Crónica

Escuelas tomadas


Los pibes se plantan

Las tomas de escuelas porteñas no son novedad: en 2007 los alumnos reclamaron por los problemas edilicios; en 2008, por el recorte de becas; en 2010, por las obras inconclusas; en 2012 por cambios en programas de estudio. Una cronista compartió la toma con los estudiantes del “Fernando Fader”, del barrio de Flores, una de las más de 30 escuelas ocupadas de Buenos Aires, que resisten la aplicación del plan “Secundaria del Futuro”. Cómo viven los jóvenes –que votan a los 16- su relación con la política y el Estado.

Es martes, son las once de la mañana y en el patio del colegio Fernando Fader del barrio de Flores hay más de cincuenta adolescentes dando vueltas. Algunos llevan baldes con agua y lavandina, otros pintura. Un grupito termina de pegar mosaicos en un cantero, mientras cinco chicas estudian sentadas en unos escalones. Dos pibes juegan en una mesa de ping-pong, una piba de pelo azul grita por megáfono que está por empezar la clase de idiomas y otra pasa pidiendo dinero para murales. Suena el RING del timbre, pero nadie le presta atención. Es el quinto día de toma en la escuela, el primero sin lluvia y quieren aprovechar para hacer todas las actividades al aire libre.

 

Cami está sentada en una silla escolar que arrastró hasta el centro del patio donde pega el sol. Tiene 19 años, cursa el sexto en la escuela, lleva el pelo largo y lacio recogido en un rodete alto que suelta y vuelve atar mientras habla:

 

—El día que tomamos vino la supervisora y nos dijo que no teníamos que preocuparnos, que por más que haya una reforma escolar no íbamos a perder el sexto año ni nuestro título, pero en las reuniones en el Ministerio no nos dijeron lo mismo, no hay información, dice.

 

Y es que el valor del título del colegio es alto: es el único técnico de Latinoamérica especializado en Publicidad, Diseño de Interiores y Artesanías Aplicadas. Aquí los chicos aprenden desde dibujo técnico y realización de maquetas a coser libros de forma artesanal, dibujar desnudos y moldear metales.

Colegios_tomados_02_der

“Lo que queremos es información, saber qué se está planeando porqué se aplica sobre nuestra educación”, dice Cami y la interrumpe una chica:

 

—¿Quién está a cargo de las actividades?

Cata— contesta ella.

—Hay gente de la asamblea del Corralón de Floresta en la puerta. Quieren venir a dar su apoyo y una charla

—Creo que fue a bañarse a su casa y ahora vuelve. Espérame que ya salgo y hablamos.

 

Desde hace días que las chicas duermen junto a otras 18 adolescentes en una de las cinco aulas del primer piso colmadas de bolsas de dormir y colchones inflables. El Fader es uno de los 31 colegios tomados en la Ciudad de Buenos Aires: reclaman por el plan Secundaria del Futuro que busca implementar el gobierno porteño y que comenzará a aplicarse en marzo del año que viene en las escuelas de la ciudad.

 

La reforma se plantea como un cambio de paradigma en la educación: pasar de un enfoque centrado en el aprendizaje de contenidos a uno que busque potenciar las capacidades de desenvolvimiento de los jóvenes. El docente deja las clases magistrales para volverse un “facilitador”, los alumnos deben trabajar el conocimiento de forma autónoma y colaborativa con ayuda de nuevas tecnologías y plataformas adaptativas con estructuras lúdicas. Se elimina el sistema de calificación numérica, las doce asignaturas pasan a ser cuatro áreas y en vez de un programa unificado hay un Plan Personal de Trabajo para cada uno de los 84.845 jóvenes. El último año los estudiantes pasarán la mitad del tiempo escolar en el colegio y la otra en empresas y organizaciones según sus intereses.

 

Hay puntos de la reforma que generaron el inmediato rechazo del alumnado como en el caso de las pasantías. Otras propuestas tienen buena recepción en la comunidad educativa, pero los estudiantes reclaman por la falta de información en la manera en que se llevará a cabo. Desde julio realizan asambleas y reuniones en las que intentan informarse. Discuten punto por punto qué les parece bien y qué mal. “La reforma se impone de manera inconsulta, sin participación de docentes y estudiantes. Es improvisada porque hay poca información y se aplica el año que viene”, dice Cami.  


El colegio Fernando Fader queda en el pasaje La Porteña. Una calle oscura que desemboca en plena Rivadavia. El edificio es parte del casco histórico del barrio, conocido como el Palacio Las Lilas: una casona antigua de estilo Tudor que fue construida hacia 1880. De su historia se conoce poco: que allí nació una artista destacada que era parte del movimiento surrealista, que funcionó un club de elite, que vivió el pintor Fernando Fader y que el primero de mayo de 1927 comenzó a funcionar una escuela.

 

77 años después y ante el deterioro del edificio, el gobierno de Anibal Ibarra presentó un plan de obra. Ese año se construyó un Salón de Usos Múltiples, pero en medio de una crisis política no continuaron con las demás etapas planificadas. Unos 600 alumnos empezaron a cursar más de 12 horas en un edificio con el 40% del espacio inhabilitado, con aulas provisorias hechas con durlok y baños provisorios que se inundaban. En invierno de 2007 se suspendieron las clases una semana por el frío: en el edificio no había gas. Esa semana de hace diez años los estudiantes tomaron el colegio. Fue la primera medida de fuerza, que se repitió en agosto de 2008 por un recorte del 50% de las becas a estudiantes y terminó con la renuncia del entonces Ministro de Educación porteño Mariano Narodowski.

 

En 2010 y tras un año de organización de asambleas zonales, los estudiantes tomaron más de 40 colegios: pedían reformas edilicias. Denunciaban la falta de calefacción, el deterioro de paredes y techos. Ese conflicto duró más de un mes y se cerró con la firma de un acta compromiso de Esteban Bullrich, sucesor de Narodowski y hoy primer candidato a senador bonaerense por el oficiliasmo, para realizar nuevos planes de obra.

Colegios_tomados_03_caja

Para el Fader significó la construcción de  un edificio de dos pisos detrás de la casona histórica donde hoy funcionan los talleres escolares. Y donde ahora cuelga sobre una baranda una bandera negra con letras de colores que dice “Fernando Fader”. La pintaron los chicos el año pasado y la llevan adelante en cada marcha. El modelo es una réplica de la que amaron alumnos ya egresados en los primeros conflictos. Esa bandera histórica la tienen guardada, junto a otros trofeos, en un armario.


“Leer atentamente: lo que es una pared rota lleva cemento!! Si la pared está bien solo está mal la pintura y lleva enduido. No se pone enduido en pared rota. Por favor: preguntar antes de hacer cualquier cosa”

 

La frase está escrita en el pizarrón del aula 1, una de las más grandes y deterioradas del colegio. Es una habitación amplia, con techo alto, molduras y forma de arcada. Hay siete ventanas grandes y una puerta que la comunica con el patio. Un grupo de 10 pibes y pibas de entre 13 y 16 años lija y limpia el lugar. Los coordina una profesora del colegio, que escribió el mensaje para que no haya dudas sobre cómo completar la tarea.

 

A pocos metros, en un aula donde se improvisó la cocina, suena I Want To Break Free de Queen a todo volumen. 5 pibas y 3 pibes cantan alrededor de una mesa donde pelan decenas de papas. Hoy habrá tortillas para el almuerzo.

 

Afuera un grupo de estudiantes de primer año arma carteles con las preguntas frecuentes: ¿Por qué tomamos? ¿Qué es la reforma? ¿Qué medidas se hicieron antes? En un rato saldrán a hablar con vecinos sobre el conflicto y no quieren que ningún estudiante esté inseguro sobre qué decir o le de vergüenza. En otro espacio un grupo prepara las actividades para los días siguientes: se viene el 16 de septiembre y hay que coordinar las actividades para recordar la Noche de los Lápices, cuando la última dictadura cívica militar  secuestró y asesinó a diez estudiantes secundarios.

 

Desde el primer día los estudiantes se organizaron en diferentes comisiones para hacer las tareas diarias: hay de limpieza, cocina, actividades y seguridad. La puerta está abierta de 9 de la mañana a 9 de la noche. Arrancan el día con clases de yoga y lo terminan con cine debate. El colegio tiene seguridad las 24 horas, pero los estudiantes montan guardia de a dos y rotan cada una hora. Sólo pueden entrar alumnos o personas que tengan relación directa con ellos. Piden nombre, apellido, división o documento.


El PDF se filtró en vacaciones de invierno. Abru y Cata, alumnas de sexto y quinto año que forman parte del centro de estudiantes, estaban reunidas en la casa de una de ellas junto a otras compañeras cuando sonaron los celulares. Las dos abrieron el mensaje al mismo tiempo. “Secundaria del Futuro” decía en gris sobre una placa blanca adornada con los colores del arcoíris en degradé y el sello del gobierno porteño.

 

—¿Qué es esto?

—¿Una reforma?

—Nah, es joda.

—No, pará, tiene el sello. ¿Lo implementan el año que viene?

—En las reuniones no dijeron nada, esto no se lee bien

—¿Lo imprimo?

—¡Sí, imprimilo!

 

Al rato, Abru tenía en las manos veinte hojas ahora en blanco y negro. Como si fuera un trabajo práctico para la clase de historia, empezaron marcar el texto.

 

Buscaron palabras claves: créditos, aprendizaje integral, modernización, incentivado, colaborativo, desafiante, cambio de enfoque, tecnología. Y se detuvieron en una oración escrita con destacados celeste sobre la cursada del quinto año:

 

“El 50% del tiempo escolar destinado a la aplicación de los aprendizajes en empresas y organizaciones según talentos e intereses de cada alumno y 50% de tiempo escolar destinado a desarrollar habilidades y proyectos relacionados al emprendedurismo”


La noticia de una reforma escolar circuló rápido: preguntas por la Secundaria del Futuro inundaron los grupos de Whatsapp y redes sociales de los adolescentes. La Coordinadora de Estudiantes de Base, que nuclea a más de 45 colegios de la Capital Federal desde hace seis años, llamó a una reunión extraordinaria en plenas vacaciones de invierno. El encuentro fue en la carpa de PepsiCo, una estructura amplia montada por trabajadores despedidos frente al Congreso de la Nación.

Colegios_tomados_04_col

En agosto se armaron asambleas para informar la situación. En el Fader se presentó el PDF punto por punto y discutieron las diferentes interpretaciones. Se votó salir a recorrer colegios y calles para hablar del tema y una marcha que se planeó a tres semanas.

 

Al día siguiente hubo una reunión del centro de estudiantes: chicos de entre 13 y 15 años desbordaron el espacio. Eran los alumnos de primero y segundo año que no solían ir a ese tipo de reuniones pero ante la reforma decidieron involucrarse. La marcha fue el 30 de agosto. Más de 200 adolescentes salieron desde el Pasaje La Porteña hacia el centro para exigir información de la reforma. Llevaban banderas contra la medida y muchos carteles improvisados con el rostro de Santiago Maldonado, el joven desaparecido el primero de agosto después de una represión a una comunidad mapuche en el sur de Argentina.


Los primeros cruces más recordados entre el periodista Eduardo Feinmann y los estudiantes argentinos datan de septiembre de 2010. Los jóvenes irrumpieron en la escena pública con 23 colegios tomados y una discusión acerca del mal estado de los colegios. “Se nos caen los techos en la cabeza”, decían y llamaban a un diálogo con Esteban Bullrich que se negaba a atenderlos.

 

“¿Entendiste la pregunta o es muy difícil para vos?”, decía Feinmann. “¿Sabes que tomar colegios es ilegal? I-le-gal ¿entendiste?”. Días después: “Ustedes empezaron tomando colegios, quieren tomar el ministerio. ¿Les gusta la acción directa? ¿Ahora van a tomar la casa de gobierno? Muy bien, muy bien”, decía el periodista, al borde del grito.

 

Estos diálogos que en 2017 ya son cine de culto posicionaron a los estudiantes como voces autorizadas. Podían contar claro sus reclamos y las responsabilidades estatales. Youtube se llenaba de vídeos con títulos del estilo “estudiante destrozó a Feinmann en vivo”.

 

El pico de la bronca fue en 2012, en un contexto de 64 colegios tomados, cuando el periodista los trató de “conchudos”. Un estudiante había cuestionado una de las preguntas y este respondió: “El día que pagues tus impuestos, nene, te voy a dar algún tipo de explicación”.

 

—Yo no pago los impuestos porque todavía no tengo edad para pagarlos, pero mis padres si los pagan y lamentablemente gran parte de esos impuestos se van a subsidiar a la educación privada en vez de ir a los presupuestos de la educación pública, dijo el chico.

 

Feinmann cortó la comunicación y cerró mirando a cámara: “Si ustedes buscan en el diccionario la palabra conchudo significa astuto, cauteloso, sagaz. Eso es lo que creo que son estos nenes tomadores de colegios, unos verdaderos conchudos”.


La reunión de padres y madres fue un domingo de septiembre. Veinte estudiantes se juntaron antes para repasar qué iban a decir frente a las familias. Anotaron varios puntos en un cuaderno y prepararon el aula. Acomodaron las sillas en círculo y armaron una mesa larga con los bancos. Arriba pusieron un mantel negro y varios mates para compartir. En el pizarrón escribieron con letras grandes: ¿Dónde está SANTIAGO MALDONADO?

 

Las familias empezaron a llegar con facturas y galletitas. Eran más de 80 adultos inquietos que se sentaron a esperar indicaciones de sus hijas e hijos. Ellos empezaron a hablar: contaron cómo se enteraron de la reforma y las medidas previas, explicaron los cambios y las dudas que tenían, hablaron de las comisiones que armaron para organizar la toma, de la seguridad y abrieron lugar a las preguntas.

 

“Lo que más generaba preocupación era la seguridad de los chicos y que se cumplieran todas sus necesidades”, cuenta ahora Cristina, mamá de un estudiante de quinto año y parte de la cooperadora el colegio. “Muchos padres y madres no estaban de acuerdo pero se acercaron porque su hijos habían votado a favor de la medida y querían garantizar que estuvieran bien”.

Colegios_tomados_05_izq 

Aquella noche llenaron la expensa de comida, crearon sus propias comisiones para acompañarlos, organizaron un cronograma para que hubiera adultos durante la noche en el colegio y armaron un grupo de Whatsapp al que se sumaron 195 personas. Desde ese momento el teléfono de Cristina no para: llegan fotos de estudiantes sentados en el piso escuchando una charla o de pibas arreglando una pared; frases lindas de algún padre orgulloso y otras de madres enojadas. Todos los días se suma alguien nuevo.


La regla dice que deben cenar todos juntos. Es domingo a la noche y cincuenta pibes y pibas ponen la mesa en el patio. En la cocina empiezan a servir platos de polenta o fideos con salsa con carne o vegetariana. Tres chicos se acomodan en la punta, desde ahí se puede ver un patio que da a un portón a la calle. Del otro lado cuelga una bandera blanca con letras rojas y azules que dice: COLEGIO TOMADO.

 

Son las diez de la noche y en este pasaje de Flores siempre se escuchan ruidos. Algún grito o botellazo y vidrio que se rompe en una discusión. Eso no los altera. Sólo se preocupan cuando ven las luces azules de un patrullero. No llegan a asomarse que ya hay un efectivo observándolos desde las ranuras del portón.  

 

Una de las chicas se acerca:

 

—¿Necesitan algo?, pregunta a los dos efectivos.

—Buenas noches, sí ¿podría acercarse más? Necesitamos saber algunos datos, cuándo va a terminar la toma, cuáles son sus reclamos, dice el efectivo.

 

La joven de quinto año, avanza:

 

—Identifíquense primero, dice.

 

El otro policía contesta que están dando vueltas por los colegios desde temprano para juntar los diferentes reclamos.

 

—Con una lista de lo que están pidiendo y un par de firmas los dejan tranquilos, dice uno.

—Mira, yo no quiero venir a molestar. Si fuera por mí se quedan acá adentro lo que se les cante. Pero los de arriba nos piden, necesitamos que nos den sus reclamos y que firmen, insiste el otro.

—Puedo escribirte los reclamos pero no vamos a firmar nada

 

Se acercan otros estudiantes y una madre. Deciden darles el papel, pero vuelven a pedir que se identifiquen. Llega un funcionario de la Defensoría del Pueblo que estaba haciendo una ronda en otro colegio. Pide datos a los policías que ellos se niegan a dar y se arma una discusión. Al final se retiran con el papel sin firmar y el funcionario le da la madre todos sus datos por si vuelven a aparecer.

 

A los dos días un coche se estaciona en la puerta del colegio con cuatro hombres dentro. Con un láser apuntan hacia las ventanas de las aulas donde duermen los alumnos. Una madre se da cuenta y llama al defensor que aparece a la media hora. Al ver movimiento, el conductor del auto arranca.

 

Un protocolo contra las tomas, funcionarios porteños que ingresaron al colegio para decir que las asambleas son ilegales, patrulleros que circulan por los colegios, son algunas de las situaciones que se denunciaron en estos días.  


La primera mesa de trabajo conjunta entre funcionarios de gobierno y estudiantes del secundario fue en diciembre de 2016. Voceros de colegios llegaron a las oficinas del Ministerio porteño en la calle Paseo Colón para presentar los puntos claves de preocupación: situación edilicia, la aplicación de la Ley de Educación Sexual Integral, becas y viandas y problemáticas de género. En el piso 12 los esperaban asesores de distintas áreas con galletitas y jugo.

 

Durante seis meses los encuentros se repitieron cada tres semanas, las galletitas dejaron de estar en la mesa y las discusiones se pusieron tensas con actas sin firmar. La ministra Soledad Acuña no participaba de los encuentros y los asesores no daban respuestas concretas. Desde que se filtró el documento de la reforma en julio hubo dos reuniones. En ambas los jóvenes pidieron información.

 

“Es un proyecto que está muy verde”, le dijo uno de lo asesores a delegadas del Fader. Cuando el reclamo llegó a los medios de comunicación, el ejecutivo convocó a una nueva reunión. Esa tarde les presentaron los mismos puntos ya filtrados en el PDF:

 

—El espíritu del proyecto es que se modernice la educación, que cambien los roles entre docentes y alumnos e ingrese la tecnología, -dijo una funcionaria-, la disposición de las aulas va a cambiar. Para que se imaginen, vamos a poner proyectores en el techo para que cuando se esté dando una clase, por ejemplo, del cruce de los andes de San Martín vean las montañas proyectadas en las paredes.

—¿Cómo van a poner un proyector en el techo si se está cayendo?, preguntó un estudiante de 17 años.

 

El miércoles la Ministra de Educación convocó a una reunión de urgencia. Sólo pudieron entrar los representantes de colegios que no estuvieran tomados.


Ernesto y Thiago son egresados del Fader. El lunes volvieron al colegio para dar una charla sobre el Estado y la Política, la misma que ellos escucharon hace 7 años, siendo estudiantes, en las tomas del 2010. Una decena de alumnos los esperaban para conocer las experiencias e historia del movimiento estudiantil secundario.

 

“Los estudiantes fueron los únicos que lograron arrancarle una reivindicación concreta al gobierno”, dice ahora Ernesto. Mientras Thiago plantea las diferencias entre gobierno y Estado y  explica qué es el sentido común y cómo desandarlo.

 

Y repasan: en 2008 una toma logró frenar el recorte de becas, en 2010 que el ejecutivo porteño se comprometa con los planes de obras, en 2012 parar la aplicación inmediata de la Nueva Escuela Secundaria de Calidad la cual fue debatida por la comunidad educativa durante un año.

 

Aldana Martino es egresada de la escuela Claudia Falcone. Tiene 23 años, estudia abogacía y es candidata a legisladora porteña por Unidad Ciudadana. Llega a la escuela el martes a la noche para hablar sobre militancia y juventud. “Viví las tomas durante casi toda mi secundaria y son instancias muy educativas porque implican una autorganización que recupera los lazos de solidaridad de una manera muy impresionante”, dice.

 

Ella está de acuerdo con Ernesto y Thiago en que los estudiantes ya tienen victorias encima. Ella cursó en un colegio que en 2006 fue mudado a otro edificio por las malas condiciones edilicias. El nuevo no estaba mucho mejor: se caían los techos, no había gas, las ventanas estaban rotas. En 2010 fue parte de la toma de más de 45 escuelas, que después de un mes de conflicto logró que se inicien los arreglos y tres años después se inauguró el edificio del colegio. Es de la generación que se sintió interpelada por la política y salió a la calle, parte de la que inspiró el voto a los 16 años y se posicionó como uno de los actores políticos.

 

Días después, sentada en un banco del colegio Abru dirá:

Colegios_tomados_06_col

“En las aulas se habla de política y ahora hay una idea de que las pibas y los pibes no sabemos nada o que cualquiera puede meternos ideas en la cabeza. Cuando desapareció Santiago Maldonado lo hablamos todos los días, porque era un joven y eso a nosotros nos toca de cerca. Nosotros tenemos debates, paneles, reuniones y asambleas como espacios donde informarnos y discutir, no siempre estamos de acuerdo. Pero sabemos que cualquier colegio que este organizado y tenga un centro de estudiantes va generar un pensamiento crítico”.


Entran 30 jóvenes a un cuarto oscuro. Son guiados por otros jóvenes que los sientan en el piso. Llevan los ojos vendados. Las ventanas están tapadas. No entra luz. No se ve nada. Empiezan los ruidos: la frenada de un auto, las botas corriendo, la voz de un militar que grita alto. Ahora el discurso de Videla. Se escucha cómo alguien se lleva arrastrando a una chica, ella grita. Alguien llora. No se escucha más. Hace siete años que el centro de estudiantes del Fader conmemora la Noche de los Lápices con una pieza de teatro ciego. Las actividades de la jornada puede cambiar: hay charlas o cine debate, pero esa pieza siempre está presente. La piden los propios alumnos.


La asamblea comenzó a las tres y media de la tarde en el patio del colegio. Es viernes 15 de septiembre y deben discutir la organización para el día: treinta chicos se quedarán a cuidar la toma, seguir con las actividades, limpiando y cocinando mientras otros sesenta saldrían para la marcha por los 41 años de la Noche de los Lápices.

 

A las cuatro se reunieron en el pasaje con estudiantes del colegio Julio Cortázar y el Saavedra, que marcha por primera vez. Más de 80 adolescentes suben al subte línea A para sumarse a los demás en el centro porteño.

 

—¡Alerta, alerta que están vivos, todos los ideales de los desaparecidos!

 

Se animan los jóvenes que van cayendo a Plaza Pizzurno. Brillos en la cara y “Prohibido olvidar” escrito con delineador negro. Pañuelos verdes de la campaña por la legalización del aborto colgado en el cuello. Carteles con los rostros de los 10 jóvenes desaparecidos y asesinados en dictadura junto a la pregunta ¿dónde está Santiago Maldonado? Así comienzan a marchar más de dos mil alumnos hacia Plaza de Mayo y luego al Ministerio de Educación de la Ciudad.

 

Canela tiene 15 años y vino junto a su hermano porque cree que la reforma es una medida extrema contra la educación pública. Ella cursa en el colegio nº19 Luis Pausteur, conocido como “El Nacho”, donde la toma fue rechazada por 300 votos en contra en las urnas. Cuenta que la mayoría no quería perder días de clase y que otros estaban a favor de la reforma. Un grupo puso una bandera que colgó frente a la asamblea que decía “Soul explota el 10s”, una fiesta que sería ese mismo fin de semana y nadie quería perder.

 

Tomás tiene 21 años y es egresado del Julio Cortázar. Camina solo, con un pucho en la boca, que suelta cuando quiere cantar. Dice que se sumó a la marcha porque es inminente aliarse con otros sectores para sostener la lucha estudiantil.

 

La marcha se detiene en Paseo Colón 255. Más de dos mil pibes con banderas, carteles y bombos se sientan frente al Ministerio de espaldas a una parada de Mentrobús para hacer una asamblea. El micrófono pasa entre los estudiantes, después entre los que vinieron a dar su apoyo:

 

—Nada de lo que les pueda decir el hermano de una víctima de la dictadura se compara con esta imagen que ustedes me están dando aquí y ahora, dice el Chiqui Falcone, hermano de Claudia, una joven de 16 años secuestrada y desaparecida- A 41 años son los jóvenes la punta de lanza de las reivindicaciones y luchas sociales.

 

Los alumnos del Fader no llegan a escucharlo. Son las siete de la tarde y ya están en camino de vuelta a la toma.