Les Fernández


Arremangarse

El anuncio del binomio Alberto Fernández-Cristina Fernández para competir en las PASO modificó por completo el escenario electoral. La fórmula pretende una amplitud capaz de dialogar con infinidad de sectores postergados por la crisis que se acelera. No solo con gobernadores, operadores y el "círculo rojo". La unidad pos grieta no podrá ser pensada como un lugar de armonía, con todos de acuerdo ni con el mito del Pacto de la Moncloa. La unidad requiere que el proyecto político ordene la articulación de heterogeneidades.

En el amanecer del 18 de mayo los argentinos y el mundo quedaron estupefactos ante algo que sucede muy excepcionalmente: un movimiento magistral de la estrategia política y electoral. ¿Cristina cambió? ¿Es la misma? ¿Entendió por qué perdió? ¿Aprendió? ¿Es verdad cuando dice que lo único importante es que un nuevo presidente, con otro modelo de país, se siente en el sillón de Rivadavia el 10 de diciembre?

Las dudas se evaporaron en un segundo. Bueno, para los más pacientes en un video de doce minutos. Para otros en un tuit. Pero al tuit no le creyeron. Explotaron llamados, se saturó el Whatsapp, se discutió en cada lugar cada minuto. Hasta que se asumió que es realidad la candidatura de Alberto Fernández y Cristina Kirchner.

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¿Cómo se explica esta decisión trascendental que modifica el mapa político argentino y que puede transformar el futuro del país? Hay que seguir de cerca las palabras de Cristina en el video y los contextos a los que alude. ¿Cuál era el desafío? ¿Ganar una elección? Claramente no. Es mucho más. Se trata de construir “una coalición electoral no sólo capaz de resultar triunfante en las próximas elecciones” (textual del video publicado por la ex presidenta en la mañana del 18 de mayo).

La Argentina ya no aguanta otra frustración, de ninguno de sus partidos. No sólo no aguanta otro triunfo de “Cambiemos” que ahora debería llamarse, en honor a la lengua castellana, “apretemos el acelerador” (hacia el abismo). Para la oposición, el punto no es ganar. Porque ganar sin estrategia de articulación de heterogeneidad, sin capacidad hegemónica, podría llevar a una frustración tan grande como la que emerge de una estafa. Veamos: después de la derrota de 2015, el peronismo, el kirchnerismo y muchos otros pueden ganar en sólo cuatro años. Sin embargo, si estallara una nueva frustración, después las nuevas posibilidades serían mucho más lejanas.

“Venezuela”, como agita el antikirhnerismo, nunca fue el deseo de Néstor o Cristina Kirchner. Perdieron en 2009, 2013, 2015 y a rajatabla respetaron la decisión de las urnas. Venezuela es lo que soñaban los antikirchneristas en armarle a un gobierno de Cristina ahora. En una región con Bolsonaro, Piñera, Duque y un mundo con escaso margen de maniobra, Alberto Fernández como candidato a presidente enterró para siempre esa discusión absurda.

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Cristina podía presentarse como candidata a presidenta porque estaba creciendo en las encuestas. Y también porque según la Constitución Nacional vigente es inocente hasta que se demuestre lo contrario (no tiene una sola condena). Crecía incluso en lugares difíciles para ella, como Santa Fe y Córdoba. En la mayoría de las provincias, a través de gestiones de Alberto Fernández, había dado pasos muy concretos para lograr la unidad de la oposición.

Se trata de gobernar una Argentina otra vez en ruinas. No hay imitaciones de la falacia macrista de “dejar lo que está bien y cambiar lo que está mal”. Hay que reconstruir todo, de a poco, paso a paso. La pregunta no era “qué pensás”, “quién te gusta o te disgusta”, sino “¿estás mejor o peor?”. Y salvo los los lebaquianos, lelicquianos y compradores de bonos, todos perdieron en Argentina. Acaso, fuera de los timberos, ¿quién ganó en estos cuatro años en el país? Yo no conozco a uno solo: ¿usted?

Entonces, la clave de todo está en mirar más allá del ballotage. Muchos creen que la elección es de vida o muerte. Y quien suscribe, lo suscribe. Pero, atención, es sólo el primer problema para llegar al desafío mayor. La unidad no es, textual, “sólo para ganar una elección, sino para gobernar”.

Con lo cual no es una unidad oportunista para después arrojar a los leones la lista de acusados de “traidores”. Léase con atención esta frase: “La coalición que gobierne va a tener que ser mucho más amplia que la que haya ganado las elecciones”. Es cierto que a veces -no fue este el caso- a Cristina le gusta hablar extenso. Pero creo que aún más cierto es que siempre sus adversarios, y a veces sus seguidores, la escuchan bastante poco. Véase lo que dice: ella viene trabajando hace tiempo para ampliar la unidad. La decisión de la fórmula presidencial es ampliar. Pero el 10 de diciembre la ampliación deberá continuar y ser mayor. No se trata de ganar para homogeneizar. Eso no funcionó. Ahora el cambio es general. ¿Hay que tomar en serio que hoy, en mayo, Cristina cree esto? Por supuesto que sí. No se ganan elecciones diciendo que se seguirá ampliando después. Ella define algo crucial: su decisión no es para ganar y después aplicar el plan fantaseado por periodistas delirantes venezolano-céntricos. Su decisión pretende trascender la elección. Porque, si no, la elección misma carecería de sentido.

Para gobernar hay otra cuestión decisiva. Que “aquello por lo que se convoca a la sociedad pueda ser cumplido”. Moderar las expectativas de un sector social que no termina de comprender la realidad económica macrista y el catastrófico encadenamiento de la deuda externa. Hay quienes creen que gana Alberto/Cristina y en el primer día de gobierno de Fernández/Fernández suben todos los salarios, se vuelve por pura voluntad a la economía de 2015, entran mil científicos por año al CONICET y la mar en coche. No es así. Se destruyó muy rápido. Hay que reconstruir. Esta fórmula envía un mensaje en ese sentido. “No se trata de volver al pasado”, textual. Los adversarios se tomarán a la chacota esa frase, dirán que es mentira. ¿Qué más podrían decir? Nada. El desafío es si “los propios” siguen o no su razonamiento. Es complejo. Incluye, como muestra en su discurso, el contexto internacional. No está Lula, ni Chavez, ni Correa. El mundo es mucho peor que en 2003 para un proyecto nacional. Mucho más desafiante. Es imprescindible la mayor de todas las unidades posibles. Con todo su orgullo por lo hecho, “el mundo es distinto y nosotros también”. Si, como piensan sus enemigos y odiadores, fueran frases de campaña, la catástrofe sobrevendría en diciembre. Pero en realidad son un giro copernicano para la política argentina.

¿Por qué? Porque no hay gobiernos sin heterogeneidad y por lo tanto sin distintas visiones. No hay gobierno sin disputas y conflictos. Pero fortalecer y potenciar la capacidad hegemónica implica regular esas disputas, conducirlas como suele decirse, con un ritmo y un horizonte de sentido. Quiero decir: el kirchnerismo y el pankirchnerismo seguirán existiendo, que nadie lo dude. Son la primera minoría del país. Pero el país no tiene capacidad de atravesar un gobierno sólo de una minoría. Necesita una nueva mayoría. Sin el kirchnerismo no se puede, con el kirchnerismo no alcanza. Y eso implica abrir, realmente abrir. El frente, las cabezas y la imaginación política.

Muchos que aman a Cristina y criticaron a Alberto Fernández podrán estar momentáneamente enojados. Como dijo uno de los grandes intelectuales argentinos, Pedro Saborido: el enojo puede ser emocionalmente legítimo en algunos casos, pero es políticamente inconducente. Las elecciones se ganan con estrategia. Textual de Cristina en su video: “El enojo individual nunca modificó la realidad”.

¿Por qué Alberto Fernández? Jefe de Gabinete de Néstor Kirchner (en condiciones muy difíciles) y primer Jefe de Gabinete de Cristina, tuvo con la ex presidenta serias diferencias políticas. Pero jamás (esto es muy relevante)  transformaron esas diferencias en morales. 

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Muy apreciado por muchos de los ministros de aquellos gobiernos, por gobernadores y dirigentes de toda la escala, las diferencias entre ellos se iniciaron con la célebre 125. Diez años después (ya lo he explicado en otros textos) aquel episodio decisivo puede ser leído como parte de la experiencia histórica en su doble valencia. Como el inicio de algunas medidas claves y emblemáticas, así como en las dificultades crecientes para la construcción hegemónica. Axel Kicillof con políticas específicas desde su gestión y Axel Kiciloff visitando sociedades rurales de pequeñas ciudades lo ha dejado claro para quien quiera entender a qué se refiere cuando afirma (subtítulo de su libro): “Desengrietar las ideas para construir un país normal”. Hay que tomarse los libros en serio.

Conocido por su capacidad de “armado” político, Alberto Fernández parece reunir dos condiciones muy infrecuentes. Además de extrema experiencia de gestión, es respetado por amplios sectores y tiene la confianza de Cristina. Obviamente no tiene el nivel de conocimiento todavía. Pero con Cristina como vicepresidenta (es claro que en su estrategia no tenía otra opción) se trata sólo de arremangarse. Al movimientismo peronista se le pueden hacer críticas constructivas y de las otras. Pero falta de capacidad de arremangarse no estaría faltando.

Alberto Fernández se enteró pocos días antes que el resto de los argentinos. Cristina era candidata o electora. La presentación de “Sinceramente” en la Feria del Libro fue la última experiencia que Cristina quiso hacer antes de dar por tomada la decisión. Quiso ver las reacciones ante la mención y la ubicación de Alberto Fernández. Y ambas fueron muy buenas.

La política, nunca, en ningún país, en ningún contexto, con ningún líder, fue realizar todos los deseos juntos como si no existieran el tiempo, la historia y los adversarios. Hay sectores que habían llevado la lucha contra los técnicos y el triunfo de la recuperación de la voluntad política hasta lugares absurdos. Muy peligrosos en esta coyuntura nacional. Sectores que quizás preferían “morir con la nuestra”, pero que en ese punto se distanciaban de una frase de Perón que Cristina citó: “Primero la patria, después el movimiento y después los hombres”. Y las mujeres.

Esa frase no siempre es llevada a cabo (por decir lo menos). Veremos incluso cuántos están dispuestos a imitar el ejemplo de Cristina dentro de las fuerzas de oposición. Pero “primera la patria” también tiene otra implicancia: ¿preferís que todos se conviertan a tu identidad política (cosa que jamás va a suceder) o que la gente empiece a vivir mejor? La cuestión aquí es que de las diez peleas políticas máximas que cualquier progresista o peronista puede imaginar, hoy sólo existe una alternativa a Macri: priorizar una o dos peleas, ligadas a las condiciones de vida y a la democracia, y potenciar una articulación amplia.

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A Cristina no la entienden cuando cita a Gelbard. Los más ignorantes dicen “siempre hablando de los setenta”. Los más agoreros explican que el Pacto Social fracasó. Creer que Cristina quiere aplicar cualquier receta del pasado es subestimarla intelectual y políticamente. Creer que Cristina imagina un futuro ignorante de tradiciones y experiencia histórica de aciertos y errores va directo a la colección de zonceras.

Los principales dirigentes tienen la obligación de leer los contextos. De saber qué es posible. De buscar mejorar la vida de sus ciudadanos y su pueblo de inmediato. Eso era inviable con los peronismos y la oposición fragmentada. Ahora las primeras cartas han sido echadas. Lo que se rompió se puede volver a articular. Y no será la repetición de lo preexistente. Hay muy malas noticias, ya mencionadas. Pero también hay nuevos conocimientos de la experiencia histórica y nuevos protagonismos de movimientos sociales (el feminismo, los trabajadores de la economía popular) que estarán presentes.

Textual: “Una unidad que comience a ordenarles la vida”. En los extremos hay dos errores igualmente riesgosos. La tecnocracia y el movimientismo. Uno de los desafíos del próximo gobierno será gobernar con los movimientos sociales y con gran capacidad de gestión. No hay márgenes amplios para el ensayo y error.

Ahora toca apropiarse de toda la experiencia histórica vivida en Sudamérica en este siglo y traducirla a la política concreta. A las estrategias electorales, a las formas de gobierno, a no dejar libradas áreas de gobierno a una rosca, a no construir mayorías como sumatorias de minorías. Será necesario que el próximo presidente logre dialogar con infinidad de sectores postergados por la crisis que se acelera. No solo dialogar con gobernadores, con operadores, con el círculo rojo. Los movimientos sociales y los especialistas (parte de ese conocimiento argentino) también estarán sentados en la mesa.

La unidad no podrá ser pensada como un lugar de armonía, con todos de acuerdo ni con el mito del Pacto de la Moncloa. La unidad requiere que el proyecto político ordene la articulación de heterogeneidades. Desde menos injusticia social hasta mayor igualdad, con un epicentro en defender la democracia y profundizarla.