Crónica

Desaparecidos en México


Una tragedia, siempre

México y la Argentina están unidos por un lazo trágico: los desaparecidos. Los de la dictadura militar son el antecedente de los de la guerra contra el narcotráfico. La periodista Cecilia González relata cómo se dan las violaciones a los derechos humanos en escenarios políticos diferentes. Entrevista a Estela de Carlotto en su encuentro con algunos de los padres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y explica el rol del Equipo Argentino de Antropología Forense para desabaratar el intento del gobierno de Peña Nieto para cerrar el caso. Adelanto de su libro Narcofugas, publicado por Marea Editorial.

Estela de Carlotto avanza por el lobby del Hotel Hilton de Guadalajara rodeada por jóvenes que quieren sacarse una foto con ella. La presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo se detiene, sonríe, posa, charla. Es diciembre de 2014 y Argentina es el país invitado de honor de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. De Carlotto forma parte de la delegación homenajeada. A sus 84 años se ve diferente. Vital. Han pasado casi cuatro meses desde que encontró al nieto que buscó durante casi cuatro décadas y su historia ha conmovido a millones de personas en Argentina y en el extranjero.

En México su presencia toma ahora particular relevancia. De Carlotto es la imagen de la esperanza. Viene a hablar de los desaparecidos de los años setenta en Argentina frente a familias mexicanas que buscan a los desaparecidos recientes dejados por la guerra contra el narcotráfico. Son decenas de miles, pero un caso se ha vuelto emblemático: el de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa desaparecidos el 26 de septiembre de 2014.

-Claro que el contexto histórico y político en Argentina y México es diferente, pero los desaparecidos son una tragedia, siempre -me dice De Carlotto mientras la gente no deja de acercarse para agradecerle que nunca haya dejado de luchar. “No fui yo, fue un trabajo colectivo”, aclara cada vez que puede. Cuando la felicitan por haber encontrado a su nieto, la sonrisa se expande en su rostro. Antes de llegar a Guadalajara, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo hace una escala en la Ciudad de México para reunirse con familiares de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Es su primer contacto con ellos y uno de los más importantes entre organismos argentinos de derechos humanos que acrecientan su cercanía con la tragedia mexicana. Con el apoyo de HIJOS México y acompañada por madres y padres de los jóvenes desaparecidos, De Carlotto ofrece la solidaridad y la experiencia de Abuelas:

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-He estado conversando con algunos de los familiares de estos 43 jóvenes a los que el mundo entero tiene que buscar, no nos es ajeno en absoluto lo que pasa en el mundo pero nos conmueve mucho más lo que pasa en Latinoamérica, nos preocupa que estas cosas aberrantes sigan ocurriendo aun con gobiernos constitucionales. Con gran conmoción se recibió en Argentina la noticia del no regreso a su hogar de estos 43 estudiantes. Vimos cómo, al igual que lo hicimos nosotros hace 37 años, los papás, las mamás, los familiares salieron a buscarlos. Cuando desaparece una persona nos toca a todos. He conversado con familiares de los 43 y he recordado mi historia y la de mis compañeras, las Abuelas, porque también con lágrimas y sin saber qué hacer empezamos la búsqueda. Pongo a disposición nuestra experiencia, no aflojen, no desmayen. Estamos lejos geográficamente pero no en la lucha.

Mientras De Carlotto habla, algunos lloran. Al final resuena el grito “Abuelas de la Plaza, México las abraza”. Mario César González Contreras, padre de uno de los 43, le agradece “por la fortaleza que nos brindó” y promete que a pesar del dolor impresionante que tienen “no nos vamos a cansar, acá tenemos a una señora de gran corazón que nos está dando el ejemplo”. Más tímida, Cristina Bautista Salvador, madre de otro joven desaparecido, le da las gracias “por no dejarnos solos”.

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Ya en Guadalajara, De Carlotto dirá que siente una obligación moral y sentimental. “Desde afuera vamos a hacer presión internacional, pero el problema se tiene que resolver aquí”, advierte luego de recomendar a los familiares que busquen contención psicológica y apoyo legal, que no busquen venganza sino justicia. Que armen equipos y se preparen porque esta lucha es larga y no vale cansarse. Los padres de los 43 y los familiares de las decenas de miles de desaparecidos que ha dejado la guerra contra el narcotráfico en México han comenzado a andar un camino que los familiares de los desaparecidos de la dictadura argentina recorrieron en los años 70. Saben del dolor, la incertidumbre y la desesperación que mutó en resistencia, organización y trabajo permanente. Tienen mucho para compartir.

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Unos jóvenes que estudiaban para ser maestros de los más pobres entre los pobres se convirtieron, sin quererlo, en el emblema de los desaparecidos en México, porque la trágica noche de Iguala le mostró al mundo el rostro que el país había escondido durante años: el de las fosas comunes, el de los muertos sin nombre, el de las masacres masivas, el de la impunidad. La tragedia forma parte de la maraña de violencia que la injusticia social anidó en México durante décadas y que terminó de explotar con el pretexto de una guerra contra el narcotráfico en la que son cotidianas las violaciones de derechos humanos por parte de las fuerzas de seguridad del Estado, en todos sus niveles. En el caso de Ayotzinapa, las investigaciones apuntan a la connivencia de narcos con funcionarios municipales y estatales y con el Ejército. A la disputa de cargamentos de drogas, porque esta zona es ruta del tráfico de heroína.

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Cuando los estudiantes de Ayotzinapa fueron emboscados, México ya acumulaba decenas de miles de desaparecidos, pero la indignación nacional no asomaba por ningún lado. La solidaridad internacional, menos. La noche del 26 de septiembre de 2014 todo cambió. El número y perfil de las víctimas (jóvenes, pobres, futuros maestros rurales), la presencia de periodistas en la masacre, el hartazgo por el clima de violencia extrema en varias ciudades del país y las protestas inmediatas que estallaron en México permitieron que la desaparición de los 43 se convirtiera en una causa con un lema global: “Vivos los llevaron, vivos los queremos”, el mismo grito que en los años setenta lanzaron en Argentina los familiares de los desaparecidos durante la dictadura militar.

Las marchas para denunciar las desapariciones, ahora sí, fueron masivas. Y no sólo en México. En decenas de países, miles de personas salieron a las calles para acompañar a los familiares en su demanda de aparición con vida de sus hijos. En todos los continentes se replicaron inesperadas y conmovedoras acciones de apoyo con los rostros de los estudiantes como protagonistas, plasmados en cartulinas, mantas y camisetas. Con el respaldo de organizaciones sociales, grupos de familiares lograron llevar su reclamo a Canadá y  Estados Unidos y a una docena de países europeos. El mundo se enteró de que en México había desaparecidos y no había justicia. Que no eran sólo los 43. El gobierno reconocía 22 000, pero diversas organizaciones elevaban la cifra a más de 30 000 desaparecidos en menos de ocho años, bajo gobiernos democráticos. El tramo sudamericano de la caravana internacional por los 43 incluyó Brasil, Uruguay y Argentina. Aquí, la reacción social fue especialmente simbólica. Los actos de solidaridad comenzaron a los pocos días de la desaparición de los 43 y no dejaron de sorprender, porque demostraban que la militancia por los derechos humanos no distinguía fronteras.

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Diez días después de la masacre de Ayotzinapa, un puñado de jóvenes mexicanos que viven en Buenos Aires, en su mayoría estudiantes de posgrados, protestaron en la embajada de México. “Del Río Bravo al Río de la Plata, tierra y libertad”, gritaron frente a la casona del barrio de Belgrano que en los años setenta refugió a perseguidos políticos argentinos. “Compañeros de Ayotzinapa, no están solos”, prometieron a través de una manta los jóvenes que se aglutinaron en la Asamblea de Mexicanos en Argentina y que siguieron protestando en todo tipo de actos públicos, con más o menos acompañamiento, así fueran festivales de la comunidad mexicana o en las marchas del 24 de marzo en la Plaza de Mayo. Los lazos entre los dos países se fortalecieron de diversas maneras. Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, Abuelas de Plaza de Mayo, HIJOS y Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas le entregaron al embajador mexicano una carta para denunciar que el gobierno de Enrique Peña Nieto incumplía la Convención Internacional para la Protección de Todas las Personas contra la Desaparición Forzada,  que se estaban cometiendo crímenes de lesa humanidad. En las calles de Buenos Aires, estudiantes universitarios marcharon con velas por los 43. Las Madres de Plaza de Mayo pidieron por ellos en la ronda de los jueves. Alzaron la voz personajes como Adolfo Pérez Esquivel y Claudia Piñeiro, la escritora que se convirtió en una fervorosa activista de Ayotzinapa en las redes sociales. La revista La Garganta Poderosa organizó la campaña #43razones para gritar, a la que se sumaron futbolistas de Boca, River, Racing, Independiente y San Lorenzo.

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Durante 2015, en Buenos Aires, Mendoza, Tucumán, Mar del Plata, Salta, Córdoba y Rosario hubo charlas o debates, performances,  exposiciones, bicicleteadas, marchas, veladas, festivales musicales o de cine para recordar a los 43. En la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que tuvo como invitada de honor a la Ciudad de México, el fotógrafo argentino Marcelo Brodsky mostró parte del proyecto que impulsó, con el apoyo de la organización de derechos humanos Action Visual, para que fotógrafos y artistas visuales tomaran retratos de colectivos en solidaridad con los 43 en diferentes partes del mundo. El punto de partida fue una emblemática foto de los estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires desaparecidos durante la dictadura. La exposición de más de cincuenta fotografías tomadas en una veintena de países de Europa, América y Asia llegó en septiembre a Ayotzinapa, en el primer aniversario de la desaparición de los estudiantes.

Antes, la caravana internacional por Ayotzinapa aterrizó en mayo en Argentina. La formaban Mario César González Contreras, Hilda Hernández Rivera e Hilda Legideño Vargas, padres de estudiantes desaparecidos, y Francisco Sánchez Nava, un normalista sobreviviente de la masacre. En auditorios, escuelas, plazas y marchas se distinguían con camisetas blancas que mostraban el número 43 estampado a la altura del corazón y en la espalda. En el pecho tenían plasmada la foto del hijo desaparecido, iconografía que de inmediato remitía a las utilizadas por las organizaciones argentinas de derechos humanos.

En nombre de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, Nora Cortiñas marchó una tarde del Obelisco a la Cancillería, codo a codo y bajo la lluvia, con los mexicanos que en las entrevistas y en auditorios denunciaban “desapariciones forzadas”, “terrorismo de Estado” y “crímenes de lesa humanidad”, un novedoso vocabulario legal aprendido a la fuerza durante esos meses. El público argentino lo entendía muy bien. Era el mismo que utilizaron los organismos como parte del largo proceso que logró llevar a juicios y condenas a centenares de represores.

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–Nunca pensamos venir acá, tan lejos, porque no tenemos las condiciones económicas, pero menos hubiera querido venir por la desaparición de mi hijo -lamentaba González Contreras. Prefería no haber conocido nunca Argentina, ni a las Madres, ni a las Abuelas, pero tener a su hijo vivo y a su lado.

Una y otra vez los familiares de los desaparecidos mexicanos hablan de “nuestros antropólogos”. Se refieren al Equipo Argentino de Antropología Forense que los ayuda a identificar los cuerpos. Sólo en ellos confían. “Han demostrado que están con nosotros, no nos mienten como el Gobierno, hasta se han enfrentado al Gobierno cuando han dicho mentiras sobre nuestros hijos”, dice González Contreras.

El EAAF trabaja desde hace diez años en México y ha identificado a víctimas de otras masacres. Con ellos en Ayotzinapa, los familiares de los desaparecidos se sienten acompañados. Dos meses después de las desapariciones, en noviembre de 2014, el procurador Jesús Murillo Karam contó que la “verdad histórica” era que los estudiantes habían sido secuestrados por policías municipales y entregados al Cartel Guerreros Unidos. Después, los narcos los asesinaron, quemaron los cuerpos en el basurero de Cocula y tiraron las cenizas a un río. El caso estaba cerrado.

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Los antropólogos argentinos contradijeron de inmediato esta versión y denunciaron inconsistencias e irregularidades en la investigación. La firmeza, seriedad y credibilidad de los respetados forenses argentinos ayudó a que el gobierno de Enrique Peña Nieto no lograra su objetivo de dar por terminado el caso. No, por lo menos, ante la opinión pública.

El EAAF fue aún más contundente en febrero de 2016, cuando presentó un informe de 351 páginas sobre Ayotzinapa, producto de un extenso trabajo científico realizado durante más de un año por 26 peritos de seis países. El informe concluyó que no había evidencia física ni testimonial que probara que los cuerpos de los estudiantes habían sido quemados en el basurero, como seguía sosteniendo el Gobierno. Tampoco coincidían los casquillos encontrados en el basurero con las armas con las que supuestamente habían sido asesinados los estudiantes. Y los restos de las diecinueve personas que se recogieron en el lugar no eran de los estudiantes desaparecidos.

Días antes de la presentación de las conclusiones del EAAF, Estela De Carlotto volvió a México invitada por Amnistía Internacional. La organización iba a dar a conocer su informe: “Un trato de indolencia. La respuesta del Estado frente a la desaparición de personas en México”. En el Museo de Memoria y Tolerancia, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo fue muy crítica con el gobierno mexicano. Dijo que el Estado era el responsable, por acción u omisión, de los secuestros, torturas y asesinatos.

-México nos duele. Es el dolor de América Latina que aún tiene abierta la herida de los años más sangrientos de nuestra historia reciente. Los 43 estudiantes desaparecidos en septiembre de 2014 eran jóvenes que como tantos otros estaban indignados de una democracia que convive y permite la violencia más desgarradora financiada por el narcotráfico y la violencia institucional. El narcotráfico es la dictadura en México. Es el genocidio, es la violación de los derechos humanos, es el responsable de los crímenes de lesa humanidad en este país. Y es el Estado el que debe responder por su tolerancia con estos delitos que afectan, la mayoría de las veces, a los sectores más vulnerables.

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De Carlotto se abrazó después con Cristina Bautista, madre de Benjamín Ascencio, uno de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, y con Leticia Sánchez Villalobos, madre de Luis Carlos Hernández, desaparecido en el estado de Chihuahua.

En su informe, Amnistía Internacional reveló que en México se desconocía el paradero de más de 27 000 personas, muchas de ellas víctimas de desaparición forzada. “Las desapariciones forzadas en México se han transformado, lamentablemente, en algo habitual y cotidiano. Es nuestro deber unirnos en la denuncia y la demanda de justicia. La incesante ola de desapariciones que se ha adueñado de Chihuahua y la irresponsabilidad total con que se está manejando la investigación sobre la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa ponen de manifiesto el desprecio absoluto de las autoridades mexicanas por la dignidad y los derechos humanos”, denunció Mariela Belski, directora ejecutiva de Amnistía Internacional Argentina. El documento estremece. Describe la incompetencia del Estado. Su responsabilidad directa, porque en muchos casos la víctima fue vista por última vez al ser detenida por la Policía o el Ejército. Y cuando los familiares denuncian, las autoridades apelan al “algo habrán hecho” para culpar a los desaparecidos de su propia tragedia. Sin investigación de por medio, los acusan de tener vínculos con el crimen organizado, así que no merecen ser buscados. Por citar un caso concreto, Amnistía Internacional detalla las coincidencias de las 1700 desapariciones de Chihuahua, estado fronterizo con Estados Unidos: investigaciones deficientes, incompetencia, encubrimiento, falta de recursos para realizar las búsquedas y temor a los carteles.

Ante el nulo apoyo del Estado mexicano, los familiares asumen la búsqueda de sus desaparecidos. Igual que lo hicieron, en otro tiempo y en otro contexto, en Argentina.