Cuando llegaron al Hospital Italiano ese sábado, Pablo Diorio y Andrea Gancedo tenían la esperanza de que Fran, su hijo de dos años, no estuviera enfermo. Que sólo se tratara de una diarrea. Pero en la última visita al baño, Andrea había visto la sangre en el inodoro. Lo internaron un sábado para hacerle unos estudios y al día siguiente lo pasaron a terapia intensiva: ese domingo el hospital confirmó que era un caso de Síndrome Urémico Hemolítico.
La hipótesis de Andrea y Pablo era que su hijo se había contagiado en el jardín de infantes. Unos días después, los llamaron del Ministerio de Salud para saber si Fran había estado con mascotas. Sí, en el campo de su abuelo. Le pidieron, entonces, hisopar a las quince vacas, los siete perros y todas las ovejas y los conejos que hay en aquella granja de La Pampa.
Argentina es el país con el índice más alto en el mundo de casos de infección -unos 500 nuevos por año- y el grupo más afectado son los menores de 5 años. Según el Ministerio de Salud del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, el SUH es una enfermedad endémica, es decir, no es un brote, sino que en nuestro país los casos se repiten al punto de que se volvió una enfermedad propia de la época y de la zona.
Una compañerita de Fran de sala de dos, tuvo los mismos síntomas una semana antes y luego estuvo internada con cinco días de diálisis. Es por eso que Andrea y Pablo apuntaban a la hipótesis del contagio. Hoy, siete meses después, la nena todavía está a dieta hiposódica: nada de sal y nada de minerales.
Nadie sabe bien cómo fue que estos chicos se contagiaron: en la mayoría de los casos, la fuente de contagio del SUH es un misterio.
Los culpables pueden ser las hamburguesas mal cocidas, las heladeras apagadas en los supermercados, el descuido en los frigoríficos o en la propia casa. ¿Pero por qué sucede en Argentina especialmente? Una de las explicaciones más comunes dice que, dado que la Escherichia coli (la bacteria que causa este problema) es un habitante normal del recto de las vacas y que en nuestro país se consume unos 70 kilos de carne por año por persona, estaríamos más expuestos a la infección. Sin embargo, la afirmación resulta insuficiente: en Uruguay se consume casi la misma cantidad y no hay tantos casos de contagio. En países donde también proliferan las casas de comidas rápidas, la enfermedad no se propaga. Incluso hay gente que ni siquiera come carne y también se contagió. De algo se puede estar seguro y es que de alguna manera la Escherichia llega a contaminar los alimentos que consumimos, ergo: hay contacto de la materia fecal con los alimentos.
En septiembre de 2001, tres locales de McDonald´s (el de Patio Bullrich, el de Corrientes 5234 y el de Las Heras 3214) fueron clausurados luego de que se encontraran muestras de medallones de pollo cuyos análisis (realizados por el Gobierno porteño y el Instituto Malbrán) comprobaran la existencia de Escherichia coli en tres casos de comida cruda y una de comida cocida.
Días después, en pos de defender el honor del Mc Pollo, el periodista Daniel Hadad, apareció en televisión con el entonces vicepresidente de McDonald’s masticando una hamburguesa para comprobar que el ingeniero Fernández tenía razón: su salud no corría ningún riesgo y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires había actuado de forma irresponsable al clausurar los locales. Lo que Hadad y Fernández quizás no sabían es que las víctimas de la Escherichia coli son menores de entre 2 y 10 años de edad. Hadad pisaba los 40.
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El 9 de abril de 2009, el diario español El País tituló: “Argentina sufre la peor epidemia de dengue de su historia”.
Los primeros casos fueron en Charata, Chaco. El 31 de marzo se produjeron dos muertes por esta enfermedad infecciosa provocadora por picadura del mosquito Aedes Aegypti.
A pesar de que la mayor parte de las provincias tienen la tecnología para reconfirmar si había presencia de dengue, el Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas Dr. Julio Maiztegui, en Pergamino, era el único que podía realizar análisis con la capacidad de detectar, antes del quinto día de aparición de los síntomas, si un paciente estaba infectado.
El pánico por el contagio se hizo extensivo a todo el país. El Maiztegui solía recibir pocas muestras al mes. En esos días de 2009, de repente llegaron 50 mil. El laboratorio colapsó. Los gobernadores, funcionarios e intendentes saturaron las líneas telefónicas: todos querían saber los resultados. Rápido.
En Argentina, el SUH es la primera causa de insuficiencia renal en niños menores de 5 años y la enfermedad puede dejar secuelas para toda la vida como hipertensión arterial y alteraciones neurológicas.
No hay tratamiento, ni existen medicamentos para paliar la enfermedad. Tampoco hay manera de detectarlo a tiempo y los primeros síntomas son comunes a otras afecciones menos graves: el SUH representa el 1% de todas las enfermedades que empiezan con una diarrea.
En la mayoría de los casos, el paciente llega a la guardia del hospital a donde a los padres se les suele decir que lo hidraten. Suele ocurrir que se agravan los síntomas y el paso que le sigue es la internación en terapia intensiva. Pero si en ese lapso de tiempo, el médico supiera cuál es el problema y apareciera el síntoma de falla renal, el chico ya estaría dentro del centro de complejidad y se podrían mejorar las chances de intervención médica para evitar complicaciones.
¿Existe la posibilidad de crear un dispositivo que diagnostique rápidamente el SUH con una mínima intervención sobre el paciente? ¿Un dispositivo que, además, permita analizar en pocos minutos si una persona tiene dengue, chagas, VIH, brucelosis, aftosa u otra enfermedad que necesite la detección de anticuerpos? Un grupo de investigadores de la Universidad de San Martín (UNSAM) se plantearon la misma pregunta y desarrollaron un aparato al que llamaron Nanopoc.
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El Doctor Rodolfo Ugalde, fundador del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la Universidad de San Martín, murió antes de comprobar que lo que parecía un delirio podía volverse una realidad.
A simple vista, el Nanopoc es una cajita con botones. En realidad, se trata de un kit de diagnóstico. Otro kit de diagnóstico (el más conocido quizás) es el Evatest, cuyo sistema para la detección de embarazos también está hecho a base de anticuerpos adosados. El Nanopoc utiliza un sistema similar, pero mucho más complejo.
El nombre está compuesto por las palabras ‘Nano’, por lo pequeño, por la manipulación de la materia a una escala menor que un micrómetro, a nivel de átomos y moléculas; y ‘POC’ (point of care diagnostic), por el análisis rápido y en el momento.
Adentro, hay unas bolitas microscópicas recubiertas con una molécula diseñada genéticamente en la Universidad. Esas bolitas son esferas de una aleación de hierro recubiertas en silicio, de unos 100 nm, nanoscopicas también.
“Lo que nosotros hicimos fue una glicoproteína recombinante”, explica el investigador de la UNSAM Luciano Melli.
“Cuando un chico padece SUH, su sistema inmune reconoce los azúcares que recubren la bacteria y produce anticuerpos contra ella: con el Nanopoc, a partir de una gotita de sangre, de saliva o incluso una lágrima, se puede detectar ese anticuerpo. Si está, quiere decir que hay infección”.
En uno de los fermentadores de los laboratorios se fabricó una molécula proteica decorada con azúcares que hace las veces de cubierta de la bacteria. No se cultiva el patógeno, sino que se trabaja con una bacteria no patógena y manejable para así evitar que alguien se infecte durante el proceso de producción.
Como el Nanopoc, el sistema para la detección de embarazos del Evatest también está hecho a base de anticuerpos adosados. La tira reactiva (así el nombre ‘científico’ del palito que marca una o dos rayitas celestes) tiene anticuerpos absorbidos a una membrana y cuando se los moja con orina -que hace las veces de suero- detecta si hay o no hay reconocimiento. En el caso del Evatest, hay dos anticuerpos: uno que reacciona siempre contra una proteína que tienen todos los seres humanos, y otro que reacciona contra una hormona glicoproteíca que sólo se produce durante los embarazos. Los anticuerpos vienen adosados en tiras capaces de detectar un antígeno (una sustancia que desencadena la formación de estos anticuerpos y puede causar una respuesta inmunitaria) que, en este caso, es un antígeno hormonal.
Hoy, los diagnósticos para detectar infecciones están hechos por especialistas, en centros de alta complejidad, con personal entrenado, insumos caros y maquinarias complejas. El Nanopoc se trata de un tipo de equipamiento barato y robusto que puede llevarse en un maletín para hacer diagnósticos en un pueblo cualquiera sin depender de insumos, ni de fuentes de poder, ni de energía y a la vez dar una posibilidad de respuesta.
La innovación más importante a nivel tecnológico está en el tipo de molécula utilizada para detectar la toxina Shiga. Una toxina es una sustancia contaminante que producen los organismos y, cuando se habla de ‘Shiga’, se refiere a la que produce la bacteria de Escherichia coli presente en el SUH.
Esta glicoproteína recombinante presente en la plataforma Nanopoc, se desarrolló conjuntamente entre la UNSAM y la Universidad de Alberta de Edmonton, Canadá. Con la colaboración de la empresa Inmunova, la UNSAM se encargó de los anticuerpos VHH para los distintos tipos de diagnósticos, aplicado no sólo a muestras clínicas de pacientes sino también para detectar la bacteria en los alimentos. Los diagnósticos se evalúan posteriormente junto al Instituto Malbrán.
El Nanopoc representa el puntapié inicial para la generación de plataformas que benefician a muchos, muchísimos. El último beneficiario de esta larga cadena son los médicos y cualquiera de nosotros que necesite un diagnóstico: somos todos susceptibles de contraer mal de chagas, HIV, brucelosis, aftosa o alguna enfermedad que necesite la detección de anticuerpos. Pero la urgencia del diagnóstico se vuelve más patente en los casos de contagio de SUH: una enfermedad que puede matar a un paciente en cuestión de horas.
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Lo más difícil del proceso es pinchar a las llamas. Y uno podría pensar qué tienen que ver estos animales ariscos, supuestamente los más domesticables de la familia de los camélidos. La cosa es así: para poder detectar la toxina Shiga, producida por la bacteria de Escherichia coli, en la empresa Inmunova se utilizaron los componentes de una experiencia en Bélgica en la que se descubrió que los camélidos, a partir de un sistema de inmunización con un antígeno (la sustancia generadora de anticuerpos), podía desarrollarse un tipo de respuesta especial lista para ser implementada en estos kits de diagnóstico.
“Lo que hicimos en Inmunova fue inmunizar unas llamas del INTA en Castelar, porque son los camélidos más disponibles en Argentina, con un antígeno de interés que, en este caso, es la toxina Shiga de la Escherichia coli”, explica Vanesa Zylberman en tono pausado y en voz baja, como quien devela un secreto, desde una mesa en la biblioteca del edificio frente a Parque Centenario donde están ubicados los laboratorios de la empresa. “Una vez que aislamos anticuerpos de cadena pesada, hacemos una library de VHH o Nanobodies”, agrega Zylberman.
Una library está compuesta de secuencias y funciona a modo de base de datos, se trata de un archivo genético donde hay vectores, y en cada vector hay una secuencia de VHH o Nanobodies. Y un nanobody es, básicamente, un anticuerpo. Su condición de ‘nano’ indica que tiene un tamaño menor que el de un anticuerpo convencional. Los VHH o Nanobodies que desarrollaron en Inmunova a partir de la inmunización de las llamas, son los más aptos para encontrar la bacteria -al meterse en cavidades recónditas- y dar con la toxina Shiga: su eficiencia radica en que tienen la capacidad de reconocer e inhibir el efecto de la toxina y así impedir que ésta se una a un receptor, que bien puede ser el riñón o el cerebro. Además, son económicos de producir y fáciles de purificar. En definitiva, lo más difícil es pinchar a las llamas.
“Los sistemas de diagnóstico que desarrollamos con UNSAM y el Malbrán implementan estos VHH o Nanobodies en el kit de diagnóstico, pero además -independientemente del proyecto de Nanopoc-, nosotros tenemos VHH de tipo 2 capaces de inhibir la acción tóxica de la Shiga y resultan útiles para una terapia contra el SUH. Con eso se podría, eventualmente, fabricar una droga para tratar la enfermedad”, comenta Zylberman.
La idea consiste en que cuando un chico presenta la diarrea sanguinolenta, inmediatamente se le pueda realizar el diagnóstico temprano y, si resulta positivo se le ‘enchufan’ estos VHH o Nanobodies para inhibir el daño renal y así evitar derivarlo a diálisis.
- ¿Ese efecto se pudo comprobar?
- En ratones sí.
- ¿Y en personas?
- Todavía no. De ratón a persona hay un salto enorme. Todo lo que uno produce e inyecta en humano tiene que tener una calidad de producción más limpia, más validada, que no es la misma calidad de producción que lo que nosotros usamos habitualmente en el laboratorio, que la probamos en ratón. Para eso hay que hacer un lote de producción hacia afuera del país que sale muy caro para el ensayo clínico y ver en qué hospital, cómo reclutamos a la gente, probar que no sea dañino, que funcione…
- ¿Cuánto tiempo puede llevar ese proceso de validación del tratamiento?
- ¿De acá hasta que haya algún humano inyectado con Nanobodies? Y... entre dos y cinco años.
- Este tipo de investigación para tratar el SUH, ¿se está haciendo en otro lugar del mundo?
- No en VHH, pero sí en anticuerpos convencionales. Por eso nosotros estamos apurándonos y escribiendo una patente para proteger todo esto. Por lo general, se investiga para fármaco y salen también cosas para diagnóstico. En algunas enfermedades es muy importante la detección temprana porque en función de ese resultado, la medicina actúa diferente. Hay laboratorios que investigan para generar nuevos diagnósticos, pero generalmente se hace más hincapié en patogénesis y cómo luchar contra ciertas enfermedades, sobre todo endémicas como el SUH.
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Andrea dice no haber quedado traumada por la experiencia con Fran, su hijo de dos años que contrajo SUH, pero aclara que siempre cocinan bien la carne, que el baño de su departamento en Villa Crespo se desinfecta unas cuatro veces por semana, y que Fran incorporó el hábito de lavarse las manos inmediatamente cuando vuelve de algún lado.
Mientras se espera concluir con los trámites de validación y de patente para la implementación del Nanopoc, en el campus Miguelete de la UNSAM siguen trabajando para perfeccionar estrategias para el diagnóstico. Luego le seguirán las investigaciones para la fabricación de un fármaco para tratar la enfermedad. El edificio que alberga los laboratorios es un bloque de hormigón bajo y alargado, aunque imponente y sólido. Desde afuera pueden verse unas ventanitas horizontales que permiten la entrada de luz natural: adentro se está gestando el Nanopoc, un invento que tal vez puede dar una solución definitiva al problema del diagnóstico de numerosas infecciones, no ya desde la medicina, sino desde la biología molecular, la nanotecnología y la microelectrónica. A simple vista, una cajita pero que funciona como si la hubieran sacado de un relato de ciencia ficción.