Precariedad y violencias


¿Cuáles son los nuevos odios sociales?

Una lectura atenta de Sinceramente muestra que no alcanza con explicar o convencer: hay que comprender a la sociedad y cómo se incubaron los nuevos odios. Porque las guerras y antagonismos entre los endeudados, ajustados y engorrados van más allá de la idea de la manipulación mediática o la derechización. ¿Qué lazos se están conformando en el subsuelo de esta época? Si a los odios de las élites tradicionales solo queda enfrentarlos, a los nuevos odios hay que investigarlos, dicen los autores de este ensayo.

Cristina se aferra con las manos al atril desde el que brindó las cadenas nacionales durante sus mandatos. Se para en puntas de pie y mira desde alguna ventana de la Casa Rosada. Se sienta a conversar con su círculo cercano o ‘escribe’ Sinceramente en la soledad de su departamento. En cada una de estas escenas íntimas o públicas Cristina ve hasta donde le permiten su biografía militante, su vida-de-Palacio y su lenguaje político. Pero ‘el’ libro best seller, su presencia en la Feria del Libro y, sobre todo, el anuncio de la fórmula Fernández-Fernández, movimiento que durmió al sistema político y a la militancia propia, permiten romper cercos perceptivos y hacer ‘auto-críticas’. Y también, acercar mapas políticos inéditos. No por ‘novedosos’- muchas de esas cartografías se vienen escribiendo desde los inicios de la década ganada-, sino porque aportan otras percepciones y otros lenguajes para leer profundamente una sociedad endeudada, ajustada y engorrada.

“¿A quiénes estoy gobernando? me preguntaba”, “¿en qué fallamos? ¿Qué es lo que no vimos? ¿Fuimos ingenuos?”. Una lectura no celebratoria de Sinceramente encuentra pliegues: una perplejidad y una mudez política que hay que desviar de las respuestas lloronas y fáciles. Respuestas de guión que no convencen del todo a la propia Cristina: hay que “comprender la sociedad”, hay que saber. Ni explicar –“me cansé de explicar”, sostiene en varios pasajes del libro– ni convencer ni switchear automáticamente del derrotismo –“esto es una batalla perdida”– al triunfalismo del “ya ganamos”. Por el contrario: investigación viva y permanente –y militancia astuta– de las mutaciones territoriales y subjetivas de estos largos años. Se necesita indagar y mapear las insistencias y los agites que se sostuvieron e inventaron durante estos largos años de macrismo: así como el pos-kircherismo no implicó una vuelta al dosmiluno, este año electoral no puede explicarse sacándole la pausa al 2015. Hay que pensar en profundidad este período y también en la década ganada, porque en esos años se fueron incubando muchas de las sensibilidades, las fuerzas y las dinámicas sociales oscuras que pusieron un presidente.

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Cristina registra los odios y parece intuir que, en ese terreno afectivo y material, en esa economía libidinal, se disputa mucho de la gobernabilidad contemporánea. Junta en un párrafo los tags que la ‘vieja’ derecha histórica argenta usó para incorporarla a su museo de cuerpos odiables e intolerables: “Cristina Montonera”, “revanchista”, “resentida”, “mentirosa”, “atea y grasa”, “fuera Kretina”, “andate Konchuda”, “muerte a los K”, “Néstor llévate a Cristina”. Una intuición dictada por la memoria sensible de un cuerpo ubicado en el centro de las fuerzas odiantes. Cristina registra lúcidamente esos odios, pero los reduce a las operatorias y al accionar de las máquinas mediáticas: “el odio se construye para manipular, pero pivotea sobre sentimientos y resentimientos de sociedades cada vez más mediatizadas. Sobre la envidia, sobre las frustraciones y sobre los fracasos de muchos seres humanos que necesitan odiar al otro, al que ellos creen diferente por su ideología, por el color de su piel o peor aún: porque alguien los convenció de que ese otro u otros son los responsables de las cosas que les pasaron o de los que no pueden tener (…). Un muy efectivo dispositivo del odio –como un arma o un artefacto– que se pone en marcha y se usa para difamar y destruir no solo a quien se considera enemigo político sino también a su familia”. (Sinceramente, p. 116).

A los ‘clásicos’ odios que sobrevuelan a las sociedades mediatizadas, se le suman los odios recargados que están muy lejos de ser ‘construcciones mediáticas’ o ‘falsos problemas’. Esos nuevos odios no caen desde arriba sobre ‘públicos indefensos’, sino que responden a realidades sensibles y a la precariedad de fondo.

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Son evidentes los odios ‘ideológicos’ históricos de las clases dominantes que aparecen y se vigorizan ante cada medida popular del kirchnerismo (así como ‘históricamente’ odiaron al peronismo, a ‘los negros’ y a ‘los extranjeros’, odiarán la asignación universal, la creación de Tecnópolis o el programa Conectar Igualdad en las secundarias), pero no los nuevos odios. Esos propios de las guerras horizontales de cada día que la paja de quienes hacen sociología a distancia o de quienes no salen de la ‘zona de confort’ militante denomina ‘pobres contra pobres’.

Percibir y cartografiar los nuevos odios es leer la precariedad como subsuelo de una época que te recuerda todo el tiempo que te podés fragilizar, que se puede desarmar tu mundo, que se puede ‘pudrir’ tu barrio, que puede implosionar tu casa y todos los espacios sociales que transitás; que no hay a mano muchos broches para colgarse de ella y que hay que cargarla en toda su desnudez.

Esos nuevos odios combustionan en los barrios ajustados y ‘picanteados’: en días de ocio forzado que muestran la convivencia no buscada entre pibes con la SUBE sin saldo, la moto sin nafta y el celular sin carga, con vecinas y vecinos cuarentones sin changas y sin paciencia, (pero con deudas y dramas a cuestas), con comedores y escuelas (y escuela-comedores) desbordadas y doñas cansadas. Nuevos odios que también empoderan a los jefes y a los empleadores y que incluso tienen sus referentes y hasta sus candidatos (el carnicero ‘justiciero’ aspira a ser concejal en Zarate).

¿Cómo no apreciar las implicancias políticas de ese susurro –y por momentos grito– permanente a nivel sensible y al nivel de los hábitos cotidianos?

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Percibir los nuevos odios es meterse con las formas de vida y las guerras sociales actuales: relevar sus muertes, sus violencias, las jerarquías que se establecen, así como las invenciones y las resistencias. Se trata de registrar cómo se soporta hoy el trabajo precarizado o la falta de changas o la desocupación (que más que ociosidad forzada es tiempo intensamente ocupado en gestionar la cotidianidad), pero también los quilombos familiares, la necesidad de consumo y el endeudamiento, la violencia barrial, el desprestigio social, los malestares corporales gratuitos, el viaje hacinado en trenes y bondis. Los nuevos odios, incubados en el campo de batalla de la precariedad, parten de vidas heridas que no pueden ser leídas solo desde las nociones de falsa conciencia, manipulación mediática, zonceras y fake news. Y mucho menos como gestos de derechización ‘ideológicos’.

Cristina lee y conecta los odios históricos con el atrevimiento y la insolencia, con el revanchismo feroz hacia muchas de las medidas y gestos del kirchnerismo. Si estos se pueden comprender como la continuidad del ‘55 (incluso antes y después, con integrantes de ‘las mismas familias’), los odios de la precariedad parecen quedar en un fuera de foco que lleva a la mudez. Aunque de ciertos silencios y perplejidades de Cristina se desprende una diferencia central: la escena que cita en la Feria del Libro en la cual una empleada doméstica en blanco ‘odia’ a una vecina de su cuadra que es beneficiaria de la Asignación Universal. Subsidiadas versus ‘mantenidas’. A los odios históricos solo queda enfrentarlos, pero a los nuevos odios hay que investigarlos y comprenderlos.

 

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Si el macrismo tuvo un plano de ´eficacia´ fue en conectar con esos nuevos odios y en convocarlos a movilizarse en cada barrio. Odio contra los “mantenidos”, contra las pibas que desafían mandatos sociales y culturales, contra los pibes que están ATR o incluso contra laburantes (a priori para nada desafiantes de las formas de vida ‘oficiales’). El macrismo es una alianza de clase que funde fuerzas anti de origen popular con las eternas y tradicionales fuerzas anti del país –de las clases propietarias y empresariales–. Ese encuentro es el que recarga el revanchismo, lo extiende, lo masifica y lo vuelve más capilar. Y también lo hace más peligroso en términos de jurisprudencia, de ‘ampliación del campo de batalla’.

En Argentina las fuerzas anti tienen una historia densa y sangrienta. Las élites tradicionales desataron de manera recurrente carnavales negros de odio y muerte. Saben cómo odiar, siempre tuvieron las “técnicas” para administrar esas pasiones y usarlas para alimentar –y aceitar– las máquinas letales ante cada sacudón o agite social, cultural, político que se desatara. En esas situaciones históricas había una disputa libidinal y afectiva por la apropiación de esos odios sociales. Hoy, las fronteras y los antagonismos son menos claros. Y en plena efervescencia de gorrudismo estatal, frente a esa fuerza vital oscura, ávida de sangre y de “empoderamiento”, lo que queda es una violencia y un odio que estalla hacia adentro y entre pares, en las crueles implosiones en los hogares, en los barrios, en las instituciones, en las noches. Es imposible enfrentar a esos nuevos y viejos odios rejuntados, horizontalizados y sin fronteras claras desde un pasteurizado ‘amor político’, ‘plazas del amor’, abrazos y chantajes sensibles al estilo de “no pudrirla porque si no....”.

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Endeudamiento externo y engorramiento interno son entonces las dos dimensiones de la pesada herencia de Cambiemos. La segunda es la que tiene menos atención política. Durante estos años de macrismo, la alianza de odios y los ejércitos anti-todo ganaron experiencia, jurisprudencia y cohesión social, así como acumularon y capitalizaron intensidades oscuras. Este plano de la pesada herencia se juega en los ánimos sociales y en las subjetividades antis, que cuentan con redes y solidaridades ‘espontáneas’ en las calles, en los transportes, en los barrios, en los trabajos y en los hogares. El gorrudismo –codificar todo desborde como inseguridad o como ocasión de ‘ponerse la gorra’–, con estos años de ‘respaldo y recarga estatal’, tiene más fuerza social que ‘los nuevos derechos’ (y por supuesto que las batallas culturales y el sentido común progre) y, sobre todo, está más robustecido y empoderado. Luego de varios años de Palacio y fierros estatales y mediáticos el revanchismo es, más que ‘destituyente’, articulador de rejuntes y fundador de lazos sociales y de formas de integración en la precariedad.

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El kircherismo y gran parte de la militancia política aún no pueden comprender por qué se perdieron las sensibilidades populares mayoritarias, en donde también existía una base electoral ‘fantasma’ que hizo ganar a Macri, a Vidal y a intendentes de Cambiemos en distritos históricamente peronistas. El 2015 no fue un engaño, fue una verdad sensible y social que cierta percepción política no pudo registrar. Las fuerzas anti-todo pusieron un Presidente.  Durante estos años, ocurrió algo similar: ni los discursos sobre el emprendedurismo y la meritocracia, ni los análisis de lo que dicen los ‘intelectuales’ del Gobierno sobre ellos mismos, ni las investigaciones sobre el rol de los medios pueden explicar de qué modos se soportó el ajuste. En este 2019 electoral esas fuerzas anti todo –vía ajuste, implosiones, endeudamientos y violencias varias– son aún más densas e imprevistas. Si los “subsidiados nos abandonaron”, como se puede desprender de la lectura atenta de Sinceramente –y de los últimos movimientos autocríticos del peronismo–, también pueden hacerlo “las víctimas de los tarifazos y la inflación”. Si no se oye el tenue llamado a investigar los nuevos odios y las nuevas dinámicas sociales se corre el riesgo de seguir ignorando los modos de vida de las grandes mayorías. Otra derrota electoral ‘incomprensible’ y sorpresiva sería el golpe final para esa Argentina plebeya que suscitó tantas corrientes históricas de odio y revanchismo.