Me gusta sentirme cómoda cuando escribo. No hablo del lugar físico en el que trabajo con el teclado (donde, por supuesto, necesito sentirme cómoda) sino del lugar en donde lo que yo escribo va a ser leído. Me gusta, básicamente, trabajar en equipo. Saber que del otro lado va a haber un editor cuidadoso que se va a ocupar de poner en valor mi texto, en conjunto con diseñadores, ilustradores o fotógrafos responsables que, desde su estética, van a darle un sello singular a lo que quise decir. En definitiva, pocas cosas me gustan más que ver mis notas publicadas luego del ida y vuelta de un trabajo grupal en donde cada uno puso lo mejor de sí para construir un espacio inteligente, amable y hasta querible para los que lo hacen pero también o, sobre todo, para el lector. Anfibia, entre muchas otras cosas, es eso para mí.
Tuve la oportunidad de escribir cosas muy diferentes en la revista, desde ensayos de temas complejos que se proponen como ejercicios de divulgación para distintos públicos hasta notas intimistas, a pura subjetividad y en donde el yo se impone además con temas difíciles, entrañables y contradictorios, generando debates fuertes, ríspidos pero también riquísimos. En uno y en otro extremo de los géneros siempre me sentí cuidada y respetada por el equipo de Anfibia. Cada vez que publiqué en la revista conocí el rigor de los editores, la paciencia y el respeto con las sugerencias y siempre la mejor disposición y el trato más amable. No es algo habitual, a decir verdad, nunca lo fue. Pero en los últimos años, a la crisis general de nuestro oficio -acosado por problemas económicos, una tecnología en velocidad ultra a la que cuesta seguirle el ritmo y el descrédito que siguió al entronamiento del tiempo en que se pensó al periodismo como reemplazo de una Justicia inactiva- se sumó una crisis local, en el marco de una discusión general un tanto guerrera que condujo a falsos criterios, creo, a la hora de definir políticas periodísticas. Quiero decir, seleccionar amigos (en la vida real) o colaboradores (en la vida laboral) en función de su credo político o ideológico no parece el mejor de los criterios ni en términos humanos ni en términos profesionales. Pero mientras eso ocurría y ocurre en gran parte de los medios argentinos, en Anfibia, mientras tanto, la única militancia exigida es la profesional.
Como colaborador, uno siente queen quienes conducen y hacen la revista lo relevante esla búsqueda de buenas historias, de buenos textos, de buenas lecturas y de gente que conozca en profundidad aquello de lo que habla, una cualidad que se pone de relieve en propuestas “anfibias” como las crónicas o perfiles a cuatro manos entre académicos y periodistas profesionales, que dan como resultado la divulgación de temas e información que, de lo contrario, quedarían restringidos a un universo infinitamente más cerrado. En Anfibia -según se vive, según se lee-, siguen importando esos antecedentes y se sigue poniendo el acento en el rigor y el cuidado de la edición, en el ejercicio estético que va a acompañarlos textos y en lo que por último será la circulación constante de los artículos por las redes sociales, soportes que nuestros amigos anfibios manejan con destreza, criterio y dedicación y que genera que haya lectores en diversos países de la región siempre dispuestos a acompañar nuestras notas.
El amplio y elástico y seductor universo temático de Crónicas y ensayos 1 incluye en su receta textual hijos de represores, eternidad virtual, servicio doméstico, La Salada, linchamientos en Bolivia, reflexiones sobre fútbol, la visita espiritual de Sri Sri Ravi Shankar, una vaca clonada que come alfalfa con papas fritas, el después de las inundaciones en La Plata, los desatinos de la compulsión por el juego, verdades y mentiras de las células madre, la anexión rusa de Crimea, la vida cotidiana de los cueveros porteños, los rostros del narcotráfico, el Chile desigual que muestra el fuego en Valparaíso, el fenómeno Violetta, los tabúes con el VIH hoy, la muerte de Videla contada por una hija de desaparecidos. Y grandes perfiles de Hebe Uhart, Jorge Lanata, Facundo Moyano y el ex juez de la Corte Zaffaroni (que, dicho sea de paso, le valió el prestigioso premio Don Quijote a su autor, nuestro editor Federico Bianchini).
Una buena manera concluir este aporte eshacer público el singular marketing editorial del libro, para lo cual voy a tomar prestadas las palabras de sus editores, que por estos días convocaban a venir aquí, a la sala Victoria Ocampo, para darle la bienvenida a este primer libro en el que participaron treinta y tres periodistas, escritores y académicos.
“En total –decían en un post de FB-, publicamos siete textos anfibios, cuatro perfiles, seis crónicas y siete ensayos: si leés uno por día, Crónicas y Ensayos 1 se termina antes de fin de mes”.