Crónica

El registro de la historia reciente argentina


Una foto, una época

Desde 1979, Eduardo Longoni trabaja como fotógrafo documentalista. Sus imágenes de los años de la dictadura y los difíciles comienzos de la democracia fueron expuestas en más de cincuenta países y ya son parte de la memoria de los argentinos cuando hablan de esos hechos. Como forma de completar ese trabajo, decidió contar el contexto y la forma en que tomó sus fotografías más emblemáticas. Lo hizo en un libro “Imágenes Apuntadas”, editado por Planeta, y del que se presenta un adelanto.

Fotos y textos: Eduardo Longoni

 

Siempre me gustaron los libros de fotos: abrir alguno y quedarme, quizás por media hora, con la vista clavada en una misma imagen. Si se trata de un gran maestro de la fotografía, de Cartier Bresson por ejemplo, además del disfrute de apreciar su mirada trato de descubrir los secretos de la composición, la manera como construyó la imagen.

 

Con los años fui armando una pequeña biblioteca de libros fotográficos. Ellos y los consejos de mis colegas fueron mi escuela. De alguna manera, “estudio” abriendo los libros y pasando lentamente sus páginas. El cine y la literatura hicieron el resto. Y así fui formando mi mirada.

 

De los fotógrafos que me interesan leí mucho: reportajes, entrevistas, críticas. Pero varias veces sentí que me hubiera gustado, además, conocer sus vivencias en primera persona. Saber más de las circunstancias en las que apretaban el disparador; empaparme de las sensaciones más genuinas, esas que se desprenden de haber estado en el lugar (y en el momento) de los sucesos.

 

Así nació este libro. Quise contar las historias escondidas detrás de las imágenes. Desde mi primera cobertura periodística, un atentado de Montoneros durante la última dictadura, pasando por las fotografías de las Madres de Plaza de Mayo o el juicio a las juntas militares, única vez que empañé el visor de mi cámara con lágrimas.

 

Hay relatos de los alzamientos carapintadas, la mano de Dios de Maradona en el mundial de México, el ataque guerrillero al cuartel de La Tablada y los recuerdos que tengo de haber fotografiado a Sabato, Benedetti, Charly García y Mercedes Sosa.

 

O al papa Francisco en su versión “de entrecasa”, cuando no era la figura máxima de la Iglesia. También comparto mi experiencia con los monjes Cartujos, la celebración en homenaje al Gauchito Gil y el día en que Estela de Carlotto recuperó el nieto 114: su nieto.

 

Esta es la historia de un aprendizaje. Casi toda mi vida. Los relatos de un fotógrafo.

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Mercedes y Charly

Cubrir una nota con Mercedes Sosa y Charly García. Un privilegio que podía hacer valer en el diario, gracias a mi doble función como fotógrafo y editor. Fue una noche de diciembre en la casa de ella, departamento amplio sobre Carlos Pellegrini, con una vista extraordinariamente porteña hacia la avenida 9 de Julio.

 

Mercedes presidía la reunión, acomodada en el mullido sillón de su living. Su voz y su figura, como una morocha luna tucumana, transmitían paz. También una enorme autoridad moral.

 

Charly llegó acompañado de Fito Páez. Se sentó junto a ella y empezaron a hablar, un poco entre ellos, para ellos, y también para el selecto público de asistentes, managers y amigos que miraban la escena protagonizada por los dos músicos más convocantes de la Argentina.

 

El ambiente estaba cargado de jazmines y whisky del bueno, perfumes que en poco tiempo perdieron la batalla contra los cigarrillos que Charly fumaba, uno tras otro.

 

Eran tiempos del menemismo: la charla giró en torno a los shoppings que se construían en serie, al supuesto primer mundo al que estábamos por entrar mientras faltaban gasas y curitas en los hospitales del conurbano.

 

Yo estaba ahí, un poco incómodo entre el sillón y una mesita ratona llena de copas y ceniceros a tope, tratando de pasar desapercibido.

 

Pero la luz era tan baja que estaba obligado a usar flash. No me gusta usar luz artificial en mis fotos. En una de sus geniales frases, el legendario fotógrafo francés Henri Cartier Bresson sentenció que no usaba flash “por respeto a la luz”. Esta vez necesitaba contrariar a mi máximo referente en la fotografía documental... no había cómo sacar una foto sin el relámpago portátil que vuelve imposible disimular la cámara.

 

Decidí que la única manera era sentarme frente a ellos, cerca, en el suelo. Dejarlos hablar, mimetizarme con el paisaje del público variopinto dando vueltas por el living. Y disparar muy pocas veces, siempre con el flash apuntando al techo, que era blanco, de modo de difuminar un poco su luz dura.

 

Fue una noche divertida, con recuerdos, canciones a medias y a capella, un placer único. Pero también fue una noche melancólica: Mercedes estaba especialmente nostálgica por sus años de exilio.

 

Tomé pocas fotos. Cuando Mercedes se apoyó en el brazo de Charly supe que la nota estaba resuelta. Fue un instante, cuando la geometría, los gestos y el encuadre hacen nacer una foto que, uno cree, transmitirá ternura y, de algún modo, traducirá el sentido del encuentro.

 

Cuando logro capturar ese momento mágico me relajo un poco. Me quedo acechando con la cámara en el ojo por si algún otro supera al anterior. Pero ya casi no disparo. No tiene sentido.