Piter Robledo sintió que no podía empezar otro año a escondidas de sus padres. Cansado de la pequeña simulación diaria, pero sobre todo de no poder hablar en confianza sobre una parte central de su identidad, aprovechó la alegoría renovadora de las fiestas para tomar envión. Era diciembre de 2012 y estaba de vacaciones en Nueva York con su novio Agustín, quien alentaba el coming out e incluso lo veía como una forma de ejemplaridad política. Porque a los 20 años, Robledo ya trabajaba en el gobierno porteño macrista y tenía ambiciosos planes para su futuro. “Trabajo para ser el primer presidente gay”, se arengaba a sí mismo un poco en broma. Pero sólo un poco en broma.
El 2 de enero de 2013 Robledo le escribió a su mamá María José un mail conciso y liberador: “Quiero que sepas que estoy de vacaciones con mi novio. Pero nada va a cambiar entre nosotros”. Buscaba la comprensión de sus padres, una pareja de Boulogne Sur Mer, perfectamente conservadora y militante del Opus Dei.
“Lo hice con mis mejores intenciones. Pensaba que iba a ser bueno que tuviesen un momento para procesarlo hasta que yo volviese de viaje. Pero no fue la mejor decisión”, nos relata Robledo desde su oficina blanca y con vista al Cabildo. Desde este balcón francés, si uno estira el cuello también alcanza a ver la Casa Rosada, pero no la Catedral.
A los 22 años, Robledo es un desacartonado funcionario del gobierno de Mauricio Macri: asesor en temas de inclusión de la vicejefatura porteña (María Eugenia Vidal es su jefa, su madrina política y hasta su vecina de despacho), cargo que a su vez comparte con el de Coordinador del Área Diversidad e Inclusión de la Fundación Pensar, el thinktank que imaginó el PRO a semejanza del sistema de partidos europeo.
En una situación inusual dentro de las escalas jerárquicas del PRO, a los 22 y con una breve participación en la militancia juvenil, Robledo ya tiene oficina propia en el gobierno porteño y hasta personal a cargo. Sus empleados son Nati, Aixa, Andi y Gato, según figura en la pizarra que reparte las tareas de la semana y le da un orden al clima de reunión entre amigos de zona norte impuesto –sugerido, más bien- por el líder Robledo. Colgada en la pared y escrita en fibrón negro, la grilla de responsabilidades asigna “torneo de fútbol” para Nati; “campaña de preservativos” para Aixa; y “estudios jóvenes iniciación” para Andi.
La tropa comparte el espacio con el jefe, por exclusiva decisión de Robledo, quien no toleraba la solemnidad de los techos altos, ni la perspectiva de permanecer en soledad sobre esos cuatro metros cuadrados de administración pública. Mandó a ocupar el otro escritorio en diagonal al suyo, aun a costa de sacrificar parte de su intimidad frente a la omnipresencia de su equipo. Una concesión menor para alguien como Robledo, que nos confiesa: “Siempre están los chicos porque es horrible estar solo”.
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La agonía radical-peronista de 2001 convirtió a la Capital en la tierra de las oportunidades para Mauricio Macri. Su proyecto refundacional, eso sí, se sirvió de retazos de agrupaciones tradicionales en crisis. De allí los Ritondo y los Santilli por el PJ, y los Angelici y los Ocampo por la UCR. Pero de entrada agregó un ingrediente humano clave para el futuro PRO: los que decidieron “meterse en política” provenientes del mundo de las ONG y los thinktanks, por un lado, y del empresariado, por el otro. Ambos grupos seguirían el ejemplo de Mauricio. Un partido nuevo y de lo nuevo. A algunos todavía los llaman “PRO puros”. Y entre tanta mezcla, la ideología del hacer funcionaría como argamasa de los elementos heterogéneos. No es casualidad que el partido haya nacido a partir de una fundación: Creer y Crecer.
Organizada por Macri y Francisco de Narváez en 2001, el objetivo de Creer y Crecer era facilitarles la entrada a un ámbito ajeno como el de la política, a partir de la formación de “equipos” y de la confección de “proyectos” encargados “llave en mano” a expertos de diferentes ideologías, pero de reconocimiento en su actividad. La fundación tenía sede en un caserón francés de Las Cañitas, propiedad de De Narváez, financista casi exclusivo de esa aventura compartida con Macri.
El armado del PRO cambió poco desde los primeros tiempos de Creer y Crecer, inclusive con el intento de nacionalización del partido. De Narváez se peleó con Macri; después se amigó y al final se volvió a distanciar. Al plan macrista se sumaron algunos aliados provinciales de partidos conservadores; y un puñado de intendentes radicales, que pronto abandonaron a Mauricio ante el canto de sirenas de Sergio Massa. Los que casi nunca se movieron fueron los “nuevos” originarios, además de los “nuevos” que se sumaron desde las provincias, seducidos por la invitación capitalina del heredero de SOCMA, ya en un partido ciertamente exitoso y con proyección nacional. “Sumamos radicales, peronistas, pero la mayoría son gente que nunca soñó con hacer política”, suele jactarse Mauricio. El objetivo era y es atraer personas “no contaminadas”, como si la política fuera un virus. Las celebridades se destacan: el cómico Miguel del Sel en Santa Fe, el ex árbitro Héctor Baldassi y el golfista Eduardo Romero en Córdoba, el ex futbolista Carlos Mac Allister en La Pampa. Pero también están los nuevos anónimos que decidieron involucrarse “para cambiar las cosas”. Los jóvenes que entran a PRO son parte de este universo.
Todos ellos comparten una fórmula: creen que hay muchos prejuicios hacia el PRO. Por eso prefieren que los conozcamos, nos abren las puertas del partido y de sus historias. “Piensan que somos todos chicos de la UCA y de Di Tella”, nos dice Soledad Martínez, diputada nacional bonaerense, 31 años, flequillo morocho y aire más reo que el promedio juvenil macrista. Lo mismo planteará el actual presidente de Jóvenes PRO, Gustavo Senetiner, un altísimo y amable concejal mendocino de camisa blanca con cuello abierto.
—Fui a la escuela y la universidad pública.
Evitamos, entonces, ese prejuicio y buscamos militantes de sectores sociales diferentes, formados en universidades públicas y privadas, confesionales y laicas. Pero a su vez entendimos que algunos de esos clichés tienen fundamento: los jóvenes PRO comparten rasgos sociales y culturales. Además del rechazo a definirse ideológicamente, los reúne cierta homogeneidad: la pertenencia a las clases medias altas, y al polo más vinculado con los negocios que con la vida intelectual de esas clases. En público, sin embargo, reniegan de lo que los hace semejantes. Prefieren verlo como resultado de una mirada externa. Es que ser “niños bien” es una forma de estigma en un país plebeyo, donde la politización de los jóvenes parece propiedad del kirchnerismo y de la izquierda. Lo mismo sucede ante la perspectiva de definirse de centro-derecha, algo que casi todos evitan, excepto Ignacio Salaverry, dirigente de PRO Derecho en la UBA. Allí el macrismo ya tiene una mesa de melamina propia cerca de la entrada, un grupito compacto de militantes fieles y una estadística electoral ascendente: en 2013, consiguieron casi un 12% de los votos.
De saco y camisa, pero sin corbata, Salaverry se reivindica como “liberal”, y reconoce el padrinazgo que ejerce sobre la agrupación el ex ucedeísta Juan Curutchet, hoy vicepresidente del Banco Ciudad. Pero a su vez admite que su agrupación en Derecho abarca desde chicos de Barrio Parque que creen que el PRO es “re canchero”, hasta jóvenes con vocación de voluntariado que militan en las villas, pasando por un orgulloso menemista sub-25.
Bajo el clima PRO-friendly de las universidades privadas, el macrismo consiguió hacer pie con mayor facilidad.
—En las públicas lo que se busca es conseguir militantes, pero acá trabajamos todos juntos por un mismo fin, aunque tengamos ideas distintas —nos explica la presidenta del Centro de estudiantes de la UCA, Florencia Parietti, mientras se toma un capuchino mediano en el Starbucks de Puerto Madero.
La vida política de la UCA no admite identificaciones partidarias, prohibición que se cumple rigurosamente. Tampoco es un espacio de organización de las energías solidarias de los jóvenes, un objetivo que la propia universidad consigue de forma más profesionalizada. Sin embargo, el PRO maneja el Centro de Estudiantes desde hace varios años, y pone cierto empeño en mantener el bastión en sus manos. Desde el Centro pueden conseguir nuevos militantes y formar futuros profesionales con pasantías en el gobierno de la Ciudad: el caminito exacto que recorrió Florencia Parietti. En definitiva, ventajas para todos. Además, es mejor conservar el control político de sus espacios "naturales" de reclutamiento: porque si bien los jóvenes podrían llegar al PRO por otros medios, la universidad garantiza cierto encuadramiento y organización.
El principal cuadro del ideario PRO, Marcos Peña (37 años, licenciado en Ciencia Política de la Universidad Di Tella, y con experiencia laboral previa en las ONG CIPPEC y Poder Ciudadano), definió al macrismo como el partido argentino del siglo XXI. En esa visión temporal se basa la negativa a definirse según ideologías del siglo diecinueve. “Más allá de la izquierda y de la derecha”, entonces.
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Robledo se volvió un especialista obligado en el arte de combinar los líos del trabajo con los más personales. Porque si bien la decisión de comunicar por mail su elección sexual resultó un poco violenta para sus padres, las cosas no salieron del todo mal.
Después de pasar un tiempo sin hablarse, con María José recompuso la relación e incluso la mejoró. “Ella es todo para mí”, afirma Piter, y muestra la firma de su mamá, tatuada grande en su antebrazo.
Actualmente, María José Pages es una activa tuitera anti-kirchnerista. Su cuenta @Majopueblo tiene casi 10 mil seguidores y parece una parodia recargada de la célebre Doctora Alcira Pignata. “A Cristina le dice yegua, cretina, asesina, y promueve cacerolazos, pero yo no me hago cargo, eh”, aclara Robledo en una media sonrisa.
Entre sus ocho hermanos, antes de que mandara el mítico mail, la mitad lo sabía y la otra mitad lo sospechaba; y en ningún caso la noticia derivó en un melodrama. Al patriarca de la familia, en cambio, se le prendió fuego la estampita de su hijo del medio, quien hasta los 20 años era estudiante de Derecho en la UBA, jugaba al rugby en el Club Atlético de San Isidro, el “Casi” en el argot de esa ciudadela, y estaba de novio con una chica respetable.
Pero tampoco negó a su hijo y, de hecho, Piter sigue viviendo en el chalet de Boulogne Sur Mer, donde toda la familia entró en una crisis terminal con el Opus Dei y la línea más dura del catolicismo argentino.
Tres meses más tarde, se hizo pública la noticia que su familia había conocido por mail. En una fiesta en una quinta de San Isidro, un grupito le pegó a Robledo y a su ex novio Agustín (el mismo de las vacaciones en Nueva York), al grito de "el Papa es argentino, no puede haber putos argentinos".
—No quería salir en los medios porque solamente muy poca gente de mi entorno sabía que yo era gay —admite Piter.
Pero a los pocos días, y bajo el mismo argumento político que lo empujó al blanqueo ante sus padres, optó por difundir la historia: “Hablamos con C5N a la mañana y a partir de ahí mi vida cambió 180 grados”.
Rápidamente, Robledo pasó de ser un joven discriminado en un ambiente de chicos ricos a tener una voz propia como referente del PRO, en especial para la mirada más externa (y mediática) del partido. Se reunió con Macri y hasta con Cristina Kirchner, quien lo adoptó como una especie de sobrino cheto, pero muy querido, en el marco de un vínculo funcional tanto para el kirchnerismo como para el PRO. Porque si al macrismo le sirve postularse como la principal fuerza opositora, al gobierno nacional le resulta cómodo tener una referencia clara (y acechante) hacia su derecha.
Vía el acercamiento a Robledo, el gobierno además sella un importante consenso respecto a las políticas sobre ampliación de derechos que más lo enorgullecen: AUH, matrimonio igualitario, plan Progresar, medidas contra la violencia de género y ley de identidad de género. Porque tanto Robledo como el grueso de la Juventud PRO aprueba esas iniciativas, incluso en contra del mito que los tacha de ultramontanos en temas morales. Salaverry, por ejemplo, define al PRO como liberal en lo político-económico, pero “claramente progresista en lo social”.
Casi un habitué de 678, Robledo fue presentado por los programas oficialistas como la contracara mediática, civilizada y moderna de la Cámpora, pero ubicado a la derecha de la organización kirchnerista. Una operación que Robledo no ignora, pero a la que supo sacarle provecho, sobre todo en términos de popularidad.
Las fotos colgadas en su despacho revelan la autoconciencia del equilibrio que ensaya. En siete retratos, Piter posa con Macri, pero también con Cristina; con María Eugenia Vidal y con su adversario en la interna macrista, el secretario General Marcos Peña; con el sindicalista Facundo Moyano (a quien aspira a sumar al PRO); y hasta con Jorge Lanata. La última foto registra un momento más privado, o lo más cercano a eso en la vida de Robledo: él y su mamá muy sonrientes en las Cataratas del Iguazú.
Además del viaje a Misiones, una vez convertido en figurita mediática, Piter pudo cumplir el otro gran sueño que tenía pendiente María José: tomarse un whisky con Lanata.
Robledo se consagró como la cara más reconocible de la Juventud PRO, sin contar con una trayectoria partidaria que justificara ese ascenso. En especial, ante los ojos de las distintas orgas macristas, tanto territoriales como universitarias. Una de ellas, La Solano Lima, la única que asume su peronismo y es conducida por el ex duhaldista Cristian Ritondo, difundió una foto burdamente trucada en la que Robledo y el diputado camporista Andrés “El Cuervo” Larroque se besan en la boca.
Hasta la golpiza homofóbica que lo popularizó, su desembarco y desarrollo en el gobierno se había debido a una combinación de audacia personal, endogamia socio-cultural y un repentino interés por la política (y por el PRO en particular) sin antecedentes en su historia familiar.
A los 18 años, mandó un mail al blog de la juventud PRO; después abordó al ministro de Seguridad Guillermo Montenegro en la fiesta de reapertura del Teatro Colón; y por último accedió sin esfuerzo al ministro Francisco Cabrera, padre de una amiga suya de San Isidro. Así fue que se ganó un cargo en la Dirección General de Inspecciones y luego otro en la Fundación Pensar.
Pero la oficina propia y su condición de celebridad surgieron a partir de aquella noche violenta, y desde adentro del PRO se lo hicieron saber. Muy popular hacia afuera, pero algo arribista y demasiado mediático para la percepción intramuros, Robledo fue en busca de la legitimación militante: armó una fuerza juvenil propia llamada Pensar el Camino, orientada al voluntariado social en el conurbano y con un marcado aire de asistencialismo eclesiástico.
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Cada juventud tiene su mito originario. Para el trotskismo, el asesinato de Mariano Ferreyra representó el despertar político de muchos jóvenes. Seguir su ejemplo los moviliza. Los jóvenes autonomistas de una generación anterior habían levantado las banderas de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, los militantes piqueteros asesinados por la policía en el Puente Pueyrredón, en junio de 2002. El kirchnerismo encontró en la muerte de Néstor Kirchner, y en el mito que había comenzado con la temprana iconografía del Nestornauta, un hito fundacional. Ser como el Flaco. Un par de años antes, el conflicto en torno a la resolución 125 -que fijaba un nuevo régimen de retenciones a la exportación de granos- había sido un momento de fervor y movilización. Un kirchnerismo más prolijo y conservador, hasta entonces, construyó allí su épica democrática y anti-corporativa.
Los jóvenes de PRO comparten este hito con los jóvenes K, pero a la inversa: se “metieron en política” para apoyar “al campo”, porque Argentina es un país con potencial que necesita desarrollar, algo que “el populismo”, dirá Gustavo Senetiner, impide. Este momento de ensanchamiento de la militancia no es el único rasgo que comparten, como espejo invertido, macristas y kirchneristas. Después de todo, nacieron en los mismos años. Como el kirchnerismo, PRO también es hijo de la crisis de 2001 y 2002. Los viejos Jóvenes PRO de más de 30 años, como Soledad Martínez, tienen esa impronta. “Muchos de mis amigos y compañeros se iban del país en esa época”, recuerda. Los fundadores de PRO se veían como portadores de una responsabilidad: “meterse en política”, volverla más eficiente y moralizada para sacar al país de la crisis.
Al igual que la Cámpora, los Jóvenes PRO también son militantes. Creen en lo que hacen. Ponen el cuerpo. Usan su tiempo y sus recursos en la actividad política. Se ponen al servicio del partido. Y al igual que muchos camporistas, muchos de ellos reciben a cambio una retribución económica: son funcionarios o empleados en el gobierno de la CABA, en la Legislatura; y desde 2011, también en Vicente López. Pero no están en política por eso. Creen que en el mundo privado ganarían más dinero. Se metieron en política para cambiar las cosas, porque escucharon el llamado de Mauricio, con quien empatizan en sus planteos y hasta en sus modales.
A diferencia de la lealtad indiscutible de los camporistas hacia “la jefa”, no todos los muchachos PRO son “soldados” de un único líder. Los jóvenes macristas con mayor despliegue territorial, como Soledad Martínez e Ignacio Salaverry (que milita en San Miguel y sueña con ser intendente) tienen otras referencias, y no sienten pudor en admitirlo. “Mauricio es nuestro conductor y va a ser presidente, pero yo soy más PRO que mauricista”, afirma Salaverry.
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En su mayoría, dijimos, provienen de familias de clase media alta. Estudian en escuelas secundarias privadas de élite. Se forman en la UBA o en la UCA, en Di Tella o en la UADE. Creen que tienen un futuro profesional más allá de la vida política, aunque ahora les toque transitar ese espacio. Está también la excepción de clase: Maxi Sahonero, hijo de militantes villeros y él mismo criado en la villa 20. El actual presidente de la Juventud porteña del PRO fue formado por las monjas de una escuela primaria y secundaria de Villa Lugano llamada Nuestra Señora de la Paz, con una concepción de la política dirigida a los sectores populares muy cercana a PRO: voluntariado, esfuerzo, superación individual, cambiarle la vida a la gente en pequeñas acciones. Maxi aporta su conocimiento del mundo popular, poner los pies en el barrio y en el barro, sin necesidad de sentir que se viene desde afuera, como en el caso de los voluntarios que colaboran los sábados en merenderos y comedores.
—Al principio yo me sentía distinto por mi historia, por los prejuicios que yo mismo tenía. Pero después los conocí y me recibieron todos con los brazos abiertos —nos comenta Sahonero. En su discurso, Maxi alterna el relato procesado con un recuerdo personal en carne viva, que casi lo hace llorar sobre la mesa del café La Ópera, en Corrientes y Callao.
Dentro del PRO, Maxi fue un descubrimiento de Vidal. La vice de Macri y precandidata a gobernadora bonaerense compensó hábilmente la endogamia social de la Juventud PRO, al ascenderlo a presidente de la Capital. Y así, de paso, terminó por ganarle la pulseada a Marcos Peña por la conducción política de la Juventud.
Sahonero maneja un centro cultural, una murga y hasta una cooperativa de viviendas en Lugano junto a su papá, pero desalienta la mitificación de los valores villeros: “Es un progreso salir del barrio y siempre hay que aspirara a progresar. Yo no conozco a nadie que quiera ser pobre”, plantea Maxi, mientras devora una porción de torta de ricota.
Bajo sus propios parámetros, él progresó: a los 29 años, se mudó con su beba a unas cuadras de la villa 20 –“me di el lujo de sacarla”, explica él- y trabaja en el gobierno porteño con Vidal para urbanizar el barrio.
El partido no sólo retribuye a sus jóvenes con salarios. También les ofrece un espacio de desarrollo para su carrera profesional. Les habilita lugares de gestión en el Estado –casi todos los jóvenes que entrevistamos trabajan en alguna dependencia del gobierno de la Ciudad, donde tienen cargos de mediana jerarquía, aunque muy importantes para cualquier recién graduado–, y los forma en ciertas competencias: oratoria, comunicación política, uso de las redes sociales. Aunque no son tan frecuentes los cursos de formación política, mucho menos los de historia. La definición común del pasado no es un asunto que importe en PRO. Lo importante es el hacer: resolverle los problemas a los vecinos. Y olvidar las ideologías que encasillan.
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Habla despreocupada, como si no quisiera que se note que estamos frente a una diputada de la Nación. Se jacta del toque suburbano que la distingue de sus compañeros de “la Capital”. Hija de empresario, ex estudiante de Derecho de la UCA, entra en el molde partidario. Pero se empeña en evitarlo. Soledad Martínez nació y vive en Palomar, en Ciudad Jardín, donde nació Andrés Ciro, de Los Piojos: “Una de la hijas de Andrés es compañera de mi hermana”, nos dice, en una mesa de Selquet, en Figueroa Alcorta y Pampa. Y como el contraste entre lo que dice y donde lo dice se hace evidente, aclara: “No sé por qué eligió este bar”, en referencia a su encargado de prensa, que trabaja en Vicente López, donde Jorge Macri es intendente desde 2011.
El primo de Mauricio es el referente político de Soledad; tiene mucho que ver con lo que ella dice, y con cómo lo dice: a diferencia de Mauricio, es también un tipo que prefiere mostrar una impronta popular, lucirse por el trabajo y no por ser un manager exitoso; también le gusta dar cuenta de ese costado bonaerense: “La Capital es muy distinta al resto del país, sobre todo para un pibe que quiere hacer política por fuera de las estructuras tradicionales del peronismo y del radicalismo”. Habla de ella y de sus compañeros de Jóvenes PRO, que se “metieron” en distritos como Tres de Febrero o Vicente López, tierras de caudillos peronistas o radicales con una arraigada implantación territorial, acuerdos con las “fuerzas vivas” y redes políticas de efectiva capilaridad. En la Capital, “el peronismo y el radicalismo son muy livianitos”, chicanea Sole, como suelen llamarla. La pesada está en otra parte y ella parece saber de lo que habla: su abuelo fue dirigente metalúrgico en Tres de Febrero. “Amigo y compañero de Hugo Curto”, dice con una sonrisa. Por eso, quizá, considera que una alianza con el neo-peronismo de Sergio Massa no es del todo ilógica. Fue a partir del acuerdo culposo de 2013 con el massismo que Sole logró renovar su banca: “No reniego del peronismo: no lo elegí para participar en política, pero lo valoro y rescato varias cosas”.
Ingresó a la Fundación Creer y Crecer a comienzos de 2004. Enseguida sintió una tranquila familiaridad: “Me sentí muy cómoda, porque había muchos pendejos que compartíamos esas ganas de ayudar, y gente más grande predispuesta a darnos un lugar”. Cuando tomó contacto con Jorge Macri sintió una “identificación”. Era uno de esos grandes que le daba un lugar de crecimiento, pero también un bonaerense que quería traspasar cuanto antes la General Paz. En 2005, Sole militó en las elecciones legislativas en apoyo a la candidatura de Jorge. Lo tomó como un entrenamiento político intensivo: auto, guía Filcar, reuniones con referentes populares, con viejos militantes barriales, actos políticos en todos los rincones del conurbano, en especial en la zona sur. En 2007 fue candidata a concejal en Tres de Febrero y obtuvo una banca. De ahí, a presidir la juventud de PRO de la provincia de Buenos Aires y, pronto, la presidencia nacional de Jóvenes PRO. En 2009, resultó diputada nacional, cuando la alianza Unión-PRO desbancó al propio Néstor Kirchner y al aparato oficial del PJ. Un ascenso veloz que sólo un partido nuevo y abierto podía prometerle.
Sole cree que ya no hay ni izquierda ni derecha. Que en PRO conviven “chicos que tienen pensamiento muy de derecha y otros más de izquierda”. Pero si uno le discute, termina por admitir: “yo soy parte del PRO, no soy del frente de izquierda que cree que no hay que pagar la deuda”. Por oposición, algo delimita. En su breve historia, el macrismo evitó realizar grandes definiciones mientras se plantó como alternativa al kirchnerismo. En Argentina nadie quiere cargar con el estigma de asumirse de centro-derecha. “Somos un espacio político distinto”. Suena mejor así.
Cuando Sole votó a favor del matrimonio igualitario, algunos chicos de la juventud le escribieron para insultarla. Antes de la votación, Mauricio la habilitó para que actuara según su convicción. Ser de derecha no es ser conservador. Hay una derecha liberal que podría ser encarnada por el PRO si Argentina fuera un país en el que alguien puede decirse de derecha. Y Sole no es la única. Gustavo Senetiner, presidente de Jóvenes PRO, y Emanuel Gainza, su vice, también prefieren eludir las opiniones tajantes. Ambos hicieron el recorrido al que parecen destinados quienes quieren crecer en el partido: voluntariado social como forma de llegar a esos otros con los que los que se sienten en deuda; y cobijo laboral en el Estado de la Ciudad de Buenos Aires, en los bloques parlamentarios de PRO o en Vicente López. Después, alianzas con fuerzas provinciales o fragmentos de partidos tradicionales, armar listas de concejales, y comenzar a caminar las ciudades con pocos recursos y militantes. Gustavo fue electo en Mendoza, a fines de marzo de 2014. Sus primeras propuestas fueron la exención de impuestos para los sitios religiosos y la construcción de un skatepark. “La Ciudad de Mendoza merece un Skate Park público, gratuito y de calidad”, dice Gustavo en su Facebook. Emanuel fue primer candidato a concejal en Paraná en 2011, pero no logró entrar. Se sienten “PRO puros”. “Somos de Mauricio”, afirman, y a diferencia de Soledad declinan toda otra identificación al interior del partido. Forman parte de la construcción amarilla más allá de la provincia de Buenos Aires. Allí donde las identidades partidarias perduran con más fuerza, el PRO casi no pudo atraer agrupaciones políticas. Sólo algunos partidos conservadores provinciales, celebridades y jóvenes que se “meten en política” y logran rápido crecimiento.
Ahora, en el búnker de la calle Balcarce al 400, a cuadras de la Casa Rosada, disfrutan de los apoyos con los que cuentan. Emanuel nos muestra los cinco pisos casi terminados de la nueva sede de PRO. El quinto estará reservado para Mauricio, ya lanzado a la campaña presidencial de 2015. En el segundo, pulula una decena de jóvenes que milita en la guerrilla de las redes sociales. “Es como Google”, compara Emanuel, cuando señala los almohadones de colores y la mesa de ping pong, para que los purretes se distiendan entre el tuit y el Face. La apuesta está hecha: ante la dificultad de construir un armado político tradicional, para evitar que el PRO sea fagocitado por otros partidos, y porque además su fortaleza reside en la celebración de lo nuevo, el futuro de PRO se construyecon famosos y jóvenes “PRO puros”.
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Josefina se pone en cuclillas y mete la mano enguantada en una mezcla de tierra, bolsas de nylon, botellas de coca y múltiples tipos de basura apelotonada. Al borde del río Reconquista, sus 48 kilos hacen equilibrio para no caer en el agua que acá, en este barrio pobre llamado San Jorge, partido de San Fernando, funciona como un basural admitido por todos los vecinos.
Tironea y saca un hierro retorcido y oxidado. Es una pieza de alguno de los autos desplomados en el cauce del Reconquista, un metro y medio debajo de donde, hoy, sábado al mediodía, vino a hacer su aporte solidario. Más que autos, son armatostes irreconocibles, sobre todo para los menores de 25 años, que son abrumadora mayoría entre los más de 70 macristas presentes. Hay un Fiat Duna, un Ford Fiesta y, casi, casi seguro, un Renault Laguna.
Cuando Josefina se dispone a preguntar qué hago con esto, ahí aparece su novio con una carretilla salvadora. Lo presentamos brevemente: Agustín Rosenblatt, 22 años, estudiante de Derecho en la UCA, una de las figuras del San Isidro Club (SIC) y empleado de Desarrollo Ciudadano en el gobierno porteño. Hoy luce pantalón de gaucho gastado color caqui, remera violeta ceñida, zapatillas Nike y jopo a lo Clark Kent o a lo Superman, dependiendo del momento.
Sin antecedentes familiares que sugirieran una vocación política, Agustín linkeó con el PRO gracias a Piter Robledo, a quien conoce desde hace casi diez años porque “la vida misma” (la de Boulogne Sur Mer, se entiende) los fue cruzando. Y si bien nunca se imaginó en política, hoy Rosenblatt milita para la candidatura de Guillermo Montenegro a intendente de San Isidro y hasta él mismo pretende ser concejal.
“Me gusta mucho hacer actividad social, y aparte acá no hay banderas políticas. Piter es un tipo que lo que dice lo hace. Hace un mes dijimos que íbamos a limpiar esto, y acá estamos”, se jacta Rosenblatt, en un proto-discurso de candidato a concejal.
Para Agustina Lippi, en cambio, esta es su primera vez en una jornada semejante, pero sin duda no será la última. “Me voy re llena. Los nenes acá están chochos. Se nota el agradecimiento”, nos comenta esta chica de 19 años, estudiante de relaciones Internacionales en la UADE y vestida con un jogging achupinado predispuesto para ensuciarse.
El objetivo de este shock asistencial sabatino es limpiar y alisar el pequeño terreno que hay entre la calle informal y esta especie de arroyo contaminado, para construir ahí una cancha de fútbol 5. Se trata de un emprendimiento conjunto entre Pensar el Camino, la fundación de Robledo, y el concejal de San Fernando del PRO, Alex Campbell, un joven senior de 33 años, bastante más curtido y con menos pudores proselitistas que nuestro ya estimado Piter.
Porque si Robledo evitó el amarillo PRO en las remeras de sus muchachos y muchachas (a ojo, los varones son más de un 60%), el concejal macrista plantó un banner con su nombre y hasta repartió fixtures de la primera fase del Mundial con su cara, fondo amarillo y un eslogan buenista: “Yo también quiero ver a la Argentina en los más alto”.
Campbell también tiene una fundación propia llamada Proyectar Futuro. Pero a diferencia de la tribu de Robledo, en la de Campbell “los chicos tienen un perfil más político, porque vienen de dos, tres campañas acompañándome”.
El grueso de la mano de obra, sin embargo, esta tarde lo pusieron los soldados de Piter: todos uniformados con joggings y remera blanca y verde de Pensar el Camino, personalizada en la espalda para Demi, Nico, Agus o Fika.
Campbell, por su parte, aportó los contactos locales que permitieron la intervención. Una logística hecha de diálogo a nivel municipal (en San Fernando gobierna el massista Luis Andreotti), pero también de tipo punteril.
“La mitad de los autos estos los tiré yo, en la época en la que me tiroteaba con la gorra”, nos intimida juguetonamente Nahuel, la excepción clasista de la jornada y el único de los presentes que vive en la zona. A la vuelta, más específicamente, donde su mamá tiene un comedor escolar muy requerido por los chicos del barrio, e identificado con Campbell y los colores del PRO.
“Yo lo hice entrar a Alex acá, pero él no es corrupto como los otros para los que trabajé antes”, nos asegura Nahuel, quien hoy es hombre de Campbell, que a su vez reporta para Jorge Macri.
“Vamos chicos, que falta muchísimo, ¡por favor!”. Robledo interrumpe el recreo espontáneo que se armó entre su tribu. Y agrega, en la primera y la última vez que lo notaremos imperativo: “El que tenga una pala que venga”.
Tanto las palas, como los guantes, la carretilla, el cerco que separará la canchita del arroyo y hasta la combi que los trajo a San Jorge, fueron financiados por los bolsillos de los propios militantes macristas.
“A mí nadie me dio plata y me dijo “tomá, poné el alambrado”. Todo es mucho esfuerzo. Sólo hoy, tuvimos que poner 50 pesos cada uno, yo incluido”.
—¿Imaginás otra forma de conseguir recursos?
—La iremos buscando, pero nosotros creemos que primero hay que consolidar un grupo de trabajo. Además, cuando a uno le tocan el bolsillo, ahí sentís que te tocaron algo.
—¿Seguirán con la autofinanción, entonces?
—Yo siempre digo, con poner $200 por mes alcanza. O sea, con dos fernets menos en el boliche al mes, generás todo esto.