Crónica

Protesta y tarifazo


Cacerolas inorgánicas

El cacerolazo o “ruidazo”, eufemismo usado por quienes quieren diferenciarse de las protestas antikirchnernistas de 2015, fue un fenómeno políticamente desarticulado, sin una referencia política clara, ni en un líder, ni en una organización. Fue, por sobre todas las cosas, y a diferencia de cacerolazos anteriores, un reclamo bien puntual: rechazar el aumento de tarifas. El sociólogo Guido Giorgi investigó las manifestaciones desde Villa Urquiza a Lugano e interroga: ¿cuántos de los participantes votaron a Macri? ¿cuántos de los que aguantaron hasta dos horas bajo la lluvia eran militantes?

La intersección de la avenida Caseros y La Rioja, corazón comercial de Parque Patricios, está cortada por unas 600 personas. Es jueves 14 de julio, casi las 21 horas. Una larga bandera argentina cruza la avenida de esquina a esquina, con la consigna “Contra el tarifazo por la dignidad”. No hay símbolos partidarios, excepto por un solitario flameador del Partido Obrero que dos militantes se van pasando, protegidos a medias bajo un mismo paraguas. Cae esa lluvia finita que molesta más que mojar. Un grupito de muchachos del barrio empieza a cantar:

—¡Macri Macri botón, Macri Macri botón, sos un hijo de puta, la puta madre que te parió!”.

De repente, enojada, se les acerca una señora cacerola en mano, y los increpa:

—¡Nene! ¡La madre de Macri no tiene nada que ver! ¡No cantemos cosas misóginas, por favor!.

Tras ensayar una disculpa, el grupo de muchachos vuelve a sus conversaciones. Se preguntan, como nosotros, si esa señora habrá votado a Cambiemos en noviembre. Y si lo hizo, ¿qué significa que esté en este cacerolazo?

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El 14 de julio a las 20 horas miles de personas se reunieron en distintos puntos del país para protestar contra el desmedido aumento de las tarifas de los servicios de gas, luz y agua implementados por el gobierno nacional. Golpeaban cacharros, baldes y postes de luz, sonaban bombos y redoblantes, soplaban silbatos, aplaudían o simplemente cantaban. El cacerolazo (o “ruidazo”, eufemismo usado por quienes quieren diferenciarse de las protestas antikirchnernistas de 2015) fue un fenómeno políticamente desarticulado, sin una referencia política clara, ni en un líder, ni en una organización. Fue, por sobre todas las cosas, una expresión de protesta con un reclamo bien puntual: rechazar el aumento de tarifas. Como dice Francisco, joven militante kirchnerista de San Cristobal: “No se defiende una persona, como cuando fuimos a Comodoro Py, sino un derecho a consumir los servicios públicos”. A esta reivindicación núcleo se fueron adosando, como pochoclos a una manzana acaramelada, diversas expresiones del antimacrismo. A la calle salieron distintos sectores, incluyendo organizaciones sociales y partidos políticos, que lejos de organizar las manifestaciones se acoplaron a ellas respetando las reglas propias de los cacerolazos: se trata de una protesta “ciudadana” en la cual no tienen parte las identidades partidarias.

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Con un fuerte impulso de la Mesa Multisectorial contra el Tarifazo, la convocatoria a cacerolear el 14 de julio cobró vida propia, levantada por decenas de asociaciones de consumidores, cámaras de comerciantes, centros culturales, unidades básicas y organizaciones barriales. El llamado a concentrar en el Obelisco se contradecía con los mensajes que desde el jueves temprano circulaban por Whatsapp, que indicaba 36 puntos de encuentro en la Ciudad de Buenos Aires. Otro mensaje proponía un cantito para entonar en las esquinas:

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Vengo pagando los aumentos...

aumento de agua, luz y gas...

te juro que aunque cobre aguinaldo...

las cuentas no las puedo pagar...

porque Macri nos cagó...

las tarifas liberó...

Aranguren la puta que te parió!!

No pasa desapercibido que la melodía propuesta tiene el mismo ritmo del “Vengo bancando este proyecto”, canción de cabecera de la organización La Cámpora. ¿Esto significa que detrás del cacerolazo estaba el kirchnerismo? No. De hecho, en las esquinas no se escuchó cantar este tema. En algunas se cantaba en contra del Presidente Macri, del ministro Aranguren, y a veces sí se repetía el “Vamos a volver” kirchnerista o el “que se vayan todos”.

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En marzo de 2016 el Ministerio de Energía y Minería de la Nación dispuso el aumento de tarifas del gas, respaldado por un consenso generalizado acerca de la necesidad de actualizar los valores de los servicios públicos. Pero la sucesión de errores cometidos por el titular de la cartera, Juan José Aranguren, y el resto de los funcionarios en la aplicación de dichos cambios hizo que la situación cambie. De ser considerada una medida antipática pero tolerada,se transformó en un foco de conflictividad social con consecuencias para la imagen positiva del gobierno. No convocaron a las audiencias públicas previstas por la ley para este tipo de medidas; no contemplaron las disparidades climáticas existentes entre las distintas regiones; no aguardaron a la adhesión al régimen de tarifa social de los sectores más necesitados. Además, aplicaron un aumento que excedió por demás el tope de 400% establecido por el mismo ministerio de Energía y Minería. 

Desde el gobierno, hablan de la tarifa social. La de electricidad, abarcaría un total de 3,3 millones de hogares "elegibles", de un total de 14,6 millones de hogares conectados al sistema eléctrico. Esto significa que el 22% podría pedir el beneficio, según el Sistema de Identificación Nacional Tributario y Social (SINTyS). El costo del gas natural se bonifica en un 100%, y el único pago que hacen es por el transporte y la distribución. En total, hay 8,5 millones de hogares conectados a la red de gas, y 1.522.000 son elegibles para la tarifa social.

Desde todos los sectores de la oposición se buscó capitalizar la impopularidad de la medida. Sergio Massa y su Frente Renovador, Margarita Stolbizer, los bloques parlamentarios  del FPV-PJ y los partidos de izquierda se manifestaron en contra, enfatizando la falta de respeto a los mecanismos institucionales y el excesivo aumento. Rápidamente, las asociaciones de consumidores pasaron a primer plano y articularon acciones con sindicatos y otras organizaciones de la sociedad civil. Los amparos interpuestos ante la justicia resultaron en la anulación de los aumentos. Hoy en día, la decisión está en manos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Inconmovibles ante las críticas, incluso de sus aliados de la UCR, el gobierno defiende los aumentos: señala la crisis energética, y minimizael incremento al compararlo con el valor de una salida a cenar o 3 docenas de empanadas, y reafirmando que el reajuste tarifario sería ineludible por la pesada herencia dejada por el gobierno anterior, que habría actuado de manera irresponsable.

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El jueves cientos de cartelitos hechos a mano acompañaban a los manifestantes. “Pesada herencia la de tu viejo”, rezaba uno, sostenido bien en alto por una chica.

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En Villa Urquiza, Cecilia empezó golpeando una cacerola en el balcón porque hacía demasiado frío para salir con su pequeño hijo. Simpatizante kirchnerista, se ofreció como fiscal de mesa del FPV en el ballotage de 2015. Los ruidos estaban tan lejos que decidió a acercarse a Monroe y Triunvirato, donde unas 200 personas estuvieron por más de hora y media haciendo ruido. No había banderas partidarias, pero integrantes de la Asamblea de Vecinos Autoconvocados de Villa Urquiza repartían volantes contra el tarifazo. El cantito kirchnerista “Vamos a volver” se escuchaba de vez en cuando. Ese núcleo duro entusiasta se complementaba con adherentes transitorios: los motoqueros de los deliverys de comida que hacían sonar sus bocinas cada vez que pasaban; los trabajadores que volvían a sus casas, salían de la boca del subte B y se quedaban unos breves minutos aplaudiendo o mirando la manifestación; los comercios sobre Triunvirato con carteles denunciando el tarifazo. “Se ve que les pegó duro a los del PRO”, evalúa Cecilia días más tarde, “salieron a timbrear para explicar lo del tarifazo”.

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Desde inicios de este siglo, los cacerolazos se incorporaron al repertorio de acciones de protesta de los sectores medios urbanos en la Argentina. Forman parte de una renovación de las modalidades de manifestación durante la década de 1990, en un ciclo de efervescencia social que tuvo su mayor novedad en la emergencia de las organizaciones de desocupados y el declive de formas tradicionales de movilización pública, como partidos políticos y sindicatos.

En la memoria colectiva, el cacerolazo está asociado las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001. Sebastián Pereyra afirma que la crisis como acontecimiento político supuso la repolitización y el pasaje a la acción de sectores medios urbanos. La consigna era “Que se vayan todos”, un peligroso llamado a fuerzas exteriores a la política, opinaba en 2002 el sociólogo Juan Carlos Portantiero.

El cacerolazo y las asambleas fueron las formas específicas de ese activismo, que poco tiempo después se desmovilizó. Las causas de esa desmovilización son tema de debate: ¿Las asambleas fracasaron como formas de organización de los intereses colectivos? ¿O la recomposición del sistema político a partir de 2003 permitió canalizar esas demandas ciudadanas?

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Durante los años kirchneristas, la oposición recurrió al cacerolazo en dos momentos. En 2008, los sectores urbanos que rechazaban las retenciones agropecuarias se manifestaron en todo el país con sucesivos cacerolazos. Luego, entre junio de 2012 y abril de 2013 hubo tres grandes manifestaciones bajo una larga lista de reclamos que incluían asuntos generales como la corrupción y la inseguridad, y puntuales como el cepo al dólar o el impuesto a las ganancias.

El sociólogo estadounidense Charles Tilly se refiere a los repertorios de acción colectiva como la combinación entre libretos históricamente construidos a través del aprendizaje práctico, y la improvisación que impone cada situación concreta. En el caso de los cacerolazos, este libreto tiene, al menos, tres características: I) la convocatoria es, esencialmente, negativa, de rechazo, ser anti-_______ (completar lo que corresponda). II) Pretende ser la expresión de la “ciudadanía”, de los vecinos, de la “gente”; reclamando –implícitamente– para sus reclamos el status de interés común. III) se propone como un evento espontáneo o, al menos, no organizado por ningún sector; en ese sentido, se rechazan las banderas partidarias.

La consabida politización de la sociedad argentina (un fenómeno de una intensa minoría, desde el punto de vista estadístico) ha incluido una gimnasia de interés por los debates públicos y de fácil movilización. Los cacerolazos son ya parte de la gramática de la arena pública. Pero a partir del 10 de diciembre de 2015 los protagonistas han cambiado, al menos. La cuestión es que las prácticas sociales tienen inercia, y salir a la calle a reclamar resulta mucho más fácil tras décadas.

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El “vamos a volver” y las banderas de organizaciones de izquierda estuvieron presentes en muchas esquinas, como en Villa Crespo. En el cruce de las avenidas Corrientes y Scalabrini Ortiz, entre las 400 personas que cortaban había un grupo de jóvenes portando carteles del Nuevo MAS, que convivían con banderas argentinas y algunas personas con remeras de distintas agrupaciones kirchneristas, que apenas se veían cubiertas por los abrigos. El grueso de los participantes tenía entre 20 y 40 años, sectores medios propios de barrios como Villa Crespo, Caballito o Almagro. Zona con alta densidad de locales de ropa y alimentarios, muchos comerciantes se plegaban a la protesta desde sus negocios. Para Juan, votante de izquierda, la protesta no fue preparada por los partidos de la oposición, aunque estuvieron presentes: “Me da la sensación de que no había una organización detrás del cacerolazo”.

Para él, se trata de un reclamo puntual, una “queja” contra las medidas económicas. De la misma manera en que él se unió a la protesta, “estaba la señora que daba la impresión que estaba haciendo la cena y dijo: ‘corto ahora, salgo, golpeo un poco la cacerola y termino de hacer el puré y las milanesas’”.

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En San Cristóbal, uno de los puntos álgidos de la protesta fue el cruce entre las avenidas Entre Ríos y San Juan. Allí se veía la misma composición social que en el resto de los cacerolazos en la Ciudad: jóvenes entre 20 y 40 años, de sectores medios, mezclados con algunas señoras mayores. Ninguna persona con símbolos partidarios. Se cantaba “Andate Macri” y “Macri, careta, págame la boleta”. Entre ellos estaba el Negro Luis, militante en su juventud del Partido Comunista, luego en el Frente Grande y finalmente militante kirchnerista. “No había conducción”, se encarga de subrayar, “no había nadie que condujera”, solo dos jóvenes sin filiación partidaria que mostraban más voluntad que habilidad para ordenar el corte de tránsito. Junto a un antiguo camarada del PC decidió hacerse cargo de la situación: “Vení, dejate de aplaudir, nosotros somos comunistas y estamos para conducir esto”. Acordaron con el agente de tránsito el corte de las avenidas, garantizaron el paso de las ambulancias y negociaron con un micro que llevaba hinchas a la Bombonera.

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Las memorias de los cacerolazos anteriores oprime la mente de los simpatizantes kirchnernistas. A Sol, una joven de caballito que se manifestó en Acoyte y Rivadavia, le daba vergüenza tocar las cacerolas y manifestarse junto a quienes un año antes reclamaban contra el cepo cambiario. Aun así, fue a mirar, a “hacer multitud” pero sin sentirse parte. Para los más jóvenes, el ruido de las cacerolas no está asociada a una potencial unidad en la acción policlasista (“piquete y cacerola, la lucha es una sola”), sino a las manifestaciones de 2012 y 2013, como comentaba María, votante del Frente de Izquierda en primera vuelta y del FPV en el ballotage. No obstante, los militantes más orgánicos comprenden que la dinámica política cambió y que ahora ser oposición consiste en estar presentes en estas manifestaciones populares, algo que desde hace mucho tiempo ya entendió el resto de los espacios políticos. Para el Kirchnerismo, las cacerolas dejan de ser golpistas para ser reivindicaciones ciudadanas.

El PRO, en cambio, se enfrenta al dilema de haber pasado de ser oposición a ser oficialismo. Los cacerolazos han sido la principal modalidad de ocupación del espacio público, al menos hasta el 10 de diciembre de 2015, cuando se convirtieron en gobierno. Mientras el kirchnerismo (como expresión del peronismo) desarrolló una liturgia en el espacio público y de las expresiones populares masivas, el republicanismo se jacta de no necesitar de los actos masivos, bajo un escepticismo respecto de los “reales” motivos que llevan a una persona a asistir a un acto, básicamente la entrega de chacinados y etílicos. Aun así, la ocupación de los espacios públicos fue una dimensión de la política que la oposición al kirchnerismo no olvidó:la ética “ciudadana” de los cacerolazos constituyó una exitosa manera de vincularse con la política callejera.

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Esto coloca al gobierno actual ante una disyuntiva. Como oposición consolidó una modalidad de protesta que ahora se vuelve en su contra. Como oficialismo, no puede abiertamente desacreditar la manifestación (como hacía el kirchnerismo), porque sería ir en contra de los sectores medios urbanos que constituyen el grueso de su base social.

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En Lugano 1 y 2, los vecinos suelen manifestarse en el boulevard Soldado de la Frontera. Es el espacio público del barrio: por allí desfilaron las caravanas proselitistas del Partido Justicialista y del PRO, es el lugar de las protestas por los frecuentes cortes de luz y también los cacerolazos contra Cristina. Según Elizabeth, vecina del barrio, el jueves eran alrededor 70 vecinos, 10 o 12 militantes pero sin identificación partidaria. “No hubo muchos cantos, era hacer ruido más que nada, con cacerolas, tapas de ollas, latas o simplemente aplausos”, cuenta. Los vecinos que no se le animaron a la lluvia hacían ruido desde los balcones. Si bien el clima estaba muy tranquilo, ya que “era hacemos ruido sin romper nada”, el fantasma de los saqueos estaba presente: los gendarmes que suelen vigilar las manifestaciones en Lugano esta vez estaban apostados sobre el frente del supermercado COTO, que había bajado sus persianas.

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Facundo y Emilio conocen muy bien el microsistema político de Parque Patricios. Coinciden en que el grueso de los asistentes eran vecinos y comerciantes del barrio, pero que también había militantes. Estiman en 60 la cantidad de activistas de distinto signo, desde la Cámpora, Nuevo Encuentro, las unidades básicas del PJ, el Frente Renovador, el PC, el PO, Patria Grande y otras agrupaciones como El Sur No Espera en la que ellos militan. Salvo por el flameador del PO, ninguno de ellos tenía identificación partidaria. Entendieron que la dinámica del cacerolazo no es la de las identidades políticas, sino el de la escenificación de la “ciudadanía”.

En un momento, desde el sector donde se destaca el estandarte del PO, se escucha el “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. El clásico canto del 2001 prende rápido entrelos pocos participantes, mientras que los militantes kirchneristas se miran con cara de incredulidad.

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El cacerolazo sirvió de escenario de un conflicto cuyo eje no estaba en las esquinas.Lo que se juega es la capacidad del gobierno para seguir conteniendo a sus votantes. En una equivocación al estilo de ensayo-y-error con la que funcionarios nacionales han decidido gestionar, tensiona la eficacia de Cambiemos pararepresentar a los sectores medios.

Cuatro días después de la manifestación, un relevamiento de la Consultora Analogías muestra que el 76,8% de los encuestados se manifestó de acuerdo con la protesta. Esto implica que casi la mitad de los votantes de Cambiemos en el ballotage apoyan el reclamo.¿Es el cacerolazo una mera reacción a una medida económica antipopular, afecta a la misma base social de la alianza de gobierno? ¿o contiene los elementos para un nuevo tipo de representación política que se constituya en torno al anti-macrismo? El alcance del malestar está en manos del gobierno. De sostener la medida, el PRO estaría yendo contra vastos sectores sociales que los votaron en 2015, pero que no le son fieles. A ellos se les prometió una prosperidad que todavía no aparece en el horizonte, con aumento de tarifas, inflación creciente y aumentos salariales a la baja.

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Un interrogante nos persigue, aunque no podremos responderlo: ¿cuántos de los participantes en el cacerolazo votaron en el ballotage del 22 de noviembre a Macri? Probablemente muy pocos. En el otro extremo, ¿cuántos de los que aguantaron caceroleando hasta dos horas bajo la lluvia eran militantes? Para ciertas lecturas más orgánicas, se trató de un fenómeno de la militancia (peronista, kirchnerista, de izquierda) “engordado” por comerciantes y por vecinos. Para otros, fue un fenómeno de genuina expresión popular al que se plegaron las organizaciones políticas.

El repaso del cacerolazo solo en Ciudad de Buenos Aires muestra la heterogeneidad de la composición social y política. La dispersión de los cantitos, la falta de una organización en las esquinas, la libertad de llevar o no símbolos partidarios, todo indica que no se trató solo de una movilización del kirchnerismo duro, como ensayó el gobierno, ni tampoco una manifestación de la izquierda, tal como tituló el canal TN.

Entonces, ¿cuál es el hilo conductor entre quienes entonaron “que se vayan todos” y los que cantaron “vamos a volver”? En esta coyuntura, partidos políticos, asociaciones vecinales, de consumidores, de comerciantes, organizaciones sociales y vecinos sueltos convergen reaccionando frente a unolos errores no forzados del gobierno. Por el momento, el mundo de la oposición no está en debate. Solo mira desde fuera como el gobierno, que tiene la pelota, e intenta evitar meterse otro gol en contra.