Ariadna Castellarnau nació en un pueblo del interior de Cataluña y se crió en una granja. Lo único que podía hacer para matar el aburrimiento era leer. Cuando terminaba un libro que le gustaba mucho, inventaba secuelas o finales alternativos o historias paralelas (todas malísimas). Por ejemplo: Ana Frank no muere en el campo de concentración y se convierte en una justiciera sanguinaria que venga la muerte de su familia.
Estudió Filología Hispánica, una segunda licenciatura en Teoría Literaria y Literatura Comparada y un doctorado en Humanidades.
Vino a Buenos Aires con la idea de terminar su tesis doctoral sobre Macedonio Fernández (que, dice, en la universidad de Barcelona es una personalidad literaria muy cool). La dejó trunca.
Colaboró en medios y a dio clases de español para extranjeros.
En 2013 entró en el Ministerio de Cultura hasta que la echaron. El año pasado publicó su primer libro, Quema, en la editorial Gog y Magog.
Lo que más le gustaba de su trabajo en el Ministerio era el frenesí. Había momentos en los que había que sacar las cosas de un día para otro, y pensaba: “no lo vamos a lograr”. Pero lo logrban. Eso es algo que, dice, admira de los argentinos; esa cierta improvisación y caos estructural no les impide lograr todo lo que se proponen.