Crónica

Debate en el Congreso


Pioneras del aborto legal

No se pierden ninguna audiencia del debate por el aborto. Festejan los argumentos a favor como si fuera un mundial feminista. Malena Pichot, Señorita Bimbo y decenas de adolescentes les piden fotos y abrazos. Las chicas -como les decía Dora Codelesky- tienen entre 60 y 80 años y son las militantes históricas de la interrupción voluntaria del embarazo. En esta nota María Florencia Alcaraz reconstruye la historia de las heroínas que llevan el pañuelo verde desde hace 30 años.

Texto publicado el 28 de mayo de 2018.

En la esquina de Rivadavia y Callao un grupo de mujeres reparte volantes cortados a mano. Tienen una mesa plegable y un megáfono. Se abalanzan sobre las personas que pasan por la vereda de la confitería El Molino y le piden su apoyo. Algunas firman, otras cuentan historias en susurros. Muchos les gritan “¡asesinas!”. Ellas insisten: esa es su parada dos lunes al mes de 18 a 19.30. Es 1991 y esas mujeres se animan a hablar de aborto en la calle, frente al Congreso, cuando todavía recibir anticonceptivos gratis ni siquiera es un derecho.

Veintisiete años más tarde, la misma esquina está cortada. Una multitud verde ocupa la vereda: pibas, chicas, señoras de todas las edades. Del Molino sólo queda la cáscara: es un edificio abandonado cubierto por andamios. Algunas de las mujeres que repartían volantes están sentadas alrededor de una mesa en la sala de audiencias del anexo del Congreso. Enfrente hay otro grupo de mujeres que está en contra del aborto. Ninguna se anima a gritarles asesinas. Están en silencio y rezan frente a una cruz, un Cristo y un feto de plástico.

Marta Alanis, fundadora de Católicas por el Derecho a Decidir, entra en la sala y no llega a sentarse. En la pantalla gigante el filósofo Darío Sztajnszrajber dice “El aborto es una cuestión política, no metafísica”. Y la solemnidad parlamentaria se desarma en un aplauso, una celebración parecida al festejo de un gol de media cancha. Todos los martes y jueves desde el 10 de abril estas mujeres pioneras de la lucha por el aborto siguen de cerca el debate que por primera vez desde el regreso de la democracia tiene estado parlamentario.

La lucha por el aborto legal, seguro y gratuito en Argentina no nació de un repollo verde ni de uno violeta. Fue producto de la constancia de mujeres desobedientes al mandato de maternidad obligatoria, rompedoras de las cadenas de la reproducción biológica como esclavitud. La historia de esa desobediencia quedó plasmada en el libro fundamental de la ensayista y activista queer Mabel Bellucci.

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Dora Coledesky es un personaje fundamental de esta historia. A sus compañeras de militancia les decía “las chicas” aunque todas ya tenían entre 60 y 80 años. Una tarde de marzo de 2009 Dora se sentó en la computadora en su casa de Ituzaingó y escribió todos los mails que pudo. Repartió materiales teóricos, libros y otros archivos entre amigxs y compañerxs. Empezaba a despedirse. Ya estaba enferma y hacía pocos meses había fallecido su marido.

- Tenés que parar un poco. Hacelo por las chicas —le pidió su nieta, Rosana Fanjul. De adolescente, la abuela la había llevado a la mesa de El Molino donde ella las escuchaba a hablar de derechos sexuales y reproductivos. “Me voy a morir como yo quiero. El camino ya está trazado”, contestó Dora. Y dos días después la llamó por teléfono: “Me estoy muriendo”, dijo. Tenía 81 años.

Abogada, trotskista, sindicalista, Coledesky volvió feminista del exilio y en 1987 fue una de las impulsoras de la primera organización que se propuso la legalización y despenalización: la Comisión por el Derecho al Aborto (Codeab). Faltaban casi tres décadas para que se convirtieran en leyes aquellas normas que garantizaron derechos sexuales y reproductivos o las que regularon la ligadura de las trompas de Falopio para las mujeres y la vasectomía para los varones.

- Dora era una combinación hermosa de una abuela de cuentos y una feminista de pensamiento profundo con un compromiso inagotable —dice Nahuel Torcisi, activista y compañera de Coledesky en la Comisión. Nahuel tenía 20 años cuando se acercó a militar por el derecho al aborto. “Hacíamos una revista a mano. Nadie sabía diseñar y el imprentero nos ayudaba a diagramar. Tradujimos notas y otras las pediamos a las feministas más diversas”, recuerda. Desde 1989 hasta 2007, la Codeab editó dieciséis números de Nuevos Aportes sobre el aborto.

Desde la Comisión también sacaron en 1989 la primera solicitada a favor del aborto en un diario, incidieron en la publicación de artículos en las revistas de política de la época, viajaron a otros países para articular con feministas del mundo y participaron en las conferencias internacionales. La militancia era cotidiana aunque no siempre visible.

Olga Cristiano tiene 74 años. Conoció a Coledesky a fines de los ‘80 en una casa de Scalabrini Ortiz y Velasco que le prestaban para hacer las reuniones de la Comisión. Olga militaba en Mujeres de Izquierda y se acercó hasta ahí.

“La ley se tendría que llamar Dora Coledesky”, dice Olga en su casa de Colegiales, donde un accidente de cadera la tiene en silla de ruedas. De viejas se hicieron más amigas. Las dos habían quedado viudas. Antes de morir, Dora le pidió que la acompañara al Hospital Italiano a hacerse un chequeo. Allí insistió con la idea de vivir juntas, un proyecto que no se concretó. “Si estuviera viva ella sería la mujer más feliz del mundo”.

Quizás parte de esa felicidad sería saber que su nieta milita en la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Rosana Fanjul fue hasta el Congreso con su hija Ximena, de 19 años, emocionada por ser “nieta de aquella bruja que no pudieron quemar”, como escribió en Facebook. “Gracias abuela por este legado y gracias compas por la fortaleza que transmiten a todxs”, tipeó. En sus compañeras encuentra algo de Dora: en el rodete tirante de Martha Rosenberg, en el pelo blanco de Nelly “Pila” Minyersky.

La última vez que Rosana había visto a “las chicas” fue en el Hospital donde internaron a su abuela antes de morir. Después del primer Ni Una Menos, en 2015, decidió que tenía que buscarlas y reencontrarse con esa lucha. La marcha había significado un quiebre después de una relación violenta.

El 8 de marzo de 2016, Día Internacional de la Mujer, desde su casa en Ituzaingó fue hasta la Plaza de Mayo. En la bandera verde de la Campaña vio a Martha Rosenberg y no pudo frenar las lágrimas con las manos. No hablaron mucho. Solo se abrazaron. Celeste Mac Dougall, activista de la Campaña, la vió llorando y también la abrazó.

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Marta Alanis tiene 69 años. Es la fundadora del capítulo argentino de Católicas por el Derecho a Decidir. Había militado siempre en la base de las parroquias y el exilio la había expulsado a Bolivia, Francia y Nicaragua. En 1991 en Brasil tomó un curso con la teóloga brasileña Ivone Gebara y pudo nombrar “esas rebeldías que tenía y no estaban contenidas en otros espacios”.

—Ahí me encuentro realmente con el feminismo. Una no le presta atención hasta que no está preparada para eso. Tenía identificada la opresión de clase, pero no tenía relato de la opresión de género —explica. En ese momento se contactó con Católicas de Uruguay para activar un trabajo a nivel local.

Católicas fue la organización que repartió los pañuelos verdes por primera vez el 16 de agosto de 2003 en el XVIII Encuentro Nacional de Mujeres en Rosario. Aquel Encuentro empezó con 10.000 asistentas y una bandera enorme violeta que decía “Por el derecho al aborto libre y gratuito”.

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— Los pañuelos no tenían el logo de la Campaña ni la frase. Solo decían consignas feministas amplias: aborto, derechos sexuales y reproductivos, anticoncepción, Por el derecho a decidir—explica Alanis.

Antes de verdes, los pañuelos fueron lilas. En una conferencia de Naciones Unidas, en Nueva York, un grupo de feministas -entre las que estaba Marta- llevó triángulos de tela lilas con letras blancas. Intentaban visibilizar la lucha por la anticoncepción y las muertas por abortos clandestinos. En esos espacios donde las organizaciones sociales y de derechos humanos asisten como contrapeso de los Estados no pueden hablar. En un momento se pararon e hicieron un pañuelazo. “Les robamos la idea a las Madres y a las Abuelas, en el mejor sentido”, explica Alanis. La herencia es evidente en forma y contenido: el feminismo se inscribe en la lucha de los derechos humanos y, a su vez, tiene la misma persistencia de las Madres que hicieron de la ronda una cita imperativa todos los jueves.

Después de los pañuelos lilas, Alanis llamó a la rosarina Susana Chiaroti, de Indeso Mujer. Tenían que encontrar el color que simbolizara la lucha por el aborto en Argentina para lucirlo en el Encuentro de Rosario. Rojo no: representaba a la izquierda. Amarillo tampoco, era el color papal. Celeste y blanco: demasiado nacionalista. Pensaron en un color articulador: el verde. No lo usaban los partidos políticos, estaba vinculado al medio ambiente, a la salud, a la esperanza. “Fue arbitrario. No hay una historia del verde y la gente se apropió”, cuenta Alanis 15 años después.

Hoy la nieta de Marta chapea con su abuela. Si alguna de sus amigas no tiene pañuelo verde, ella les dice dónde conseguirlos. Irene tiene 19 años y el último 24 de marzo marchó por las calles de Córdoba con su abuela. Ese día Marta se había olvidado el triángulo de tela que va en su cuello en cada marcha e Irene le consiguió uno.

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Desde el Encuentro de 1997, en San Juan, los talleres sobre anticoncepción eran una discusión empantanada: las que estaban en contra del aborto se metían y no dejaban avanzar. Ese año el Encuentro llegó a dividirse, pero fortaleció la marcha de cierre. “La Iglesia con su postura intolerante logró unificar al movimiento de mujeres y la demanda unánime fue por el aborto”, recuerda Alanis. Los impulsos que hicieron avanzar la lucha por la despenalización y legalización siempre vinieron desde los lugares menos pensados.

Rosario marcó un cambio de paradigma. Las activistas se plantaron ante las infiltradas enviadas por la Iglesia para ralentizar las discusiones.

— Vamos a debatir cómo hacemos legal el aborto —decían las activistas formando una muralla que dejó afuera a las fanáticas religiosas.

“Nos pusimos la gorra”, dice Marta Alanis, risueña.

Ese año se sumó un taller más sobre la temática: “Estrategias para el acceso al aborto legal y seguro”. El nombre no era casual. Tres años antes Martha Rosenberg, como parte del Foro por los Derechos Reproductivos, había viajado a Sudáfrica, donde tenían una de las legislaciones más progresistas sobre el tema. La Women’s Health Project publicó un libro con las experiencias de los países participantes que compiló la propia Rosenberg “Estrategias para el acceso al aborto legal y seguro”. El título fue clave para el taller en el que se cocinó la ley que hoy se discute en el Congreso.

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El primer día del XVIII Encuentro Nacional de Mujeres cerró con una asamblea multitudinaria en el Aula Magna de la Facultad de Ciencias Económicas. Olga Cristiano estaba parada en la entrada y veía a la marea interminable de mujeres bajando por las escaleras y cantando: “Aborto legal para no morir, anticonceptivos para no abortar”. Olga la codeó a Dora Coledesky y le señaló a la multitud de más de 500 mujeres.

- ¿Te das cuenta lo que está pasando?

En esa histórica asamblea post estallido político-social-económico estaban las feministas de siempre y también las piqueteras, las desocupadas, las mujeres organizadas alrededor del corte de ruta, las obreras de las fábricas recuperadas. Muchas participaban por primera vez. Las demandas emergían entre la olla popular y el humo de las gomas quemadas: “En los piquetes iban a pedir pañales y también tampones”, recuerda Rosenberg.

La reunión abierta del Encuentro había sido una propuesta de la Asamblea por el Derecho al Aborto, una de las tantas asambleas vecinales y comunitarias que se multiplicaban en plazas, esquinas, fábricas. La Asamblea se reunía los sábados en el Centro Cultural y Social Matrix, en San Juan y Entre Ríos.

—Esa época fue una apertura de las mujeres en el espacio público que permitió la discusión en las calles. ´¿Si en el piquete estamos todxs igual por que tengo que volver y bancarme que mi compañero me faje?´ se preguntaban algunas. El aborto salió del espacio privado y habilitó la posibilidad de salir a hablar - dice Elsa Schvartzman, socióloga e integrante del Foro por los Derechos Reproductivos y la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.

Elsa tiene 67 años y es otra de las pioneras. Dice que llegó tarde al feminismo, pero temprano a la Campaña. Está desde el comienzo, cuando todavía no salían a la calle con los pañuelos verdes por miedo al ataque de los fundamentalistas religiosos.

El 14 de mayo de 2005, en Córdoba, quedó conformada la Campaña como espacio articulador. Eran 70, hoy son más de 500 organizaciones sociales, políticas, feministas, de derechos humanos y un largo etcétera. En esa primera plenaria decidieron usar los pañuelos verdes con un logo de la artista cordobesa Roxana Viotto (de Hilando las Sierras). La consigna “Anticonceptivos para no Abortar, Aborto Legal para no Morir” fue heredada de la Comisión por el Derecho al Aborto. La había traído la abogada italiana, Erica Dummontel, participante en las primeras reuniones.

En 2007 presentaron el proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo por primera vez. Llevaron cajas de cartón con las miles de firmas de apoyo. Después lo volvieron a presentar siete veces más. La ley fue el horizonte. En el camino acompañaron casos paradigmáticos como el de Ana María Acevedo y L.M.R, además del seguimiento de los protocolos de aborto no punible que derivaron del fallo F.A.L.

Tres años después pidieron una audiencia con Néstor Kirchner. El ex presidente murió antes de conocerlas.

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La abogada Nina Brugo Marcó lleva un récord de asistencia perfecta a los Encuentros Nacionales de Mujeres: desde 1986 no faltó a ninguno. Tiene 74 años. A los 46 ya había atravesado el exilio, la pérdida de un hermano desaparecido y la crianza de los hijos en la clandestinidad pero no pensaba al aborto como un derecho, lo consideraba “algo de la vida privada, íntima”. En noviembre de 1990 participó del V Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, en San Bernardo. El primer día, mientras hacía la fila para retirar la comida que repartían a las 3 mil mujeres, Dora Coledesky pasó con una planilla y le pidió su firma a favor del aborto legal.

—De ninguna manera—le contestó Nina.

Ir al Encuentro y escuchar a otras compañeras de la región la hicieron cambiar de posición. En particular, la participación en un Taller sobre Aborto, organizado por la Comisión por el Derecho al Aborto (Codeab) de la Argentina y Católicas por el Derecho a Decidir (CDD) de Uruguay. “La busqué a Dora y le dije: ´Voy a firmar´. Ella era abogada laboralista y yo también. Ahí comenzamos una hermosa amistad de la que aprendí mucho. Dora me hizo ver que la interrupción del embarazo no es solo el objetivo: que es la autonomía, la libertad para decidir sobre las cuestiones sexuales. Eso es lo que estamos pidiendo. Que no sintamos culpa”, explica Nina en su estudio en el centro porteño. Además de formar parte de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito Nina es militante en Unidad Popular y el martes 15 fue una de las oradoras en el Congreso.

El Encuentro Feminista de San Bernardo no transformó sólo a Nina: fue un impulso para toda la región. De ahí surgió la “Declaración de San Bernardo” que propuso el 28 de septiembre como “Día de la Lucha por la Despenalización y Legalización del Aborto en América Latina. La fecha fue sugerencia de las brasileñas, ya que coincidía con el día en el que en 1871 había sido promulgada allí la “Ley de Libertad de Vientres”: consideraba libres a todos los hijos e hijas de mujeres esclavas nacidos a partir de la promulgación de la ley.

La declaración alentaba a crear comisiones por el Derecho al Aborto en cada país y/o apoyar a las ya existentes y formar la Coordinadora Latinoamericana y del Caribe para la movilización por el Derecho al Aborto, que hoy preside Argentina y contiene a 21 países.

En Argentina la Comisión funcionaba desde hacía dos años. En noviembre de 1987 se había hecho una reunión anual de ATEM-25 de noviembre (Asociación de Trabajo y Estudio de la Mujer), un espacio de discusión y formación feminista que existía desde 1982. “Vida cotidiana y hacer político de las Mujeres” era el título de una mesa redonda integrada por la bióloga Susana Sommer, la antropóloga Safina Newbery, la filósofa Laura Klein, la abogada feminista italiana Erica Dummontel y Coledesky, que recuerda en un escrito: “Después de las exposiciones, alguien del público –creo que Marta Fontenla– preguntó qué debíamos hacer. Surgió entonces la idea de crear una agrupación para la lucha por el derecho al aborto”.

En marzo de 1988 se concretó la idea. Las primeras en formar parte de la Comisión fueron la enfermera y psicóloga Alicia Schejter y María José Rouco Pérez, integrantes también de ATEM-25 de noviembre. Se sumó Laura Bonaparte, una referente histórica de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, que falleció en 2013. Y también activaron las médicas Alicia Cacopardo, Zulema Palma, Susana Mayol y Silvia Coppola. La abogada feminista Nadine Osídala aportó el enfoque jurídico.

En la Comisión confluían diversidad de formaciones y trayectorias. Para tener un panorama de las consecuencias de la penalización, Alicia Schejter la buscó a Rosa Farías, otra enfermera que conocía de la lucha sindical. Rosa trabajaba en el Hospital Muñiz, donde llegaban más mujeres con complicaciones por abortos clandestinos en la Ciudad de Buenos Aires. Armaron una estadística con datos sobre esos casos y un folleto para llevar al ENM de 1988.

Cuando Rosa vio el folleto se asustó. Tenía miedo que la echaran de su trabajo por divulgar la información. Pero la articulación produjo el efecto contrario: su jefa en el Hospital organizó una mesa donde participaron médicos que explicaron las consecuencias del aborto séptico y Dora Coledesky expuso sobre las limitaciones legales. Al final de la charla, la jefa de Rosa dijo: “Sólo nos queda un camino, un proyecto de ley”.

El exilio había dejado huella en estas mujeres: Coledesky venía de Francia; Bonaparte, de México. La dictadura cívico-militar había fracturado la posibilidad de que la segunda ola feminista en Argentina reclamara por el aborto legal. En 1975 Hilda Rais, Sara Torres, Marta Muñoz y Marta Miguelez pensaron una campaña con el lema “Basta de abortos clandestinos”. Las reuniones se retrasaron y el golpe del 24 de marzo de 1976 puso todo en pausa.

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Los ‘90 fueron clave para el proceso que se vive hoy. Además de la Comisión y la instalación de Católicas por el Derecho a Decidir en Argentina, en 1991 se armó el Foro por los derechos reproductivos. En 1993 la Comisión propuso lanzar una Coordinadora Nacional de Lucha por una Ley de Anticoncepción y Aborto Legal y en 1995 nació Mujeres al Oeste.

Entre las acciones públicas de esos años hicieron un “Juicio oral y público al aborto clandestino” en 1991 en la librería Ghandi. Un año después presentaron un proyecto de ley de Anticoncepción y Aborto a través de la diputada nacional de la UCR, Florentina Gómez Miranda.

En 1994 el movimiento feminista tuvo una victoria silenciada: la impugnación de la cláusula Barra. “Fue un error no salir a capitalizarlo como triunfo”, señala Rosenberg. En la antesala de la Convención Constituyente, el Ministro de Justicia del menemato, Rodolfo Barra, era el principal promotor de incluir en la reforma la defensa de la vida desde la concepción.

La necesidad de frenar esa cláusula motorizó el armado de más de un centenar de organizaciones alrededor de “Mujeres Autoconvocadas para Decidir en Libertad” (MADEL). “Esas mujeres se jugaron a todo o nada”, cuenta Elsa Schvartzman. Viajaban todas las semanas a Santa Fe, donde se reunía la Constituyente. MADEL no continuó porque muchas solo querían pelear por la anticoncepción y no por el aborto legal. El rol de Cecilia Lipszyc, como Constituyente electa para la reforma de la Constitución Nacional, fue fundamental.

La revancha de Carlos Menem fue el decreto que declaró el día del niño por nacer en 1998, el mismo que posibilitó que el 25 de marzo un grupo de fanáticos religiosos pasearan un feto de papel maché gigante por las calles de Buenos Aires.

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Alicia Cacopardo es médica y tiene 80 años. “Nos llaman las históricas. Nosotras no la dejamos nunca, jamás abandonamos esta lucha”, dice. Hace 15 años que se jubiló de la Unidad Sanitaria Nº 15 de Villa Lanzone, San Martín. Ahí atendía cuando su amiga y colega Silvia Coppola le propuso sumarse a la Comisión por el Derecho al Aborto: “Ella fue la que me metió en el feminismo”.

Preocupada por el registro para la memoria feminista en tiempos de redes sociales, convirtió su archivo personal en uno colectivo. Escaneó fotos, las hojas mimeografiadas de la primera revista de la Comisión por el Derecho al Aborto “Nuevos Aportes”, las notas que publicaban en los diarios y las revistas y vendían en los Encuentros en forma de Prensario, las solicitadas que sacaban. Subió todo a una web y también las llevó al Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCi) y al Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Universidad Nacional de Buenos Aires “para que no quede olvidado”.

Los martes y jueves Alicia va hasta el Congreso y mira las exposiciones junto a sus compañeras en pantalla gigante.

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La historia universal tiene próceres varones. A “las chicas” las borraron del relato oficial. Son las que sembraron la cosecha que hoy reverdece en las calles. Echaron raíces fuertes para que el paisaje urbano esté repleto de pañuelos verdes. Este proceso no puede leerse sin estos avances legislativos, políticos, jurídicos y acontecimientos sociales: el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable (2002), la Ley de Educación Sexual Integral (2006), la Ley de Protección Integral a las Mujeres (2009), la línea de Lesbianas y feministas por la Descriminalización del Aborto y el Manual Aborto con Pastillas (2010), la ley de Matrimonio Igualitario (2010), la ley de Identidad de Género (2012), la creación de Socorristas en Red (2012) la primera marcha por Ni Una Menos (2015), el primer paro de mujeres, lesbianas, travestis y trans (2016) y el primer paro internacional (2017).

Nelly “Pila” Minyersky cumplirá 89 años en agosto y todavía litiga, investiga y da clases en la Facultad de Derecho. Desde 1961 interviene en debates vinculados al Derecho de Familia, la lucha por el divorcio vincular, el ejercicio conjunto de la potestad, el matrimonio igualitario y en la redacción del Código Civil actual. Formó parte de la comisión redactora del proyecto de la Campaña que se va a debatir en el recinto. Va a cada audiencia en el Congreso y se aburre porque ya conoce los argumentos: “Todo eso de los derechos del embrión”, dice con fastidio.

El martes 10 de abril “Pila” fue una de las expositoras. Cuando terminó la jornada salió apurada porque tenía una actividad en el Parlamento de las mujeres de la legislatura porteña, que preside.

“Me tiene muy conmovida todo lo que está pasando. Que las jóvenes entiendan que tienen derechos es un cambio hermoso. Las jóvenes agradecen y yo les agradezco a ellas”, dice Pila en su estudio en la calle Corrientes donde se la puede encontrar todos los días.

Mientras “las chicas” miran el debate desde la pantalla gigante del anexo, las pibas de pañuelo verde colgando en la mochila se cruzan todos los días en las calles, subtes, colectivos, trenes, bicicletas. El día que habló Pila, varias la pararon en el camino para felicitarla y sacarse selfies. Nunca había repartido tantas fotos, saludos y besos al paso. En esos cruces se mantiene viva la memoria feminista.