Silvia Saravia lee en twitter que se aprobó la Ley de Emergencia Alimentaria. Se acerca a algunos compañeros y les cuenta, contenta pero alerta: “Igual ahora falta el Senado, y después hay que ver cómo se implementa, porque la Ley de Emergencia Social no se implementó como esperábamos”. Está vestida como para irse de camping a la montaña. Pantalón rompevientos color marrón caqui, polera negra, polar violeta, dos camperas, zapatillas de trekking. Arriba de todo eso, una pechera dice “Barrios de Pie”. Silvia es la coordinadora nacional de ese movimiento piquetero que nuclea a 50 mil personas en todo el país.
El camping existe pero lejos de las praderas. Está ubicado en pleno asfalto, frente al Ministerio de Desarrollo Social, y durará 48 horas. Ya van 24. El reclamo es porque no se aguanta más. Los comedores populares, salvavidas en tiempos de ajuste y desempleo, no dan a basto porque la comida que llega no alcanza o no tiene los nutrientes necesarios. En los últimos meses, por ejemplo, no recibieron aceite ni harina; sí, kilos de dulce de membrillo, fideos y arroz. Y se redujo a la mitad el pack de leche en polvo. Además del hambre, a los pibes los afecta la malnutrición.
En el acampe hay ollas que se prenden con un fuego improvisado, galletitas, mate, mandarinas. Silvia va llevando la noticia: “¡Media sanción!”. Cuando le dicen “qué bueno”, ella les aclara que todavía hay que esperar. El proyecto ordena que se aumenten un 50% los recursos destinados a programas alimentarios. Hecha la ley, queda definir nada menos que cómo se utilizarán los $10.400 millones necesarios para ponerla en marcha de aquí a fin de año y a qué santo desvestirá el gobierno para redireccionar los fondos. La lupa estará puesta en la reglamentación que hará, una vez que se apruebe, el Poder Ejecutivo.
En el acampe aún circula en el aire la tensión del día anterior: una feroz represión que dejó a decenas de heridos y algunos detenidos. Ahora hay un cordón de policías que impide a los manifestantes cruzar hasta el carril del Metrobús —la manzana prohibida que disparó la hecatombe—. Y frente a ellos, frente a los robocops uniformados de pies a cabeza, con escudos transparentes y cascos, un cordón de manifestantes, con gorritas de tela en la cabeza como única protección, agarrados de los brazos como mecanismo persuasivo, como escudo humano.
El día anterior Silvia fue una de las voces más buscadas por la prensa: los movileros la rodeaban, les resultaba novedoso que una mujer liderara un acampe, a un movimiento piquetero. A las 15:30 había arrancado la marcha sobre 9 de julio hacia el Ministerio de Desarrollo Social. En la bandera de cabecera hay sólo tres mujeres; entre ellas, Silvia. Avanzan mientras cantan: “Balazos / balas de goma / La Bonaerense, La Federal / a mí no me importa nada me sobra el cuerpo para luchar / Soy piquetero señor / lo llevo en el corazón / los vamos a echar a todo a la puta madre que lo parió”.
Silvia es la única que en vez de decir puta dice yuta.
Silvia también es la única vocera para la policía.
Lo que sigue pasa como en una cámara rápida. El grupo de piqueteros intenta cortar el carril del Metrobús, la policía tira gas pimienta. Comienzan las corridas. Hay mujeres con pibes. Todos tosen, corre sangre. Silvia queda atrapada entre cuatro policías. No le pegan pero la tienen dentro de una encerrona. Mira para arriba y no sabe de dónde pero aparece una mano. “Agarrate, agarrate.” Silvia lo agarra, la mano tira fuerte y la rescata. El chico es un fotógrafo y tiene colgado un carnet con su nombre y apellido. A Silvia le llama la atención. El apellido es igual al de un ministro del actual gobierno. “Sí, soy el hijo”, le responde antes de que le pregunte. Se abrazan, se sacan una foto y ella le dice: “sos mi ángel de la guarda”.
El segundo día es más tranquilo. Silvia está agotada y todavía queda otra noche más. La anterior se tiró en una carpa. Algo durmió. Su cara está en casi todos los portales online. Una nota en La Nación dice: “Silvia Saravia, la mujer que lidera los piquetes por el hambre: es la cara visible de la nueva ola de manifestaciones callejeras”.
El primer corte fue a los 17 años. En 2001 militaba en la Federación de Tierra y Vivienda (FTV) —la pata territorial de CTA— en un comedor de San Martín. En esa época Silvia ya era mamá de dos, Carolina y Joaquín, y trabajaba como profesora de educación física en un jardín de infantes. La primera vez que quemó gomas fue en Avenida Márquez y Libertador, a dos cuadras de ahí. Con sus compañeras no estaban muy convencidas de llevar a cabo esa acción, pero ya no sabían qué más hacer. Los pibes pasaban hambre. Solo una de las mujeres cobraba un plan social y lo donaba para comprar comida. Pero no les alcanzaba. En ese momento no existía la asistencia económica del Estado para los comedores. Asustadas, cortaron ese acceso de la ruta. Tuvo efecto: un móvil de Crónica no tardó en llegar. Se sintieron protegidas. “El corte era la opción ante la desesperación y ante una no respuesta del Estado”. Todavía visualiza la cara de sus compañeras docentes cuando al día siguiente le preguntaron, horrorizadas, si estuvo ahí. No le dio vergüenza y dijo que sí, que la piquetera era ella.
El primer cargo que tuvo Silvia Saravia fue como Secretaria de género de la CTA seccional San Martín y Tres de Febrero. Hoy reconoce que entonces ni siquiera se reconocía feminista. “Era el cargo que nos tocaba a las mujeres”, dice. Luego, por los vaivenes de la política, cuando del FTV se desprendió el movimiento Libres del Sur y su pata territorial, Barrios de Pie, Silvia se convirtió en la referente de Zona Norte. Fundaron “Mujeres de Pie”, la rama feminista dentro de la orga. Toda esa experiencia le sirvió en 2004: cuando Néstor Kirchner convocó a la organización a participar del Gobierno, asumió como Directora de Educación Popular en el ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Trabajó allí durante 5 años.
Para Humberto Tumini, presidente del movimiento Libres del Sur, el partido en el que se enmarca el movimiento territorial, Silvia es una pieza clave en el movimiento:
—Aunque Silvia parezca una novedad en los medios tiene una trayectoria de más de 20 años. Desplegó sus mayores esfuerzos durante la crisis de 2001 y 2002, se fogueó en esa militancia aguerrida, callejera y lo demostró cuando estuvo en la función pública. Después retomó el activismo en los barrios. Acumuló mucha experiencia en cuestiones sociales y educativas, en el problema directo de la pobreza, de la desnutrición y los comedores. Es una mujer muy formada, conoce en profundidad la situación de miseria de los que menos tienen.
Ahora un notero de televisión le sugiere si, para salir al aire, puede sacase la pechera de Barrios de pie “así queda mejor, así no la estigmatizan tanto”. Silvia se ríe y le hace caso.
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Las piqueteras tuvieron y tienen un rol clave en el surgimiento y la organización de los movimientos sociales. Recién ahora ocupan liderazgos y cargos de toma de decisiones. Silvia es una de las tres mujeres que hoy dirigen organizaciones a nivel nacional.
Ellas fueron centrales en esa construcción de aguante colectivo, hace casi 20 años. “Los 90 son más que un sinónimo elíptico del ajuste y la entrega. Tal vez esa sea la principal razón por la cual aún peor que olvidarlos es recordarlos solo como la política del poder y olvidar y subestimar su contraparte: la política de los de abajo. La resistencia. Las propuestas. Los proyectos. La búsqueda. Las preguntas. El no rendirse y, principalmente, la voluntad de imponerse a pesar de todo”, escribió Matías Cambiaggi en El Aguante, la militancia en los 90 (Marea).
Las piqueteras también fueron centrales en la transversalización del movimiento de mujeres, aportándole la densidad y la riqueza del feminismo popular. Esta nueva alianza se convirtió en postal durante el Encuentro de Mujeres de Salta, en 2002. Quedó impresa en el programa de aquel ENM: ¿qué era eso del taller “Mujer, movimiento piquetero y asambleas populares”? Su emergencia quedó documentada también en Mujeres que se encuentran, una recuperación histórica de los Encuentros Nacionales de Mujeres en Argentina (1986-2005), de Amanda Alma y Paula Lorenzo. Allí narran la “fuerte presencia del nuevo protagonismo de las mujeres resistiendo a la crisis y luego de los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre de 2001 (piqueteras, asambleístas, trabajadoras de fábricas recuperadas, etc.)”.
El feminismo popular también fue clave y constitutivo del aluvión Ni Una Menos. Desde 2016, trabajadoras desocupadas, despedidas de fábricas participan en las asambleas previas a los paros de mujeres.
Las Silvias de los piquetes de hoy son las mismas de los cortes del estallido de 2001. Hay dos participaciones nuevas: sus hijes y el pañuelo verde empuñado en la muñeca (aunque muchas de sus organizaciones estén vinculadas a las iglesias).
Barrios de Pie, el Frente Popular Darío Santillán, el Frente de Organizaciones de Lucha (FOL) y otras organizaciones sociales, piqueteras, partidos políticos, iglesias, clubes de barrio, sociedades de fomento y hasta escuelas fueron los que contuvieron durante estos cuatro años a los sectores más vulnerables. En los comedores y merenderos que coordinan reciben a miles de familias que no tienen para comer.
Las redes tejidas principalmente entre mujeres sostienen un sistema que hace agua por todos lados y que permite —incluso hasta ahora, con un índice de pobreza que supera al 30%—que la crisis social no estalle. Porque aprendieron que la salida es colectiva. Y que si estalla, son las primeras víctimas.
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Un día antes de que Diputados vote la Ley de Emergencia Alimentaria, Dina Sánchez (39) va a Plaza de Mayo con su nieta Dasha (2). Es miércoles y su nuera Belu (18) está en el curso de auxiliar de farmacia y su hijo Joel (19) en el de barbería. La referenta del Frente Popular Darío Santillán (FPDS) viajó con Dasha desde Glew hacia Plaza de Mayo, a la olla popular. Dina siempre lleva en su mochila un tupper para asegurarse la cena de su nieta. Sea donde sea que almuerza, siempre le separa un poquito. “La pediatra dijo que hay que darle carne”, explica Dina, acostumbrada a cenar avena con leche. La abuela espera que llegue el verano así Dasha puede andar “en bolas” y no gastar tanto en pañales.
Dina tiene un pañuelo verde atado a su riñonera. “Les compas”, dice a cada rato. Se hizo feminista después de una vida que incluyó a un padre y un marido violento, lo que la obligó ir y venir de Perú en varias oportunidades porque estaba en riesgo su vida y la de sus hijos. Sabe bien de lazos entre mujeres. Todavía se acuerda cuando a mediados de los 90 trabajaba como cajera de un supermercado chino y una clienta paraguaya se ofreció a cuidarle los pibes.
En 2013, después de diez años de vivir en Perú, volvió a la Argentina. Sin plata, sin trabajo y con dos hijos pre-adolescentes, descubrió en La Boca un comedor popular bautizado con el nombre un piquetero: Darío Santillán. No tenía idea de quién había sido ni de la represión policial que lo mató en la estación de trenes de Avellaneda. El comedor derivó en el bachillerato popular de la misma organización donde Dina terminó la secundaria. La experiencia de una militancia 24 horas la convirtió en una líder política. Dina sube a los los escenarios y da discursos mezclando conceptos de economía, política y feminismo.
Carina López Monja milita en el FPDS desde que se constituyó. Habla de Dina:
—Ella llegó al movimiento como llegan todos: para garantizar sus necesidades básicas. Después, como todos, inició un proceso de formación de conciencia, de pertenencia e identidad. El proceso de Dina fue increíble porque asumió como proyecto de vida la militancia. Hoy tiene este lugar de conducción porque entendió que la tarea no era solo para ella, sino que el objetivo era lograr reivindicaciones para el conjunto. Dina se formó. Tiene un compromiso muy fuerte, y nunca desde un lugar de víctima. Ella es migrante y mujer. Se enfrenta con varones que militan desde hace 30 años. Tiene un carácter tremendo, una fortaleza de la hostia. Siempre puso el cuerpo para pensar la realidad y pelearla. De verdad representa la voz colectiva.
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Marianela “Pini” Navarro se acuerda perfectamente de Darío Santillán. Los dos tenían 20 años, allá por 2001, cuando compartían las reuniones de los movimientos de trabajadores desocupados. Cuando en 2002 la policía reprimió los cortes en el Puente Pueyrredón, Darío y Pini estaban ahí. El asesinato de su compañero, además de marcar a fuego la historia argentina, significó una sola cosa: elegir la militancia es vivir en riesgo permanente.
Hoy es la representante nacional del Frente de Organizaciones de Lucha.
Pini y Dina suben al escenario levantado frente al Congreso mientras Diputados vota la Ley de Emergencia Alimentaria. Cada vez que agarra el micrófono Pini hace referencia a la situación de las mujeres. Le gusta comenzar sus discursos saludando especialmente a las compañeras que son madres “y vienen con sus hijos a cuestas, con los carritos, con los bolsos, juntando moneda y moneda, colándose en los trenes y en los colectivos. Porque a pesar de ser las golpeadas por la precarización laboral son las primeras en el trabajo, son las primeras en las asambleas”.
La primera vez que Pini participó en un corte tenía 14 años. Fue en la ruta, a la altura de Luján.
—Tuve que esforzarme para dejar de estar en un lugar lateral, accesorio. El movimiento feminista también fue clave y penetró en los movimientos sociales y piqueteros. Nosotras somos las que organizamos los barrios pero a la hora de hablar de política, de definir tácticas y estrategias la palabra la toman los varones. Hoy sigue siendo una lucha que en las reuniones me escuchen, me respeten.
Pini es profesora de plástica en escuelas públicas. Después de mucho tiempo de darle vuelta al asunto, Pini decidió que quiere ser mamá y se anotó en el registro de adopciones: del feminismo aprendió que lo personal es político.