Los cuadros que Macri reclutó en las ONG y las fundaciones presentan un rasgo curioso: se supone que representan uno de los mayores atractivos de PRO (la gente nueva que se mete en política), pero muchas veces generan choques y rechazo dentro del partido, en especial durante sus años de formación. «Tienen una idea de gestión inviable», desaprobó un dirigente radical. «Se creen muy formados, pero en realidad no entienden nada». Otro líder, de origen peronista, los fulminó: «A estos muchachos les falta calle… Hay algunos muy buenos, pero a la mayoría les falta para jugar en primera».
Los criticados, en cambio, no aceptan las faltas que se les imputan. Valoran de modo muy positivo su despertar político tan reciente. No se consideran responsables de lo que pasó en el país antes de 2001. Se ven a sí mismos como extraños a la política, que llegan para aportar sus saberes y su compromiso moral. Enarbolan las banderas de la ética y la transparencia.
Acaso a los dirigentes de larga data les molesta menos la ingenuidad de los nuevos, o su desconocimiento de los ardides complejos del poder, que su tendencia a suponerse libres de mácula y asumirse como fiscales de sus compañeros mientras escalan posiciones a gran velocidad. «Quiero mucho a la mayoría de ellos», matizó una de nuestras entrevistadas vinculada a la facción de derecha, «pero algunos empezaron a militar anteayer y ya están a los codazos, queriendo sacar a muchos que se prepararon y aportaron durante años».
Lo cierto es que, sin discutir sus méritos, los políticos con experiencia no se pueden presentar en público como el nuevo rostro de la política. Y a Macri le importa esa postura.
Además, no se trata sólo de lograr que las personas preparadas en las usinas de ideas o las ONG se metan en política, sino también de quebrar la tendencia a segregarse de los partidos, que mostraban muchas de las organizaciones de la sociedad civil hasta que se las comenzó a incorporar al armado macrista.
Algunos dirigentes peronistas llaman a los nuevos, en privado, PRO puros: algo así como los pura sangre del partido.
Algunos de estos PRO puros carecen de capacitación profesional, pero se han formado en la práctica de la beneficencia, como Carmen Polledo. La esposa del empresario Fernando Polledo trabajó como voluntaria en la Cooperadora de Acción Social (COAS) durante más de treinta años. Como mujer característica de las clases acomodadas porteñas, tiene tres hijos (una de ellas vive en los Estados Unidos) que la convirtieron en abuela antes de los cincuenta años. Vive con su marido en un departamento frente a la Embajada de Gran Bretaña. Su ingreso a la beneficencia en hospitales públicos forma parte de la carrera moral de ayuda a los más necesitados propia de su sector social.
Polledo realizó una labor de voluntaria paciente y esforzada. La ex presidente de COAS, Daisy Chopitea, le propuso que la sucediera. Corría el año 2000, días de crisis social y pronunciada caída económica. Cuando la reeligieron por un segundo período, PRO ganó el gobierno de la ciudad: poco le costó abrazar su cercanía social, moral e ideológica con la agrupación.
Desde el comienzo se sintió bien junto a Michetti. En abril de 2009, junto con otras dirigentes de COAS, se reunió con la entonces vicejefa de Gobierno de la ciudad, quien encabezaría a los candidatos a diputados nacionales de PRO en las elecciones legislativas. Antes de que terminara el encuentro, Michetti preguntó si alguna quería participar en política. «Yo dije que sí», comentó Polledo al diario La Nación. «Enseguida me fui de viaje, y cuando llamé a mi casa para decir que había llegado bien me dijeron: “Está saliendo en los diarios que vas a ser candidata”. Les dije: “Qué buena noticia, porque yo todavía no sé nada”. Y ahí se precipitó todo». Reunión con Macri, discurso sobre la importancia de comprometerse —de meterse en política—, ofrecimiento de la candidatura, consulta con su familia. Dio el sí. PRO era un espacio cercano.
Desde entonces, ha intervenido como una de las voces principales de PRO puros en la Legislatura. En ocasión de las elecciones de 2013, se consideró la posibilidad de que encabezara la lista para legisladores; si bien Macri se inclinó por la imagen juvenil y décontracté de Iván Petrella, Polledo logró su reelección. En diciembre asumió la jefatura del Bloque de PRO en la Legislatura.Meterse en política le dio frutos.
Otros PRO puros —un grupo quizá más fuerte— llegaron desde el Tercer Sector. Luego de recibir sus diplomas de grado, y en muchos casos de posgrado, en carreras sociales y humanas, iniciaron su vida laboral en los noventa, en centros de estudio, fundaciones y think tanks. Aportan a PRO un saber hacer orientado a la eficiencia y basado en el profesionalismo, sin abandonar por eso la dimensión sensible de la ayuda social y la preocupación por los pobres, que caracteriza su mirada de los sectores populares, desde arriba.
Estos hombres y (sobre todo) mujeres se concentraron en los estudios durante su juventud, aunque observaban la política partidaria con distancia. Quien no alfabetizó en villas, brindó asistencia en comedores escolares o colaboró en la reinserción de chicos de la calle, por lo general en organizaciones aledañas a la Iglesia católica, donde muchos militaron en su juventud. «Era como hacer política, ¿no? Trabajabas todo el día por la gente…», nos contó una de nuestras entrevistadas. «Ahora ya no tengo tanto tiempo para hacer trabajo solidario, y eso me da pena».
Contra sus resquemores sobre los partidos, se incorporaron a PRO con la convicción de que se trataba de un espacio que les permitiría cambiar la política desde adentro: empujar a los que debían dejarla y convocar a otros que —como ellos mismos— escucharan el llamado de la solidaridad y quisieran trabajar para hacer una diferencia. «Siempre estuve convencida de que es necesario involucrarse, que había que estar para no permitir que llegaran otros que sólo venían a llenarse los bolsillos», comentó una funcionaria. «Cuantos más de nosotros estemos convencidos de hacer la transformación, menos espacios le dejamos al que desprestigia la política».
Buena parte de ellos desembarcó en 2002 en el incipiente proyecto de Macri, desde el Grupo Sophia, por iniciativa y decisión de su jefe, Rodríguez Larreta.
En los años noventa, distintas organizaciones como Sophia o el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC) captaron con habilidad a estos jóvenes interesados por las cuestiones públicas y, a la vez, desapegados de los líderes partidarios. El objetivo de estas fundaciones y usinas de ideas —algunas con fuerte influencia neoliberal— se centraba en formar cuadros para cambiar el modo de hacer política en la Argentina.Reclutaban estudiantes universitarios avanzados de Ciencias Sociales, Economía y Derecho, y les ofrecían un espacio de formación no academicista, a medio camino entre el voluntariado y la profesionalización, donde producir recomendaciones de políticas públicas. Mientras terminaban sus estudios de grado o comenzaban sus especializaciones, estos jóvenes producían trabajos que generaban impacto, sobre todo en los medios, y servían a los tomadores de decisiones.
Si se destacaban como colaboradores solían recibir una recomendación que les abría las puertas a distintas reparticiones del Estado; en el caso del Grupo Sophia, por medio de Rodríguez Larreta. Su formación culminaba en la práctica de la política pública: se convertían en cuadros técnicos. Aun independizados por el reconocimiento de su valor, solían responder a la fundación o a los referentes que los habían apadrinado.
La lealtad no se limita a la gratitud. Se trata de una perspectiva compartida: la necesidad de que los profesionales, y no los dirigentes criados en los partidos, se encarguen de diseñar e implementar las políticas de Estado.
Pocos dudaron ante la oferta de sumarse a PRO, un partido nuevo cuyo líder valoraba los saberes profesionales por encima de la experiencia política. En la medida que quienes comandaban las fundaciones —como Rodríguez Larreta— se acercaron a Macri, quienes se habían formado con ellos percibieron su incorporación a PRO como un paso natural.
Un ejemplo emblemático es el de María Eugenia Vidal. La actual vicejefa de Gobierno de la ciudad y probable aspirante al cargo máximo en la provincia de Buenos Aires en 2015, llegó desde Sophia y ascendió con la rapidez de todos los profesionales PRO puros eficientes y sensibles.
Nació en 1973 en el barrio de Flores, hija de un cardiólogo y una ex empleada bancaria. Del colegio católico pasó a Ciencias Políticas en la Universidad Católica Argentina (UCA), donde conoció a su esposo, Ramiro Tagliaferro (diputado provincial en 2007 por el sello Unión-PRO, luego cercano al duhaldismo, y desde 2013, concejal en Morón por la lista de Sergio Massa). Mientras estudiaba, Vidal se unió a distintos proyectos cristianos; si bien no se relaciona con el Opus Dei, como sugieren sus detractores, su formación religiosa la lleva a posiciones muy firmes sobre derechos civiles. La vicejefa se manifestó contra la legalización del aborto, incluso en casos de ataque sexual: «Aunque la violación me parece un delito aberrante, el fruto, o sea, el bebé, no tiene por qué sufrir las consecuencias», declaró en 2007.
Rodríguez Larreta la convocó entre los primeros que formaron el Grupo Sophia. Vidal aprendió a diseñar, formular y evaluar programas, en particular sobre transferencias de ingresos, seguridad alimentaria y protección de la niñez. Acompañó al actual jefe de Gabinete de Macri en varias escalas en la función pública: la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSeS), el Ministerio de Desarrollo Social de la nación y el Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados (PAMI, por las siglas del antiguo nombre, Programa de Atención Médica Integral). Al mismo tiempo, cumplió otros encargos en municipios, provincias y dependencias del Gobierno nacional. En el año 2000 tomó a su cargo el Área de Desarrollo Social de Sophia y poco después se integró a los grupos de trabajo que darían origen a la Fundación Creer y Crecer, desde la cual se impulsó la candidatura de Macri.
Desde 2003, como directora de la Comisión de Mujer, Infancia, Adolescencia y Juventud de la Legislatura, desarrolló actividades que había practicado en Sophia: evaluó proyectos, coordinó investigaciones y trabajos de campo, y monitoreó y evaluó los programas sociales del Gobierno de la ciudad. Cuatro años después, Macri ganó el ejecutivo porteño y ella renovó su lugar en la Legislatura como tercera en la lista. Pero Macri había decidido convocarla como ministra de Desarrollo Social, a instancias de Rodríguez Larreta. Como estaba embarazada, Vidal demoró unos meses en asumir el cargo, que Esteban Bullrich, todavía dirigente de Recrear, ocupó en su reemplazo.
Muchos reconocen la capacidad de trabajo de Vidal; no obstante, su gestión ministerial se deslució en ocasiones. Le faltó capacidad para negociar bajo tensión social y no logró evitar escaladas de conflictos, como en dos episodios de ocupaciones de tierras y viviendas, en el Parque Indoamericano y en el Parque Avellaneda.
En ambos casos, cientos de personas en situación precaria ocuparon espacios públicos, deteriorados y descuidados, que pertenecían al Gobierno de la ciudad. En ambos casos fallaron las medidas que podrían haber prevenido los hechos, como políticas de control periódico. Y en ambos casos, una vez desatados los conflictos, se tomaron decisiones contraproducentes y se desencadenaron hechos de violencia seguidos de una represión policial que dejó muertos y heridos.
Vidal siguió el método de Macri: descargó la culpa en el Gobierno nacional. «Es un problema del Gobierno de la ciudad, pero también del nacional. Si se llegó a esta situación [una nueva toma] fue porque no hubo avances ni se pudo articular el diálogo entre ambas gestiones», dijo durante el conflicto en el Parque Indoamericano.
Sus opositores políticos atribuyeron los problemas a la inoperancia de Vidal, a la actitud beligerante de otros cuadros de PRO (señalaron a Ritondo) y a la mirada clasista de Macri, quien hizo comentarios xenófobos contra los ocupantes de los terrenos y, de modo más amplio, contra lo que llamó «una inmigración descontrolada».
Pese a los infortunios en la gestión de Vidal, en 2011 Macri la definió como «la mejor ministra» de su Gabinete y la eligió para que lo acompañara en la fórmula electoral. La noticia sorprendió a quienes habían atendido los rumores que ubicaban como vicejefe al radical Hernán Lombardi; también a otros asesores que preferían al peronista Santilli. Se comentó que Larreta ejerció presión para imponer el nombre de Vidal y Macri evaluó conveniente que lo acompañara alguien con un perfil menos político, con la dimensión de sensibilidad social que había funcionado en 2007 con la candidatura de Michetti.
Y de manera similar a lo que sucedió con la anterior vicejefa, pronto comenzaron las especulaciones acerca de los destinos políticos ulteriores de Vidal. Tanto apareció en los medios que casi se podía creer que ella, y no Macri, gobernaba la ciudad. Se trataba de un esfuerzo por superar la concentración de cuadros en un distrito, un gran problema para este partido al que le cuesta hacer pie en otros; entre ellos, algunos importantes como la provincia de Buenos Aires. Pero si Michetti se resistió a ruegos y exigencias de presentarse como candidata de PRO en la provincia de Buenos Aires, Vidal se decidió muy pronto a dar el sí.
Costó poco convencerla. Hace tiempo que la vicejefa vive con su marido en Castelar, en el oeste bonaerense, y ambos se han involucrado en la política del distrito de Morón.
Ella, además, cuenta con una base propia que comenzó a generar desde Desarrollo Social, con un trabajo territorial orientado sobre todo a los jóvenes. Su jefe de Gabinete, Federico Salvai (esposo de su reemplazante en el Ministerio, Carolina Stanley), comanda la organización de Vidal, llamada La 24.
Y, acaso lo más importante, la vicejefa se considera un soldado de Larreta y de Macri, y se manifiesta dispuesta a competir en el lugar que se le designe. Ocupar la gobernación en La Plata excede sus recursos, cree, pero confía en sumar votos para ayudar a una eventual candidatura presidencial de Macri.