Crónica

Las ONG en la gestión de Cambiemos


Una temporada en el Estado

Eficiencia, innovación, flexibilidad: desde 2015 directivos y directivas de ONG pasaron de la sociedad civil al barro de la política ministerial con la intención de transformar, desde adentro, algunas lógicas estatales. ¿Pueden convivir la “vocación social” y la “lógica empresarial” en una dependencia del Estado? Pilar Arcidiácono y Florencia Luci recorrieron los pasillos y las oficinas del Ministerio de Desarrollo Social y escribieron este texto para entender la difícil inserción de un grupo de nuevos funcionarios con "ganas de ayudar al prójimo”.

Pablo se refiere al Estado como una “máquina de impedir”, como un “elefante difícil de mover”. Desde 2016 es subsecretario en el Ministerio de Desarrollo social (MDS). Todavía no se siente cómodo: su mundo de pertenencia no es el Estado sino las ONG. Allí encontró la forma de canalizar su vocación social, desplegar un compromiso público y encausar su vida laboral.

—A mí me gustaría tener 10 ONG para poder bajar toda la plata al país: ¡conseguime 10 ONG!

Cuando camina por los pasillos del ministerio, Pablo siente nostalgia del mundo de las organizaciones y sus procesos virtuosos: llegar rápido y sin mediaciones a la gente. Quizás por eso fantasea con delegar en ONG la ejecución de funciones que aparecen trabadas en la gestión cotidiana.

Pablo y otros nuevos funcionarios repiten el mantra de la ONG como gestora eficiente de política social. Ese valor tiene antecedentes en la política argentina: desde la Sociedad de Beneficencia a las modernas ONG, pasando por la Fundación Eva Perón, las organizaciones tuvieron un rol importante en la provisión de bienestar y en la construcción de identidades políticas. Si en los noventa revivieron su belle époque al compás de la tercerización de funciones estatales, el kirchnerismo les puso mala cara: el Estado recuperó campos de intervención, incorporó movimientos y organizaciones de base popular y la legitimidad de la ONG en política social quedó desdibujada.

Cambiemos les dio revancha.

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A fines de 2015, a poco de conocerse el nuevo gabinete, académicos, periodistas y políticos alertaron sobre la “re-onegeización” de la política social que traía el nuevo gobierno. La Ministra Carolina Stanley había ocupado el cargo de directora ejecutiva del Grupo Sophia antes de la pasar a la función pública en 2007. Durante su gestión en la cartera social de CABA se había apoyado en las ONG para desarrollar política. Parecía previsible que el modelo tercerizador se replicara en Nación.

Cáritas, AMIA, Manos Abiertas, Fundapaz, El Arte de Vivir, Ashoka, Nuestras Huellas, Argentina emprendedora, Sistema B, Techo, Banco de Alimentos, Responde, Conciencia, Change, Democracia en Red. El desembarco a Nación incluyó la llegada de referentes de importantes ONG a cargos de conducción del MDS. Los perfiles fueron bien diversos: participaron organizaciones religiosas tradicionales, otras vinculadas con nuevas espiritualidades, las promotoras de la innovación y el emprendedorismo, aquellas abocadas al trabajo territorial y las de perfil “cívico”.

Si bien los miembros de las ONG suelen alimentar la planta del Estado, la migración en masa de un número importante de referentes a la alta función pública (secretarías, subsecretarías, direcciones nacionales y coordinaciones nombradas por el poder político) representó una marca de Cambiemos. Creer y Crecer y Grupo Sophia, dos fundaciones creadas entre otros por Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta, estuvieron en el origen de la constitución del PRO. La mayor parte de los cuadros que hoy conforman el riñón del partido provienen de estos semilleros.

La legitimidad de este grupo viene dada por la experiencia acumulada en el campo de las ONG. Sus rasgos prototípicos como espacio virtuoso, íntegro, están presentes en sus discursos. Sobre todo a la hora de condenar los usos políticos y el clientelismo como categoría moral que atraviesa a la política social desplegada por el Estado.

Las ONG como dispositivo institucional y como vector ético forma parte del ADN del PRO: el sentido común que las ubica como espacios desinteresados y movilizados por fines altruistas se alinea a la perfección con la gramática transparente del republicanismo PRO. ¿Quiénes son estos y estas “referentes” de la sociedad civil que saltan al Estado? ¿Qué los llevó a dejar el mundo noble del altruismo para meterse en el barro de la política? ¿Qué redes se activaron para canalizar su pase?

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Después de las elecciones de octubre de 2015 los teléfonos suenan y estallan los whatsapp, llamados y textos con propuestas, rumores e intrigas.

—Era una locura, no paraban de llegar mensajes, que a tal le habían ofrecido tal cosa, que fulano se iba para tal lugar –recuerda Juan, hoy funcionario, cuando describe la intensidad que se vivió en el circuito de las ONG ante el mercado de pases que se estaba gestando.

Según la RACI, federación que agrupa más de 150 organizaciones de la sociedad civil de Argentina, la migración hacia las burocracias técnico profesionales de diferentes organismos estatales fue notable. El Observatorio de las Elites Argentinas registró que más de la mitad del alto funcionariado del gabinete inicial de Cambiemos (54,5%) participó de alguna ONG. El MDS ocupa el segundo lugar, luego de Producción, entre las carteras que tienen mayor cantidad de funcionarios que participaron de estas organizaciones.

La Ministra, en su rol de reclutadora de referentes de la sociedad civil, intermedió en la incorporación de funcionarios de diversa jerarquía. En especial, en la de los dos secretarios que tienen a su cargo aspectos programáticos centrales: la Secretaría de Economía Social y la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia. Ex directores ejecutivos de Ashoka y Cáritas formaron un núcleo de articuladores de nivel intermedio entre la Ministra y el resto de los funcionarios. Son quienes acapararon oportunidades para ellos y para un conjunto de referentes del sector que reclutaron para ocupar cargos en el Ministerio.

La gran cantidad de roles que se debieron ocupar en Nación y provincia de Buenos Aires marcó el pulso de los días posteriores al triunfo en las urnas. La falta de cuadros propios obligó a agudizar la imaginación. El vínculo de Stanley con las ONG, las afinidades de clase, las redes católicas y los recorridos educativos compartidos explican en gran medida el tipo de reclutamiento: primó la sociabilidad cercana. Entre esos lazos aparecen las “grandes familias” y los sectores más acomodados de nuestra sociedad, que históricamente se vincularon con un “otro desfavorecido” a través de hogares, fundaciones, organizaciones. Estos grupos se reconocen como parte de un espacio común, de un nosotros.

—Este es un gobierno de familia— concluye un trabajador del ministerio al analizar la cercanía de los lazos que reúnen a los altos funcionarios.

Juan conoció a María Eugenia Vidal cuando era Ministra en la Ciudad. La organización de base católica que dirigía había implementado políticas tercerizadas durante aquella gestión. A Carolina Stanley la conocía de antes: ella había ido al colegio con una de sus hermanas. Con las dos tiene cierta confianza construida en el marco de circuitos compartidos.

—Teníamos 15.700 cosas en común: el club, el colegio, la ONG en la que habías trabajado. En el ministerio me sorprendió tener mucha sintonía con la mayoría de mis interlocutores. Era muy fácil hablar y entenderte.

Su primera vez en la función pública fue como Director Nacional. Durante su ejercicio, dice, quedó enfrentado con otras redes de confianza (“de la mala”) que obturaron su trabajo. Los “ineficientes”, los “rosqueros” que forman parte del círculo cercano de la Ministra; aquellos que sí tienen una identificación partidaria con Cambiemos y que hacen el “trabajo político”. Juan hizo todos los intentos por llevar al Estado lógicas que considera más horizontales y fluidas, propias de las ONG. Respondió los mails con celeridad, tuvo un despacho a puertas abiertas, levantó el teléfono y llamó a un superior sin utilizar la mediación de secretarias. Intentó operar lógicas de funcionamiento interno “más cercanas”. Pero no logró destrabar los procesos. Tampoco lo acompañaron el sueldo ni la cantidad de horas que le dedicaba a la función y que le impedían ver crecer día a día a sus hijos. 

—No me quedó otra que renunciar.

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Para Antonella, llegar por primera vez al Estado tampoco fue fácil. Nació en una familia acomodada de Adrogué y confirmó su interés por “la ayuda al prójimo” en el colegio parroquial. Ese interés la llevó a desplegar una trayectoria profesional en el mundo de las ONG. Su pase al Estado fue una nueva apuesta para desarrollar esa vocación. Pero la lentitud de los procesos -“la maldición del expediente”- y las mezquindades internas propias de la “vieja política”, le truncaron esa experiencia. Al tiempo retornó a la ONG como un espacio de refugio.

Entre los funcionarios hay un esfuerzo biográfico por distanciarse del entramado de Cambiemos y de quienes “vienen de la política”. Prevalece la construcción de una identidad y una legitimidad profesional basada en la demarcación de ajenidad y la condición apartidaria. Antonella cuenta que resolvió esa tensión dejando las cosas claras de entrada.

—No soy de Cambiemos, de hecho no iba a timbrear ni nada de eso. A mí me convocaron por un perfil técnico y yo desde el momento uno dije que iba a desempeñar una función pública que no se vinculara con lo partidario— dice Antonella.

“Venir de afuera” emerge como un elemento positivo, como la garantía para desplegar una valorada “independencia” en su gestión. Se autoexcluyen de ese espacio que identifican como de “rosca partidaria” o “armado político” y está reservado al núcleo más próximo a Cambiemos y a las personas de confianza de la Ministra Stanley: la “mesa chica de decisiones”. Su condición de outsiders los coloca también en el lugar de no “vivir de la política”. “Sabía que iba a ser por un tiempo determinado, porque mi interés nunca fue perpetuarme en la función pública”, dice Antonella al narrar su partida del Ministerio. Para ella, como para la mayoría, formar parte de esta gestión en el MDS no implicó ni una entrada a la política ni un compromiso con el partido del gobierno. Se trató más bien de profundizar su experiencia en lo social, sumando una línea en su hoja de vida.

Hacer una experiencia en el Estado aparece como la oportunidad para dar un salto de “escala”, probar las armas en la cancha grande y marcar la diferencia. Este grupo le otorga centralidad al Estado a la vez que se desmarca de la impronta tecnocrática distanciada del territorio: la “re-onegeización” de la política social no se traduce en un llamado al retorno de las dinámicas noventistas. La llegada de Cambiemos les dio esa oportunidad que vivieron como “repentina”, “sorpresiva”, “accidental”.

—Me parecía súper novedoso y súper interesante. También, por el desafío y medio la aventura, a ver qué onda y cómo era esto— dice Antonella. La liviandad con la que describe las ganas de entrar al Estado contrasta con el shock cultural que supuso para ellos el despliegue efectivo de esa “aventura”.

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Llegar por primera vez al Estado no es lo mismo que llegar por primera vez a “lo social”. El recorrido que los llevó al mundo de las ONG viene de lejos, nace al calor del hogar, los vínculos comunitarios, educativos. El relato biográfico está marcado por un momento iniciático, cargado de emotividad, que alude al temprano despertar de su vocación social: “la causa de los pobres”.

Alberto cuenta que su familia siempre estuvo muy pendiente del prójimo. Aprendió de sus padres y de sus varios hermanos valores religiosos que se entrecruzaron con un sentido de la militancia asentado en el trabajo parroquial de base peronista de los 70.

—En la secundaria decidí ir a una olla popular a una iglesia. Lo tengo identificado como el hito fundante de mi compromiso con los sectores de pobreza y vulnerabilidad. Yo sé que abracé este tema y no lo desabrazo más— dice.

La trama católica es protagonista en varios de los relatos. No solo se expresa en la afirmación verbal de la fe: en las historias personales aparecen las tradiciones familiares, la escolarización religiosa, el trabajo misionero, la vida de parroquia. Ese anclaje también moldea una forma de implicarse en lo social y de concebir el Estado y lo político. Incluso, forja una concepción moralizante del prójimo, al que se construye como un semejante merecedor de ayuda.

Además de tener una extensa trayectoria en ONG, Alberto es uno de los pocos que había trabajado en el Estado antes de 2015. En esos espacios encontró modos desplegar un sentido de politicidad vinculada a lo social. A Alberto, Cambiemos le permitió implementar un proyecto temático que venía construyendo hace años y que él aprovecha con total sentido del pragmatismo.

Mariano tiene unos años menos que Alberto y ocupa un lugar de mayor jerarquía en el MDS. Comparten en su relato biográfico la religión como motor de una vocación social que los implica en “la causa de los pobres”. A los 18 compró, junto a un grupo de amigos misioneros, una casilla un barrio muy humilde de San Isidro.

—Nos costó quinientos pesos, me acuerdo. Nos fuimos a vivir ahí un año entero — recuerda.

Para él la práctica religiosa incluyó una proximidad personal con esos “otros” para experimentar la vulnerabilidad en carne propia. Aunque en su recorrido social integró diversos espacios, siempre había querido hacer una “experiencia estatal”. La llegada de Cambiemos le trajo esa oportunidad: quien hoy ocupa un cargo de secretario le ofreció ser director nacional. Mariano y él se conocían hace años, cuando compartían el mundo del emprendedorismo y la innovación social. No se siente ideológicamente afín a esta gestión. Incluso reconoce cierta simpatía hacia el kirchnerismo, con el que se vinculó como contraparte cuando dirigía una ONG y desarrollaba proyectos vinculados con emprendimientos y cooperativas.

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Andy Freire es uno de los prototipos que tanto le gusta referenciar al PRO como ejemplo de eficiencia e innovación con rostro humano. Exitoso emprendedor, experto en innovación, tecnología y cultura organizacional, graduado de la Universidad de San Andrés. Ingresó a la política en la Ciudad de la mano del PRO: en 2015 fue Ministro de Modernización, Innovación y Tecnología, cargo al que renunció para asumir como Legislador de la Ciudad en 2017. Un año más tarde renunció a su banca y regresó al sector privado.

¿Cómo se construye un perfil Andy? Universidades privadas: solo tres de los 16 altos funcionarios entrevistados “cayeron en la pública”. La UCA gana por goleada. Los posgrados en management, coaching y liderazgo sobresalen. Hay trayectorias ONG puras, sí. Pero también afinidades empresariales. Más de la mitad trabajó en el mundo corporativo, los grandes bancos, las finanzas sociales, los negocios inclusivos o las empresas B.

La articulación que hacen los funcionarios entre “vocación social” y “lógica empresarial” expresa un movimiento de mayor escala: el desborde de la empresa a otros espacios sociales. Las prácticas de gestión y sus valores morales (eficiencia, innovación, flexibilidad, autonomía) permean el gobierno de las instituciones públicas, la política y, desde luego, las ONG. Aparecen como atributos que distinguen su quehacer profesional en lo social y que trasladan a su nuevo rol en el Estado: tableros de control que organicen el “caos” estatal, mesas de discusión abiertas, retiros para la reflexión, trabajo por proyectos, enfoque en resultados. También el worklife balance empresarial se hace presente: dejar la oficina no más allá de las 18 horas para dedicar tiempo a la familia es un valor inalienable.

Augusto podría encajar en ese perfil que suma eficiencia y orientación social. Estaba cerca de aspirar a “la Ferrari” cuando decidió pasar al mundo de las ONG y empezar a “andar en bicicleta”. Había ocupado puestos en importantes bancos y su carrera económica y profesional en el mundo corporativo iba en ascenso. Pero el exigente ámbito privado le impedía desplegar su vocación.

—Siempre tuve la expectativa de dar el salto en algún momento y trabajar en lo social. En las empresas los accionistas se llevan lo que uno da y yo no quería ir más para ese lado. Me empecé a enfrentar con la idea de darle un sentido más profundo a mi vida— dice.

Augusto bajó la velocidad y resignó estatus social y rédito económico. Hizo acuerdos familiares para acomodarse a los bajos salarios que comparativamente paga el Estado y a los tiempos exigentes que supone la gestión. Sumado a las dificultades para implementar políticas y ejecutar presupuestos, la gratificación de la función pública tiene sabor a poco para muchos de estos “recién llegados”.

Para otros, profesionalizar la vocación social implicó capitalizar ciertas afinidades ligadas con lo New Age y el emprendedorismo social. Nuevos lenguajes, prácticas y concepciones de política llegan al MDS. Un secretario se descalza en las reuniones. Otros funcionarios caminan hasta la plaza cercana para meditar algunos mediodías. O practican yoga en sus oficinas. Los trabajadores de planta no dejan de resaltar, en tono risueño o indignado, el exotismo de algunos de sus jefes. Francisco medita hace años. Nos cuenta que cuando llegó como subsecretario su práctica resultó disruptiva. Hoy ya no. Sus colaboradores se habituaron: “hacemos chistes: siempre que hay un quilombo me dicen que les tengo que enseñar a meditar”. Lo socio-emocional permea la jerga ministerial, se crea la “Coordinación de Desarrollo de habilidades socioemocionales” y sus contenidos impregnan las capacitaciones que se ofrecen a los destinatarios de programas sociales. En estas capacitaciones participan cientos de ONG de lo más diversas. La nueva era parece haber llegado para quedarse: acá y en el mundo.

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Varias cosas se transformaron con la gestión de Cambiemos en Desarrollo Social. Por primera vez un grupo que venía de las ONG ocupó funciones en el Ministerio. Hasta el 2015, la liturgia kirchnerista movilizada por agentes estatales que sentían propio un proyecto con arraigo territorial había contrarrestado la impronta tecnocrática despersonalizada de los noventa. Pero los funcionarios sociales de Cambiemos estuvieron lejos de identificarse como parte un proyecto político-partidario. En esta maniobra de autoexclusión, dieron rienda suelta a una vocación social que se tradujo en el ámbito estatal como un trabajo empático y profesionalizado, que dio escala a las actividades que ya realizaban en la ONG y que les permitió amplificar su compromiso por lo público.

Pero adaptarse a la lógica estatal, comprender su tempografía, dispositivos, procesos y jerarquías no es tarea sencilla y explica la salida de más de uno. “Están de pasantía en el Estado”, dice uno de los trabajadores del ministerio aludiendo al costo en recursos humanos, técnicos, económicos de esta experiencia de aprendizaje: “nos salen caros”. El escenario post PASO cambió el panorama. Si bien “perpetuarse en el Estado” nunca estuvo en sus planes, los rumores de salida comienzan a resonar en los pasillos. El sector privado y la ONG los verán volver. A muchos los recibirá con las puertas abiertas y con una experiencia estatal bajo el brazo.