Crónica

La discusión previa al balotaje


Fondo contra forma

Con el rating de la final de un Mundial de fútbol, los dos candidatos a presidente se enfrentaron en el escenario de la Facultad de Derecho. Aunque evitaron el discurso técnico y eligieron una estrategia de anulación a las preguntas, Scioli apeló a analizar el fondo y fue más argumental. Macri, en línea con su campaña, se ocupó de un mayor cuidado de las formas. Hubo chicanas y un sabor final a triunfo propio y por puntos.

El que defendía el título había ganado en la primera pelea por pocos puntos. El retador venía con el impulso de quien todavía no llegó, con el empuje de quien lo creía imposible.

No se disputaban un cinturón dorado sino un símbolo: un bastón hecho por un orfebre que dice comunicarse a través de los objetos (un mate, una bombilla, un cuchillo). Un bastón, de plata y urunday, cincelado por millones de argentinos que podrían reclamar en caso de que Dios y la Patria no llegaran a la demanda.

“Debates eran los de antes”, dirá un memorioso y citará al Republicano Abraham Lincoln y al demócrata Stephen Douglas que, en 1858 sin moderador ni intervenciones de periodistas, discutieron siete veces durante ciento ochenta minutos si Estados Unidos debía extender la esclavitud hacia el oeste (una hora hablaba uno, hora y media el segundo: completaba el tiempo el primero) . Los tiempos cambiaron. La política también. ¿Podría alguno de estos dos candidatos bancarse una lucha, cuerpo a cuerpo, de tres horas? Si no hubiera cámaras, ¿lo harían?

Pero las hubo y luego de una música con aire a cantos gregorianos, en un escenario de la Facultad de Derecho, sonó el primer gong. Ellos dos, uno junto al otro, en una lucha retórica y técnica que no fue contínua. Una lucha aparente, un debate televisivo, en la que un knock out sonaba a utopía, aunque no se pudiera descartar de antemano.

Una pelea previsible: de esas donde los púgiles se miden, se puntean, se abrazan, pero en la que cada uno sigue su estrategia. Uno, a partir de marcar que hay dos modelos: uno con un Estado presente, otro gobernado por el libre mercado. Otro, a partir de una clave de lectura: el cambio o la continuidad, a partir de definir más qué es lo que hay que lo que viene. Sólo de vez en cuando algún golpe, una chicana: “Daniel, ¿en qué te estás transformando? Parecés un panelista de 6,7 y 8”. O “Conmigo no, Mauricio”. Dos discursos alabeados. Ni el candidato a la izquierda del escenario, ni el ubicado a la derecha parecían escuchar al otro: hacían fintas, daban golpes al aire. Se medían, amenazaban y se acercaban hasta trabarse. “Sus propuestas son un peligro para la sociedad”, decía Scioli. “El tuyo es un planteo autoritario, conservador y cínico”, decía Macri. Confiaban en ganar por puntos. Al terminar, cuando el presentador Rodolfo Barili tocó la campana, se abrazaron como boxeadores.

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—¿Qué expectativas tenés? —le preguntó un fotógrafo en el palco de prensa a otro minutos antes de empezar el debate.

—¿Ninguna? —replicó sin esperar la respuesta—. Hacés bien porque no va a pasar nada. Los dos le van a hablar al votante de Massa, ¿no? Esa es la estrategia.

Está claro: tanto Scioli como Macri precisan los votos de quienes eligieron a los candidatos que no participan de la segunda vuelta. Desde ahí, Scioli apeló a los votantes de los otros candidatos en la primera vuelta, dijo que su llamado –antes que al voto peronista- es a aquellos que quieren cuidar el país e hizo referencias a Massa y al Frente Renovador directamente, de las cuales retomó el 82% móvil para las jubilaciones, los cambios en el impuesto a las ganancias y la movilización de fuerzas de seguridad a las fronteras. Macri, por su parte, a diferencia del tono más conciliador de sus spots, apeló a que su voto sea el de los antikirchneristas, y se focalizó en Aníbal Fernández, a quien nombró dos veces. Scioli, a la vez, le repitió una y otra vez –desde un discurso no técnico, como se había planteado con su equipo- que con Macri habrá una megadevaluación y un ajuste, que ahora apoya lo que antes criticaba y que mandó a esconder a sus economistas. Macri lo trató de panelista.

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Ante la masificación de los medios digitales, la televisión perdió parte de su centralidad en la escena mediática. Sin embargo, como dice el investigador Mario Carlón, el directo sigue siendo un lenguaje masivo: el espectador accede a algo que sucede en ese momento, que tiene menos sentido ver después, y las escenas no pueden ser del todo controladas. “Esto que pase a partir de ahora ya no está en nuestras manos: es parte de la historia”, anunciaba Barili en la presentación del debate.

Más allá de esa imprevisibilidad, tiempos, temas y cruces estuvieron pautados. Los equipos de ambos candidatos habían coordinado qué tópicos iban a tratarse. Macri y Scioli, Scioli y Macri fueron entrenados y ensayaron para saber qué decir, cómo decirlo, de qué forma gobernar los gestos, cómo responderle al otro y cómo discutirle. De esa forma, aquello que se escenificó durante una hora y media fue el producto de horas y horas invertidas por asesores políticos y de imagen.

En ambos, primó una estrategia de anulación y de no responderle al otro. “No me contestaste”, dirá Scioli. “No me contestaste”, dirá Macri. Para el consultor político Augusto Reina, ambos se perdieron una oportunidad inmejorable de distinguirse del otro. De decir: “Vos no me respondiste nada, pero yo sí te voy a responder”.

Según Reina, desde lo postural y lo técnico, ninguno de los dos candidatos cometió errores. No hubo ningún cajón de Herminio Iglesias, así como tampoco hubo una frase que pueda quedar como resultado del debate.

Scioli, corbata gris, usó dos veces el código gestual: se señaló la oreja para decir que escucha. Macri, el primer botón de la camisa abierto, se rió en el momento en que Scioli le dijo que se equivocaba por querer debatir temas de un Gobierno que lo antecedía y se mordió el labio cuando su oponente dijo “Si se corre el velo, detrás del cambio aparece el ajuste”.

Scioli apeló a su historia: habló de la muerte de su padre y lo relacionó con la economía de los años noventa; refirió a sus estudios en el colegio Carlos Pellegrini para hablar de la Educación Pública y a las dificultades que tuvo que superar en su vida. El referente de Cambiemos hizo alusión a sus estudios en Tandil, pero prefirió no usar su historia personal.

Quizás haya sido la presencia en el primer debate, o un ensayo más preciso, lo que le permitió a Macri mantenerse estricto en el cronómetro: terminaba un segundo antes de que sonara la campana. Sobre todo al principio, Scioli se excedía unos segundos y cuando el coordinador Luis Novaresio lo interrumpía, el candidato del Frente para la Victoria hablaba más fuerte hasta que lo cortaban.

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La mediatización de la política no es nueva: es lógico, la capacidad de alcance de la televisión sobrepasa por mucho al cara a cara político y más aún en una elección nacional. Una de las características del período kirchnerista fue la puesta en cuestión del rol político de los medios y la intención de generar otras escenas mediáticas organizadas por el gobierno en las que se vea la co-presencia de la ciudadanía movilizada. Esto fue en línea con el quiebre que generó diciembre de 2001 y que implicó la vuelta de la calle como escenario clave de la política: la dimensión representativa de la política se tensaba con la dimensión participativa. En 2015 parece abrirse una nueva etapa, en la que el territorio aparece con menor énfasis, donde los programas de televisión vuelven a ser los actos políticos por excelencia. El comienzo claro de esta nueva época la inauguró la presencia de Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa en el primer programa ShowMatch de este año.

El debate tuvo el rating de la final de un mundial de fútbol. Aunque su masividad sorprenda, los equipos de los candidatos tenían a esa cita como un momento clave de la campaña. Los sciolistas lo plantearon como el momento que podía cambiar la elección presidencial. Los macristas también, aunque desde una lógica defensiva que les permitiera no perder la ventaja que tendrían en las encuestas.

En estricto off the records, dos altas fuentes de ambos partidos dan sus versiones. Coinciden en que no les sorprendió el tono del debate: lo imaginaban como sucedería, pero desde el macrismo dicen que no pensaron esta instancia como decisiva (“Hay un 80 % ò 90 % de votantes que ya definieron su voto y no iban a cambiarlo por el debate”), mientras que desde el sciolismo  creen que ayudó a que “los indecisos se clarifiquen: Macri habló de cambios sin contenido”.

El hombre de la mesa chica del Pro, clave en las decisiones que se tomaron durante la campaña, piensa que su candidato actuó como debía: “Mauricio evitó la confrotación y mostró a Scioli tenso. Quedó más que claro que la diferencia de las encuestas es real porque Scioli salió a descontar tirando patadas a lo loco. De cualquier modo creo que ahí estuvo bien: de entrada salió a pegar y Mauricio no se iba a quedar contra las cuerdas recibiendo piñas… ”. Cree que a Scioli le faltó creatividad. “Donde nos podía lastimar un poco no nos lastimó, lo de la megadevaluación no prende porque los problemas en el bolsillo la gente los tiene desde hace cuatro años. ¿Qué sentido tiene decir ´si gana Macri, tu trabajo, tu sueldo…`, si la plata que gana ahora vale menos que desde hace un año”.

La estrategia durante esta semana será centrarse en el Norte del País (durante el debate, el candidato de Cambiemos mencionó el “Plan Belgrano”, un programa de desarrollo para diez provincias norteñas), donde Macri cerrará la campaña.

El hombre de la mesa chica del sciolismo dice que no le interesa hablar de los números de las encuestas (“En el portal de TN no te dejaba votar a favor de Scioli”). Piensa que el debate sirvió para “poner en evidencia las consignas vacías de la revolución de la alegría” y que pudieron observar esto por los comentarios de la gente durante caminatas en la Ciudad de Buenos Aires. “Macri se mostró pedante y soberbio y eso cayó muy mal en el interior, en donde siempre tuvo una imagen muy negativa. No contestó por el ajuste, que es lo que quiere hacer ni por la devaluación: sirvió para comparar dos modelos de país”. Cuenta que en las redes hubo mayor actividad positiva a favor de Scioli, “tanta que en TN, cuando se dieron cuenta que los tweets eran favorables a nosotros, sacaron la aplicación del aire”. En lo que queda de la semana, el candidato del Frente para la Victoria insistirá con la campaña en la calle, hablando con la gente.

Esa importancia que le dan los candidatos, más la importancia que le dan los canales, más la importancia que le dio el público, convirtió a este debate en un hecho inédito para la democracia argentina, pero también se volvió una consagración de la personalización de la política. Mauricio Macri y Daniel Scioli estuvieron solos en sus atriles. La imagen de los dos candidatos, uno de los cuales será presidente, enfocaba la luz en solo una parte de la política y ocultaba el trasfondo de sus alianzas, sus apoyos sociales, políticos y empresariales, sus trayectorias recientes, los proyectos políticos de los que forman parte, las decisiones de gestión que tomaron. A su vez, que ninguno de los candidatos tuviera, en ningún momento, más de dos minutos para desarrollar su planteo (cosa que ambos habían acordado), habilita la pregunta por el tipo de discusión democrática que propone el formato.  

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Pero, además de los dos candidatos, los moderadores también fueron protagonistas. En este caso, más como anfitriones y facilitadores de la palabra que en el rol interactivo que tienen en sus programas propios. Así, fueron los distribuidores de la escena: dieron la bienvenida, marcaron el tono, cortaron a los candidatos cuando pasaba su tiempo. Marcelo Bonelli trató a Macri de “Mauricio”, mientras que siempre repitió “Daniel Scioli”. A los 25 minutos del debate indicó "De acuerdo a UNICEF, el 23 % de los chicos viven en estado de pobreza". Sin embargo, el dato era erróneo: según la página de la fundación, el valor es 19,6 %. Lo que no se vio, lo que no estuvo en disputa, fue el lugar de aquellos que recibieron a los demás y actuaron como anfitriones.

En su rol, apareció también la pelea por quién representa a la sociedad. Si Scioli y Macri estaban explícitamente disputando la representatividad política, para un lugar en el que solo cabe uno, a Barili, periodista, no le generó dudas pensar que él podía hablar en nombre de ella, y así fue que cerró el debate diciendo: "Un aplauso en nombre de toda la sociedad".

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Como en un teatro antes de un gran estreno, todo estaba impecable. A las 20.33, con una aspiradora dos mujeres repasaban el piso junto a los atriles donde iban a estar los candidatos: una de pie, la otra de rodillas.

A unos metros, debajo del escenario iluminado con luces blancas y celestes, varias personas con carteles que tenían una gran letra negra organizaban la ubicación del público, 500 personas elegidas por la ONG Argentina Debate entre los que se pudo ver al ingeniero agrónomo Gustavo Grobocopatel con la periodista Cristina Pérez; a la ex mujer del fiscal Nisman, la jueza federal Sandra Arroyo Salgado, el director de cine Juan José Campanella, empresarios como Cristiano Ratazzi, Martín Migoya y Maurizio Bezzeccheri; y el diputado Andrés “Cuervo” Larroque.

En el super pullman, la bandeja de arriba, los fotógrafos con los teleobjetivos que suelen usar en las canchas y los periodistas. A la distancia, no se pudo observar cuál de los dos candidatos transpiró más.

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Luego de que varias personas consultaran si podían asistir al debate, desde la organización de Argentina Debate advirtieron que no, que el evento era “un show televisivo”. 

Así estaba planteado in situ.

— Le recordamos al público aquí presente que no se puede gritar, no se puede abuchear, no se puede ninguna manifestación: ni siquiera aplaudir —dijo estricto Rodolfo Barili—. A no ser que se lo pidamos nosotros como va a ser ahora. Señoras, señores, ¡País!, aquí están los candidatos.

Y los aplausos. La música escénica. Scioli entrando desde la izquierda, Macri entrando desde la derecha. Macri más rígido, la espalda derecha, caminaba concentrado.

—¡Aquí está el futuro presidente de la Nación!

De pie, frente al público, saludaban a un lado y al otro. Y allí, un minuto de silencio en homenaje a las víctimas de Francia.

A lo largo del debate, el estricto silencio pedido por los organizadores se quebró tres veces. Una con risas leves, cuando el candidato de Cambiemos contestó: “Ahora entiendo a los periodistas, es frustrante no recibir respuesta”. En la segunda hubo carcajadas luego de que el Scioli dijera: “Si en la Ciudad no solucionaste el tema de los trapitos, ¿vas a poder con el narco en la Nación?”. Al final del debate habrá aplausos. Luego de que el representante del Frente para la Victoria pida: “Los convoco a favor del país, a que vayan por su propia victoria y que gane la Argentina”. Barili pedirá silencio. Agradecerá a los dos y, luego sí, después de nombrar que hubo un millón ochocientos mil tweets, el aplauso.   

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En Medios de comunicación, espiral del cinismo y desconfianza política,  la doctora en Comunicación María Rosa Berganza Conde cita a los norteamericanos Joseph Capella y Kathleen  Jamieson (1997) para distinguir dos formas de cobertura del debate político: “el estratégico” y “la cobertura temática”.

El “estratégico” que centra el análisis en quién gana y quién pierde, dirigido por el lenguaje de la guerra y los juegos. Ahí hay dos bandos en contienda y en el que se genera un drama del que inevitablemente saldrán ganadores y perdedores. Berganza habla de carreras de caballos, de una guerra. Podría ser también, una pelea de box.

Tanto el “enfoque estratégico” como el “de juego” se contraponen con “la cobertura temática”, que se centra en la discusión de los temas públicos, sus problemas, causas, soluciones y medidas que se pueden adoptar; más que en los aspectos de la contienda y sus contendientes y en quién va ganando o perdiendo la batalla electoral. Sería, dice Berganza, un enfoque informativo, donde se otorga a las audiencias conocimiento para formar sus propias actitudes y opiniones políticas y para poder tomar decisiones.

Aunque uno y otro evitaron el discurso técnico, Scioli apeló a analizar más el fondo, más argumental, y el de Macri, en línea con su campaña, en un mayor cuidado de las formas.

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Si bien vale la analogía previa con la contienda pugilística, a la hora de definir un ganador, el debate no es una pelea de boxeo: no hay jueces legalmente establecidos que den un veredicto final e inapelable. De ahí que aparezca la disputa por definir al vencedor y que se abran distintos campos de batalla.

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Uno de ellos, fundamental, son los medios de comunicación que, desde que comenzó el camino al balotaje, están muy partidizados y, aunque ya habían elegido a su candidato antes, lo apoyan de manera explícita ahora y así leen los resultados. En la previa y tras el debate fue evidente: qué escenificaban, quiénes eran sus invitados, qué tuits elegían o priorizaban, qué definición tenía el conductor de cada uno de esos programas sobre quién ganó el debate.

Otro escenario importante por la disputa son las redes sociales, en las que participan diversos actores, pero en la que priman los actores partidizados y, sobre todo, los manejos de cuentas interesadas que son hábiles en su intervención sobre el tráfico de redes cada vez más intervenidas, cada vez menos neutrales.

Como dice Augusto Reina, cuando no hay un gran perdedor, los debates sirven para reforzar creencias previas. Así, en general, quienes dicen quién ganó hablan antes de sus propias preferencias, e intereses, e intentan influir sobre lo que importa: a quién van a votar los que no eligieron ni a uno ni a otro en primera vuelta. Sobre ellos, a quienes se los piensa como indecisos, buscan intervenir los distintos medios. Tomar al debate como reemplazo de la elección presidencial, implica eclipsar la voluntad popular a través de un programa de televisión.

La diferencia, esta vez, es que la masividad que tuvo la transmisión en directo del debate permite dilucidar que -aunque los recortes posteriores y previos, las búsquedas de fijar un sentido de claro, de operar para uno u otro candidato- esta vez la apelación fue menos mediada e intervenida que otras veces, ya que el poder de los medios aumenta a medida que se habla de temas de los que no se tuvo la experiencia directa.

Al salir, en las escalinatas de la Facultad de Derecho, había quienes decían como al pasar: “ganó Scioli” o “ganó Macri”. Como si el resultado de un debate pudiera imponerse, tan sólo con repetirlo. Como si el debate no fuera una pequeña parada en el camino que desembocará en un nuevo gobierno, en el que el manejo de cámaras será, claro, fundamental, pero en el que también habrá muchas otras cosas por definir que afectarán la vida cotidiana y el futuro de los habitantes de la Argentina.