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La ciudad de Resistencia, capital del Chaco, es conocida por su cálida y despreocupada manera de existir. Solemos tener fama de buen lugar de reuniones, amables anfitriones y sol abrasador. Su gente se mueve bajo su incandescencia aparentemente sin esfuerzo, como eternos, fuera de peligro. Pero la pandemia mundial lo cambió todo desde que el Coronavirus llegó a sus calles. A nuestras calles.
La cuarentena de la ciudad se fue cerniendo lentamente concretando varias escenas de La Jetée, Blade Runner, 12 Monos. Podés hacer la trasposición chacoensis de cada secuencia, modo resistero de siesta, y sin final resuelto. Te llegan cadenas virtuales de cada grupo de whatsapp de madres, padres, escuelas, cátedras, amigues, vecines; de videos, memes, infografías, audios y comunicados que recorren todo tipo de niveles y desniveles de responsabilidad o derrape informativos.
Hasta la salud puede ser un fake. Hasta la muerte puede ser un fake. De nuevo podemos ver cómo se delinea el triste podio de ser la segunda provincia donde se registró una muerte en el país, a causa del COVID-19. El ingeniero César Cotichelli, la víctima, era docente de la Universidad Tecnológica Nacional. Y lógicamente había viajado por zonas de circulación sostenida del virus.
Los desplazamientos comienzan a visibilizarse como infección inmigrante. La muerte se piensa, se desmiente, y de todos modos termina por suceder. No faltan las resurrecciones anecdóticas que ojalá nos rediman aunque sea por el humor.
También es Chaco donde se confirmó el primer caso nacional de un contagio infantil. El niño tiene 4 años y es familiar de una becaria que había recibido uno de los primeros diagnósticos positivos en la ciudad. La noticia consterna y alarma aún más los pasos de los chaqueños, en su deambular cada vez más vedado.
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Habíamos creído que, por suerte, las condiciones geoclimáticas de este Chaco nos tenían reservado un abnegado antídoto ya que el Coronavirus parecía ser una enfermedad del invierno. Y nuestras temperaturas, cada vez más extremas, promedian entre 35 y 38 grados en este marzo, con deforestación y agronegocio mediante; con 24 ambientalistas detenidos por “intromisión indebida” luego de colgar un cartel contra el desmonte en la Casa de Gobierno.
Pues el COVID-19 no pide mucho permiso y se insemina por estos pagos, compitiendo con el Dengue, flagelo de más de 400 casos confirmados y otras situaciones de pánico por temor a recaídas. Por temor a volver a enfermarse y no aguantar. En Chaco todos conocemos a alguien que tuvo dengue, y la culpa aún se la sigue llevando el intrépido y malicioso mosquito aedes, plaga insurrecta.
Chaco es o quiere ser pionero, siempre. De todo lo que haya. Es un chiste común, y también una sentencia. En un contexto de recesión global con una inflación desregulada e imparable, en medio de la desertificación mundial de museos, monumentos y espacios de sociabilidad vaciados de público y cerrados, aquí se empieza a temer una crisis de abastecimiento de alcohol en gel. La UNCAUS (Universidad Nacionalel Chaco Austral), en la localidad de Roque Saénz Peña tiene pensado fabricarlo frente a la demanda, pero por ahora sólo viene produciendo repelente en crema, para la paliar la epidemia que viene padéciendose desde hace mucho más tiempo. Circulan recetas para prepararlo de modo casero, que vienen de países abismalmente lejanos e hipermodernizados pero también infectados. Aparecen la cola de caballo, la equinacea y la cúrcuma, el sauco, el propóleo y el ginseng como alternativas inmunoestimulantes. “Barata la uva!”, gritan los carros verduleros por los barrios (y a veces no tan barata). “Barata la ciruela para el coronaviru!” Los arándanos, carísimos, pero su promesa es aportar antioxidantes y polifenoles, barbijos from natura que siempre anduvieron sanando.
El mate comienza a circular en los trayectos urbanos, las doñas sacan su termo ahora sin mácula, pero con una modalidad individual, reducida a la cebada subjetiva, mínima y alerta, totalmente contra su esencia matera, de encuentro, de chacú.
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Comienza la segunda quincena de marzo. Argentina cuenta 46 casos confirmados de Coronavirus, 6 se registran en Chaco. Los dos primeros, anunciados el 9 de marzo, se diagnosticaron en personas que habían estado de viaje. Enseguida se declaró la Emergencia Sanitaria Nacional.
Las situaciones de emergencia y suspensión de actividades en los espacios institucionales donde se están registrando casos de contagio van aumentando con las horas. La Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Nordeste fue el primer espacio que se vió afectado, con la confirmación de un caso positivo de una becaria de dicha institución, quien regresó junto a su madre de un viaje al extranjero. Varias facultades comienzan a aplicar la modalidad virtual de dictado de clases, buscan generar comités internos de emergencia, formatos de trabajo a distancia, virtuales, cuidando de mantener y asegurar la actividad docente.
Otros casos confirmados comienzan a circular con el correr de los días y sus horas. Un chofer de línea 8 y su mujer, un funcionario de Secheep, la empresa provincial de energía eléctrica. Ellos son imaginados en sus itinerarios como el mapa del riesgo epidémico. ¿Con quién hablaron? ¿A qué hora estuvo manejando? ¡Cómo no se quedan en su casa! Éstos son los mensajes que circulan sobre el tema. Yendo o volviendo en cualquier colectivo urbano podemos sentir el rumor in crescendo. Las empleadas de un call center charlan sobre la loca posibilidad de realizar las llamadas desde su casa, cuentan que el aire acondicionado del lugar donde trabajan estuvo sin funcionar por prevención (mientras afuera estallan unos 37 grados), para matar el virus (y la factura de luz).
Como en todo el mundo, en Chaco toser o estornudar son expresión de clara amenaza. Hay que toser de modo respetuoso, sin llamar mucho la atención. Hace demasiado calor para barbijos, todavía. La indicación preventiva son tres metros de distancia.
Mientras nuestras ciudades y pueblos están vacíos, la escena distópica sucede frente a nuestro frágil Gran Hospital Perrando. Sobre sus muros se agolpan perennes pacientes. Más allá de la pandemia un señor de edad avanzada sostiene con una mano su cabeza y con la otra su bicicleta metálica, íntegra conductora del calor. Lleva una camisa de franela a cuadros, fuera de temporada, fuera de presupuesto, fuera de sí con tanto calor y esa camisa en trance contra toda afección que no sea la social. Ésa sigue mutando y perfeccionando su cepa. “El hambre y el calor se combinaban en un sabor venenoso que recordaba a la derrota”, recuerdo la frase de Philip K. Dick como si lo oyera, sentado desde la otra punta, en el mismo distópico muro.
El ejecutivo provincial decretó el aislamiento para cuatro localidades del interior de Chaco. Lapachito, La Verde, La Escondida y Colonia Elisa están en protocolo de riesgo, sus 15.800 habitantes confinados en sus casas. Es increíble pero en estos días están evaluando levantar esa medida, aún con las consecuencias sanitarias que podría acarrerar. Mientras, pueblos enteros permanecen en cautiverio porque los dueños de sus fábricas, que de la explotación taninera pasaron al desarrollo de muebles y textiles, viajan al exterior y regresan infectados. Poblaciones fantasmas, hábitats destrozados, por siempre relegados y ahora aceptados en su famélica condición. La prensa rebosa de tintes amarillos sus relatos de lo estable y controlada de la situación.
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“Mundos gemelos, mundos gemelos. Mundos extraños.” La oración del pequeño brujo me reza por lo bajito a través de la música que escucho y que aún se deja oír. Mi computadora minúscula emerge como ánfora de lo social, como ateneo en tiempos de reclusión obligada y redentora.
Esta sintomatología virósica coronal no se lleva bien con lo cultural y sus convenciones. Es letal para la cultura. Hay suspensión general de todas las actividades programadas para las próximas semanas por su potencial concurrencia y aglomeración de público. Hay asistencia restringida del público a los espacios culturales que continúan abiertos, aún teniendo los recaudos preventivos del caso. Vivimos el ocaso de la multitud. Vemos en directo la caída de las muchedumbres, de lo masivo. La interdependencia social está mudando su piel hacia dermis y niveles de introsociabilización nunca antes experimentados.
Las redes de afecto orgánico y adaptativo, interconectivas e interoperativas se revelan para intentar preservarnos de algún modo y poder imaginar un efecto enjambre que nos ayude a pensar hasta dónde llevamos el punto de inflexión más allá de la era del semiocapitalismo.
¿Somos capaces de trasladar y reivindicar el sentido de la libertad humana al seno de nuestro habitar, a la médula de nuestra vida diaria? El futuro reubica su renacer en la inmanencia de lo cotidiano. Ese es ahora el inesperado espacio tendencial de posibilidades vitales, ante una caótica percepción del desplome de lo social como lo habíamos conocido, habrá de verse cómo vivimos para poder seguir viviendo.
Es como si hubiésemos ido como especie hacia las bases instrumentales y progresistas de lo moderno, hasta la consolidación de un sistema de explotación total ultracapitalista, para regresar a una elemental condición humana de precariedad, de intemperie puertas adentro. Veamos pues si el algoritmo y sus bases operacionales, de patrones y códigos de identificación, alcanzan para abrazar nuestra voluntad de interacción, de existencia cercana y presente.
Los sobrevivientes proseguimos nuestra vida como un experimento, en una historia mundial en ruina, con el manto de lo posible desgastado por lo real. Ya podemos comenzar a acariciar nuestras cicatrices de guerra cansada, inmunidad e inmovilización domiciliaria. Veamos si podemos verlo de otro modo para sostener la vitalidad. Poder tomar al #mequedoencasa como revuelta molecular de defensa, micropolítica leucocita cotidiana que pueda llevar cuidado al recinto íntimo de lo familiar absorbiendo y vitalizando lo que sigue sosteniendo un día a día.
La familia continúa siendo el sitio de emergencia de preservación, aunque ésto suene increíble, donde aún se puede acudir por resguardo. Desde ese espacio en lo íntimo pueden surgir acciones y orientaciones genuinas ante la calamidad de los miedos, al contagio y a lo que sea por venir. Reordenar nuestras prioridades. Pasar el tiempo con los propios, con los seres y espacios en donde se habita, a ver cómo se hace para volver a hacerlo vital.
Quién iba a pensar que nuestra casa se volvería refugio y medicina tan de inmediato. Como inmediata la lección evolutiva transmitida esta vez por nuestra gran casa planetaria llamada Tierra, con su flagelo inminente de desmonte y monocultivo, con niveles de explotación forestal y exterminio ambiental sin control ni pausa.
Ante este horizonte de peste y apocalipsis humana sin remedio aparente, llego a la plaza central de la ciudad. Frente a mí se levanta la Loba Romana, monumento sumamente simbólico, que hace exactamente un siglo se erige como obsequio de la comunidad italiana a Resistencia y al Territorio del Chaco por su amabilidad y hospitalidad, habilidades de riesgo en estos tiempos. La Luperca me observa desde su pedestal con sus tetas de piedra con una potestad perdida, con sus defensas vencidas, entre protocolos de desinfección, noticias de cuarentena y paralización internacional. Un paradigma de vida en evidente colapso y caída. En la exuberancia vegetal que cubre a la estatua con sus dos huérfanos, la sombra de un lapacho le protege el lomo a un perro que se detuvo por rascarse. Natura prosigue su porvenir, de ciclos y reinicios constantes. De raíces y seres en restauración y conexión, esenciales y permanentes. La manera de seguir creyendo en vivir bien está en esa vida que sigue, junto a nosotros, bajo este sol que sigue abrazando. Paralela e intacta. Inmune y feroz. Emergentes en la emergencia. Y a esa vida hay que hacerle el amor.