Crónica

Aborto legal


Ganamos

Pasamos la vigilia de 27 horas entre frazadas, fogones y guisos. Las estudiantes acamparon, las actrices se sumaron al poroteo, los vendedores de pañuelos explotaron. A la hora de la votación hubo abrazos entre desconocidos y victorias compartidas. La calle se gana de mil maneras: la nuestra fue al grito de #AbortoLegal.

14 de junio de 2018

Foto de portada: Federico Cosso

Fotos del interior: Melisa Scarcella

Tres peronistas de La Pampa anuncian que van a votar a favor. Nina Brugo llega abriéndose paso desde atrás en la multitud. Eufórica. Tiene 74 años, es abogada y pionera en el reclamo por la despenalización del aborto. Se queda al frente junto a Elsa Schvartzman, socióloga, 67 años: otra histórica. Todas las cámaras con ellas, ahora es casi seguro, se viene el festejo. A las nueve y media escuchan los últimos discursos. Gritan. “Dinosaurias” para las diputadas en contra. “Facho facho facho típico de macho” para los legisladores antiderechos. Aplausos para los que anticipan el voto positivo. De adelante llega una orden: formar un círculo en cuanto salga el resultado porque habrá pirotecnia. En minutos los diputados votarán. Afuera gritan fuerte, lloran. La marea verde ondula en la esquina del Congreso y por Callao llega gente corriendo. Los que durmieron en casa se cruzan con los que se van y preguntan cómo salió todo. “Ganamos”. Abrazos entre desconocidos.

 

Un rato antes estaba todo mal. En un día de junio como este, las siete de la mañana es la hora más fría. Huele a desazón. Desde el recinto llegaban malas noticias. Por las redes sociales convocaban a volver a la plaza. A agitar. Pensaban en la desconcentración y en la carpa de la Campaña por primera vez en toda la vigilia dijeron: puede que no se apruebe.

 

El frío descompone a Mailén, una piba de Ciudad Pérez, mechón azul, glitter en las mejillas. A su alrededor otras jóvenes niegan la derrota. “Esta visibilización es un avance”, dice Olinda, de 25. “La única decepción es con los que nos representan y están en contra”, agrega Daiana, de 21. Vienen a apurar la salida, la columna de la Campaña va a movilizarse a la esquina de El Molino, frente a la pantalla, a esperar la votación. Y amanece: en las próximas tres horas todo se va a dar vuelta otra vez.

 

En un rincón aguanta Elsa, la única de las históricas que se quedó a pasar la noche en la vigilia. Tira un solo pronóstico: “Vamos a seguir. No nos van a ganar”. Silvia, la referente de Santa Fe, no tiene casi voz. Pero la suficiente para decir que hoy todo sale bien.

 

Pasadas las ocho de la mañana, con Elsa a la cabeza, la columna de las banderas verdes camina cantando pero sin euforia los cincuenta metros que separan la carpa 2 de la confitería El Molino. Las organizaciones abren el paso. Las referentes se plantan frente a la pantalla que transmite el debate con la bandera. Hay angustia.

 

María Alicia Gutiérrez recomienda esperar. La socióloga e integrante de la campaña tiene razón, porque nueve y cuarto llega el mensaje desde el recinto. Termina la montaña rusa emocional: sale.

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La vigilia duró 27 horas. Sobre avenida Rivadavia, desde Paraná hasta Callao, agrupaciones políticas y colectivos de mujeres armaban sus carpas y gazebos pese al viento helado. Las vallas cercaban la plaza y cortaban Rivadavia a la altura de Callao y de Riobamba: separaban el Congreso de la calle.

 

Vilma Ripoll, ex legisladora y enfermera, llegó temprano al gazebo del MTS. Llevaba una caja de Oxaprost porque el martes a la noche le pidieron “para la hija de un compañero”. Un médico le explicó hace casi veinte años cómo usarlo. Desde entonces ayudó a más de quinientas mujeres a abortar.

 

Muy cerca, la chica de la cafetería donde todo es verde hacía la pregunta que en los últimos meses dio lugar a conversaciones entre desconocidas:

 

—¿Dónde lo conseguiste?

 

Mercedes antes iba a marchas pero ahora trabaja mucho. Y llevar el pañuelo a casa es problemático. “Mi papá ya no va a cambiar”. Pero la mamá la sorprendió: “Descubrí que está a favor, y me contó que la muerte de mi abuela, cuando ella tenía seis años, fue por un aborto”.

En esta misma cafetería, hace unos días, una de las más conocidas defensoras públicas de la ley, una de esas figuras que se valieron de su popularidad para hacer llegar el mensaje y ayudar a porotear –el verbo del momento, cuasi sinónimo de cabildeo— contaba una anécdota personal.  Una tía de ochenta años se animó a contar en reunión familiar íntima (y por eso la reserva del nombre) lo que nunca pudo: se hizo un aborto hace medio siglo en las condiciones que eso era posible.

 

Qué es ganar la calle si no eso: esa enorme, aluvional salida de la oscuridad. Como hace tres años, cuando el estallido del Ni Una Menos fue también ponerle la voz y el cuerpo a lo que se calló durante años. Cualquier conversación en la calle que empieza con un “¿dónde lo conseguiste?” termina con una historia.

 

Para la vigilia hubo 30 mil pañuelos nuevos. En seis meses la Campaña hizo 55 mil, cuando antes mandaba a confeccionar diez mil para todo el año. Las cooperativas que los producen no daban abasto y la demanda originó un fenómeno tal vez único en el mundo: las copias valían más caras que el original. Sobre Callao voceaba desde temprano “los pañuelos de la campaña“ Iván Torres, 41 años, vendedor ambulante desde los 13. Desde principios de mayo que mandaba hacer y colocaba unos cuarenta por día. Es la primera vez que vende algo que le genera tanta conversación. “Algunos me insultaron, una señora que trabaja en el Congreso me encaró y me preguntó si yo hubiera abortado a mis hijos. ¡Pero qué tiene que ver!”.

 

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Maricel llegó temprano a la plaza. En el viaje en tren posteó en su cuenta de Facebook: “Hace unos días ingresó una chica muy grave, por un aborto clandestino. Por suerte le salvaron el útero. Hay que ponerse en la piel de las mujeres”. Es bioquímica, trabaja en el hospital Petrona de Cordero de San Fernando. “Nosotras somos las que analizamos los restos de los legrados. Se dice muy livianamente que las que abortan son chicas irresponsables que no se cuidan y no es así. Acá vemos de todo. Mujeres con siete hijos que no quieren decirle al marido que están otra vez embarazadas, pibas con miedo de que las echen de la casa. Quiénes somos nosotros para juzgar”. Maricel no es de ir a las marchas ni usar pañuelo verde. Sus hijos van a escuela católica, la menor está en catequesis. “Pero me siento identificada con la lucha feminista”, aclara. Qué es ganar en la calle si no es esto también.

 

Iván y Lorena abrieron su bar y librería temprano y sacaron a la vereda la pizarra que anunciaba un veinte por ciento de descuento a quien fuera con pañuelo verde. “Es por el aborto legal pero también por todo lo que representa llevarlo”, dijo Iván. Y prometió no cerrar hasta que se votara la ley. Algunas manicuras no cobraban por pintarte las uñas de verde y una peluquera ofrecía por Twitter hacer peinados con trenzas y spray del mismo color.

 

La calle se gana de mil maneras.

 

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Para las que viajaron desde las provincias el miércoles arrancó muy temprano. La caravana más larga partió de Rosario. Desde la esquina de Pellegrini y Oroño, en el Parque Independencia, salieron cuarenta micros. “Estoy subiendo al bondi“, anunciaba Majo Jerez, militante de Mala Junta, y mandaba la foto como para acelerar la llegada.

 

En Buenos Aires las esperaban las tres carpas que montó la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito para prensa, actividades y logística. Allí llegó a media mañana Fernanda Fernández, referente de Tucumán, “una provincia complicada” por las presiones clericales. También daba vueltas por ahí Mónica Menini, una abogada de 55 años, militante de la campaña e integrante de Católicas por el Derecho a Decidir en Salta. “Allá los párrocos llamaron uno por uno a los legisladores. El lobby de la Iglesia es fuertísimo en Salta”.

 

Silvia Guidobaldi, referente de la Campaña en Santa Fe, estaba en vigilia desde la noche del martes, manejando la logística del viaje desde Rosario. De 47 años, música, viajó con varias que llegaban por primera vez a marchar en Buenos Aires. Cerca suyo, Mailén Costa, la chica del mechón azul, organizadora ella solita del grupo de mujeres autoconvocadas de Pérez, una localidad pegada a Rosario, del cordón industrial, golpeada por la pobreza y copada por la   actividad evangelista.

 

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Pasadas las dos de la tarde, en la carpa de la Campaña Gabriela Cabezón Cámara leyó un fragmento de Las aventuras de la China Iron. Arrancó con palabras que bien podrían describir esa construcción de mujeres poblando la calle: “Cuando haya ñorairo, el paraíso va a pelear”. Cecilia Szperling, impulsora junto a Claudia Piñeiro de la carta pública del colectivo de escritoras, eligió La vida no es sueño “de la poeta invisibilizada” Hilda Rais: “Sueña a Iglesia que sabe, y vive en este engaño mandando, disponiendo y gobernando y a todo mundo prohíbe discutir lo que prescribe: qué delicia es permitida, cuál guerra es una Cruzada, qué gente es la inadecuada y -vaticana y protegida- cuándo comienza la vida”. Rais formó parte de la comisión que generó una de las primeras leyes de la democracia en favor de la mujer: la patria potestad compartida.

 

Afuera, el colectivo Nosotras Proponemos hacía pegatina con su cover gráfico del pañuelo verde. Sobre esos afiches, en todas las cuadras de los alrededores del Congreso, las pibas escribieron consignas: La Iglesia mata, el Estado calla; Si no hay aborto legal, qué quilombo se va a armar; La maternidad será deseada o no será. Colectivos de fotógrafas hicieron lo propio en paredes y persianas. Las fotos se alternaban con afiches caseros y reversiones verdes de íconos argentinos. Hasta había una Coca Sarli reclamando #QueSeaLey.

 

En la mitad de la tarde, Rivadavia era un pasillo angosto entre gazebos y puestos de choripan, bondiola, comida vegana, pañuelos, pines, remeras. La marea verde desbordaba por las calles transversales hasta Corrientes. En la esquina de Paraná se agruparon los centros de estudiantes. Allí estaba Sofía Zibecchi, presidenta del Federico García Lorca. Pasó al mediodía por su escuela, que estaba tomada como otras secundarias porteñas: “Estamos luchando para que no se ceda en la autonomía progresiva”. Cuando Sofía expuso en la última de las jornadas del plenario de comisiones también fue al punto: “Dejar a las pibas menores fuera de marco legal es absurdo y peligroso”.

 

Callao y alrededores era el territorio de los autoconvocados. Chicas y chicos sentados en ronda compartiendo mate, facturas, bizcochitos. Bailaron, dedicaron cantos a la Iglesia, reversionaron el Bella Ciao que trajo del pasado la serie La Casa de Papel.

 

Sobre Riobamba, en el local de Mu (donde en estos meses se juntaron los colectivos de artistas a firmar las cartas para los diputados en favor de la ley) se agrupaban las actrices. Cerca de las diez de la noche calentaron el locro que había preparado Flor de la V desde la 6 de la mañana. “Esto es lo mejor que nos pasó“, gritaba Andrea Pietra, y por “esto” se refería a Actrices Argentinas, el colectivo nacido en plena campaña por el aborto legal y que le puso caras conocidas y muy populares al debate público. Apretadas en un corralito de cintas verdes estaban Dolores Fonzi, Muriel Santa Ana, Cecilia Dopazo, Celina Font, Flor de la V, Inés Estévez, Calu Rivero, Valeria Bertucelli y Dalma Maradona.

 

Cerca de la medianoche Florencia de la V estaba enojada: “Vamos a usar toda nuestra popularidad para señalar a cada uno de los que voten contra esta ley. No esperaban que nos uniéramos de esta manera. Estamos juntas y estamos fuertes. Les vamos a recordar lo que hicieron. No saben el monstruo que despertaron”. Hasta minutos antes de la votación, Nancy Dupláa, Fonzi y Pietra participaron del poroteo con diputados difíciles. “A alguno le dimos un empujoncito para que terminara de animarse al sí”, contaron. Antes aprovecharon las cámaras y salieron con los tapones de punta, directo al presidente: “que haga lo que tiene que hacer“.

 

Durante toda la noche en las calles hubo bolsas de dormir, frazadas y algunas fogatas. Un grupo bailaba danzas folclóricas a la altura de Paraná. En las carpas y los gazebos dormían por tandas. La esquina de Callao y Rivadavia siguió repleta de pibas y pibes que sentados en la calle miraban la transmisión de la sesión. Se alternaban las puteadas y los aplausos. En la esquina de Bartolomé Mitre todavía a las cinco se bailaba murga.

 

La vigilia fue el Ni Una Menos del aborto. Una toma de conciencia, una autocelebración. Ya lo era antes del resultado de la votación. Porque cuando algo se vuelve visible, cómo devolverlo a la oscuridad. Qué es ganar la calle sino gritar lo que no se podía nombrar. De eso no hay vuelta atrás.

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