Crónica

La desaparición de Santiago Maldonado


Fuera, indio

La desaparición de Santiago Maldonado puso en evidencia que en el sur “algo está pasando” entre las fuerzas represivas y los mapuches. En esta crónica, Santiago Rey reconstruye historias de Cushamen y su pasado doloroso, cuando en las escuelas los retaban si hablaban su idioma al grito de “Indio, hable bien”. Muchos jóvenes y no tanto, marginados en la ciudad, pudieron realizar el camino de vuelta a las tierras de sus ancestros, donde hoy la gendarmería los vigila de cerca.

Ruta 40 al sur, a unos 200 kilómetros de Bariloche. Una bandera enganchada en los alambres anuncia la llegada a la recuperación del territorio de la comunidad Santa Rosa Leleque. Es el departamento Cushamen, en el noroeste de la provincia de Chubut.

Rosa y Atilio viven solos, en una modesta casa, al pie de la montaña. Ellos y sus animales. Protagonizaron una de las recuperaciones territoriales más famosas. Enfrentaron a Luciano Benetton, y resisten en ese espacio en el que recrean un mundo que creían perdido.

Rastros mapuches, silencios largos, el fuego de la cocina a leña, y después la charla franca.

—Cómo se dice amarillo en mapuzungun.

— Amarillo... no sé.

Todo es amarillo en el otoño alrededor de la casa de Rosa y Atilio. Pero Rosa Curiñanco no puede nombrarlo en su lengua natal. No recuerda cómo se dice amarillo. Años de una escolarización huinca (blanca) la alejaron de su lengua y su cultura.

—Empecé a retomar después de grande, más que nada cuando hicimos la recuperación. Ahí empecé a entender y recordar todo lo que fue pasando.

Aquello fue en febrero de 2007. Rosa y Atilio rozaban los 55 y 60 años. La comunidad mapuche Santa Rosa Leleque volvió a su territorio ancestral y desde entonces -juicio, desalojos, y hasta un viaje a Italia para enfrentar a Luciano Benetton en el medio-, Rosa y Atilio Curiñanco se asentaron en 500 de las 900 mil hectáreas que el magnate italiano ostenta en la Patagonia argentina.

Atilio cree que la reconstrucción mapuche se logrará revinculando al propio pueblo “que está un poco disperso... un poco no, mucho”, dice y se ríe, desde la punta de la mesa rústica, en la casa humilde. Esa revinculación debe basarse, para Atilio, en la recuperación “de lo ancestral”.

¿De qué manera puede lograrse la recuperación a esta altura de la historia?¿Cómo son las trayectorias de los mapuches que vienen de la ciudad y pudieron reencontrarse con su vida rural?

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Atilio habla de sus abuelos y de lo que vivió. No confía en los libros. Dice que pueden confundir. Prefiere encontrar en la transmisión experiencial, de los abuelos a sus nietos, la forma de ser genuinamente mapuche. “Las nuevas generaciones se acercan a los libros... hemos descubierto que ese libro –que no nombra, que no define- no cuenta la historia verdadera ni las realidades de nuestro pueblo”, explica. Y emparenta los libros o el conocimiento de ideologías políticas occidentales con la iglesia. “Es distinta la conciencia de aquellos que han podido conocer algo de muy chiquito, como uno, de sus abuelos, cómo se vivía antes. Pero algunos se han metido a la iglesia, eso lo tienen que dejar de lado porque eso es lo que les lava el cerebro. Después está el resto del sistema, el consumismo. Si no se deja de lado eso...”.

Cuando ya habían instalado su primera casa y comenzaban a cuidar unas pocas gallinas, sufrieron un primer desalojo. Los gendarmes les desarmaron la vivienda, rompieron, y mataron animales. Fue pocos meses después de febrero de 2007, y por orden de la Justicia, a pedido de Benetton.

Pero volvieron. “Nosotros no tenemos un ejército o las armas para hacerle frente”, cuenta Atilio. “Volvimos de la misma manera que lo hace el mapuche, con la confianza de porqué pasa esto”.

—¿Se sienten acompañados en esta recuperación?

—Yo me siento acompañado por las grandes fuerzas de la naturaleza. Hay gente que también acompañó, parte del pueblo mapuche y mucha gente que no es mapuche, pero el acompañamiento confiable para mí son las fuerzas de la naturaleza.

El día que volvieron los recibió “la maun (lluvia), el viento, el sol, el arcoiris, la nieve, estuvieron todas las fuerzas de la naturaleza ese día que llegamos”, recuerda Rosa.

Ocho años más tarde, en 2015, y unos 20 kilómetros al norte, se produjo otra recuperación: unos 30 integrantes del lof en Resistencia Cushamen volvieron a su tierra de pertenencia ancestral, también en poder de Benetton. El líder espiritual y político de esa acción fue y es Facundo Jones Huala, hoy preso en Esquel y a la espera del juicio de extradición reclamada por Chile.

En un comunicado, la comunidad explicaba la decisión: “Actuamos ante la situación de pobreza de nuestras comunidades, la falta de agua, el acorralamiento forzado hacia tierras improductivas y el despojo que se viene realizando desde la mal llamada Conquista del Desierto hasta la actualidad por parte del Estado y grandes terratenientes”.

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Desde entonces son acosados por la Policía, la Gendarmería y la Justicia. Las últimas intervenciones de las fuerzas de seguridad, pusieron a la comunidad en el centro de la mirada nacional. Luego, la historia de la recuperación y defensa del territorio se distorsionó.

La desaparición forzada de Santiago Maldonado se convirtió en el punto máximo de esa escalada, y en la definitiva visibilización nacional de que en el sur “algo está pasando”.

La recuperación de 2015 en Cushamen “viene cuando Facundo se levanta como lonko, cuando ya no hay tiempo. Ese espíritu estaba apurando, él estaba cada vez más enfermo. Entonces habla con la abuela y la familia, y deciden”, dice María Isabel Huala, madre de Facundo y otros cinco hijos que también pelean por la recuperación territorial y cultural mapuche. Aun los dos más chicos, menos de diez de edad, participan de las marchas.

A diferencia de Rosa y Atilio que siempre estuvieron ligados al espacio rural o de pequeñas ciudades, María Isabel y sus hijos vivieron en Bariloche, Comodoro Rivadavia, Buenos Aires y nuevamente Bariloche. Facundo, el más grande, asimiló las formas de lucha y resistencia piquetera, las marchas, las ideas de la izquierda occidental. Antes de ese proceso de formación, compartía sus días con lúmpenes y algunos grupos de pasado delictivo. Nació en el barrio 169 Viviendas, en el estigmatizado Alto de Bariloche. Conoció la cárcel de chico. Fue lo que el poeta chileno David Aniñir Guilitraro definió como “mapurbe”, un mapuche urbanizado, una respuesta, una “apuesta política respecto de los mismos mapuches que decían que nosotros no éramos mapuches”.

David Aniñir vive en Santiago de Chile. Desde allí, en febrero de este año le dijo a la Agencia Paco Urondo, “con los chicos de la pobla escuchábamos rock, íbamos a las barras bravas, consumíamos ciertas sustancias, éramos todos desertores escolares, desde allí creamos, inventamos, nos defendimos. Los mapuches no eran sólo los que estaban en la zona de conflicto. No hablo el mapudungun, tengo el puro pelo chuzo y tengo el apellido. Soy mapuche, y me defino Mapurbe”.

David desbarata unos de los argumentos con supuesta base científica que abonan medios y repite el sentido común urbano: “Es una mierda que nos digan que los mapuches sólo somos chilenos. Los mapuche habitamos ambos lados de la cordillera, somos prexistentes a los Estados Nacionales. Si viéramos el árbol genealógico ustedes deberían volverse a sus barcos”. Un poema Mapurbe de David Aniñir, cruzó la cordillera y se convirtió también en unos de los peldaños de la formación de los “mapurbe” barilochenses. Entre ellos, de Facundo Jones Huala.

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Somos mapuche de hormigón

Debajo del asfalto duerme nuestra madre

Explotada por un cabrón

Nacimos en la mierdopolis por culpa del buitre

cantor

Nacimos en panaderías para que nos coma la maldición

Somos hijos de lavanderas, panaderos, feriantes

y ambulantes

Somos de los que quedamos en pocas partes

El mercado de la mano de obra

Obra nuestras vidas

Y nos cobra

Madre, vieja mapuche, exiliada de la historia

Hija de mi pueblo amable

Desde el sur llegaste a parirnos

Un circuito eléctrico rajó tu vientre

Y así nacimos gritándoles a los miserables

Marri chi weu!!!!

en lenguaje lactante

Padre, escondiendo tu pena de tierra tras

el licor

Caminaste las mañanas heladas enfriándote el sudor

Somos hijos de los hijos de los hijos

Somos los nietos de Lautaro tomando la micro

Para servirle a los ricos

(...)

Laura Kropff, Licenciada en Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires y residente en Bariloche, se ocupó del tema y en  KAIRÓS, Revista de Temas Sociales de la Universidad Nacional de San Luis en 2004, publicó “Mapurbe: jóvenes mapuche urbanos”.

Para Kropff, los mapurbe “apelan a ideologías relacionadas con estéticas musicales 'punk' y 'heavy' y con ciertas lecturas del anarquismo. A principios del año 2000, algunos de esos jóvenes de barrios periféricos (de Bariloche) iniciaron un proceso de autoreconocimiento como mapuche”. El proceso se acompaña por intentos de reconstrucción de sus historias familiares y por una reconexión con la vida en las áreas rurales, específicamente con la vida ceremonial, como el We tripantu, celebración del año nuevo mapuche. Desde los barrios periféricos de Bariloche, decenas de jóvenes participan cada 21 de junio de la celebración del renacer de la naturaleza.

El Facundo de las esquinas de las calles del Alto, de las cervezas en las garitas, de los lúmpenes al servicio del político que más plata ponía, ese Facundo aún no lonko, inició a principios del 2000 el proceso de acercamiento a “lo mapuche” que describe Kropff.

Ese Facundo, a los 14 años, dejaba escrito en un fanzine de difusión mapuche que “Reflexionando sobre fotokopias de un libro / y leyendo un FanZine, Piketiando, / o pensando la pintura en la pared, / va el Intelektual de la Kalle, / Repudiando-Recordando el Poxirran, ReVolviendo el Origen (...)”.

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La separación de su madre María Isabel de su papá, lo obligó a asumir el rol de hombre adulto de la familia. La propia mamá dice que a veces confundía su lugar en la familia, y que lo tenía que “ubicar”. 

En 2001, en los barrios pobres de un Bariloche empobrecido, pasó “hambre, muchísima hambre” y vio como “cagaban a palos” a su madre en las protestas y piquetes, según escribió hace poco en la revista La Garganta Poderosa.

El proceso de formación política de Facundo con los libros que Atilio desdeña, se dio en paralelo a su desarrollo espiritual. Unos años después, una machi le diría que debía ser lonko, que debía realizar el camino espiritual para levantarse como jefe de su comunidad. Ese proceso tuvo la recuperación territorial de Cushamen como uno de los hitos, que hoy llenan páginas de los diarios.

 ***

No sólo el lenguaje perdió Rosa en sus años de niñez y escolarización. También su trenza mapuche. Empezó a ir a la Escuela en la pequeña localidad chubutense de El Maitén. Los maestros, los alumnos, los chicos, le hicieron creer que era una “india pata rajada, india sucia”. Ahí, en la escuela sarmientina de la Patagonia, los docentes le daban un reglazo si hablaba en su lengua y le decían que no debían hablar de esa manera.

—Indio, usted no tiene que estar hablando de esa manera. Hable bien— le decía la maestra.

Rosa tenía el pelo largo y su mamá la peinaba con dos trenzas. Hasta que un día, la maestra se la cortó. Tampoco la dejaban ir con pollera a la escuela. Esas restricciones crueles empezaron a surtir efecto. Cuando su madre empezó a ver que la discriminaban de esa forma, fue que ella misma quien se negó de seguir hablando el mapuzungun.

Rosa sufrió el desalojo de chica. Vivía con sus padres y once hermanos en Mina de Indio, Cushamen. Tenía cinco años y desde la camioneta de Gendarmería que los llevaba hacia Esquel, vio como a su papá Doroteo Rua Nahuelquir lo ataban y lo subían a un caballo, para recorrer de esa forma los 80 kilómetros que lo separaban de la ciudad más cercana. Una disputa entre “nuestros propios hermanos del pueblo mapuche” provocó la denuncia y el desalojo. “Duele más que cuando te desaloja un extraño”, se sincera Rosa, mientras pone un leño en la cocina económica.

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Después del escaso y traumático paso por la escuela, en El Maitén, Rosa empezó a trabajar. Tenía 7 años, y hasta los 13, fue empleada en un hotel de Ñorquinco. Limpiaba, planchaba, cocinaba. No quedaba tiempo para juegos. A los 13 se volvió con su mamá Herminia, porque su papá estaba muy enfermo. Se instaló en Esquel, conoció a Atilio y formó su familia. Hace 44 años que están juntos.

Unos cincuenta años después del primer desalojo, del padre atado y la camioneta que la trasladó con su mamá y los once hermanos; la recuperación del territorio y del idioma no es para ella una venganza. En su lengua esa palabra no existe, y tampoco la envidia. Los mapurbe barilochenses incluyeron la recuperación del idioma como uno de los pasos principales de la toma de conciencia de su ser mapuche.

En “Activismo mapuche en Argentina: trayectoria histórica y nuevas propuestas, para Pueblos indígenas, estado y democracia de CLACSO” (2005)  Kropff plantea que “la presencia mapuche en la ciudad alrededor de nuevas categorías identitarias, como mapurbe, implica también un cuestionamiento a la narrativa de la derrota normalmente asociada a la migración desde áreas rurales”.

Según ella, esta re-interpretación ya no coloca a los “viejos” en el lugar de sumisión sino en el de resistencia. Y relata que en los circuitos nocturnos de estos jóvenes, es frecuente asistir a recitales donde la temática mapuche es incorporada en diversos géneros musicales, desde el folclore andino hasta el heavy metal. Una de las canciones considerada con más mística es Amutuy de los hermanos Berbel. La canción dice “vámonos que el alambre y el fiscal pueden más, amutuy sin mendigar”. “En esas ocasiones -explica Kropff- se escuchan comentarios aislados en el público mapurbe como '¡amutuy las pelotas!' o 'ningún vámonos: ¡recuperación!'”.

Los mapurbe no sólo recuperaron su idioma para decir amarillo. Lo hicieron para gritar “marichiweu”, diez veces venceremos.

También de la ciudad, en 2015, llegó al lof en Resistencia Cushamen el mapuche que ahora con la cara tapada se acerca ahora a la tranquera, un día después del último rastrillaje ordenado por el Juez Federal Guido Otranto buscando a Santiago Maldonado. Fue el 16 de agosto, y todavía una guardia de gendarmes espera acechante a un kilómetro de esa entrada.

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La represión del 1 de agosto, cuando Santiago fue secuestrado, los posteriores allanamientos, y hasta la insistente presencia de la prensa “huinca” en el lugar, “contaminaron” el lof. La tierra pide purifización. La charla es de la tranquera para afuera. El mapuche de cara tapada tampoco tiene nombre para la charla. Camina los 50 metros que lo separan de la casilla que sirve como guardia del lugar, salta la tranquera cerrada con una gruesa cadena, y dice que “Otranto lo que quiere con los rastrillajes, es hacer un paneo, un diagrama de cómo es el territorio para posteriores allanamientos, para la represión”. Y cuenta que sufren un “estado de militarización permanente”.

Una remera alrededor de la cabeza y cosida especialmente, hace las veces de pasamontañas. Sus ojos negros, algunos pelos duros de la barba que traspasan la fina tela de la remera blanca, y la palabra filosa: “Hubo una planificación del secuestro y desaparición de Santiago. Estaba planificado desde el 10 de enero (día de una feroz represión en el lugar). Había que matar a alguien o llevárselo. Cuando se libera la zona para garantizar la impunidad de Gendarmería, eso surge de una planificación táctica y es responsabilidad de (el Jefe de Gabinete del ministerio de Seguridad, Pablo) Noceti y (el secretario de Seguridad, Eugenio) Burzaco, y Patricia Bullrich, y con el aval del Presidente Mauricio Macri”.

El mapuche sin nombre y con la cara tapada por seguridad, dice que “la gente habla mucho sobre a base de la ignorancia. Esa gente y los grandes medios. La criminalización y estigmatización por parte de los medios no es nueva, viene hace bastante tiempo”, explica. Y acusa a esos “grandes medios funcionales a los intereses de los estancieros, la sociedad rural, las empresas mineras y petroleras” de generar “un estereotipo del pueblo mapuche”.

“Primero preparan un escenario mediático para conseguir legitimidad por parte de la sociedad, para que después no sea cuestionado el accionar represivo de la fuerza del Estado”, resume.

 La recuperación, dice con la cara tapada, el mapuche que también llegó de la ciudad, se plantea cotidianamente. Es parte de dejar de ser huinca y recuperar la lengua, los valores, muy diferentes a los patrones culturales que hay en la sociedad occidental. “La recuperación del territorio es fundamental porque todo pueblo necesita el espacio físico para desarrollarse”, dice.

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—¿Qué significa la figura de Facundo Jones Huala?

—Él es nuestra autoridad dentro de la comunidad, autoridad política, espiritual, filosófica. Los lonko cumplen ese rol. Dentro de este contexto de represión, y que las comunidades se levantan, él pasa a ser un lonko weichafe (guerrero).

— ¿Qué significa que esté preso?

—La gente que forma parte del lof en Resistencia del Departamento Cushamen es conciente de cuáles son los riesgos. Incluso, hasta la pérdida de la vida. Para eso es importante tener una fuerte convicción sobre porqué se lucha. El mejor reflejo es él, Facundo, el lonko de la comunidad.

La imagen de Facundo lonko dista mucho del Facundo mapurbe de principios del 2000. ¿Es ilógico el camino de resistencia que siguió después de padecer hambre y humillación, en el cordón más pobre de la Bariloche empobrecida?. El propio Facundo arriesgaba una respuesta en el fanzine que circulaba por manos mapurbe, hace 15 años:

“La Opresión y las korridas histórikas ke hemos sufrido nos han llevado a asentarnos en las Periferias de las ciudades ke ha kreado el Wigka (huinca, blanco). De este Proceso hemos surgido Muchos de Nosotros, kreciendo Nuestras Raíces desde el cemento, desde el barrio. Transgredir, Destruir, Romper, Vengarze, es lo ke Nos Mueve, Para Aportar a la ReKonstrukción de Nuestro Pueblo, y a la KonstruKción de una Humanidad más Humana”.

En la tranquera de la comunidad que el 1 de agosto fue invadida por Gendarmería, y de donde -según todos los testimonios- se llevaron a Santiago Maldonado, en esa misma tranquera, el mapuche se despide. A unos metros, la Gendarmería aún vigila.