De Moscú a California


Conociendo Rusia con dibujos animados

La historia de Rusia se puede leer en clave animada. Lejos de los prejuicios que se reavivaron con la llegada de la vacuna Sputnik V, los dibujos realizados en Moscú dialogaron y se construyeron en espejo mirando a Occidente. Desde los primeros trabajos durante el zarismo al fenómeno viral de Masha y el Oso, Tomás Eliaschev repasa una tradición que mezcla folklore, política y el mundo Disney.

Rusia está en primera plana. La llegada de la vacuna Sputnik V al país derivó en discusiones que remiten a los tiempos de Rocky e Iván Drago. La obsesión de meter la “grieta” en todos lados actuó en un terreno allanado por el desconocimiento que existe sobre la historia y el presente del gigante europeo-asiático. Hoy, la rusofobia se pasea por los medios. 

 

Si revisamos la información que nos llega desde Moscú, veremos que su principal embajadora es un dibujo animado. Se trata de la hiperactiva Masha, una niña que vive en Siberia y tiene por mejor amigo a un oso jubilado del circo, paciente, laborioso y bonachón. “Masha y el Oso” es casi un movimiento internacional: tiene seguidores en más de cien países y uno de sus capítulos está entre los diez videos más vistos en la historia de las redes. 

 

Las aventuras de la inocente niña preocuparon al periódico inglés de The Times, que en 2018 publicó una crítica acusando al show de ser propaganda para el presidente Vladimir Putin. La respuesta mordaz de la embajada rusa en el Reino Unido no tardó en llegar: en su cuenta de twitter se preguntaron si abrirían un centro anti-dibujitos en algún lugar del Báltico o si incluirían en la lista de sanciones de la Unión Europea a los animadores. Detalles como el gorro militar con una estrella roja que Masha se pone en “No traspasar”, o que su amigo oso tenga en su biblioteca un libro titulado “La batalla de Moscú”, en referencia la victoria de la Unión Soviética sobre los Nazis, irritan a los nostálgicos del macartismo.

 

¿De dónde sale la aprehensión a lo ruso? Para Claudio Ingerform, investigador y docente de la UNSAM, se trata de un proceso de siglos: “La campaña anticomunista patina hacia un racismo antiruso, es terreno resbaladizo entre lo político, étnico y cultural. Esto viene de Europa, donde desde el siglo XVI los miraron con desdén: los consideraban bárbaros, en el sentido griego, despreciativo”.  En los siglos XVIII y XIX, una corriente de diplomáticos y viajeros describieron a Rusia como el otro cultural opuesto a Europa, uno más cercano a China o India que a Europa. Ese rechazo se reactualizó y potenció con la herencia de la Guerra Fría, aunque en Argentina el conflicto suene más lejano. “Comparado con Europa o Estados Unidos, Rusia no tuvo en el país un papel históricamente demasiado importante. Es natural que la gente desconozca y desconfíe”, explica.

 

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El investigador de la UBA Martín Baña explica que “el contacto entre Occidente y Rusia siempre fue mucho más estrecho de lo que aparenta, siempre hubo diálogo”. Y enumera una serie de datos que van desde los arquitectos italianos que construyeron el Kremlin hasta Elton John tocando en Moscú en la época soviética. “Se construyó la idea de que era una entidad cerrada, gris, donde se hacía lo que decía el líder. Pero la mayoría de los ciudadanos tenía acceso a bienes culturales, a veces oficialmente, otras veces por otras vías”, dice.

 

Esto no quita que haya sido un régimen autoritario, con campos de trabajo forzado, al que nadie quiere volver. Aunque, aclara, Putin no tenga nada que ver con el comunismo: “Aplicó políticas neoliberales en lo económico y conservadoras en lo cultural, al estilo Trump o Bolsonaro. En la actualidad hay una reivindicación permanente del pasado, desde la fundación del principado de Moscú, en el año 862, pasando por los primeros zares, el Imperio y la URSS, hasta llegar a la actual Federación Rusa”, precisa Baña. 

 

Esta reivindicación histórica se ve con claridad en “Masha y el Oso”. La serie, creada en 2009 por el geólogo Oleg Kuzovkov, se inspira en los personajes de un cuento folclórico. La estética incluye elementos como un samovar o electrodomésticos de estilo soviético que decoran la casa del oso en el bosque. Cuenta con animación digital de alta calidad, guiños a la cultura occidental y referencias a Hollywood.

 

La gran calidad de “Masha y el Oso” no nace de la nada; en Rusia existe una gran tradición animada. La historia de la niñita y su antropomorfo amigo ya había sido adaptada a la animación en otras oportunidades. En 1960, el director Roman Kachanov realizó Mashenka i medved a partir de la técnica de stopmotion, es decir, animación basada en fotografías de objetos reales -en este caso muñecos- que al ser compaginadas generan la ilusión de movimiento. 

 

Kachanov es el creador de la animación rusa más popular: Cheburashka (1969), del estudio Soyuzmultfilm. La tira está basada en las obras del autor de literatura infantil Eduard Nikolayevich Uspensky, y narra las aventuras de una tierna criatura, a mitad de camino entre un osito y un monito, que canta de manera dulce y melancólica junto a su amigo Gena, un cocodrilo vestido de levita y sombrero que toca el acordeón. El personaje de Cheburashka es tan icónico que lo han llamado “el Mickey ruso”. 

 

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La historia de la animación rusa se inició en la época de los zares y tuvo dos pioneros. Uno fue el coreógrafo y bailarín Aleksandr Shiryaev, que hizo las primeras animaciones con marionetas para estudiar los movimientos de la danza. El otro, el biólogo Vladislav Starevich, hizo lo propio con insectos, filmando dramas románticos protagonizados por cucarachas. 

 

Con la Revolución Bolchevique la animación tomó un nuevo giro. Se desarrolló el agitprop, la propagandización de ideas comunistas a través de los medios de comunicación, y algunos cineastas utilizaron los dibujos para reírse de los burgueses y de la curia. Es el caso de Dziga Vertov, creador del “Cine-ojo”. 

 

A partir de 1925 se destacaron las hermanas Valentina y Zinaida Brumberg. Entre sus creaciones durante los primeros años bolcheviques de agitación y propaganda aparecen El chico samoyedo o China en llamas, realizada junto al padre de la animación rusa Ivan Ivanov-Vano. La fuerte presencia femenina es uno de los ejemplos del avance de las mujeres en los primeros años soviéticos. El cine, y particularmente la animación, fueron herramientas para dar la batalla cultural en un país que estaba cambiando desde los cimientos y en donde las masas eran mayormente analfabetas. 

 

La ruptura de la república de los soviets con el statu quo de la burguesía y su denuncia al imperialismo no impidió que se produjeran numerosos cruces entre un lado y otro de lo que después se conoció como la cortina de hierro. En 1930 Walt Disney recibió en sus oficinas a su amigo Sergei Eisestein, el director del Acorazado Potemkin. El cineasta revolucionario tenía una gran admiración por el padre de Mickey Mouse. Tres años más tarde, los rusos enviaron a sus expertos a los Estados Unidos a estudiar cómo trabajaban los estudios Disney y Fleischer. 

 

Poco después, en 1936, se produjo un hecho clave: la fundación del estudio Soyuzmultfilm. Polina Lazar, traductora y difusora de la cultura rusa, reconstruyó sus primeros años en la charla virtual que dió en junio pasado para la UNSAM: “Walt Disney envió un rollo de película al Festival de Cine de Moscú donde presentaba cortometrajes con Mickey Mouse. En la ola de este interés, se fundó el estudio Soyuzmultfilm. Su primer trabajo fue lograr el desarrollo técnico occidental; en 1952 crearon un análogo de la cámara multiplano de Disney y desde entonces dominaron todos los métodos de animación clásica. Incluso inventaron otros nuevos, como la ‘esponjosidad’, efecto que puede verse en ‘El gatito’”, detalló 

 

Lazar nació en Komsomolsk del Amur, en el este de Rusia, y reside en Argentina desde hace años. En su presentación, brindó un detallado panorama de la historia y el presente de la animación rusa y su vínculo con el folclore popular: “Vladimir Propp -investigador de los cuentos de hadas ruso- decía que el ‘cuento de hadas’ ruso contiene algunos valores eternos e inagotables. El cuento de hadas literario o de autor ruso es un género épico literario en prosa o poesía, basado en la tradición de los cuentos populares rusos. Combina la identidad del autor y las tradiciones populares”.

 

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Una de esas animaciones vinculadas al folklore es El caballito Jorobado. El director Ivanov-Vano la estrenó en 1947, tomando como referencia un poema de Pyotr Pavlovich Yershov inspirado en un cuento de hadas ruso. Disney apreciaba tanto esta película que solía mostrarla a sus animadores y artistas para que aprendan las técnicas de los rusos. Ivanov también admiraba a Disney, aunque no quería una “disneyzación” de las obras soviéticas.

 

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Alejandro González vivió muchos años en San Petersburgo y está casado con una mujer rusa. Antes de convertirse en sociólogo, traductor y especialista en el mundo eslavo, lo habían atraído las obras provenientes de Europa del Este, que vió en el mítico programa “Caloi en su tinta”. Para él, la Rusia moderna se construye sobre el diálogo con Occidente: no existe una esencia intacta que Europa pueda contaminar. En ese intercambio tuvo un papel clave la literatura: “En el siglo XVIII Pedro el Grande fundó San Petersburgo y sacó a su pueblo de su condición uterina, esteparia. Ahí nació la literatura rusa. Con ella, los rusos empezaron a pensar su lugar en el mundo. Al no haber instituciones de la sociedad civil que mediaran entre el zar y los siervos, era el único lugar de circulación de ideas. Se preguntaron si eran europeos o asiáticos; un interrogante que llega hasta hoy y se ve en la disputa entre occidentalistas y eslavistas.”

 

Con sus hijos suelen ver “Cheburashka” y “Masha y el Oso”. “Los dibujos animados soviéticos 

tienen otra temporalidad, otro ritmo y otro tipo de conflictos. No hay un personaje central y hay más colaboración. Los personajes son más frágiles. Los occidentales están más centrados en la competencia”, reflexiona.

 

Muchas de las creaciones se pueden analizar en espejo con obras que se masificaron vía Disney. Algunos ejemplos:  

 

-“Pinocchio ruso” tiene dos versiones. La llave de oro (1939), de Aleksandr Ptushko, está hecha en base a animación stopmotion y actuaciones. La segunda, La aventuras de Buratino (1959), fue dirigida por Ivanov-Vano. Ambas se basan en Las aventuras de Buratino, la llave de oro, la reescritura que hizo Aleksey Nikolayevich Tolstoy sobre Pinocchio.

 

-“La Blancanieves rusa”: El cuento de la princesa muerta y los siete caballeros (1951) está inspirada en un poema de Aleksandr Pushkin en el que recupera el folklore de su país. El fundador de la literatura rusa contó una historia que remite a un clásico de los hermanos Grimm: Blancanieves y los siete enanitos.

 

-“La Princesa y el sapo rusa”: La princesa rana (1954), de Mikhail Tsekhanovsky, es una adaptación del cuento popular de Alexander Afanasyev, que tiene similitudes con la historia que recopilaron los hermanos Grimm en Alemania. 

 

-“Frozen ruso”: La Reina de las nieves (1957), de Lev Atamanov, se basó en el libro de Hans Christian Andersen. Fue traducida a varios idiomas. 

  

-“Sirenita rusa”: Rusalochka (1968), de Ivan Aksenchuk, es una adaptación del clásico de Andersen, que a su vez también tiene su versión en el folclore eslavo. 

 

-“Cenicienta rusa”: Zolushka  (1979), también de Aksenchuk, que dirigió su propia versión animada de la historia de Charles Perrault.

 

-“Winnie the pooh ruso”: en 1969, los rusos versionaron el libro del inglés A.A. Milne y las aventuras del oso adicto a la miel y de sus amigos el chanchito Piglet y Tiger

 

-“El ‘Tom y Jerry’ ruso”: en la serie “¡Me las pagarás!” el gato es reemplazado por un Lobo matón con onda, y el ratón por un Conejo de pestañas largas. Este dibujo fue uno de los más populares en Cuba, donde durante muchos años pasaron “muñequitos rusos” en lugar de los clásicos estadounidenses habituales. 

 

Por último, la obra más elogiada y premiada de la animación rusa: El erizo en la niebla (1975) de Yuri Norstein. La importancia de Norstein es tal que Hayao Miyazaki, el animador vivo más prestigioso del mundo, lo considera su maestro. Que el genio japonés haga una afirmación semejante da la pauta definitiva de que hay mucho para investigar. 

 

Estas líneas son apenas una introducción al mundo de la maravillosa animación rusa, un punto de fuga que nos lleva lejos del binarismo hostil, más allá de las “cortinas de hierro” mentales. Existieron -y existen- múltiples filtraciones y diálogos entre uno y otro lado del “muro”. No se trata de dos realidades paralelas, sino de un juego de espejos y de intercambios animados.