Crónica

Andrés Larroque


El soldado de Cristina

Baqueano de la resistencia, apóstol temprano de la fe kirchnerista, uno de los fundadores de La Cámpora, Andrés “El cuervo” Larroque se sabe parte de “un dispositivo político”. En la secundaria tenía ocho camisetas de San Lorenzo: usaba una todos los días y pasaba las tardes discutiendo de política con Mario Firmenich, ex jefe de Montoneros. Cayó preso en Disneyworld a los 12 años, vive en un departamento en Constitución y le cuesta dormir si trata mal a un compañero. Su novia lo acusa de “rata” porque siempre veranean en Aguas Verdes. Perfil del líder de una nueva generación política que llegó al poder antes de lo pensado. Con este texto, Gabriel Sued fue finalista en el premio de crónicas La Voluntad.

Las luces destellantes de las balizas giraban sin pausa y teñían todo de azul. Andrés Larroque no hablaba bien el idioma pero entendió cuando los policías le ordenaron que se metiera en la patrulla.

 

Justo cuando el país se hundía en la hiperinflación alfonsinista, la familia Larroque empezaba a darse algunos gustos. Miguel Ángel, un anestesista de 47 años, y Elena, una odontóloga de 37, ya se habían mudado de un PH oscuro a un chalet de dos plantas, en el Bajo Flores. Vivían ahí con sus hijos, Andrés, de 12, y Mariana, de 10, cuando emprendieron su segundo viaje al exterior. Con un pasado de militancia común en el Partido Comunista, dos años atrás no habían dudado en elegir el destino inaugural: cumplieron el sueño de conocer la Cuba de Fidel Castro y le dieron a los chicos un baño de socialismo real. En las segundas vacaciones fuera de la Argentina el compromiso político perdió la batalla frente al entretenimiento bajas calorías: la familia en pleno se trasladó a Estados Unidos, para visitar Disney World.

 

Los Larroque salieron empapados y sonrientes de Splash Mountain, pero el tercer día Andrés dejó en claro que no la estaba pasando bien.

 

—¡Ya no quiero saber más nada con Mickey y toda esta poronga! —le soltó a su padre y le pidió la llave del auto para esperarlos ahí.
Apenas llegó al estacionamiento, se dio cuenta de que estaba perdido. El lugar era inmenso y la gran cantidad de coches hacía imposible encontrar el suyo. Quedó maravillado con modelos que sólo había visto en películas. Pegaba la cara contra la ventanilla del conductor y, colocando las manos como orejeras, miraba el interior de la cabina, los detalles del tablero.

 

La actitud resultó sospechosa. De pronto, cuatro uniformados le gritaban en inglés. “Estaba mirando. En mi país no hay de estos autos”, intentó explicarse. Uno de los agentes elevó el tono de voz y le indicó que entrara en la patrulla. Estaba preso en Disney. Una hora más tarde llegó una policía que hablaba castellano y recuperó la libertad. Todavía cargado de odio deambuló tratando de hallar a su familia. Entregado, se sentó en un banco a esperar. Ahí lo encontraron sus padres una hora después. Andrés lo encaró a Miguel Ángel.

—¡Vámonos ya de este lugar de mierda!

 

Fue la primera y la última vez que Andrés Larroque pisó los Estados Unidos.

***

—Estoy yendo a un lugar al que no te puedo llevar, pero podemos hablar en el camino y te dejo por ahí —propone El Cuervo, misterioso, apenas me acomodo en el asiento trasero de la Peugeot Partner gris. Es la camioneta que le asignaron cuando asumió como diputado, en 2011, y con la que va todos los días al Congreso.

 

Zapatos negros, pantalón de jean recto, camisa a cuadros y campera sport crema, Larroque parece recortado de una foto en sepia de la militancia de los 70.Viaja en la butaca del acompañante. Al volante va Víctor Plescia, su chofer. Apenas tomamos Callao, El Cuervo atiende una llamada de su novia, Mercedes Gallarreta.

 

—Hola, gorda; justo estaba pensando en vos. ¿Todo bien? Bien. Yendo para Olivos.

 

Es 10 de septiembre y hace cinco meses que estoy detrás del secretario general de La Cámpora. Habíamos acordado vernos en su despacho, pero una llamada urgente lo obligó a cambiar los planes.

 

En la Partner suena “Pase lo que pase”, el hit de Rapper School, una de las bandas preferidas del chofer. Víctor es el hombre que pasa más tiempo con Larroque. Tiene 25 años, pelo atado con colita, bermudas caídas por debajo de la rodilla, zapatillas y remera de básquet. Sobre el pecho le cuelga una medalla plateada con la cara de Eva Perón. Vive en la villa 1-11-14 y es militante de La Cámpora, como todos los que trabajan con El Cuervo. Hasta el año pasado era chofer de Mariana Larroque, hermana de su jefe y directora del área de Documentación Presidencial. En esa misma dependencia, bien cerca de Cristina Kirchner, también trabaja Mercedes, que tiene 33 años y es licenciada en Trabajo Social.

 

—¿Qué es esta música? —dice Larroque apuntando al estéreo. Lo mira al chofer y sobreactúa una cara de asco. Acostumbrado a que su jefe lo trate como a un hijo descarriado, Víctor se sonríe en silencio y baja el volumen.

 

—Nuestra misión es fortalecer la organización propia y a la Presidenta —dice El Cuervo, con la vista fija en el frente. El paso del tiempo se refleja en sus patillas cubiertas de canas, demasiadas para sus 36 años.

***

Cuando nos conocimos, en 1996, El Cuervo tenía 19. Era el presidente del centro de estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires, y yo, el del Carlos Pellegrini. Sin una identidad política del todo definida, nos unieron los enemigos en común: el menemismo y la Franja Morada. Terminada la secundaria, recorrimos caminos muy distintos. Yo me alejé de la política, estudié periodismo y en 2002 ingresé en el diario La Nación, donde todavía trabajo. Él no dejó nunca de militar. Enterró los pies en el barro, se hizo baqueano de la protesta social y se convirtió en un apóstol temprano de la fe kirchnerista.

 

—Quiero contar tu historia — le dije cuando lo vi en un pasillo del Congreso.

 

Era principios de abril, él apuraba el paso hacia el recinto. Lo esperaba hacía 45 minutos: la charla duró menos de tres. Me advirtió que tenía poco tiempo. Con la velocidad que los locutores de publicidad radio le imprimen a la lectura de bases y condiciones, le hablé del premio La Voluntad, del paralelo histórico entre su militancia y la de los 70. Se fue sin darme una respuesta.

 

La semana siguiente, insistí. Lo esperé a la salida de una sesión que terminó a las 5 de la mañana. Me dio su celular para que habláramos del tema, pero me advirtió que nunca lo llamara para una nota del diario.

 

Durante tres días seguidos me atendieron distintos “compañeros”, que prometieron avisarle que yo lo había llamado. Pero nada. Logré hablar con él una semana más tarde, tras seguir el consejo de uno de sus asistentes. Debía llamarlo a las 7.30 de la mañana. Es la hora a la que llega todos los días al Congreso. Un rato antes, Víctor lo pasa a buscar por su casa, un departamento de 75 metros cuadrados sobre la calle Mompox, en Constitución, que no me dejó visitar.

 

El 9 de mayo me citó en su despacho. Sobre el pasillo, frente a la oficina, hay una sala de espera improvisada, con un sillón de cuero gastado.

 

—Siempre hay alguien esperándolo. Cita gente a distinta hora, pero enseguida se le desacomodan los horarios —me contó Ezequiel Méndez: “Chiqui”, un asistente todo terreno del Cuervo. Tiene 22 años, mide uno sesenta y usa una vincha para disciplinar los rulos. Al igual que el resto del círculo íntimo del jefe de La Cámpora, Chiqui no le dice Cuervo. Lo llama “Mago”.

 

Después de esperarlo una hora, salió de su despacho y, por orden de ubicación, empezó a saludar con un apretón de manos. Cuando estaba por llegar a mi posición hicimos contacto visual y noté algo extraño. Un segundo antes de saludarme dio un paso atrás y juntó las palmas en posición de rezo.

 

—¡Diez mil personas, pusiste! ¿Nada más? —me reprochó la nota que había publicado esa mañana en La Nación, sobre el acto que la militancia kirchnerista había hecho el día anterior con el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.

 

—Mínimo había veinte mil —Sólo después del reproche, se sonrió, me saludó y me dijo que entráramos.

SoldadoCristinaLarroque_Franco_02_DCHA450

Las paredes de su despacho están cubiertas de imágenes prolijamente encuadradas. Hay un retrato de San Martín y fotos de Larroque con Néstor Kirchner, con Cristina Kirchner, con Lula Da Silva y con Hugo Chávez. Los cuadros que no son de política, son de San Lorenzo.

 

—Lo tengo que consultar. Soy parte de un dispositivo político—respondió cuando le insistí para contar su historia y, con las manos, bosquejó en el aire algo parecido a una pirámide.

Al ratito entró Claudia Hidalgo, su secretaria, con un mate, un plato con frutas cortadas y un puñado de frutas secas. Es la merienda preferida del Cuervo. Claudia tiene 36 años, dos hijos y aspecto de trabajadora más eficiente que glamorosa. Es la hermana de Víctor. Empezó a militar con Larroque hace siete años y trabaja con él desde 2010. Antes hacía tareas de limpieza en un colegio de Boedo.
El visto bueno para las entrevistas llegó un mes más tarde, cuando estaba a punto de darme por vencido. Fue después de que, por indicación de Larroque, me reuní en un bar de San Telmo con Rodrigo Rodríguez, “Rodra”. Es el subsecretario de Comunicación Pública y el secretario de organización de La Cámpora. Militaba con El Cuervo en el Buenos Aires y, desde entonces es su hombre de máxima confianza.

 

Ahora, la Peugeot Partner se sigue acercando a Olivos.

 

—Yo hago lo que hice toda mi vida: organizar —dice al cruzar la General Paz—. Desde que militaba en la villa que recibía a todo el mundo. Si puedo, trato de resolver solo. Pero ante la duda, consulto. Somos muy responsables en eso y así como a mí me gusta que los compañeros me cuenten las cosas, yo creo que la Presidenta prefiere enterarse de todo-. Me deja en una estación de servicio, a cinco cuadras de la residencia. Imagino, lo espera Cristina.

***

Marito Firmenich no llegaba al metro 70. Para hacerse ver entre la multitud que colmaba el claustro central del Buenos Aires se estiró en puntas de pie y forzó la voz al máximo. Reunidos en asamblea, unos mil adolescentes decidían la candidatura presidencial del Frente de Lucha. Era el conglomerado de 16 agrupaciones que había destronado a la Franja Morada y que gobernaba el centro de estudiantes desde principio de ese año, 1995. El Partido Obrero, fuerza mayoritaria del frente, tenía su candidatura definida hacía meses. Pero el sector de los “independientes” se resistía a que los trotskos siguieran al mando.

 

-¿Saben cuál es la mejor manera de meterle un dedo en el culo al rector?- preguntó Marito.

 

Marito y El Cuervo se habían hecho muy amigos en primer año. Larroque enseguida sintió simpatía por ese pibe al que todos miraban raro. Marito es Mario Javier Firmenich, hijo de Mario Eduardo Firmenich, el ex mandamás de Montoneros. El Cuervo lo visitaba en la casa de Isidro Casanova donde vivía con su familia y, a veces, se quedaba a dormir durante dos o tres días. Ahí conoció al padre de su amigo, indultado en 1991. Los tres compartieron largas tardes de estudio. Entre mates y bizcochos, el ex jefe de Montoneros les dio un curso acelerado de la política en el Buenos Aires. Les explicó cómo era la forma de ser radical, gorila o de izquierda en ese colegio donde él también había estudiado. El Cuervo prefería no preguntarle por su pasado. Lo veía como el padre de Marito.

 

Los amigos compartían el desprecio por los “chetos”. Larroque ni siquiera había querido ir a ese colegio del centro. Lo alejaba de sus amigos, con los que jugaba al fútbol en el pasaje Cranwell, hasta las once de la noche. En esas calles del Bajo Flores se había convertido en quien era: El Cuervo. No se acuerda bien cuándo ni quién le puso el apodo. Pero lo tomó como un reconocimiento. De pibe no había otra cosa que lo identificara más que el fútbol y su amor por San Lorenzo. En la secundaria llegó a tener ocho camisetas del Matador y vestía una todos los días. El Cuervo es maradoniano y “bilardista religioso”.

 

En primer año, Marito militaba en la agrupación Eva Perón y Larroque fue candidato del MAS. Pero esperaron juntos el resultado del escrutinio que dio la victoria a la Franja Morada. Tras conocer la derrota, los amigos hicieron un juramento: antes de dejar el colegio debían derrotar a la Franja. Cuando terminaron quinto, los radicales ya no gobernaban el centro, pero Marito y El Cuervo tenían otros problemas. El rector, Horacio Sanguinetti, un dirigente radical con el que estaban enfrentados a muerte, eliminó una mesa de examen y ellos quedaron libres porque debían dos materias. El centro de estudiantes lanzó una campaña para defenderlos. Revisando el reglamento, Larroque descubrió que las materias adeudadas no los dejaban afuera del colegio, sino que los convertían en alumnos libres y los obligaban a perder un año.

 

—¿Saben cuál es la mejor manera de meterle un dedo en el culo a Sanguinetti? —preguntó Marito por segunda vez—. ¡La mejor manera de meterle un dedo en el culo a Sanguinetti es poner de candidato al Cuervo!- dijo y señaló a su amigo, camuflado entre la multitud.
La propuesta generó revuelo. El Cuervo era una oveja negra, un marginal. Al frente de la asamblea, con un megáfono, el entonces presidente del centro, Andrés Rieznik, pidió que levantaran la mano los que votaban por Néstor Rivas, el candidato del PO; después, ordenó que hicieran lo mismo los que estaban con El Cuervo. La votación estaba pareja y la cantidad de gente hacía imposible contar las manos. Entonces Rieznik dividió las aguas: lo que estuvieran con el Cuervo debían ocupar el ala derecha del claustro, y los que apoyaran a Rivas, la izquierda. En ese momento se oyó un griterío que venía de la entrada. En la puerta del colegio, acababa de estacionar un ómnibus con 40 pibes que volvían del campo de deportes. Sin éxito con las mujeres, El Cuervo era muy popular entre los varones, en especial los futboleros.

 

El grupo subió las escaleras de mármol blanco cantando. Llevaban una bandera pintada con aerosol que decía: “Cuervo 1996”. Al mando iba Gianni Buono, un pibe rubio y de ojos claros, con aspecto arrabalero y espíritu de tablón. La irrupción de esa banda inclinó la balanza. Larroque ganó la presidencia del centro unas semanas después. Venció a Lista Convergencia, un desprendimiento de Franja Morada, que llevó de candidato a Juan Courel, actual vocero del gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli. Esa consagración desde los márgenes marcaría el resto de la carrera política del Cuervo.

***

Andrés Larroque hizo política por primera vez a los 7 años. Cansado de los maltratos de Beatriz, la chofer del transporte escolar, armó una votación para elegir un delegado.

 

—Opresora, vamos a terminar con esta dictadura —le gritó a la mujer, desde los asientos traseros, donde había organizado la resistencia.
Cuando Beatriz les contó a los padres, ellos no se sorprendieron. En la casa de los Larroque siempre se discutió de política. La noche en que ganó Raúl Alfonsín la familia festejó en el Obelisco, pese a que Miguel Ángel había votado por Ítalo Lúder y Elena por Oscar Alende. El padre del Cuervo siempre había estado más cerca del peronismo. Roberto Larroque, el abuelo de Andrés, fue uno de los pocos médicos que no se plegó a la huelga de profesionales contra Perón. Oriundo de Mercedes, igual que Héctor Cámpora, cuando “El Tío” renunció a la presidencia, Roberto le escribió para felicitarlo por su gesto de lealtad. Cámpora se lo retribuyó con una carta de agradecimiento, que hoy luce en el despacho del Cuervo.

 

Durante la dictadura Miguel Ángel y Elena mantuvieron el perfil bajo. Hacían reuniones en su casa y alojaron a un amigo que corría peligro. A los chicos, les dijeron que era un tío y les ordenaron que no contaran nada en la escuela.

 

Con el correr de los años, las discusiones no eran sólo de política. Miguel Ángel trabajaba en el sanatorio Julio Méndez, una institución pública, y no aceptaba contratos con clínicas privadas. Esa opción obligaba a la familia a una vida sin lujos, por debajo del nivel que podía alcanzar una pareja de profesionales. Como símbolo de esa austeridad autoimpuesta, en la casa de los Larroque no se tomaba Coca-Cola. Elena quería para los chicos una vida más confortable. En esa disputa doméstica, El Cuervo no tenía dudas: se alineaba con su padre.

***

Como si estuviera nadando entre la gente, a pura brazada, Larroque se abre paso entre los manifestantes que se apretujan en un costado de la Plaza de Mayo.

 

El Cuervo salta y canta. Parece feliz. Es 25 de Mayo y participa de la movilización más numerosa en diez años de kirchnerismo. Otra vez, viste un jean azul recto. Se lo regaló el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, para promocionar el programa Ropa para Todos. Tiene los mismos zapatos de siempre, unos mocasines de traje y suela de goma, marca Stone, que desentonan con el pantalón y lo alejan de un look canchero o juvenil. No por nada, su hermana le dice “Nono”. Antes de que arranque la marcha, Larroque se mueve en el interior de un corralito que forman militantes con los brazos entrelazados y pecheras azules.

 

Una señora de unos 50 años intenta cruzar el cordón y se choca con los pibes de azul. “Cuervo, somos de Córdoba”, le grita, asomada en puntas de pie. Larroque se acerca y la mujer le pide una foto. Él la rodea con el brazo derecho y con la mano que le queda libre, hace la V de la victoria. Es la primera de más de 50 fotos que le pedirán durante la marcha. Nunca se niega. Siempre hace la V. Una cuadra antes de llegar a la plaza, un hombre de unos 40 años aprovecha que el Cuervo camina fuera del corralito y le dice que quiere hacerle llegar una carta a Cristina. “Si me la traés a mí, le llega”, promete y busca con la mirada a Chiqui, que se apura en tomar los datos.

***

Desde la terraza de la casa 207 de la manzana 22, la Villa 20 parece un basurero a cielo abierto. Encima de los techos de chapa hay esqueletos de sillas, escaleras caracol oxidadas, botellas vacías y bolsas de plástico cubiertas de mugre.

 

Fue en ese rincón olvidado de Villa Lugano donde El Cuervo se dio su primer baño de realidad, a los 21 años. “Si venís, no te vas más”, le dijo Lucio Elemenson, un ex compañero del Buenos Aires que participaba del Grupo de Educación Popular, la organización que operaba La Escuelita. Era un centro que daba clases de apoyo escolar. El Cuervo empezó a ir todos los sábados y pronto se dio cuenta de que había encontrado su nuevo lugar en el mundo. Atrás había quedado un año en el que no había sabido cómo continuar su militancia ni qué estudiar. Estaba tan desorientado que había ido por primera vez a un psicólogo.

 

En La Escuelita se sentía más cómodo que en su casa, pero a las pocas semanas planteó la primera discusión interna.

—¿Qué vamos a hacer? ¿Apoyo escolar durante 30 años? Hay que hacer mil lugares como éste y hay que discutir de política —les dijo a los fundadores del grupo, que temían “ensuciar” el trabajo solidario.

 

El Cuervo ganó la pulseada y La Escuelita incorporó un comedor. En 1999, Larroque estudiaba Historia, iba a Lugano todos los días y había consolidado un grupo de militantes que le respondía. En la villa lo conocía todo el mundo. En charlas con los vecinos más antiguos El Cuervo confirmó algo que intuía: la tarea que estaban haciendo ellos en el barrio era la misma que, en los 70, habían hecho los montoneros.

***

—En la villa había un recuerdo muy positivo de la JP. Aunque ya traíamos esa reivindicación, en Lugano se dio una identificación más fuerte con la Orga —dice, en nuestro siguiente encuentro en su despacho, en julio. El televisor está clavado en C5N.

 

—Sin Montoneros no hubiese vuelto Perón —sentencia, pero aclara que tiene una mirada crítica de la lucha armada de los 70. —En un momento dejó de ser una herramienta y se convirtió en un fin.

 

La charla se interrumpe cuando entra Claudia con Reinaldo y Ángel, dos antiguos vecinos de la Villa 20, que vinieron de visita.

El Cuervo los abraza durante varios segundos.

—Me hiciste ir a verte a la Casa Rosada y ahora acá. ¡Orgulloso de ser tu amigo! —le dice Reinaldo, marcando bien la elle. Misionero, peón de taxi de 38 años, es el hijo de Ángel. Ahora vive en Ciudad Oculta, pero no se olvida de los días que pasó con Larroque.
—Éste comía porotos sentado encima de los ladrillos, ningún sillón, nada, eh. —me dice.

Después le confiesa al Cuervo que viene a pedirle ayuda. Quiere un trabajo como colectivero.

—Tranquilo, te vamos a dar una mano.

Ángel aprovecha el clima de camaradería y suma otro pedido: necesita dos pasajes de ómnibus para ir a ver a su “viejita” a Misiones.

—Quedate tranquilo. Claudia se encarga —responde Larroque, y, con gesto paternal, le envuelve las manos entre las suyas.

—Vengan cuando quieran, así como hoy, sin avisar.

Me cruzo con Reinaldo un mes después en una jornada de militancia, en Ciudad Oculta, donde voy en busca del Cuervo. Me cuenta que su padre viajó a Misiones por Aerolíneas Argentinas, con un boucher de la Cámara de Diputados.

—No lo podía creer. Era la primera vez que volaba en avión. ¡Y no sabés la alegría que le dio a la viejita!

***

El Cuervo empezó a construir lo que hoy es La Cámpora a principios de 2007. Fue después de conocer a Máximo Kirchner. El hijo de la Presidenta había fundado la agrupación el año anterior, en Río Gallegos. Todavía hoy tiene la última palabra en las grandes decisiones de la organización.

—Feliz cumpleaños —fue lo primero que le dijo Máximo, cuando apareció por sorpresa en el festejo que le habían armado al Cuervo, el 26 de enero de 2007, en el local de Almafuerte, el centro cultural que manejaba en Parque Patricios.

—¡Muchas gracias! Vos también sos de Acuario, ¿no? —respondió Larroque para romper el hielo.

Para entonces, El Cuervo ya había abandonado la Corriente Martín Fierro y el Frente Barrial 19 de Diciembre, agrupaciones con las que extendió el trabajo territorial al resto de las villas de la Capital y parte del conurbano. Como sus compañeros de ruta desconfiaban de Kirchner, él y el grupo de militantes que le respondía fundaron una nueva organización. A la hora de elegir el nombre, Larroque reafirmó su identificación con la militancia setentista. Le puso Juventud Presente, en homenaje a un cantito de la JP: “¡Juventud presente, Perón, Perón o muerte!”. Había dejado la facultad y el estudio de abogados en el que trabajaba como cadete, comía en los comedores que sostenía la agrupación y vivía con una vaquita que hacían sus compañeros.

Al principio quedó al margen de la conducción de La Cámpora. Compartían la jefatura Juan Cabandié, José Ottavis y Mariana Gras. Llegó a la cima de la organización en pleno conflicto del campo, a mediados de 2008. Había conocido a Néstor Kirchner a principios de ese año, en las oficinas que el ex presidente tenía en Puerto Madero.

—Lo que más me impresionó de Néstor es que me pareció que estaba más a la izquierda que nosotros —dice en Ciudad Oculta—. Valoraba más la militancia, el aspecto territorial. Era consciente de que la construcción de poder no era algo de superestructura, sino un zurcido quirúrgico diario.

La relación con Néstor y Máximo se consolidó en largas sobremesas, en la quinta de Olivos y en Río Gallegos, donde las jóvenes promesas kirchneristas viajaban por invitación del hijo del presidente. Esas charlas operaron como una suerte de casting.

El Cuervo ganó varios puntos en una batalla callejera en la que puso el cuerpo. Fue el 25 de marzo de 2008, cuando los sectores pro campo habían convocado a una manifestación en la Plaza de Mayo. Larroque, que entonces tenía un cargo menor en la Secretaría General de la Presidencia, salió de la Casa Rosada y se fue para Avenida de Mayo y Perú, donde se habían convocado dirigentes de agrupaciones kirchneristas, con Emilio Pérsico y Edgardo Depetri a la cabeza. Ahí armaron una especie de barricada, con piedras y palos.

—Si estos tipos nos llenan la plaza, van a querer voltear a Cristina. No nos puede pasar lo mismo que a De la Rúa —me respondió esa

noche, mientras yo cubría la protesta para La Nación, cuando lo cuestioné por lo que me parecía una reacción desproporcionada.

Querían evitar el avance de lo que llamaban los “agrogorilas” y recuperar la plaza. Pero eran pocos. Para parecer más se pusieron uno al lado del otro y, con los brazos entrelazados, ocuparon el ancho de Avenida de Mayo.

—Ya viene D’Elía con gente de La Matanza —gritó Pérsico, el jefe del Movimiento Evita, desde el centro de la columna. Los nervios de los kirchneristas iban en aumento. Estaban convencidos de que esa trifulca de trasnoche podía definir el futuro del gobierno.

Cuando finalmente apareció D’Elía, la columna fue al choque con un grupo de manifestantes que abandonaba la plaza. Fue media hora de empujones, golpes y patadas. Volaron cacerolas hacia un lado y palos hacia el otro. Minutos después, en la esquina de la Catedral, se enfrentaron con un grupo de rugbiers que quería bloquearles el ingreso a la plaza.

En un momento se produjo una estampida que dejó un hueco en el bando adversario. El Cuervo aprovechó para avanzar. En esa corrida sintió un golpe seco en la frente. Después de unos minutos los kirchneristas lograron expulsar a los manifestantes de la plaza. Como símbolo de la victoria, D’Elía se subió a la Pirámide de Mayo y, con su voz aflautada, empezó a cantar.

—¡La plaza es nuestra, la puta que los parió!

El Cuervo lo copió, eufórico. Hasta que Quito Aragón, jefe de la Martín Fierro, se lo quedó mirando y se rió con ganas.

—¿Qué te pasó, boludo? — dijo.

Recién entonces Larroque se dio cuenta de que el líquido que le bajaba desde la frente no era transpiración sino sangre.

***

La jefatura de La Cámpora la definieron Néstor y Máximo Kirchner. Pero la decisión no encontró resistencia entre la militancia. Larroque ya ejercía un liderazgo de hecho. ¿Por qué se decidieron por El Cuervo, un marginal de la política?, les pregunto a nueve dirigentes kirchneristas, algunos diputados y otros referentes de agrupaciones de militancia. Me responden en off the record para evitar un reto de Larroque. “Es absolutamente orgánico. No usa el poder delegado para imponer decisiones propias”. “Es un asceta. Podría vivir en un monasterio”. “Es un conductor nato. Tiene carácter y sensibilidad a la vez. Escucha a todo el mundo”. “Es un todoterreno. Se juega la vida por Cristina”. “Tiene una impronta doctrinaria que no tenían los demás. Es un referente más setentista”. “Entendió mejor que nadie las reglas de juego del kirchnerismo: obediencia y seguimiento de la agenda decidida desde arriba”. “Cuando se sentaron con Néstor, él se dio cuenta de que El Cuervo era el único que tenía calle, el único que sabía pegar una buena borrachera en el barrio o tratar con un fisura”. “El Cuervo conquistó a Máximo porque es igual que él. Ocupado de los detalles, obsesivo hasta para organizar un asado”. “Tiene un análisis político muy lúcido. Pero tiene problemas de conducción porque está muy atado a ser el delegado de la jefa”.

***

El domingo de las elecciones primarias nos encontramos a las 9.30, en una unidad básica de Escobar para una recorrida por los partidos de la primera sección electoral.

Él se abraza con los dirigentes locales y les pregunta cómo van las cosas a esa hora. En medio de la charla, me mira de reojo y endurece el gesto cuando ve que estoy tomando nota.

—¿Siempre tenés que estar con esa libretita? Los compañeros van a pensar que sos un servicio.

Al llegar a una unidad básica de Pilar, le pasan un teléfono para que hable con un fiscal general.

—Hola, compañero, te habla El Cuervo… —dice mientras se aleja para que yo no escuche la conversación.

Al celular le llega un reporte minuto a minuto de los conflictos en cada uno de los 16 distritos a su cargo. Además, cada hora recibe informes detallados de la Capital, la provincia de Buenos Aires y el interior.

Cuando vuelve, bromea con otro de los militantes: “Dale boludo, dame un mate, estás re zarpado”.

—En los primeros tiempos hablábamos más —me dirá al final del día sobre la traumática relación de La Cámpora con la prensa—. Pero después del acto en el Luna Park, en 2010, nos cerramos al extremo. Estábamos muy desordenados y eso nos generaba quilombo. Salían compañeros de nivel medio o de alguna provincia y, sin mala intención, decían algo que nos metía en problemas. Con el alerta de Google, enseguida repicaba en todos lados-. Reconoce que él mismo se siente incómodo cada vez que tiene que enfrentar las cámaras.
—Voy a los programas contrariado. Digo que sí y voy pensando: “¿Para qué acepté?” Ya llego enojado y cuando me maquillan me pongo loco —cuenta, y dice que en radio se siente más cómodo. En una entrevista radial, Carlos Barragán le preguntó por qué se definían como “soldados”. “Lo decimos a propósito. Es para romper con una idea individualista de la política. Somos parte de un proyecto: hay una conducción y la reconocemos, tenemos que acompañar a quien conduce. Somos orgánicos, estamos convencidos y, si quieren guerra, la van a tener”, respondió él.

A la salida de la unidad básica de Pilar se topa con uno de los candidatos a concejal por La Cámpora y le da una clase exprés de armado político.

—Hay que ir con todos, pero rodeate de buena gente. Un primer anillo de buena gente. Y después vas armando el segundo anillo, el tercero anillo... Mirá una foto de Saturno y te vas a dar cuenta.

SoldadoCristinaLarroque_Franco_03COL
 

El desembarco del Cuervo en el Estado también fue aluvional. En 2009 lo nombraron director en la Subsecretaría para la Reforma Institucional y el Fortalecimiento de la Democracia, un organismo que tiene por misión fomentar el libre acceso a la información pública. Lo dirigía Marta Oyhanarte, una dirigente del mundo de las ONG que había llegado al gobierno de la mano de Alberto Fernández. El choque estaba cantado. Los primeros chispazos se dieron en el despacho de la funcionaria. Apenas designaron a Larroque, ella le pidió una copia de su currículum.

—La persona que me nombró ya tiene todos mis datos —respondió él, dejando en claro que tenía el respaldo de la Presidenta.

—La chica que estaba antes que vos tenía un máster en el exterior.

—No hay problema, Marta, yo te traigo mi currículum. Pero yo estoy acá porque soy un militante.

El Cuervo se quedó con el cargo de Oyhanarte en mayo de 2010. La funcionaria renunció después de una intensa guerra fría. Larroque se instaló con unos veinte militantes, que colgaron fotos de Perón y Evita. Todos los días hacían sonar en continuado la marcha peronista.
En la gestión del Cuervo aumentó la cantidad estadística de respuestas a los pedidos de acceso a la información. Pero cada vez hubo más trabas para periodistas y ONG que solicitaban datos contrarios a los intereses del Gobierno. Larroque dejó caer casi todos los contratos de la gestión anterior. Una de las pocas que se salvó fue Mercedes, que había sido secretaria de Germán Stalker, el segundo de Oyhanarte.

Con la frialdad que trata a los que considera parte del bando enemigo, El Cuervo ni la saludaba. Todo cambió el 19 de julio de 2010, en las vísperas del día del amigo. A las 22, en la oficina sólo quedaban Nicolás Noriega, secretario de Larroque; Rodra, Mercedes y otras dos empleadas. Querían ir a tomar una cerveza, pero tenían que esperar que el jefe diera por terminado el día. Aguardaban ansiosos en la antesala del despacho del Cuervo. Hasta que Nicolás entró para convencerlo.

—Ustedes están en la pelotudez —respondió, enojado.

—Dale, Cuervo, te va a hacer bien. Una cerveza y a tu casa.

Después de mucho insistir el jefe cedió:

—Vamos, pero sabés que no tomo cerveza.

Fueron a comer a El Ávila, en Avenida de Mayo al 1300.Tomaron vino tinto. Lo eligió Larroque, al igual que la comida de toda la mesa. Terminaron la noche en El Tasso. El Cuervo sacó a relucir su labia y se le declaró a Mercedes. En menos de un año ya se habían ido a vivir juntos. Ella nunca había militado. Hoy es parte de La Cámpora.

***

—Fue un flechazo —dice Larroque, en un nuevo encuentro en su despacho. —Ella me ordenó mucho. Es de Rauch. La gente de pueblo tiene más paz.

Después rodea el escritorio y se sienta en un sillón pegado al mío, como buscando intimidad. Lo noto abrumado y por primera vez siento que se abre.

—A mí me cuesta dormir. Me quedo mal si traté mal a un compañero —dice en voz muy baja y afina los labios hasta hacerlos desaparecer.

—Mi compañera lo sabe. Me dice que me relaje y yo le digo: “No, estoy demasiado relajado”. Ella se enfurece: “¿Pero qué decís? ¡Estás loco!”.

Como si reeditara la vieja disputa de sus padres, El Cuervo tampoco logra convencer a su novia de las ventajas de una vida austera. “¡No podés ser tan rata!”, se queja ella, cada verano, cuando él la lleva de vacaciones a la casa que la familia Larroque tiene en Aguas Verdes, un balneario pegado a Lucila del Mar.

***

—Néstor era como un padre para nosotros- dice en un playón pegado a una cancha de fútbol 5, sobre la calle Rincón, debajo de la autopista 25 de Mayo.

En el lugar, se prepara una fiesta de La Cámpora. El Cuervo acaba de ayudar a sus compañeros a descargar las cajas de Fernet y los cajones de cerveza. A las 9 de la noche manda a Claudia a que le consiga algo de comer. Su secretaria vuelve media hora después con sandwiches de bondiola envueltos en un papel film transpirado y tres vinos cavernet sauvignon. Por mensaje de texto, Mercedes le insiste para que dé por terminada la jornada de militancia y regrese a su casa.

—Néstor era el continente de todas nuestras expectativas, nuestros sueños. En cada actividad en el centro de estudiantes, cada día de militancia en la villa…

De pronto se queda callado, con la mirada perdida, como recordando. Y llora.

Como hijo político de Néstor, Larroque heredó la misión que el ex presidente había cumplido hasta el último día: cuidar a Cristina. El Cuervo empezó a tratar más seguido con la Presidenta y, en enero de 2012, cuando la operaron de la tiroides, fue de los pocos que ingresó a la habitación del Hospital Austral. Como suele suceder ante la muerte de los padres, los hijos tomaron mayor responsabilidad y La Cámpora empezó a ocupar cada vez más lugares en el Estado.

***

El día que asumió como diputado, El Cuervo miró al palco donde estaban sus padres y su abuela Fany, y después a las galerías. Juró por “Néstor Kirchner y por toda la militancia”. Era la primera vez que se lo veía de traje y corbata. Tras la ceremonia, sus familiares lo perdieron de vista. Cuando reapareció, estaba con jean y campera sport. Se había cambiado en un baño. “¿A vos te parece que ande así? Es un diputado y anda siempre con el mismo jean”, se descargó la madre con Claudia. Apenas desembarcaron en el despacho, él le pidió a su secretaria que no usara tacos, “para mantener la sencillez”. Ella no estuvo de acuerdo pero no se queja de su jefe. “Andrés te hace ser mejor persona. Es imposible ser un hijo de puta al lado de él. Me enseñó lo que es la convicción, la lealtad, el compromiso y a pensar colectivamente. Fue como encontrar el rumbo”.

***

Luego de sus primeras apariciones públicas, la oposición no tardó en demonizarlo. El escándalo alrededor de su figura alcanzó el punto más alto en abril pasado, en pleno operativo de ayuda a los inundados, en la Facultad de Periodismo de La Plata. En una entrevista que le hacía un móvil de la Televisión Pública, canal dirigido por militantes de La Cámpora, maltrató a Juan Miceli. Larroque se enojó cuando el periodista le cuestionó que los militantes que recibían las donaciones vistieran pecheras de la agrupación.

—Te invito a que vengas a ayudarnos. Te espero hoy acá cuando termine el noticiero, eh —le dijo, con tono destemplado. Miceli abandonó la Televisión Pública en agosto pasado tras denunciar presiones de las autoridades del canal.

El Cuervo jura que no lo echaron. No se arrepiente de haber reaccionado ante la pregunta de Miceli, pero dice que es un tema del que recién se podrá hablar con tranquilidad en algunos años.

Cuando se peleó con el periodista, llevaba más de 48 horas sin dormir. Desde hacía tres días estaba a cargo del centro de ayuda a los inundados que había montado Unidos y Organizados. La Presidenta lo había llamado instantes después de la inundación.

—¿Cuervo, cómo están las cosas ahí?

—Esto es un desastre.

—Bueno, voy para ahí. Espérenme en el helipuerto.

Cuando llegó Cristina, Larroque y el secretario de Seguridad, Sergio Berni, hicieron un informe detallado. Después los tres sobrevolaron las zonas afectadas. Bajaron en Tolosa, el barrio donde creció la Presidenta. “Ocupate vos, Cuervo”, le dijo ella cuando una vecina le reclamó colchones. De regreso al helicóptero, reforzó la orden.

—Vamos con todo, eh —dijo, elevando la voz por el ruido de las aspas.

—Sí, quedate tranquila —respondió él.

El gobierno del Cuervo duró más de un mes. En ese lapso coordinó el trabajo de todos los ministerios abocados a las tareas de ayuda, así como de la Gendarmería y el Ejército. Para procurar que no hubiera fallas, Larroque instruyó a algunos de sus compañeros para que operaran como espías. Se hacían pasar por vecinos comunes y le llevaban información fresca sobre el operativo.

Como el resto de los militantes que se instaló en el lugar, dormía en un aula en la que habían tirado varios colchones. Las noches en que iba Mercedes, se acostaban solos en otra aula. Las primeras noches, hubo saqueos y tiros entre vecinos que se disputaban los camiones con colchones y alimentos. Él casi no dormía y andaba de pésimo humor. Chiqui todavía recuerda el reto que se ganó una tarde que le preguntó a su jefe si iba a “bajar” al territorio. “Al territorio no se baja; se sube”, lo corrigió él.

***

Lo veo por última vez en la Plaza del Congreso, el martes 29 de octubre, justo después del fallo de la Corte que declaró la constitucionalidad de la ley de medios. Está con Víctor, Chiqui y Claudia. Está contento, pero se mantiene lejos del escenario donde festejan los dirigentes kirchneristas. En la esquina de Rivadavia y Callao lo encara un anciano con una foto de Cristina. Lo felicita y le pregunta cuándo va a ser presidente.

—Nooo —responde él, y lo despide con un abrazo.

—¿No soñás con eso? —pregunto.

—No, yo sólo quiero estar tranquilo.