Crónica

Alberto, Larreta y las clases presenciales


Final del juego

Apenas conoció el DNU presidencial que desacreditaba su gestión de la pandemia, Horacio Rodríguez Larreta endureció su discurso y desplegó un juego tan vinculado al azar como a la táctica. Abandonó la calma que controla religiosamente y enfrentó a Alberto Fernández. Desplegó dos estrategias judiciales, y ganó. Nicolás Fiorentino analiza el costo de haber pisado el barro antes de lo previsto, es decir cuando su candidatura a presidente sea un hecho consumado.

"Dios de todos, te pido por cada uno de los que viven y pasan a diario por esta Ciudad”, dijo hace tres años, cuando consagró su vida y su gestión al Sagrado Corazón de Jesús. Pero a Horacio Rodríguez Larreta, hombre católico, la pandemia lo llevó a tener fe sobre todo en un algoritmo. En su celular le instalaron un monitoreo diario que, mediante un gráfico de curvas, le permite seguir la ocupación de camas de terapia intensiva de CABA. Hay una línea con forma de panza que crece, baja, y así proyecta cómo puede ser la evolución de los contagios en su territorio; una línea punteada muestra el avance día a día; una línea roja trepa y marca el límite, el hipotético colapso del sistema. En ese seguimiento digital, hace semanas que la línea de puntos se arrima peligrosa y velozmente a la roja. El ministro de Salud de la Ciudad, Fernán Quirós, es quien evangeliza con ese algoritmo, consciente del riesgo de depositar expectativas sobre vidas humanas en predicciones matemáticas. El gobierno porteño está convencido: la segunda ola se puede surfear sin nuevas restricciones, lo urgente sería recomponer el vínculo con la Rosada. Pero el vínculo, que ya venía con altibajos, detonó el 14 de abril.

Esa noche Alberto Fernández hablaba por cadena nacional. Apenas anunció la suspensión de las clases presenciales en el AMBA, cinco funcionarios porteños recibieron el mismo mensaje. Rodríguez Larreta, en llamas por una decisión presidencial que no esperaba, los convocaba para organizar el contraataque. Ese miércoles, cerca de las 22, los hombres del jefe de Gobierno dejaron todo lo que estaban haciendo y viajaron hacia la sucursal de Pizza Cero de Libertador y Tagle. En ese encuentro empezaron a cocinar la estrategia política y judicial para evitar el cierre de las escuelas de su jurisdicción. Empezaban los días de furia del alcalde porteño, formateado para actuar sin perder la calma, para no cruzar jamás la línea que delimita su zona de confort sin medir el costo de pisar el barro. Al menos, hasta mediados de 2023 cuando su candidatura a presidente sea un hecho consumado.

Los juegos del covid_Nico Fiorentino_port

 

Esa noche en Buenos Aires sólo había una persona más enojada que Rodríguez Larreta, el Presidente. Unos días antes había establecido nuevas restricciones porque la curva de contagios se empinaba; en el mismo decreto habilitaba a lxs gobernadorxs a tomar medidas más duras. Ninguno lo hizo, Fernández sintió que no querían afrontar el costo político de dar noticias antipáticas y grabó un mensaje lleno de recriminaciones. Anunció, también, que se iba a endurecer la estrategia sanitaria en el AMBA: prohibido circular entre las 20 y las 6 y adiós a la presencialidad escolar. Con eso dejó en offside a su ministro de Educación, Nicolás Trotta, y a su ministra de Salud, Carla Vizzotti, que habían pasado esa misma tarde confirmando que las clases presenciales no se tocaban.

La medida sacudió la fibra íntima de Rodríguez Larreta: afectaba a su electorado sin consulta ni preaviso y lo exponía ante el ala radicalizada de Juntos por el Cambio. “Alberto se enojó con los gobernadores pero nos hizo pagar solo a nosotros”, leyeron los hombres de Pizza Cero: el Jefe de Gobierno sentado en la cabecera rodeado por el vicejefe de Gobierno, Diego Santilli, el jefe de Gabinete, Felipe Miguel, el secretario general, Fernando Straface, el secretario de Medios, Cristian Coelho, y el secretario de Comunicación, Federico Di Benedetto. La última vez que Rodríguez Larreta se había sentido así, en septiembre de 2020, Fernández le había quitado los 2,1 puntos de coparticipación que Mauricio Macri le había cedido a la Ciudad en 2016. Aquella vez también se enteró mirando la televisión.

Ese miércoles, la app del celular de Larreta marcaba una ocupación de camas de terapia intensiva en centro de salud públicos del 53,5%.

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La decisión de Fernández activó la maquinaria tuitera del macrismo duro. Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Laura Alonso y varixs más salieron a marcarle la cancha a Larreta: tenía que ponerse los guantes. No fue esa presión interna la que lo llevó a reaccionar de forma intempestiva, sino los modos del Presidente. Larreta se activó. No había manera, en su cabeza ni en la de su grupo íntimo de asesores, de confirmar el cierre de escuelas cuando horas antes el mismo ministro de Educación de la Nación lo descartaba. En Pizza Cero se decidió que el jefe del PRO en la Ciudad se calzara el traje de fajina y saliera a combatir. No por Macri o por Bullrich, sino porque se sintieron convocados a esa contienda por Alberto Fernández. Molestó el qué, es cierto; pero mucho más molestó el cómo. En paralelo, se acordó recorrer una doble vía judicial: presentar un arsenal de amparos en la justicia porteña hasta que alguno ingresara en un tribunal que le permita sostener las escuelas abiertas, mientras la cuestión de fondo quedaba en manos de la Corte Suprema, enfrentada históricamente con el kirchnerismo.

Corrido del discurso del diálogo que es parte del marketing con el que busca definir su perfil de presidenciable, Rodríguez Larreta convocó para el jueves 17 por la mañana a una conferencia de prensa donde mostró su estrategia ofensiva. Confirmó todo lo que habían definido en Pizza Cero: que iba a dar intervención a la Corte Suprema y que iba a mover todas las piezas que tuviese que mover para que el lunes 20 ninguna escuela de la Ciudad amanezca cerrada. Subido a una ola que suele dejar pasar, la de la confrontación, el jefe de Gobierno porteño le mostró los dientes a la Casa Rosada mientras Bullrich comandaba personalmente una movilización contra el Presidente, Macri intimaba a los intendentes bonaerenses del PRO a rebelarse contra el decreto presidencial, el hashtag #DesobedienciaCivilYa se hacía trending topic y una señora de rizos color ceniza se convertía en meme, bailando al ritmo de las cacerolas frente al cordón policial que custodiaba la Quinta de Olivos. Rodríguez Larreta fue una foto más de ese álbum en el que siempre elige no participar. Tenía, por primera vez en mucho tiempo, los mocasines en el barro.
 

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El jueves, Santilli llamó a Julio Vitobello, un hombre con doble cargo: es el secretario general de la Presidencia y la sombra de Alberto Fernández. Coordinaron una reunión de Rodríguez Larreta y Fernández para el viernes 16. Los dos, Larreta y Santilli, se subieron a la camioneta en la que se mueve el jefe de Gobierno y durante el trayecto hacia Olivos conversaron vía Zoom con la mesa chica del larretismo. Querían llegar al encuentro con un pliego de condiciones.


La reunión aportó una foto de Fernández y Larreta enfrentados en un amplio salón de la quinta presidencial, con una ventana de fondo garantizando la circulación cruzada de aire. Dos días después, esa foto había perdido todo valor y sentido.

Ese viernes terminó con una ocupación de camas de terapia intensiva en el subsector público de salud de la Ciudad del 61,1%.

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Rodríguez Larreta estudió su discurso durante cuatro horas. Tres de ellas compartidas con sus asesores y la última en la soledad de su despacho, justo debajo de la camiseta de Racing enmarcada que decora una de sus paredes. En la sede del gobierno porteño de la calle Uspallata, ese domingo 18 de abril parecía un día de semana como cualquiera. La estrategia que pusieron en marcha el Procurador de la Ciudad, Gabriel Astarloa, el secretario de Justicia y Seguridad, Marcelo D´Alessandro, el subsecretario de Justicia, Jorge Djivaris, y el legislador Martín Ocampo tuvo éxito y consiguió que uno de los varios amparos presentados -algunos de ellos con origen en organizaciones de padres- cayera en la sala IV de la Cámara de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo, Tributario y de Relaciones de Consumo.


A ese tribunal lo integran María de las Nieves Macchiavelli -hermana de Eduardo, ministro de Ambiente de la Ciudad-, Marcelo López Alfonsín -amigo personal de Laura Alonso- y Laura Perugini -identificada en la justicia porteña como parte de la escudería del operador judicial del PRO Daniel Angelici-. Tanta importancia tenía este fallo para Rodríguez Larreta que estaba acompañado por todos los funcionarios de su confianza menos por uno: Macchiavelli. No quería que su participación en el plan judicial pudiera usarse como herramienta de recusación. Le ordenaron mantenerse al margen.


Estrategia legal número 1: exitosa. El DNU del Presidente fue bloqueado por un fallo local que ordenó sostener las escuelas abiertas por la incompetencia del Ejecutivo nacional en la toma de decisiones que afecten la autonomía de la Ciudad. Aunque no terminó de convencer a buena parte del gabinete porteño, a Rodríguez Larreta le funcionó para llevar adelante su revancha.


Ese domingo terminó con una ocupación de camas de terapia intensiva en el subsector público de salud de la Ciudad del 65,3%.

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El juez federal Esteban Furnari le ofreció a Rodríguez Larreta una salida decorosa. El martes 20 de abril decretó la incompetencia de la Cámara porteña para desactivar un decreto presidencial y fijó como único órgano competente a la Corte Suprema. El jefe de Gobierno tuvo la oportunidad de tomar ese camino, acatar el fallo de la justicia federal, pararse frente a una cámara, lamentar que los chicos vuelvan a las clases virtuales y volver a la senda discursiva del diálogo y el consenso, pero no lo tomó. Seguía caliente y adherido, como por tentáculos, al plan que se habían trazado la noche de Pizza Cero: que las escuelas sigan abiertas como sea hasta que la Corte defina.

Esta vez fue vía Zoom. En su entorno ya aparecían voces disonantes ante la idea de ir a fondo contra el gobierno nacional. Uno de sus hombres de confianza se animó a cuestionarlo: 

 

—No hay forma de mantener con vida un plan presidencial al que le restan más de dos años con este nivel de confrontación.  

 

Rodríguez Larreta lo miró, hizo una pausa y le respondió pero hablándole también al resto de los que estaban conectados a esa videollamada. La presencialidad escolar, a esa altura, se había convertido en su bandera y no había manera de dar marcha atrás. 

 

El funcionario que le planteó a Larreta sus dudas no hablaba sólo por él: la sensación de que el tren de bronca del jefe de Gobierno se había pasado dos pueblos empezaba a extenderse por su gabinete. No fue el único que le recomendó si no deponer armas, al menos ir en busca de un armisticio, una tregua momentánea, unos días de paz. El jefe aceptó parcialmente y acordaron informar el desacato al fallo de Furnari con un comunicado bastante lavado.

Ese martes terminó con una ocupación de camas de terapia intensiva en el subsector público de salud de la Ciudad del 67,3%. 

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Si en determinados momentos Larreta tiene que correrse de su plan original de esquivar las balas como en Matrix y mantenerse aislado de los conflictos, solo lo hará por cuestiones puntuales que pueda capitalizar políticamente. Si endureció su discurso en este caso es porque la presencialidad escolar dio en la talla: afectó directamente a su electorado más fiel –la resistencia se planteó principalmente en la comunidad de escuelas privadas- y puso todas las luces de la interna de Juntos por el Cambio sobre su cabeza.

Mientras tanto, en la sede porteña de Parque Patricios empezó a llamar la atención la encuesta de una consultora que trabaja para el gobierno. En la última semana, el desacuerdo de porteños y porteñas con el cierre de las escuelas había bajado del 60% al 50%. Esos números revelaban la preocupación social por el crecimiento exponencial de contagios, internaciones y muertes por coronavirus en CABA.

El lunes 26 de abril, el jefe de Gabinete de la Nación, Santiago Cafiero, respondió los mensajes que Felipe Miguel le había dejado unos días antes. Acordaron verse al día siguiente y sumar a la mesa a Carlos Bianco, jefe del gabinete bonaerense. Pasada la primera etapa de reproches acordaron seguir un esquema que más o menos convenciera a todos. 

En ese acercamiento, la Ciudad cedió parcialmente la presencialidad en secundarias, pasando a un esquema bimodal. Y en lugar de suspender la obra privada, como quería, achicó esa idea a proyectos de más de 2.500 metros cuadrados. Cafiero no estaba convencido de afectar a un sector tan precarizado como el de los obreros de la construcción y Miguel lo entendió. Ese día, en Casa Rosada, se puso el primer ladrillo para reconstruir un puente que, al caerse, dejó heridos en Olivos y en Parque Patricios.

Ese martes terminó con una ocupación de camas de terapia intensiva en el subsector público de salud de la Ciudad del 86,2%, en zona más que crítica.

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El viernes 30 de abril Rodríguez Larreta volvió a enfrentar las cámaras con su habitual tono. Anunció que las secundarias de la Ciudad pasarían a un esquema mixto porque ese segmento etario es el que más utiliza el transporte público entre lxs estudiantes. La expectativa en la resolución de la Corte Suprema había quedado en pausa. 

No había ni terminado el día cuando Patricia Bullrich abrió hilo y repudió la decisión. Cuatro tuits le bastaron a la presidenta del PRO para mostrarle a Rodríguez Larreta el fino equilibrio en el que debe moverse: apenas da un paso hacia el centro, le llega la factura por derecha. 

Ese viernes la ocupación en terapia intensiva de la salud pública porteña fue del 80,2%. Quirós acababa de sumar 50 camas críticas ese mismo día para alivianar el dato y que en la conferencia de prensa el dato que tenía que dar su jefe no fuese tan alarmante.

Estrategia legal número 2: exitosa. El martes 4 de mayo, mientras la ocupación de camas de la UTI porteñas era del 83,8%, la Corte Suprema votó en forma unánime a favor de la autonomía de CABA para determinar cómo dictar sus clases. Y estableció la incompetencia del Ejecutivo nacional para ordenar el cierre de escuelas sin el aval de los gobernadorxs o, en este caso, del jefe de Gobierno porteño. “No saben lo que me apena ver la decrepitud del derecho convertido en sentencia”, dijo Fernández al conocer el fallo. La decisión del máximo tribunal había golpeado, y feo, en el ánimo presidencial. Mientras en el Gobierno de la Ciudad se chocaban copas.

Game over.