Crónica


Morir por la ciencia

En los laboratorios, a las ratas y los ratones se los mata en una cámara de dióxido de carbono. Quieren escapar, rasguñan las cajas, pero su registro es muy bajo: no escuchamos sus gritos. Su muerte es imprescindible para el avance de la ciencia y, sin embargo, en muchas notas de Anfibia, biólogos y veterinarios pidieron que no se contara que sacrificaban animales. La cronista Gabriela Larralde se metió de lleno en un tema que aún hoy continúa siendo un tabú.

Si el ratón es pequeño se lo sujeta de la cola para levantarlo. Si en cambio es más grande se lo toma con la mano. A veces como hoy, después de un largo tratamiento, el animal es quien sube con naturalidad a la palma del científico.

El método más usado es la cámara de dióxido de carbono. Una caja con techo de plástico y  dos orificios. Uno superior por el cual ingresa el gas a través de una cánula y otro inferior por donde sale el aire. El dióxido de carbono se va aumentando de a poco en una doble maniobra: que el animal no se ahogue, que se asfixie.

Después del primer minuto, el ratón se impacienta, está inquieto, intenta trepar por las paredes, resbala: el gas aumenta.  En tres o cuatro minutos, queda inconsciente.

O no. Porque no hay una regulación estatal que diga cómo hacerlo. Y si el gas es introducido rápidamente empieza a sentir una dolorosa irritación en la garganta. Quiere escapar, rasguña la caja. Sus vocalizaciones están en el rango del ultrasonido: no escuchamos sus gritos. Sus compañeros, sí.

Por eso, la cámara debe estar alejada de los que no serán sacrificados.

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Por eso, matar a un ratón parece tan simple.

La desesperación animal se diluye en nuestro silencio.

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En la mayoría de los países no hay legislación que contemple la muerte de animales de laboratorio en investigaciones científicas, ni obligatoriedad de llevar un registro de los mismos. En Argentina, ningún organismo puede dar estadísticas de cuántos animales son utilizados y mueren por año. Ni los bioterios, ni los profesionales están obligados a hacerlo.

A nivel internacional las cifras varían entre quienes están a favor y quienes están en contra de la experimentación en animales. Se calcula, sin ningún tipo de precisión, que mueren entre 50 y 100 millones de animales al año en el mundo. Quienes están en contra aseguran que la cifra llega hasta 300 millones y que los tratamientos no tienen buenos índices de efectividad luego en humanos.  Del otro lado, están quienes aseguran que con el uso de animales para experimentación se han conseguido avances como aislar por primera vez la insulina u obtener vacunas contra la lepra y la polio. Afirman que la mayoría de los avances médicos del siglo XX utilizaron en algún punto especies no humanas.

En nuestro país tampoco existe una ley que regule la utilización de animales para investigaciones científicas. La Ley Nacional nº 14.346 de malos tratos y actos de crueldad a los animales, sancionada en el año 1954 es el único marco legal vigente. El objetivo de la misma es general y no se aboca al campo de los animales de laboratorio. En su primer artículo queda especificado que será reprimido con prisión de quince días a un año el que infrinja malos tratos o haga víctima de actos de crueldad a los animales. Entre los ejemplos que se detallan a continuación figuran desde no alimentarlos en calidad y en cantidad, hasta algunos que pueden relacionarse con el trabajo dentro del laboratorio, pero sin especificar regulaciones. En el art. 3 se considera maltrato practicar la vivisección con fines que no sean científicamente demostrables y en lugares o por personas que no estén debidamente autorizadas para ello. Pero no se especifica cuál sería esa autorización y qué organismo podría impartirla. También figura como crueldad intervenir quirúrgicamente animales sin anestesia, pero no existe un organismo que hoy controle eso en todos los casos.

Existen CICUALES, que son Comités de ética para el Cuidado y el Uso de Animales, pero pertenecen a algunas universidades y se abocan al trabajo dentro de ellas. Marcela Rebuelto es miembro del CICUAL que funciona en Facultad de Veterinaria. Por mail, asegura que es imprescindible regular las actividades científicas y de docencia para garantizar el cumpliendo de principios éticos ya aceptados en la comunidad científica internacional.

Hoy hay dos proyectos de ley en Argentina, el anteproyecto de la Asociación Argentina de Ciencia y Tecnología de Animales de Laboratorio (AACYTAL), que todavía está sin presentar en las comisiones asesoras de diputados, y uno que está presentado en Senadores, por la Dr. Graciela DiPerna, senadora del PJ por la Provincia de Chubut, ex Secretaria de Salud de su provincia desde el 2003 al 2009. En ambos se busca regular la actividad, evitar el sufrimiento de los animales y generar estándares internacionales que sirvan para ampliar el mercado. Existen también dos normativas generales vinculadas a bioterios, la de ANMAT y SENASA pero son aplicables sólo a algunas investigaciones y no a la mayoría de los bioterios que trabajan con animales en nuestro país.

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Silvina Díaz, Martín Codagnone y Gerardo Biglia

En Latinoamérica el panorama no difiere demasiado. Solamente dos países en América del sur cuentan con una legislación específica para esta área: Brasil y Uruguay. Por su parte, Chile y Colombia tienen leyes más actuales sobre protección de animales, pero  no llegan a regular ni controlar la actividad. Mucho menos a generar políticas de reemplazo de animales por otras técnicas como se está realizando desde el 2009 en la Unión Europea y en Estados Unidos.

Una de las maneras que tiene la ciencia de sustituir a los animales de laboratorios es el cultivo de tejidos humanos o animales. Una técnica de laboratorio que permite recrear, por ejemplo, piel. Estos cultivos comenzaron a utilizarse en los años 50, pero el concepto de mantener líneas de células vivas separadas del tejido de origen es anterior. Otras formas son los bancos de córneas de conejos, pollos o bovinos sacrificados en mataderos las pruebas in vitro. Además de programas de computación como el Topkat que mide la toxicidad y la mutagenicidad de los tratamientos, entre otros parámetros.

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“¿A cuántos conejos deja ciegos Revlon por causa de la belleza?”.

La pregunta fue publicada a página entera en el New York Times el 15 de abril de 1980 por Henry Spira, miembro de una organización que se llamaba Liberación animal.

En menos de veinticuatro horas, las acciones de la marca se devaluaron de forma brutal.

Hasta ese entonces la pasta de rouge o de rímel era testeada sobre conejos a los que se les embadurnaba la mucosa ocular con el fin de averiguar si el exceso de sustancia cosmética producía algún efecto. La consecuencia era la ceguera final del animal previa ulceración progresiva del ojo.

En 1980, sólo el número de procedimientos con modelos animales realizados por la industria cosmética inglesa era de 17.500, quince años después el número se redujo a 2.500.

En 2009, el testeo quedó prohibido en todo Europa.

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—Por la forma de abordar el objeto de estudio, el método científico requiere el uso de animales (y humanos) para la experimentación. El que dice lo contrario, en general desconoce cómo se hace ciencia.

Diego Comerci es doctor en biología y trabaja en el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la Universidad de San Martín. Se extiende en sus respuestas y pide perdón, porque dice, el tema le apasiona. Aclara que adora a los animales, a las plantas y a los hongos, a los seres vivos en general, pero que desde hace veinte años por su profesión experimenta con animales.

Comerci explica que introducir un medicamento al mercado cuesta decenas de millones de dólares.

Debe pasar por varias etapas muy estrictas. Primero se prueba en células en cultivo, después en un modelo de experimentación in vivo en un animal donde se reproduce la enfermedad lo más parecido posible. Si esos estudios arrojan resultados promisorios, entonces se habilita una segunda etapa de experimentación donde se evalúa la inocuidad, los posibles peligros, efectos secundarios, de ese fármaco en un modelo animal. Si eso da bien, se pasa a la etapa de ensayos preclínicos y clínicos ahora si experimentando en humanos. Primero se evalúa la inocuidad del fármaco en gente sana, la que se recluta y se le informa y da su consentimiento a la experiencia. Luego se reclutan pacientes que padecen la enfermedad y previo consentimiento, se evalúan las dosis y vías de administración. Recién ahí, se recaba toda la información necesaria para meter un nuevo fármaco en el mercado. Todo este proceso suele demorar más diez años.

—No conozco ni conocí a ningún colega que disfrute de sacrificar a un ratón o conejo, de hecho siempre es una cosa pesada de hacer y uno siempre se queda muy cargado después de realizar estas actividades.

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El congreso de la Society for Neuroscience, en San Diego, reúne a 33.000 personas relacionadas con la investigación.  En la puerta, activistas vestidos con máscaras de animales y guardapolvos manchados con sangre, protestan en silencio.

Llevan pancartas. “No a la experimentación con animales” o “La ciencia enloqueció”.

Sostienen los carteles y cada tanto gritan algo, pero no hay violencia. Un cartel asegura una recompensa: 20.000 dólares por mostrar crueldad en algún laboratorio. Debajo un mail como para que cualquiera que pase por ahí lo pueda recordar sin necesidad de acercarse al grupo.

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Ese tipo de manifestaciones se repite cada vez. En cada Congreso.

Por eso, los científicos entrevistados para muchas notas publicadas en la revista Anfibia suelen ser cautelosos en sus respuestas.

Por eso, muchas veces piden no poner cómo matan a los animales.

Por las dudas.

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Mientras habla y camina por los pasillos del Instituto de Biología Celular y Neurociencia (IBCN) que funciona en el tercer piso de la Facultad de Medicina de la UBA, Martín Codagnone mueve los brazos. Se muestra inquieto con la posible repercusión de la nota.

— Yo estoy diciendo que trabajo con animales de laboratorio. Y hay mucha gente que está en contra. Entonces pienso, ¿Cuál es la solución? ¿No experimentar con animales? No, yo creo que la investigación básica es muy necesaria y me gusta pensar que a largo plazo, esto tiene una aplicación terapéutica, le puede ser beneficioso a alguien.

Es bioquímico y está realizando un doctorado en Neurociencia. Busca estudiar la neurobiología de desordenes psiquiátricos. Lo intenta explicar de manera simple, como la intención de encontrar oportunidades terapéuticas farmacológicas para las distintas enfermedades psiquiátricas, especialmente y, aclara, muy a largo plazo, autismo en niños.

La experimentación con animales de laboratorio, dice, es uno de los temas más complejos dentro del debate bioético actual. La comunidad científica internacional se reúne bajo la propuesta de las tres erres: Reducir la cantidad de animales, Refinar las técnicas de trabajo y por último Reemplazarlos por otras métodos de testeo.

Los animales se utilizan para probar la eficiencia, en términos terapéuticos, de nuevas sustancias o nuevos compuestos químicos, que luego podrían llegar a convertirse en medicamentos para las personas. De esta forma también se evalúa el nivel de toxicidad y los posibles efectos secundarios.

Martín cree que se ha avanzado mucho en la ciencia gracias a los animales y al trabajo con animales, pero es muy cauteloso al hablar de resultados. Dice que hay que tener mucho cuidado, sobre todo cuando se habla de enfermedades psiquiátricas. Porque, se pregunta, las enfermedades psiquiátricas en un animal… ¿qué son? Martín modela características y a partir de ahí investiga. Pero asegura que es imposible saber si una rata está deprimida.

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La ley de protección animal más moderna y avanzada del mundo fue la Tierschutzgesetz creada por Hitler en 1933. La ley prohibía la caza, el uso de animales de tiro en carruajes, la vivisección y la experimentación en la mayoría de sus formas, incluso regulaba cómo ponerle herraduras a un caballo sin causarle dolor.

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Hitler amaba a los animales. Apenas asumió El Tercer Reich, promulgó la ley. El lema era “En el nuevo Reich no habrá más crueldad animal”. Por eso en esa época, la experimentación científica se hacía básicamente con judíos y rumanos. La mayoría de ellos estaba en un estado tan deplorable en los campos de concentración que los resultados que se obtenían no eran muy confiables.

Entonces Hitler aceptó habilitar conejos.

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Hoy, en el 90 % de los casos, los animales utilizados en experimentación a nivel mundial son la rata y el ratón. De los dos el que se emplea cada vez más es el ratón porque es la especie que mejor soporta la transgénesis, todas las técnicas genéticas. En la Facultad de Veterinaria de la UBA también hay caniles con perros, pero cada vez es más raro. Son de raza Beagle. Se los utiliza con nuevas drogas, cuando ya pasaron por roedores, se les hace una cinética, se les administra la droga y se toman muestras de sangre. Entonces se va viendo como la droga va modificando su concentración en sangre.

Son estudios menos invasivos que los de las ratas o ratones, aunque en los casos donde las pruebas son de toxicología también se sacrifican perros. Otra de las especies utilizadas en Argentina son los cerdos. Como tienen un buen modelo digestivo, algunos cirujanos practican en ellos sus operaciones laparoscópicas.

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En el costado izquierdo de la espalda, debajo del cuello, Silvina Díaz tiene tatuado un ratón. Es un dibujo de Mickey Mouse sonriendo, pequeño. Dice que se lo hizo porque durante los primeros meses que vivió en Francia, donde fue a hacer un postdoctorado tenía más trato con los ratones que con personas.

—No conocía a nadie, no tenía amigos, familia. Pasaba más horas con ellos que con personas y yo trabajaba con una cepa muy dócil.

Silvina se incomoda cuando se la diferencia de los defensores de animales. Asegura que el dolor se puede medir y evitar como se evita cuando una persona es sometida a una cirugía determinada. Con analgésicos. Dice que por eso es necesaria una ley que contemple su trabajo y la incorporación de más veterinarios que puedan suministrar las drogas necesarias para cada intervención.

Sentada en la mesa de azulejos blancos del laboratorio de la facultad de medicina toma café. Está contenta con la entrevista, cree que es importante. Dice que antes la gente escondía su trabajo con animales o lo minimizaba, pero que ella cree que hay que hablar abiertamente, que no hay nada malo.

—Sería una locura que alguien piense que un veterinario estudia para maltratar a los animales. Nadie hace una carrera de siete años porque le gusta ver sufrir un animal.

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Además de ser veterinaria es técnica en bioterio. Hizo un Doctorado en Farmacología, y un posdoctorado en Neurobiología. Tiene 37 años. Dicta un curso sobre el trabajo con animales de laboratorio y es asesora en el proyecto de ley de la AACYTAL que busca garantizar que los animales no sufran durante la experimentación, entre otros puntos. Cuenta que a diferencia del estrés, el término patológico distress que se usa en animales es la incapacidad de adaptarse a las situaciones estresantes. Allí es cuando pueden producirse cambios hormonales, cambios neuroendócrinos. Un animal alojado en un lugar donde hay un ruido constante, puede interpretar eso como signo de que hay un depredador cerca.

—Pero hay que ser realistas, asegura, hay una fuente de estrés que no se puede eliminar, nuestra presencia.

Silvina se define como una defensora de los animales.

En el laboratorio donde trabaja se compran diez ratas hembra por trimestre.

Después de una semana de adaptación, se las pone a aparear. Después del nacimiento se trabaja con las crías hasta el destete, el día 23.  En total, tienen a las hembras 51 días. Luego, se las deriva a otros proyectos. A las crías se las sacrifica. Para poder estudiar el cerebro.

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Gerardo Biglia tiene pose de abogado y habla como abogado hasta que agarra el celular y recorre las fotos de su hija, su perra y sus gatos.

—Nos hemos creído que está el reino animal, vegetal y mineral y que nosotros somos un reino aparte y superior. No solo distinto, sino superior, pero formamos parte del reino animal y tenemos un montón de compañeros de reino y ese es el trato que debemos darles.

Vuelve al mate desarmado y en cada respuesta se vuelve a armar, como una lucha constante que decidió emprender contra el especismo. Se define como un activista judicial. Busca llevar a la Justicia casos de maltratos hacia los animales, entre ellos los animales de laboratorio. Tiene 41 años y aclara que es vegano hace 6, lo aclara porque asegura que su vida cambió en ese momento.

—Entraríamos casi en un ejercicio nazi de decir: “bueno cual es el más superior de todos los humanos, entonces ese mas superior tiene derecho a tiranizar a todos los demás”. Es decir aun establecidas las posibilidades de jerarquizarnos entre nosotros, sostenemos que muchas de esas diferencias no tienen relevancia moral para imponerles a las mujeres un trato diferente al de los hombres, a los negros al de los blancos.

Gerardo dice que está en contra de cualquier proyecto de ley que regule la utilización de animales de laboratorio, pero que cree que alguno será aprobado en breve porque es necesario para el desarrollo del polo farmacéutico que crece justo en el límite entre Villa Lugano y Villa Soldati, al lado del Parque Indoamericano. El plan respaldado por el Ministerio de Desarrollo Económico porteño, tendrá más de once laboratorios y, dicen, dará empleo a más de 1100 personas. 

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En la Facultad de Veterinaria, el aula de Bromatología estaba repleta. El profesor ubicado frente al pizarrón verde con una tiza blanca en la mano mira hacia adelante y pregunta:

—¿Cuál es el fin último del veterinario?

Sin levantar la mano, la alumna dice:

—La salud del animal.

Lo dijo bajo. Pero el profesor la escucha y niega con la cabeza.

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—La salud del humano —dice—. Los veterinarios estudiamos la salud animal para mejorar la vida del humano. Ya sea animales saludables para dar una buena alimentación a la población, como también en los animales de compañía para que estén sanos para que no transmitan enfermedades a sus dueños.

Al terminar la clase, cuenta ahora, la alumna se dio cuenta de que había estado equivocada.

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El año pasado en la Universidad de Newcastle, Reino Unido, se realizó un congreso para debatir la manera en la que se realizan las eutanasias de animales. En uno de los trabajos presentados  se probó el método de la cámara de dióxido de carbono con ratas albinas, que por esta característica tienden a escapar de la luz. Se construyó una caja doble, una parte estaba a oscuras y otra iluminada. Por el extremo a oscuras entraba el gas y se vió que, a pesar de su aversión natural por la luz, las ratas albinas intentaban refugiarse en la parte de la cámara más iluminada, lejos de la salida del gas. A partir de esta experiencia comenzó a debatirse si era mejor usar otro gas, el isofluorano.

Aún hoy, el debate continúa.

Existen otras técnicas menos usadas como la inducción de un anestésico inhalado por medio de mascarilla. Y en ratones o en ratas de hasta 150 gramos se puede realizar la dislocación cervical, que consiste en la separación manual del cráneo y la 1o vértebra cervical y la consecuente sección de la médula espinal. Este método produce la inducción a una inconsciencia rápida. Podría pensarse que es menos indoloro y fugaz, pero requiere de una mano experta y de una persona que no tenga problema en sentir entre sus dedos el “crack” de un pequeño cuello que se parte.