En distintos rincones del mundillo literario se repite que Selva Almada está en la cresta de la ola. Sus últimos libros, El viento que arrasa y Ladrilleros ya llevan varias reediciones. Su obra no sólo es del gusto de quienes compran sus libros; también la adoran los críticos que reciben cantidades de novedades, gratis, por mes. Y los editores extranjeros: sus textos están siendo traducidos al francés, el portugués y el italiano.

Nacida y criada en Entre Ríos, lo que más extraña es el Río Paraná. Tanto, que busca réplicas, aunque sean humildes, por todas partes. El otro día fue con su pareja, un joven muy simpático al que le dicen Grillo, a tomar mate a la orilla del arroyo Tapalqué, en Olavarría. Fue de lo mejor que le pasó últimamente.

Selva dejó la carrera de comunicación social a los 20 años, y empezó a estudiar literatura. Luego publicó los libros de relatos Una chica de provincia y Niños, y el libro de poemas Mal de muñecas. Con los años dejó de tenerle idea al periodismo y se le animó a la no ficción en este texto de Anfibia. Y está preparando Chicas muertas, un libro de crónicas sobre casos de femicidio en los años 80.