendo sus cánticos: “Nos quitaron a Perón / pa’ robarse la nación”.

Entre los manifestantes había algunos vestidos con saco e incluso sombrero, pero se iban sumando aquellos que venían en mangas de camisas, con camisas abiertas y arrugadas o directamente con su ropa de trabajo. Podían verse también personas y grupos de las más diversas ascendencias. Había algunos que habían sido parte de esas migraciones de los últimos años venidas desde las provincias, pero también otros que eran los hijos de las migraciones anteriores venidas del otro lado del Atlántico. Morochos y rubios, morenos y blancos, aindiados y gringos, todos trabajadores bajo una misma consigna. Eran las multitudes más diversas que se hayan visto hasta ahora por nuestras calles y avenidas.

Los porteños se detenían en las veredas a observar el inédito espectáculo. A la mayoría de ellos les resultaba chocante que por calles del centro de Buenos Aires anduvieran vociferando mujeres y hombres muy mal vestidos, algunos con la ropa sucia, otros con rostros y colores de piel insólitos. Había quienes preguntaban “¿y estos quiénes son?”, “¿de dónde han salido?”. Había quienes sentían lástima por estos “pobrecitos”, “desharrapados”. Y también había otros indignados que hablaban de una “invasión”, de los “marcianos” o de “agentes a sueldo del naziperonismo”. El contraste social con los concurrentes a la Plaza San Martín del 12 de octubre o de los manifestantes del pasado 19 de septiembre no podía ser mayor. Aunque mirando con más detalle había empleados del Estado bien vestidos así como trabajadores pobres que habían caminado durante horas, todos gritando por “Perón” y eran vistos como “adictos” al conocido Coronel.

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Más trabajadores comenzaron a desplazarse a esta Capital a la tarde. Aparentemente muchos se enteraron por las radios o por sindicatos que originalmente no se habían plegado a la protesta. Además, como la información circulaba por empresas y talleres, muchos decidieron sumarse después del horario laboral. A las 16:30 nuevamente el puente Pueyrredón fue levantado y aunque se repitieron escenas de la mañana poco después volvió a ser habilitado.

En la Plaza de Mayo seguía creciendo la cantidad de manifestantes. Algunos que habían recorrido kilómetros a pie, se quitaron el calzado y se refrescaron en las fuentes. Además de las diferentes vestimentas, había hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes, así como grupos de niños.

Entre las 18 y 19 la Plaza se colmó hasta que se hizo casi imposible desplazarse a su interior. El bochornoso calor de la jornada cedería muy lentamente, cuando el coronel Perón se entrevistó con el presidente de la Nación, Edelmiro Farrel. Poco antes de las 23 Farrel apareció en los balcones de la Casa Rosada, anunciando que a continuación hablaría Perón. Estallaron los aplausos. Con diarios, los manifestantes encendieron antorchas.

El locutor invitó a entonar las estrofas del Himno Nacional, mientras el coronel Perón preparaba las palabras que diría. Cuando casi promediaba su discurso desde la multitud se escuchó con insistencia la pregunta “¿dónde estuvo?”. El coronel intentó evitar cualquier respuesta, pero ante la insistencia de la multitud señaló que no quería recordar el sacrificio que había hecho y que volvería a hacer por los presentes. Ese diálogo entre un líder y la multitud resultó tan inédito como el resto de la jornada.  

El coronel Perón finalizó su discurso afirmando que ya no había motivos para realizar la anunciada huelga general, pero pidió que se llevara a cabo festejando. La respuesta de los asistentes fue comenzar a gritar “¡Mañana es San Perón, que trabaje el patrón!”. Por último, el coronel Perón pidió que abandonaran la Plaza con cuidado, en particular hacia las mujeres obreras que estaban presentes. Y culminó solicitando a los manifestantes que permanecieron unos minutos más “para llevar en mi retina el espectáculo grandioso que ofrece el pueblo desde aquí”.

La mayoría permaneció el tiempo solicitado y comenzó a regresar a sus casas. Sin embargo, ya había comenzado la huelga general y no había transporte público. Por lo tanto, los manifestantes que no podrían regresar a sus casas comenzaron a acomodarse en distintas zonas de la plaza y pasaron la noche allí. En la mañana de hoy el centro de Buenos Aires estaba vacío, excepto por estos grupos que cuando iban despertando retomaban el clima festivo del día anterior.

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Durante la mañana recorrieron distintas zonas de la ciudad haciendo escuchar otra vez sus cánticos, así como estampando en paredes o vehículos leyendas con tiza. La zona céntrica y los barrios aledaños presenciaron este espectáculo. Cuando el sol llegaba al mediodía, los grupos se fueron deteniendo a descansar y al cierre de esta edición comenzaban a retomar su actividad en las calles de la ciudad.

Buenos Aires vivió muchos años orgullosa de su faceta europea, de su tez blanca y de sus reglas de etiqueta, especialmente para ingresar al centro de la ciudad. Una ciudad que ayer y hoy vivió una división entre el clima festivo que dominaba sus calles, con estas personas y grupos provenientes de la periferia, y el temor y el rencor con que muchos vecinos vieron la movilización desde las veredas, sus balcones o sus ventanas. Entre vecinos, colegas de otros diarios y dirigentes políticos se escucharon algunas palabras en alusión a los manifestantes como turbas, hordas, lumpenproletariat, malevaje, malón, chusma, descamisados, negros, cabecitas negras, tribus o malevaje. Estas palabras en alusión a trabajadores argentinos amenazan la esperanza de que se haya tratado de una división pasajera. Amenazan la ilusión, aún viva en muchos, de que no se perpetúe por los tiempos de los tiempos.