Voluntariado y política


La elegida

Los Piletones es el barrio popular más visitado por las elites políticas y económicas y también actúa como un mercado concentrador de la filantropía social de Buenos Aires. Ese predio de cuatro hectáreas tiene una líder sin equivalentes en el mundo de la militancia: Margarita Barrientos, una mujer que no sigue órdenes políticas sino su olfato, su capacidad para leer climas de época. Conoció a Macri en 2002 y desde entonces los une un vínculo de mutua protección. Si para muchos Margarita es amor gratuito y sacrificio, para otros es solo una puesta en escena a desarmar. Perfil de una líder social que supo construir una red de aliados públicos y privados que no deja de expandirse.

Esta mañana de invierno, al llegar desde la Avenida Lacarra, del lado norte de las diez manzanas que componen el barrio Los Piletones, parece un día cualquiera: la sombra gélida del bajo autopista, el menú del mediodía a fuego lento, la venta de habas tostadas y papines. Un hilo de agua recorre las calles aunque no llueva: la luz cae sobre las casas de material, revocadas en planta baja, sin revoque en el primer piso, producto de ampliaciones recientes. A unas cuadras de ahí, desde el ingreso por el Parque Indoamericano, una tarima y unas vallas delimitan una escena diferente. Hay cámaras y camionetas con antenas satelitales. Un grupo de gendarmes cuida la entrada de los autos oficiales; su banda acompaña con clásicos del jazz. Concentrados en una de las calles más anchas del barrio circulan diplomáticos, ministros, jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y donantes: empresarios extranjeros, especialistas en couching, integrantes de Rotary Clubs, mujeres de comisarios de la Policía Metropolitana. Pronto llegará la primera dama, Juliana Awada.

Y entre ellos, Margarita. Célebre, pero sin brillo.

Salvo alguna excepción, no hay vecinos de Piletones.

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Hoy se inaugura el Centro de Atención a Víctimas de Violencia Familiar, uno de los últimos hitos de su Obra. El edificio se construyó sobre terrenos cedidos por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires contiguos a las viviendas del programa Sueños Compartidos, con el financiamiento de la empresa Gestam Argentina, de capitales españoles. Fue bautizado “Margarita Barrientos”.

El Centro nació de un sueño que se desarrolló con fluidez. Camino a casa, Emilio Quesada Martínez, presidente de la empresa, escuchó al periodista Alfredo Leuco entrevistando a Margarita. Ella contaba que cada noche una mamá con sus hijos tocaba la puerta del comedor escapando de su marido alcoholizado. “Al día siguiente, hablamos con Alfredo, me puso en contacto y empezamos”, cuenta Quesada, convencido de su inversión. “Son las mejores manos, sabés que el dinero se va a dedicar al cometido. Porque Margarita es así”.

Es así. Para Quesada y los demás donantes, no hacen falta muchas más explicaciones. Por eso la Fundación atrae a deportistas y artistas, dirigentes y animadores, periodistas y empresarios. Piletones es, quizá, el barrio popular más visitado por las élites políticas y económicas y por las clases medias, aunque solo lo sea de este lado, el de las calles que componen la Obra, un mapa pequeño en superficie pero denso en relaciones sociales. Aquí se cruzan circuitos del Estado local, del mundo del voluntariado y de la filantropía empresaria que floreció en Argentina en las últimas décadas. Los une la marca social de Margarita.

En las cuatro hectáreas y media que ocupa el barrio, la presencia estatal es visible; la inversión pública, deficiente. Esa paradoja expresa también un modo de gestionar de PRO: conoce el barrio, lo reforma, lo publicita, aunque en virtud de una relación de relativa exterioridad. En cierta medida, no lo gobierna. Una instalación eléctrica inestable y precaria, la red de gas que sólo llega al comedor de Margarita, dificultades con las titulaciones y relocalizaciones y falta de participación de los casi seis mil vecinos en las decisiones son las señales de que Piletones se urbaniza “hacia fuera”. Como hacia fuera se construye también la referencia de quien adoptó como figura social predilecta.

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Margarita: nadie se refiere a ella por su apellido. Nadie dice Barrientos. Del mismo modo que ella habla de las personas usando sus nombres propios, no importa si se trata de una charla informal o de una entrevista en la televisión. Tampoco si la persona es una maestra de su infancia o un ministro, un senador, una integrante de la farándula. Mauricio, Alfredo, Horacio: los nombres de pila de su inclusión en el mundo.

El acto de inauguración está controlado por ceremonial de Presidencia y por las mujeres de la Fundación. No hay multitudes porque no es ése el capital puesto en juego. Todo el que está acá la adora, la admira, desea tenerla cerca. Margarita, agradecida, cruza la valla para sacarse fotos con sus invitados, consciente de su poder de convocatoria. Enfatiza su timidez, encoge los hombros, habla con palabras simples. No hay huellas de la voz de mando que utiliza en otros escenarios. Es, después de todo, la Margarita que recibe y que aprendió a presentarse en función de lo que espera de ella un público heterogéneo, pero unívoco.

No llega, sin embargo, a ver a la presidenta del bloque de Cambiemos en el Concejo Deliberante del Municipio de 3 de Febrero que, aferrada a la valla, espera su saludo. Cuando abrió su merendero fue a la Fundación en busca de consejos y volvió con el auto lleno de mercadería. Desde ese entonces, Margarita le envía lo necesario para preparar la merienda todas las semanas. “Es imposible verla e irte sin nada”, dice revelando el caudal de donaciones que recibe Margarita. En ocasiones es tal, que la Fundación actúa como un mercado concentrador de la filantropía social de Buenos Aires. Y no solamente.

Solo resta la llegada de la invitada principal, la esposa del presidente Mauricio Macri. Juliana Awada trabaja hace meses en la construcción de su imagen de cercanía y sensibilidad con las clases populares. En tiempos de tensión social y de acusaciones al gobierno por su escasa capacidad de representación y de atención hacia “los pobres”, el acto es también un evento de prueba pública.

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La relación de Margarita con Macri lleva más de una década. Se conocieron en 2002, cuando Mauricio era presidente de Boca y preparaba su candidatura a jefe de gobierno de la ciudad  de Buenos Aires. Siguiendo la estela mediática que ella comenzaba a tener, la visitó con las estrellas del plantel de la primera de Boca. En 2003, en medio de una fuerte pelea con el entonces jefe de gobierno, Aníbal Ibarra, Margarita encontró en el entonces presidente de Boca un aliado eficaz. Para él, Margarita era la referencia que no tenía en el mundo popular; una amable para su electorado. Para Margarita, él era un político distinto: un político antipolítica, como ella.

Desde que el PRO gobierna la ciudad de Buenos Aires, las ayudas se multiplicaron, a través de los presupuestos del Ministerio de Desarrollo Social y Educación,  así como la cesión de potestades a ella y su círculo familiar. El polideportivo del barrio está en manos de Isidro Antúnez, su marido, quien preside, además, las cooperativas que hacen obras y tareas de mantenimiento en la zona. El Estado municipal también llega al barrio a través de la Fundación: entre 2012 y 2014, por ejemplo, funcionó en uno de sus galpones un programa de salud reproductiva para jóvenes.

Margarita se encarga de invisibilizar ese apoyo público constante y sólido. Macri sabe que ella no es una referente política clásica, no le pide que se comporte de ese modo. Las retribuciones se hacen efectivas en otros terrenos, en especial en los medios, donde Margarita no deja de reconocer su amistad con Mauricio. La autonomía de Margarita también se explica por la independencia económica que fue adquiriendo: si hace seis años, según consigna Luciana Mantero en su minuciosa biografía, la ayuda estatal representaba el 70% del presupuesto de la Fundación, hoy lo hace en un 50 ó 40%. El resto proviene de organismos internacionales, como el Banco Mundial; de empresas nacionales y extranjeras (Carrefour pagó cerca de un millón de pesos por utilizar la cara de Margarita en sus publicidades) y aportes de privados, capaces de donar hasta 100 mil pesos en forma anónima.

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Horacio Rodríguez Larreta conversa con Margarita. Octavio Calderón, abogado de la Fundación y legislador por el PRO en la Ciudad, se mantiene cerca, consciente de que allí está la fuente que alimenta su incipiente carrera política. También hay otros legisladores: Maximiliano Sahonero, antiguo presidente de la juventud partidaria y activista de la villa 20, otro de los canales de comunicación de PRO con el mundo popular, pero esta vez de manera directa y por fuera del circuito de la filantropía y el voluntariado; y José Luis Acevedo, dirigente peronista de la Comuna 13. Todos se encuentran del otro lado de la valla, en la zona VIP, límite también de su círculo de confianza.

Al advertir a Lizet, una dirigente política barrial que deambula entre el público con su hija, Margarita pide por su inclusión. Lizet, la única referente del barrio presente en el acto, con prudencia, declina primero y acepta después. Hace unos años, se acercó al comedor para ofrecerle ser su nexo con Los Piletones. Desde entonces, trabaja para ella, aunque no son claros los términos del intercambio: ni Margarita se mete en el sistema de alianzas de Lizet, ni Lizet recibe un apoyo explícito de Margarita para su disputa interna. Lizet comprende el “poder de teléfono” de su socia y sabe que, con el cambio de situación política, la Fundación será, cada vez más, un centro de concentración de recursos estatales y no estatales. Esta inauguración no hace más que reafirmar esa idea: Lizet la estaba esperando para poder alcanzarle a los funcionarios de la Ciudad una carta pidiendo la apertura de elecciones en el barrio.

Ambas están enfrentadas a Mónica Ruejas, presidenta de la junta vecinal de Los Piletones, la “contraria” como la llaman en la Fundación. De origen peronista, Mónica fue electa por tercera vez en 2011, luego de perder el control del barrio en 2007 a manos de Marcial Ríos, entonces referente de la Federación de Tierra y Vivienda. Mónica, que no fue invitada a este ni a otros actos, vio a sus redes debilitarse. Las lealtades políticas suelen circular con relativa fluidez en el barrio, excepto en el caso de Margarita y de Ruejas, y eso cuenta también para el funcionariado PRO: Mónica sabe que no podrá construir lazo con ninguna de las líneas del partido mientras el Presidente visite con frecuencia el comedor.

A diferencia de Margarita, Isidro trabaja abiertamente por el partido en el barrio y fuera de él, pero los planes de los miembros de la sociedad matrimonial se distancian cada vez más. En ese contexto, Lizet es una de las posibles referentes en las que Margarita parece confiar para poder tercerizar su intervención política en el barrio.

La presencia de Juliana Awada marca el inicio del acto. Se anuncia con una breve pieza de la orquesta infantil del barrio, que la Fundación acaba de crear. La escena es puro lustre y alto nivel funcionarial: además de Awada y el jefe de gobierno Rodríguez Larreta, están la ministra de Desarrollo Social de la Nación, Carolina Stanley; la ministra de esa área en la Ciudad, Guadalupe Tagliaferri; el embajador de España, Estanislao de Grandes Pascual.

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Margarita agradece a Awada, que “es de la familia”, y a otras personalidades e instituciones, entre ellas, a la Unidad de Gestión e Intervención Social, conocida como “la UGIS”, con la que el macrismo construyó vínculos con los barrios populares: “Les dije ‘necesito colchones’ y de inmediato los consiguieron”, dice explicitando el tipo de respuesta al que está acostumbrada. “Tienen que pensar qué hacer con los terrenos vacíos, así como con los edificios aún no terminados”, la sigue Rodríguez Larreta, quien rescata una forma de trabajo en equipo: periodistas, empresarios, sociedad civil y Estado.

En Los Piletones no parecen estar dispuestos a ceder ni un metro cuadrado disponible a las fuerzas del mercado, pero tampoco a los líderes del mercado político que gobiernan el barrio por fuera, y en ocasiones en contra, del gobierno de PRO. Eso hace que Margarita disponga, en la práctica, del espacio barrial como parte del ajedrez del crecimiento de su Obra, hasta ocupar buena parte de las superficies vacías. “Ya le dije a la gente de Santiago que no me la saque mucho tiempo”, bromea Larreta al final de su presentación, en referencia a la expansión que Margarita prepara en su tierra natal.

Cuando termina el acto, algunos de los donantes deciden esperarla en el comedor: quieren participar de esa proyección futura. Rafael Giménez, ex alumno del Colegio Champagnat, parte de la “oligarquía vacuna”, como él mismo se define, vino con dos misiones: ofrecer acompañamiento espiritual “a las pegadas” y organizar cenas con algunos empresarios poderosos.

—Responden que da miedo —dice, y Annie Dellepiano, la esposa del dueño de 3 Plumas, asiente junto a él. En la lista de Rafael, escrita a mano, figuran dos apellidos: Born y Bulgheroni. Está convencido de que cuando la gente viene acá y ve todo esto, todo gratis, se vuelve loca. Repite lo mismo que casi todos sus donantes: se puede dar con confianza, porque está a la vista, la plata se usa y no se roba.

—Yo quería que Carlos Mugica, que era amigo mío, hiciera lo que hizo Margarita. Pero en vez de eso se metió en el peronismo y todo mal —se lamenta Rafael, mientras observa a la gente que entra en busca del almuerzo —¿Vos viste el tamaño de esas ollas?

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Dar de comer

 

Hay un círculo que funciona. Un ex alumno del Colegio Cardenal Newman visita el comedor, queda impresionado por la magnitud de la Obra, lo cuenta en un retiro a sus ex compañeros de clase. Ellos se emocionan, deciden juntar ropa de calidad, ropa de marca, ropa que podrían quedarse. Llenan una camioneta. El domingo, poco antes de concretarse la entrega, ven a Margarita en el programa de Alejandro Fantino. Allí, habla del hambre y del hambre de una caricia. Cuenta su historia casi del mismo modo en que lo hizo un año antes en ese mismo programa. El relato es imperecedero y eficaz. Llora ella y llora Fantino que, dice, se siente frente a un ser elevado.

—¡Estaban felices de verte en la tele! —dice el ex Newman, luego de estacionar su auto junto al camión blanco, el emblema con el que dos de los diez hijos de Margarita buscan y reparten mercadería. Margarita lo compró con la venta de una ambulancia donada, que no podía mantener por el alto costo del seguro y del personal técnico necesario para operarla.

Esta vez, vino con dos nuevos compañeros. Quieren vivir, ellos también, la experiencia Piletones. Vestidos como se va a un trekking de montaña, bien abrigados para el frío húmedo de galpón, se disponen a recorrer la Obra y a conversar con los beneficiarios y las voluntarias que cocinan ocho horas, sin cobrar sueldo. 

El trabajo voluntario es uno de los principales ingredientes del capital moral de Margarita, lo que le garantiza alejarse de los estereotipos ligados a la militancia popular: el clientelismo, la manipulación y los planes, que ella misma critica en los medios cada semana. Le permite al amplio circuito de la filantropía de Buenos Aires y sus alrededores verse reflejados en una imagen reconfortante. "Si vos tenés plata y un día te levantás con ganas de ayudar a los pobres, le donás a la fundación de Margarita”, cuenta no sin cierta ironía un militante kirchnerista del barrio, cuya madre fue cocinera del comedor.

En la Fundación, solo unos pocos tienen una retribución monetaria por sus labores, entre ellas, las maestras jardineras contratadas por el Gobierno de la Ciudad. El resto recibe un pago en especias: raciones diarias, un bolsón de comida los viernes, útiles, ropa y juguetes en ocasiones. En tiempos de inflación y penuria económica, la contrapartida del tiempo donado no es despreciable. Es probable que su equivalente monetario sea mayor al de algunos planes sociales. Pero el trabajo social es, también, un trabajo. Margarita exige cumplir horario; se debe pedir permiso para tomarse el día o salir más temprano. Actúa, muchas veces, como una patrona severa.

La visita de los Newman incluye un recorrido por el jardín de infantes, el hogar para abuelos, el centro de salud, el taller de costura, la carpintería, la panadería, la biblioteca, el nuevo Centro de Atención a Víctimas de la Violencia Familiar. Algunos de esos servicios están deshabilitados o semivacíos. Los sueños de Margarita a veces tienen esa paradoja: son más fáciles de cumplir que de sostenerse en el tiempo. No es una cuestión de recursos, sino de gestión. Los deseos irrumpen como piezas aisladas y se conectan mediante su figura, pero no necesariamente siguen algo parecido a un proyecto. Además, el personal de confianza no abunda: la administración está en manos de su círculo familiar y de algunos pocos colaboradores, que sin importar el parentesco, la llaman “mami”.

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Las voluntarias están entrenadas para recibir visitas. Igual que los otros voluntarios, los que vienen de clases medias y medias altas a donar parte de su tiempo. En el centro de salud, un estudiante de Odontología de la Universidad Maimónides que realiza una pasantía cuenta cómo cultivó la semilla de la solidaridad. Con su familia, en vacaciones, cargaban la camioneta de alimentos y tomaban una ruta con destino a algún paraje perdido y desprovisto del noroeste argentino.

—Le dábamos un paquete de arroz y ellos nos entregaban el documento, pensaban que éramos políticos. Es increíble lo que uno puede hacer con tan poco. A veces es solo cuestión de entregar un paquete abierto de galletitas. Para uno no es nada y para el otro, todo —dice frente a la indiferencia de la mujer que oficia de guía.

El vínculo miserabilista es uno de los posibles. Algunos donantes de Piletones se parecen un poco a Susanita, la amiga de Mafalda: sueñan con organizar banquetes de ricos con pollo y pavo para comprar harina, sémola y fideos para pobres. También padecen, como Susanita, de un ensimismamiento que les impide tomar distancia de su propio sentido común. Margarita deja hacer sin plegarse. El secreto está en mantener el control de su marca.

El recorrido termina en el comedor, el lugar donde todo empezó y que aún funciona como centro de operaciones. En un rincón, al fondo, está la oficina, la mesa en la que recibe a sus invitados, sin importar que se trate de un total desconocido o del propio Macri, y sobre la que las cocineras dejan té, café o mate cada vez que ella se sienta.

Los Newman están a la espera de unos minutos con Margarita, desean dejarse cautivar por su carisma austero. Pero no es fácil captar su atención: va de un lado al otro, recibe llamadas, distribuye órdenes, se mantiene atenta a todo lo que pasa. En el comedor, el movimiento es constante. En pocos minutos entrará una mujer buscando frazadas; un remis dejará dos bolsas de consorcio con ropa y zapatos; llegarán algunos de sus hijos, habrá revuelo con el nieto que acaba de nacer, su debilidad. También entrará la nueva abogada, María Eugenia, una santiagueña que se presentó hace pocos meses y que Margarita decidió poner al frente del refugio para mujeres, a pesar de desconocer los pliegues del problema de la violencia de género.

—¡Margarita, es impresionante! —dicen los Newman cuando, por fin, ella les concede los sagrados minutos. Aprovechan para preguntarle todo lo que siempre quisieron saber, y hasta se animan a hacer referencia al conflicto reciente con el Papa Francisco. 

—Fantino estaba muy enojado ayer. Dice que el Papa no es nadie al lado mío —provoca. Su comentario hace mella en la fascinación de los visitantes, que responden, cautelosos:

—Bueno, cada uno tiene su rol, ¿no?

A pesar de su cordialidad, tampoco es fácil obtener su simpatía. Detrás del “señor” apagado que dedica a cada uno de sus interlocutores, Margarita protege una mujer desconfiada, orgullosa y segura de sí. Los años de trabajo en diferentes escenarios le dieron un hábil manejo de sus gestos y de las impresiones que causa en sus interlocutores. Pero también una conciencia de su importancia que en ocasiones administra con cierta vehemencia.

Por eso, ella, su entorno y el entorno de Macri juran que cuando recordó, en un set de televisión, el desplante del Papa, no se trató de un gesto calculado en términos políticos: fue ella quien decidió sacar a luz el “maltrato” en el Vaticano, tres años después, en medio del fuego cruzado por las cifras de la pobreza. 

Margarita no sigue órdenes políticas, dicen, sino su olfato: su capacidad para leer climas de época. El mismo olfato que le permitió, en medio de la furia antipolítica de fines de los noventa, alejarse de toda lealtad partidaria. El vínculo con Macri parece seguir más bien una lógica personalizada y de mutua protección. Todas las veces que Margarita intervino frente a una situación de crisis en defensa del actual presidente lo hizo en virtud de esa matriz que los coloca, casi siempre, del mismo lado.

Son las doce, la hora del almuerzo. En la puerta, se toma lista a las más de 200 familias inscriptas, que deben pasar un breve proceso de admisión y mantener la presencia para seguir formando parte de ese padrón. Cuando el comedor se llena, Margarita autoriza, entonces, el último paso. Los Newman se dirigen a las cabeceras de los tablones. Hoy servirán guiso de fideos.

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Mujeres

¿Cuántas Margaritas Barrientos hay en el país? ¿Por qué, para algunos, ella es única, un ejemplo, un límite, casi una santa; y para otros, una farsa, una trampa, una manipulación? 

En Argentina, sobran los ejemplos de mujeres que se convirtieron en emblemas de una causa: las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, las Madres contra el Paco, Susana Trimarco. En algún momento, todas ellas tuvieron que enfrentarse a ciertos poderes y construir relación con otros: la política, los medios, los empresarios, los organismos internacionales. Esa cercanía les ofrece oportunidades pero también riesgos, el primero de ellos, la contaminación. Porque una causa, para ser pura, no puede ser utilizada. No debe tener ninguna (otra) utilidad.

La imagen de Margarita como ícono de la solidaridad se cultivó de a poco. Fue un trabajo minucioso, un aprendizaje para desplazarse por escenarios, actores y lenguajes nuevos. Supo mantenerse allí durante años gracias a su propia inteligencia. Margarita entendió muy temprano lo que ciertas personas esperaban de ella: ocupar un lugar que no debe quedar vacío. Ella es amor gratuito, desinterés, sacrificio y perdón. 

Y así, también, sucede lo contrario. Todo aquel que se pretenda puro provoca desconfianza. Por eso, para otros, ella es solo una puesta en escena a desarmar. Poco importa que haya sido una mujer capaz de revertir un destino de pobreza, violencia y muerte, y que, de un modo u otro, haya dedicado su vida a los más pobres. Aunque no se lo pueda decir públicamente, adentro y afuera del barrio, Margarita también es odiada con intensidad.

En su biografía, Luciana Mantero revela que al principio Margarita no sabía cómo narrar su historia. Con el tiempo, fue construyendo un relato más o menos estable, que hoy puede escucharse en escenarios de los más diversos: charlas TED, conferencias en universidades, foros empresarios. En ocasiones, los propios entrevistadores completan los huecos que los nervios producen en el relato o le piden que repita alguna escena. La favorita es la llegada a Buenos Aires, cuando en el tren, desconcertada por la gran ciudad, se tira del vagón en movimiento y por el golpe, casi pierde todos los dientes.

Mantero también da cuenta de una historia poco diáfana, anécdotas contradictorias, relatos cruzados. Ninguno de esos detalles afectan, de todos modos, los rasgos centrales: una infancia de pobreza en el monte santiagueño, la muerte temprana de su madre, el abandono de su padre, la llegada solitaria a Buenos Aires, los golpes de su marido, el hambre, el cirujeo, una maternidad adolescente y una prole numerosa, varios hijos afectados por la droga y el alcohol.

Hay fechas y nombres que hacen virar su destino. El primero es la llegada a Piletones y la decisión, en octubre de 1996, de levantar un comedor junto a otras once mujeres del reciente asentamiento. No era un gesto inhabitual para esas épocas y formaba parte de un proyecto más amplio y tradicional. Margarita se perfilaba entonces como una militante social clásica: participaba en la lucha del Movimiento de Villas, presionaba en la legislatura por el reconocimiento y la urbanización del barrio, resistía a los intentos de desalojo de la Policía Federal. También participaba de sofisticadas negociaciones, entre ellas, la de la histórica ley 148, de “atención prioritaria a la problemática social y habitacional en las villas y NHT”.

En 1997, Juan Carr, referente de Red Solidaria, la encontró. El tema del voluntariado se volvía objeto de atención y valoración pública y los medios comenzaban a celebrar el trabajo barrial de mujeres de sectores populares. Carr buscaba un comedor para llevar a una periodista de Clarín; llegó a Margarita por recomendación de una dirigente de Cáritas, Juanita Ceballos, que vio en ella no un aislado gesto de solidaridad, sino una causa.

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Apenas un tiempo después, llegó el segundo hito mediático, la aparición en el programa "Día D", de Jorge Lanata, que como contrapartida al caudal de denuncias de corrupción había abierto una sección titulada “Desfile de Modelos”. En ese clima forjó su figura, con la política considerada una actividad frívola y espuria de la cual era necesario tomar distancia.

Detrás, llegaron Nelson Castro, Alfredo Leuco y Mirtha Legrand, que gracias a Margarita visitó una villa por primera vez. También las donaciones de famosos, desde Julián Weich a Ernestina Herrera de Noble; y los premios, el primero, en 1999, cuando fue electa mujer del año por la oenegé tradicional COAS, que ayuda a comedores y hospitales, y cuya ex presidenta es desde 2011 legisladora de PRO.

Desde entonces el circuito tomó una dimensión poco comparable con cualquier otra militante barrial. En esa instancia fue clave la intervención de Octavio Calderón. Ansioso por construir una carrera política, pero aún sin redes en Buenos Aires, el joven abogado mendocino buscaba insertarse desde el trabajo en las villas. Llegó a Margarita a través de los diarios.

Juntos construyeron el esqueleto jurídico y político de la Fundación, tema que se volvió su especialidad. Calderón se convirtió en abogado de muchos de los donantes y logró un acceso seguro al PRO, primero como asesor de Fernando De Andreis, actual Secretario General de la Presidencia, y luego en la Corporación Buenos Aires Sur. Hoy asesora a fundaciones y a aspirantes al mundo de la sociedad civil, tiene lazos internacionales y se propone, como diputado porteño, dar peso político a ese mundo asociativo en la gestión de la Ciudad.

La presencia de Margarita en los medios fue central para construir una marca, pero su persistencia en el tiempo fue lo que logró mantenerla en el mercado de la filantropía y atraer nuevos donantes.

—Nosotros aprendimos a llamar a los que comunican para que digan a la comunidad lo que hace falta. Y también tuvimos que aprender a atajar y proteger a ese que va a ser una estrella por un día y medio. Pero Margarita, después de que le abrieran las puertas, tuvo vuelo propio —dice Carr.

En los medios, lejos de ser una estrella distante, su legitimidad se asoció a la capacidad de dar cuenta, sin mediaciones, con sensibilidad y cercanía, de una realidad lejana para los actores mediáticos: la “realidad social”. Hoy mismo Margarita es una mediadora de lo sensible. En términos kantianos, se entiende. De la realidad asequible a través de los sentidos, que es como la realidad social aparece en los medios. Por eso, a pesar de no vivir ya en Los Piletones, no puede dejar de ser metonimia del barrio.

—El barrio es autoridad moral frente a tanta sanata —pondera Carr.

La llegada a los medios significó para Margarita una lejanía paulatina con Piletones que hoy, frente a la abundancia de recursos, se ahondó. El comedor se fue volviendo su acción y obsesión, y el barrio y sus problemas, un afuera. Quizá la muestra más cabal de esa distancia haya sido su primer instinto ante la toma del Indoamericano, en diciembre de 2010: subirse al auto y escapar a Añatuya, primero; y denunciar a sus vecinos después. “No tienen cara ni escrúpulos; el 80% de la gente de los Piletones que está tomando el predio tiene casa dentro de la villa”, dijo en la radio, según consigna Mantero.

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Margarita hoy no camina Piletones como quien quiere controlar el territorio. “Andá a la manzana 9 y preguntá si alguien la conoce en persona. Preguntale a una kiosquera si compró un helado; a alguien en la feria: ‘che, ¿vos la viste a Margarita Barrientos alguna vez?’. Te va a decir ‘sí, sí, en la tele”, dice un militante barrial. Tampoco actúa como mediadora en un sentido clásico. No se involucra con los problemas cotidianos, ni con los vinculados a la urbanización. “El mundo piensa que todos comemos por ella”, replica otra antigua referente, hoy retirada de la actividad. Hay quienes lo resumen sin tanto detalle: “En Piletones, nadie la quiere”. La visión de los militantes barriales es de encono y resquemor: Margarita no quiso jugar el juego de la política territorial, pero construyó, desde allí, una referencia social de gran envergadura, que se traduce en los recursos que concentra y distribuye hacia afuera.

Su nombre no solo es metonimia del barrio en los medios, también lo es para los funcionarios del PRO que ven en Margarita una de esas “líderes positivas” que les permiten entrar a los barrios con legitimidad. El subsecretario de Vivienda y Desarrollo Urbano de la Nación, Iván Kerr, asegura que su prestigio se funda en que “siempre buscó el bienestar y el progreso de su barrio”. No hay, en ese relato, ninguna referencia a la relación de Margarita con el mundo de la filantropía, ni a su relevancia mediática; ni siquiera se menciona su lugar el proyecto político de PRO, en su utopía de un mundo popular sin política. Margarita es tanto lo que visibiliza como aquello que, tras su figura, permanece fuera de escena.

Más allá de la General Paz

Concibe su Obra con el verbo “querer”. Basta que enuncie su deseo para tener donantes dispuestos a ayudarla. La red de aliados públicos y privados no deja de expandirse y los medios de comunicación actúan como portavoces. Desde que PRO-Cambiemos llegó a la presidencia en diciembre de 2015, los aliados son más poderosos y los enemigos más débiles. Margarita no parece jugar otro ajedrez a largo plazo que no sea el de proteger su propia marca. Crecer y crecer, aprovechando una circunstancia con menos obstáculos.

Sus sueños, por estos días, siguen el camino de su vida. La expansión de su Obra parece volver sobre el recorrido biográfico que cuenta una y mil veces: de Añatuya a José C. Paz, de ahí Cañuelas y luego a Villa Lugano, desde donde partió a Los Piletones. En Cañuelas hoy tiene una finca familiar y allí viven algunos de sus hijos. Durante la campaña electoral de 2015, Margarita hizo proselitismo en la zona, pero fue Isidro quien organizó cuadrillas de militantes para el trabajo político más sistemático.

En ese contexto, Margarita conoció a Ramona, madre diez hijos, una de ellas, militante asociada a un referente cercano a PRO. Ramona le confesó su propio deseo: abrir una “copa de leche” en el terreno de su casa, en el barrio Santa Anita, una zona semi-rural.

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—Pero no tengo nada —aclaró.

—No te preocupes, yo te doy todo —la tranquilizó Margarita.

A los seis meses empezaron la construcción del salón que se inaugura esta mañana de mayo, con un festejo donde se entrecruzan los universos que solo ella suele reunir: empresarios, funcionarios, dirigentes y prensa local. El recinto de material, con cocina y baño, contrasta con el estado de la casa de Ramona, de paredes de adobe, ladrillo viejo y techo de chapa. Fue realizada por una de las cooperativas que controla Isidro, con el financiamiento completo de donantes privados. Desde hoy el comedor recibirá 60 chicos. Dará almuerzo de día y vianda en la noche, de lunes a sábados.

“Venimos por pedido de la gerenta. Queremos ayudarla con lo que necesite”, se muestra ansiosa la responsable de la comitiva de la Fundación Banco Provincia. El arribo de Margarita a Cañuelas es también una oportunidad para ellos, escasos de referentes en territorio bonaerense. Hasta ahora -cuenta con pudor la joven funcionaria- solo pudieron colaborar con vasos y ollas. El Municipio, por su parte, entregó alimentos y estufas. No puede mucho más, agrega el Secretario de Desarrollo Social. Lo hicieron a pesar del ahogo financiero que, dicen, sufren desde el gobierno de la Provincia.

Los concejales de Cambiemos denotan una euforia triunfal. Entran a los gritos, vestidos de baqueanos. Se nota, se sienten un poco como en casa. Igual de cómoda está Mariana, la mujer que no para de amasar tapas para empanadas con las cocineras de Piletones, mientras Margarita pasa el trapo de piso por el baño. Look campestre, sombrero incluido, Mariana trabaja en el Polo Ranch San Isidro. Desde que conoció a Margarita, va a ayudar en la cocina de Piletones todos los viernes, el día de las milanesas.

El único que no luce como un invitado oficial es un vecino del lugar se acercó a pedir un favor: necesita ayuda para volver a entrar al sindicato de ladrilleros, al parecer controlado por una facción política rival que lo marginó. Espera encontrar en Margarita una solución. Ella lo escucha y toma nota, pero no parece a gusto con la posición de bróker. Fuera del ladrillero, otra vez, pocos vecinos forman parte del evento. La mediación se produce, siempre, hacia afuera.

La llegada de Margarita a una localidad produce también celos y temores. Cuando comenzó a planear la construcción de un comedor y un hogar de ancianos en su Añatuya natal, el intendente vio en su desembarco una amenaza. En el lenguaje local podía ser tomado como la cabecera de playa de un partido que no había hecho pie en la provincia y que, ahora, desde arriba, podía volver a tentar la suerte.

Margarita escuchó algunos “no” de la política y enseguida se volvió a su circuito habitual: lo denunció en los medios y consiguió una donación de tierras de un productor agropecuario, así como se reunió con los supermercadistas de la ciudad para recibir alimentos. También presentó un proyecto en el Ministerio de Desarrollo Social para obtener financiamiento público. En los primeros casos el éxito fue inmediato. Del Estado, en cambio, aún espera que se apruebe su pedido.

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Por esos días, dirá en varios medios que ve al gobierno muy lento en la organización de la ayuda social. Y mostrará una boleta de electricidad de su comedor en Los Piletones. Ahora cuenta en confianza:

—Yo se los avisé. Si no me aprueban el proyecto, que Carolina no vuelva a pisar el comedor —dice mientras fuma a escondidas. Carolina es Stanley, la ministra.

Margarita es una aliada pero no una dirigente de partido. El presidente de PRO de Santiago del Estero sabe de su trabajo en Añatuya, pero no lo considera parte del dificultoso armado partidario en la provincia. Contra las sospechas del intendente, hasta el momento Margarita no es un vector de la penetración de PRO en el norte. Es, más bien, parte del cambio cultural que promueve el gobierno de Cambiemos. Ella introduce allí un nuevo nodo de la red compuesta por la filantropía empresaria, el Estado y el activismo social realizado bajo la matriz del voluntariado.

Por eso no hay red política sólida, consciente y creciente, aunque haya vínculos estrechos con PRO y con las instancias de gobierno que ese partido maneja. Su modelo es, además, irreproducible, porque se basa en lo distintivo del personaje. Juan Carr da cuenta de ese carácter exclusivo y excluyente:

—Nosotros tenemos un proyecto eterno: buscar una como ella en cada país del mundo..

El proyecto tiene un nombre. Juntos, lo bautizaron “Las Margaritas”.