¿Qué vidas cambia un voluntariado en África?


Un porteño en el otro Tercer Mundo

Esteban Torre es politólogo. Se fue a Londres a cursar una maestría y, al terminar, lo tentaron para hacer algo de lo que siempre había desconfiado. Igual dijo que sí. Tomó un avión eterno rumbo a Makeni, Sierra Leona, como voluntario de una ONG británica por el acceso a la educación. Impresiones de un "aboto" (extranjero en krio): la vida cotidiana en un país al que aún le toca vivir todo lo que está mal.

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1. PRÓXIMA ESTACIÓN: MAKENI

Estoy en el aeropuerto de Bruselas, escala entre Londres y Freetown, capital de Sierra Leona, destino final del vuelo, mas no del viaje. Las pantallas anuncian un retraso de 3 horas para la partida de mi avión. La demora me anticipa la bienvenida al continente africano todavía en suelo belga. El resto de los pasajeros se acercan a la puerta B40, miran los monitores, advierten el cambio y se sientan. No parecen estar molestos ni sorprendidos. ¿Será que están acostumbrados a que los horarios no se respeten?

En Freetown va a estar esperándome Alusine (desde mi oído occidental suena a nombre de mujer, pero lo googleé y aparecieron jugadores de fútbol de Sierra Leona). Iremos en auto hasta Makeni. ¿Quién es Alusine? ¿Por qué vamos a Makeni? En Makeni, ciudad importante del norte de Sierra Leona con más de 100.000 habitantes (7 millones para todo el país), está una de las sedes de Street Child, organización británica donde Alusine es coordinador operativo de voluntarios. Por el próximo mes y monedas, yo seré uno de esos voluntarios. El rol para el cual me convocaron es el de investigador, ésto supone monitorear los proyectos que Street Child está implementando en esa zona del país.

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Nunca me había imaginado teniendo una experiencia de este tipo. Siempre fui escéptico de las intervenciones que pueden hacer las ONGs en estos contextos y a la contribución que un voluntario puede hacer en tan poco tiempo. No es que haya abandonado ese escepticismo, pero despojado de algunos prejuicios, me embarco en esta aventura.

El aterrizaje en el continente africano no fue fácil. Al retraso hubo que sumarle una escala en Monrovia, Liberia. Cambio de planes sobre el pucho. El avión llegó a Freetown a las 23.30 hora local, no a las 17.50 como estaba previsto. Bastó pisar tierra para que el calor y la humedad africana me abrazaran. Atravesar migraciones no fue difícil; tampoco cambiar dinero y llenarme de leonenses (no porque fuera mucha guita, sino porque son millones de billetes) ni recuperar la mochila despachada en Londres 20 horas antes. Lo que más me inquietaba era encontrarme con Alusine; no lo conocía y una vez que atravesé la puerta de salida del aeropuerto diferentes muchachos se me abalanzaron prometiendo llevarme adonde yo quisiera. Cuando mencioné que buscaba a alguien de Street Child, me hablaron de un tal Peter, de un tal John, pero no. Yo buscaba a Alusine. Y en eso, de la multitud emergió alguien que pronunciaba algo parecido a mi nombre. Cuando vi que sostenía un cartel que decía “Street Child, Esteban!!!!!” (quizás los signos de exclamación los había agregado en el tiempo que me estuvo esperando), ya no había dudas: era Alusine.

Los primeros intercambios con mis compañeros de viaje, como era de esperar, giraron alrededor del fútbol y del argentino más conocido del planeta: Lionel Messi. Pasamos al rap y luego a la música africana. Dos horas y media después llegamos a Makeni. La llaman “la ciudad de la luz” porque tiene el honor de ser quizás la única ciudad de Sierra Leona que no tiene cortes de luz gracias a una obra eléctrica recién finalizada. Hay quienes vinculan este récord con el hecho de que es la ciudad natal del ex presidente Ernest Bai Koroma. Luego de atravesar calles alumbradas nos abrimos paso por unas calles de tierra y llegamos al “compound”, la sede de la ONG. Allí, ya dormidos, me esperan Sophie, Lawrence y Hope, mis jóvenes compañeros británicos.

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2. LAS CALLES

La vida en Makeni se desenvuelve en la calle. Cualquier día de la semana uno encuentra a la gente fuera de sus hogares, ya sea en el patio delantero de sus casas o en las calles pavimentadas que hacen de la ciudad un enorme mercado a cielo abierto. Este mercado viene en tres formatos: el clásico negocio de 4 paredes, el puesto de venta sobre la vereda, el itinerante (mujeres y niños o niñas que ofrecen productos usando el techo de su cabeza como transporte).

Los negocios tradicionales ofrecen servicios de distinto tipo (cerrajería, reparación de artículos electrónicos, por ejemplo) o son restaurantes/bares. Los puestos de la segunda línea tienen cosas para llevarse al paso (anteojos, ropa o productos de plástico de toda forma, tamaño y color) o servicios de top-up de crédito de las líneas telefónicas de los celulares. Los puestos itinerantes, como no podía ser de otro modo, venden comida: pan, frutas, productos dulces y salados no identificables (que ya me animaré a probar).

Además del aroma de la street food local y del humo de las miles de motos que circulan (único transporte público en la ciudad), acá se respira política. Como ya saben, Makeni es la ciudad del ex presidente, Bai Koroma, y del candidato de su partido –All People´s Congress– en las elecciones pasadas. En marzo de 2018 hubo elecciones presidenciales y el oficialismo fue derrotado. El actual presidente es Julius Madda Bio (ex líder de una junta militar formada en 1996 durante la guerra civil), del Sierra Leone People´s Party. Ganó por un estrecho margen: 51,8% versus 48,2%. No hubo violencia tras los resultados, quizás un paso adelante en la consolidación de la democracia en Sierra Leona.

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3. LOS SONIDOS

Cuando uno se muda de ciudad, de ambiente, afina los sentidos. Detecta olores distintos, sabores distintos, paisajes distintos y sonidos distintos. Si uno hiciera el ejercicio de caminar con los ojos cerrados desde el compound hasta la Clock Tower –unos 15/20 minutos– escucharía las músicas propias de este lugar. La primera parte de la caminata, que se extiende por 200 metros, atraviesa calles de tierra con residencias familiares en cuyos patios los chicos que juegan fútbol nos divisan y se acercan corriendo al grito de “Aboto! Aboto!”. Aboto significa “extranjero” en krio, la lengua local, una mezcla de inglés y creole. El pavimento inicia la segunda etapa, dominada por la bocina de las motos, patronas de las calles de Makeni. Otro sonido común es el llamado al rezo de los musulmanes (el 70% de la población es musulmana). Y si de sonidos que complican el sueño se trata, los combates entre gangs de perros callejeros sin duda alguna ocupan un lugar en el podio.

4. LA EDUCACION

El 68% de la población mayor de 15 años en Sierra Leona es analfabeta. La educación obligatoria y gratuita incluye 6 años de escuela primaria y 3 de secundaria. El acceso a la primaria es universal aunque apenas el 67% de los estudiantes (65% en el caso de las mujeres) completan los 6 años. Apenas el 37% de los ingresantes al primer grado pasó por sala de 5. La tasa de escolarización en la secundaria es del 43% (el 40% son mujeres). El gobierno nacional invierte el 2.7 de su PBI en educación, mientras el promedio de la región de África Sub-Sahariana es 4.1.

Yo estoy acostumbrado a mirar el derecho a la educación “desde el Estado”, pero acá me puse en el rincón del tercer sector. Street Child es una ONG con actividad en esta tierra desde 2008. Hoy gestiona más de 170 escuelas a lo largo y ancho del país. La mayoría están ubicadas en un contexto rural, allá donde los brazos del Estado no llegan a tocar. Un componente esencial del modelo de sustentabilidad de Street Child es el traspaso de escuelas a manos del Estado, esto es, la estatización de sus instituciones. Para eso, las escuelas deben cumplir ciertos requisitos como tener los títulos de propiedad del terreno, un cuerpo docente calificado, instalaciones sanitarias adecuadas y espacios de recreación. El combustible de la ONG viene de las arcas del Estado británico que financia proyectos de desarrollo en el extranjero y de las cuentas bancarias de los donors.

JMK es el coordinador de esta área y quien lidera nuestro recorrido. A bordo de su 4x4 nos montamos en una ruta que conduce hacia el norte y que compartimos con peatones, vendedores ambulantes, taxis, ciclistas, motociclistas, animales y camiones. En la ruta, la autoridad de las motos es desbancada por la 4x4 de JMK. Una calcomanía en el interior de la camioneta reza que no estamos solos, que Jesús está con nosotros. Creyente o no (el segundo, mi caso), tranquiliza sentirse un poco más protegido en estas rutas. El destino es la St. John´s House School en el pueblo de Mabamp. Llevamos ropa deportiva que un donor/padrino envió desde UK. Llegamos. La ausencia de puerta en las aulas permite que los pequeños y pequeñas nos descubran y nos reciban al grito de “aboto, aboto”.
Aulas con más de 50 alumnos; algunas compartidas por dos cursos; ausencia de bancos y sillas. JMK se reúne con los docentes. Luego entrega la donación y los niños elegidos posan para la foto. Nos despiden: “aboto, byeeee”.

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Otro día la ruta nos lleva hacia el Oeste, hacia Romamboi. Un coro de 10 mujeres de diferentes edades que visten sus vestidos colorinches nos reciben con una hermosa canción de bienvenida. La escuela tiene más de 200 alumnos. Nuestra misión: colocar una placa con el nombre del donor (placa que yo mismo traje como encargo desde Londres) y generar contenido comunicacional en base a una entrevista con estudiantes y docentes. Hablo con Musa Bangura, de 10 años. Hace de traductor su maestro Ibrahim, de 20 años. Ibrahim, como muchos otros docentes, es voluntario. Musa me cuenta que vive en un pueblo vecino (Romaneh) junto a su abuela y que su mejor amigo se llama Isatu. Antes de irnos converso con el sastre de Romamboi, Pasman Sankoh. Pasman me presenta al jefe (chief) del pueblo, al anciano jefe y al jefe de la juventud. Todas las generaciones tienen su referente. El jefe nos regala una canasta con cocos y, luego de cargarla en la camioneta de JMK, seguimos viaje.

5. EL FÚTBOL

Ni krio, ni inglés; el lenguaje que no falla acá es el fútbol. Siempre que uno corra atrás de una pelota, esté viendo cómo otros tipos lo hacen o hable de cómo lo hacen, va a sentirse a gusto en Makeni. Y si además uno dice que viene del país de Messi…

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El Wusum Field es el estadio de Makeni, donde hace de local el Wusum Stars. El césped de la cancha es sintético: decisión sabia. En la temporada de lluvia sería imposible desembarrarla. En la temporada seca no habría rastro alguno de césped. El estadio tiene una única tribuna de escalones altos y anchos con un techo que se monta sobre unas columnas que obstaculizan la visión perfecta del campo de juego. Allí se ubica una porción del público. El resto rodea el estadio detrás del alambrado y comparte su lugar con autos y motos. Una casita al costado del campo de juego alberga los vestuarios. Allí al lado se estaciona la combi que transporta al equipo visitante: el plantel de la visita se traslada parte apiñado en el interior de la combi, parte en el techo.

Miércoles 16.30 hs. Copa Presidencial de Sierra Leona. Se enfrentan el Wusum Stars versus Katara FC, de un distrito cercano a la frontera con Guinea. Acercándose al estadio se divisan casacas negras y amarillas, los colores taxistas del equipo local. Hay una “voz del estadio” que informa del torneo y de los equipos, y que esa voz no se calla durante el partido. Así como suena: fútbol en vivo con relatos en vivo.

La primera jugada lleva el sello del fútbol de Sierra Leona. Desborde por el costado del wing del Wusum, centro y definición malograda del delantero centro. La defensa del Katara FC descuida sus bandas. Sin embargo, hay réplica y el Katara abre el marcador a la salida de un córner. La tribuna se molesta. Con el partido 0-1, el juez de línea cobra un offside inexistente a un jugador del Wusum y sufre la represalia del público. Alrededor de 5 personas acompañarán pegadas al alambrado el recorrido del lineman en los dos siguientes ataques del Wusum insultando en krio. No tarda en llegar el empate de los locales y con eso mayor tranquilidad en las gradas. Todo se transforma en alegría cuando llega el segundo del Wusum, el tercero, el cuarto y, ni hablar, con el quinto. Los goles, salvo el bombazo que metió el N° 10 en el quinto gol, repiten la fórmula del desborde y el centro atrás. La polémica expulsión de un jugador del Katara desata una trifulca en el campo de juego: la reacción desmedida de algunos jugadores es detenida por los únicos 5 policías que hay en el estadio. Los incidentes se trasladan al público. Un grupo de 40 personas se mueve de un lado para otro. La voz del estadio pide calma. El segundo tiempo está de más: los equipos se reparten un gol para cada uno y el score se cierra con un 6-2 a favor de los locales.

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La experiencia del fútbol no es completa si uno no juega, al menos, un picadito. Así es que Lawrence y yo le pedimos a Umaru, uno de los amigos de la casa, que nos invite. El estilo de juego es de Playstation: pases de primera, alguna gambeta corta y la intención de llegar al arco. El nivel es bueno y la velocidad de los muchachos, electrizante. El campo de tierra seco me confunde y a veces me hace pensar que tengo patines.

6. LA MONTAÑA

Desde que llegué a Makeni, sé que está ahí. La que todo lo ve, la que todo lo sabe. La Wusum Hill se deja ver desde cualquier punto de la ciudad, impone presencia y me atrae. No podía, por lo tanto, irme de Makeni sin llegar hasta allá arriba, sin hacer cumbre. La tarde del domingo se prestaba para la expedición: el calor era menos africano que de costumbre y hasta una brisa prometía acompañar la travesía. El equipo está completo: Sophie, Hope, Lawrence y yo. Alusine hace de guía.

Salimos desde nuestra casa en dirección a la Wusum caminando por zonas de Makeni que hasta entonces no habíamos transitado y metiéndonos por los jardines de algunas casas para acortar camino. En Makeni no existe algo así como un espacio privado al aire libre; todo jardín o patio delantero de la casa se habilita como vía de paso para conocidos y desconocidos. Así es que entre gallinas, ropa colgada y niños jugando al fútbol nos vamos acercando a la base de la colina. A medida que nos aproximamos, la Wusum empieza a encogerse. Ya no intimida tanto como lo hace desde lejos. Será ese efecto que se produce con objetos, pero incluso con personas que de lejos intimidan, pero que a medida que te acercás, se empieza a notar su humanidad y entonces perdés el temor y te convencés de que es posible acercarte.

La expedición se hace numerosa. Un aboto nunca camina solo por Makeni. Los pequeños guardianes de la colina se suman a nuestra misión. Para ellos, la Wusum es el patio de su casa. Quizás ofendida por mi apreciación sobre su tamaño, la Wusum empieza a mostrar sus dientes en el momento del ascenso. La pendiente pronunciada hace que a veces uno tenga que avanzar apoyando las manos y trepando en cuatro patas. La visibilidad no es la mejor. En esta época del año, sectores de la colina se prenden fuego en forma controlada (quiero pensar) y el humo cubre a Makeni y alrededores. Claro que el fuego también permite despejar el camino hacia la cima.

En no más de media hora de subida pronunciada, hacemos cumbre. Y es cierto, desde la cima se ve todo: el Birch Field, el potrero en el que jugamos al fútbol, el tráfico de motos y -hasta acá- el sonido agudo de sus bocinas.

También se ve a las mujeres con sus vestidos de colores y las canastas en sus cabezas. La cima también sirve como platea del Wusum Field: es domingo y juegan los Bombali Shebora. Se puede escuchar el estruendo de gol del Manchester United en el derby londinense. La Clock Tower se divisa con su silueta inconfundible. En definitiva, desde la Wusum puedo recrear casi todas las historias que forman parte de esta serie de relatos de Makeni. Celosa de que la dejemos atrás, la Wusum no nos hace fácil el descenso. Hay que abrirse camino entre la vegetación frondosa luego de la temporada de lluvias. Una vez que lo logramos, notamos manchones negros por todo el cuerpo. Estas son las marcas que este paisaje deja sobre nosotros. Al menos las que se ven.

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Foto portada: jbdodane
 
Fotos interior: Esteban Torre